Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

25 de septiembre de 2015

PAPA FRANCISCO EN USA

TU EST PETRUS

Una imagen impresionante de la visita del Papa Francisco a USA es la de ayer, 24 de septiembre de 2015, en su entrada en el lugar que puede definirse como el "corazón católico de los Estados Unidos": la Catedral de San Patricio en Nueva York.



Cuando ingresó el Papa allí, un coro de 500 voces -acompañado de los sonidos del imponente órgano de 5900 tubos de la Catedral y de trompetas de plata- entonó el "TU EST PETRUS" (la perícopa evangélica que se lee en San Mateo 16, 18-19). Y al llegar a las gradas del presbiterio, toda la asamblea a una voz entonó el "CHRISTUS VINCIT".





LETRA DEL MOTETE "TU EST PETRUS" 

Tu es Petrus, et super hanc petram 
Aedificabo Ecclesiam meam,
Et portae inferi non praevalebunt adversus eam:

Et tibi dabo claves 
Regni coelorum.

Quodcumque ligaveris super terram,
Erit ligatum et in coelis;
Et quodcumque solveris super terram
Erit solutum et in coelis.

TÚ ERES PEDRO  (en español)

Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia,
Y las puertas del infierno no la derrotarán.

Yo te daré las llaves
del Reino de los cielos.

Todo lo que ates sobre la tierra
quedará atado en el cielo;
y todo lo que desates en la tierra

quedará desatado en el cielo.






19 de septiembre de 2015

EL MATRIMONIO ES DESAFIADO EN SU VOCACIÓN PROCREATIVA Y EDUCATIVA


CERCANOS AL SINODO DE LOS OBISPOS


CARDENAL CAFFARRA, ARZOBISPO DE BOLONIA
En su disertación ante el Simposio organizado por la Universidad Católica de Valencia, titulado “Vocación y misión del matrimonio y de la familia” el pasado 18 de septiembre

“LA FAMILIA HA SIDO PENSADA Y QUERIDA POR DIOS
PARA ALCANZAR UN FIN: LA CONSTRUCCION DE UNA NUEVA PERSONA, QUE TIENE DOS ACTOS: GENERACIÓN Y EDUCACIÓN”


El cardenal Caffarra, acompañado del Arzobispo de Valencia y el Obispo de Alcalá de Henares


El cardenal Carlo Caffarra, arzobispo de Bolonia (Italia), ha subrayado esta mañana en la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir (UCV) que “la misión de la familia es la generación y educación de la nueva persona humana” y “radica en la Providencia de Dios”, a pesar de “la gran provocación lanzada en la actualidad que consiste en mostrar su inutilidad”.

Según el purpurado, “la nueva criatura venida a la existencia es persona desde el primer instante de su concepción, y al mismo tiempo está llamada a convertirse en persona humana”. Así, la labor de la familia es “que aflore su inteligencia, su voluntad, su libertad, su capacidad de amar, su sociabilidad”, ha subrayado.

El cardenal Caffarra ha pronunciado esta mañana la última ponencia de las jornadas diocesanas “Vocación y misión del matrimonio y la familia en la iglesia y en el mundo”, organizadas a iniciativa del cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, a través de la Facultad de Teología de Valencia, la sección española del Pontificio Instituto Juan Pablo II, y la Facultad de Derecho Canónico de la UCV.

El prelado, a quien el papa san Juan Pablo II nombró fundador y primer presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, ha ofrecido su conferencia en el campus de Santa Úrsula de la UCV por la mañana, e impartirá una segunda sesión vespertina en la misma sede.

En su intervención, el arzobispo de Bolonia ha defendido que la familia “ha sido pensada y querida por Dios mismo con vistas a alcanzar un fin”, que es “la construcción de una nueva persona; construcción que tiene dos actos: generación y educación”. De este modo, “Dios celebra la liturgia de su amor creativo mediante el ministerio de los esposos” por lo que “en la paternidad y maternidad humana Dios mismo creador está presente”.

En un segundo momento, el ponente ha asegurado que la familia es desafiada en esta vocación procreativa y educativa. De hecho, ha expresado que “la gran provocación lanzada hoy consiste en mostrar su inutilidad”. “Es un proceso de destrucción lo que estamos observando: la institución familiar poco a poco está siendo desmontada hasta su desaparición”, aseguró este experto en Derecho Canónico, quien ha lamentado la “tentación de redefinir el matrimonio y la familia a partir de las orientaciones sexuales y no desde las dos identidades sexuales varón-mujer”.

Frente a ello, el cardenal Caffarra ha propuesto “mostrar la belleza y la verdad de vivir la familia evangélica en respuesta a las familias que la niegan”. Según ha expresado, “se debe vivir con fidelidad el Evangelio del matrimonio, mostrando su íntima razón de ser, y preguntar simplemente: ¿Cuál de las dos posibilidades es la más humana?, ¿cuál es la que hace aflorar la propia humanidad?”.

En este sentido, ha señalado a los obispos y los esposos cristianos como responsables de esta respuesta. “La propuesta cristiana es un evento histórico. Esto es lo que debe ser narrado y es la misión de los obispos. Esto es lo que debe ser representado y es la misión de los esposos. Una narración sin representación sería como si la música de Mozart no fuese interpretada, sino solo leída y estudiada. Una representación sin narración no tendría sentido”.



18 de septiembre de 2015

LA CARIDAD DE CRISTO NOS APREMIA (2 COR, 4, 14)

No basta servir a los pobres para vivir la fe cristiana



“Quaerite primum regnum Dei” (Lc. 12, 32)
“Buscad primero el Reino de Dios”

Algunos textos 
(de la Sagrada Escritura y del Magisterio de la Iglesia) 
que nos enseñan que la caridad debe arraigarse 
en el deseo de la salvación de las almas, 
de lo contrario pasa a ser sólo filantropía.

Las tres virtudes teologales: Fe, Caridad y Esperanza.


  • No será recompensado aquel que da limosna para ser honrado
         “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa”. (Mt 6, 1-2)



  • La pureza de intención es requisito para practicar la verdadera caridad
         “Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente extraordinario y aparezca como tal, es necesario que se vea en el prójimo la imagen de Dios según la cual ha sido creado, y a Cristo Señor a quien en realidad se ofrece lo que se da al necesitado; se considere con la máxima delicadeza la libertad y dignidad de la persona que recibe el auxilio; que no se manche la pureza de intención con ningún interés de la propia utilidad o por el deseo de dominar; se satisfaga ante todo a las exigencias de la justicia, y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe por título de justicia; se quiten las causas de los males, no sólo los defectos, y se ordene el auxilio de forma que quienes lo reciben se vayan liberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos”. (Concilio Vaticano II. Decreto Apostolicam actuositatem, 18 de noviembre de 1965)



  • Cuidado con la caridad que no procura la salvación de la almas
                   “Por otra parte, la formación espiritual y la vida interior que fomentéis en estos vuestros colaboradores les pondrán en guardia contra los peligros y posibles extravíos. Teniendo presente el fin último de la Acción Católica que es la santificación de las almas, según el precepto evangélico: Quaerite primum regnum Dei (Lc 12, 32) no se correrá el peligro de satisfacer los principios a fines inmediatos o secundarios y no se olvidara jamás que a ese fin último se deben subordinar las obras sociales y económicas y las iniciativas de caridad. (Pío XI. Encíclica Firmissiman constantiam, n. 14, 28 de marzo de 1937)



  • Debemos arder en caridad para con nuestros hermanos cegados por el error
         “No hay necesidad más urgente, venerables hermanos, que la de dar a conocer las inconmensurables riquezas de Cristo (Ef 3, 8) a los hombres de nuestra época. No hay empresa más noble que la de levantar y desplegar al viento las banderas de nuestro Rey ante aquellos que han seguido banderas falaces y la de reconquistar para la cruz victoriosa a los que de ella, por desgracia, se han separado. ¿Quién, a la vista de una tan gran multitud de hermanos y hermanas que, cegados por el error, enredados por las pasiones, desviados por los prejuicios, se han alejado de la verdadera fe en Dios y del salvador mensaje de Jesucristo; quién, decimos, no arderá en caridad y dejará de prestar gustosamente su ayuda?” (Pío XII. Encíclica Summi pontificatus, n. 5, 20 de octubre de 1939)



  • Los enemigos de la Iglesia alegan constantemente su amor hacia los más humildes
         “Con estas mentidas apariencias y arte constante de fingimiento, procuran los masones con todo empeño, como en otro tiempo los maniqueos, ocultarse y no tener otros testigos que los suyos. Celebran reuniones muy ocultas, simulando sociedades eruditas de literatos y sabios, hablan continuamente de su entusiasmo por la civilización, y de su amor hacia los más humildes: dicen que su único deseo es mejorar la condición de los pueblos y comunicar a cuantos más puedan las ventajas de la sociedad civil”. (León XIII. Encíclica Humanum genus, n. 9, 20 de abril de1884)


  • Los pastores corren el riesgo de ser desviados hacia empresas tan ruinosas como la miseria que ellas mismas combaten
         “El celo y la compasión que deben estar presentes en el corazón de todos los pastores corren el riesgo de ser desviados y proyectados hacia empresas tan ruinosas para el hombre y su dignidad como la miseria que se combate, si no se presta suficiente atención a ciertas tentaciones.

         El angustioso sentimiento de la urgencia de los problemas no debe hacer perder de vista lo esencial, ni hacer olvidar la respuesta de Jesús al Tentador (Mt 4, 4): “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8, 3). Así, ante la urgencia de compartir el pan, algunos se ven tentados a poner entre paréntesis y a dejar para el mañana la evangelización: en primer lugar el pan, la Palabra para más tarde. Es un error mortal el separar ambas cosas hasta oponerlas entre sí. Por otra parte, el sentido cristiano sugiere espontáneamente lo mucho que hay que hacer en uno y otro sentido.
         Para otros, parece que la lucha necesaria por la justicia y la libertad humanas, entendidas en su sentido económico y político, constituye lo esencial y el todo de la salvación. Para éstos, el Evangelio se reduce a un evangelio puramente terrestre”. (Congregación para la Doctrina de la Fe. Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación, VI, n. 2-4, 6 de agosto de 1984)



  • De la envidia resulta una caridad hipócrita
         “¿No ves tú qué gran mal es la hipocresía? Pues también es fruto de la envidia. Porque la doble cara del carácter, nace en los hombres, principalmente de la envidia, puesto que teniendo el odio escondido dentro del corazón, muestran exteriormente una falsa capa de caridad. Son semejantes a los escollos del mar, que cubiertos con poca agua son un mal imprevisto para los incautos navegantes”. (San Basilio Magno. Descripción de la envidia)


17 de septiembre de 2015

CERCANOS AL COMIENZO DEL AÑO JUBILAR DE LA MISERICORDIA

DE LA CARTA PASTORAL 
"PORQUE ES ETERNA SU MISERICORDIA"

Del Obispo de Alcalá de Henares, Madrid, España, Monseñor REIG PLA 
(Agosto 2015)



Transmitir la fe en todos los ámbitos
Sin darse cuenta los pueblos se están quedando sin alma. Este fenómeno explica el fracaso de la Catequesis en estos últimos años, la ausencia de los jóvenes y la falta de vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio.
En este Año de la Misericordia, además de profundizar en los salmos y parábolas de la misericordia como nos indican las directrices del Jubileo, habría que profundizar en el Sacramento de la Penitencia y en el perdón.
El cuidado de los seminarios y la promoción de las vocaciones
Donde más se han sentido las consecuencias de la secularización ha sido en la falta de vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio.
... las vocaciones deben ser suscitadas, oradas y cuidadas. Esta tarea pertenece a las familias y a toda la comunidad cristiana.
La misericordia y sus falsificaciones
Lo primero que os sugiero es leer la Bula de Convocación del Papa Francisco MISERICORDIAE VULTUS
El peligro en una sociedad emotivista como la nuestra es quedarnos en el nivel de la compasión, entendida sentimental o emotivamente, y olvidar remediar auténticamente la miseria con todos los medios posibles, incluida la gracia de Dios que todo lo puede.
... se confunde la benevolencia, que es querer directamente el bien, con la tolerancia que es simplemente la ausencia de intervención ante el mal. Intervenir con benevolencia no significa “juzgar al prójimo”. Ya nos lo advirtió el Señor. “No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37). El no juzgar, el no condenar o perdonar no significa el dejar de reconocer el mal e intentar socorrerlo. Una cosa es, por tanto, no juzgar al pecador y otra aborrecer el pecado e intentar socorrer el mal. De lo que se trata con la misericordia es de vencer el mal con el bien, como nos recuerda San Pablo (Rm 12, 21).
Lo propio de la misericordia es curar el mal, por eso se necesita una relación con el prójimo desde la verdad. Es necesario reconocer las heridas, nombrarlas en su verdad y tratar de curarlas.
Querer compatibilizar la misericordia con la resistencia en el pecado, o con la tolerancia del pecado, es hacer de la misericordia la puerta que se abre para que entre por ella el relativismo en la Iglesia. La misericordia no crea leyes contrarias a la justicia sino que regenera lo que la justicia, por sí sola, no está en condiciones de lograr.
El modo para no perderse en estos vericuetos es observar y meditar las acciones de Cristo, icono de la misericordia, con los enfermos, con los pobres y los pecadores. Al mismo tiempo que les anuncia la verdad, que es Él mismo, les remedia los males, los cura y les perdona los pecados advirtiéndoles que no pequen más.
El Sacramento del Perdón
Si en algo han insistido los últimos sucesores de Pedro ha sido en la necesidad de recuperar el Sacramento de la penitencia y la práctica de confesar los pecados.
¿Cuál es el problema de este sacramento? ¿Por qué las personas han dejado de ir a confesar? ¿Por qué los mismos sacerdotes han mostrado menos disponibilidad para la confesión? La razón hay que buscarla en la crisis de fe, en la decadencia del espíritu y la pérdida de la conciencia de pecado que ha provocado la secularización y sus consecuencias.
Encender la lámpara de la fe es la única posibilidad de empezar a descubrir las heridas del pecado, reconocer las enfermedades del espíritu. La peor enfermedad del espíritu es el pecado que, aunque no seamos conscientes de él nos destruye igualmente y puede provocar la muerte espiritual.
Lo que ha ocurrido con la secularización y sus consecuencias es muy curioso. No es que seamos más pecadores o menos que las anteriores generaciones. No. Somos igualmente pecadores. El problema es que hemos caído en la peor de las enfermedades que es no reconocer los síntomas de la enfermedad.
Lo que ocurre en nuestra generación es peor. No sólo –por falta de luz, por falta de fe– hemos dejado de ver las sombras de nuestra vida o reconocer las heridas del pecado, sino que hemos sufrido la peor de las mutaciones. Hemos aprendido a llamar bien al mal y mal al bien. Esta es la crisis espiritual más seria: llamar a la enfermedad salud y dejar que la enfermedad nos lleve a la muerte del espíritu.
Salir de esta enfermedad epocal, de esta crisis profunda del espíritu, requiere una operación traumática. Se trata nada menos que de un trasplante de corazón y mente. En griego esta operación se llama metanoia, en español la traducimos por conversión.
El trabajo que nos espera, pues, en este Jubileo de la misericordia es apasionante.
Conclusión.
El camino es Jesucristo, la luz la fe. El objetivo pastoral del curso: la conversión pastoral y la evangelización para gestar nuevos cristianos y nuevas comunidades cristianas. La única manera de frenar las crecidas del desierto de este mundo es ir creando, con la gracia de Dios, nuevos oasis cada vez más amplios y mejor dotados. Como en tiempos de San Benito es necesario no anteponer nada a Cristo.

(La Carta Pastoral “Porque es eterna su misericordia” completa está en el enlace:





14 de septiembre de 2015

LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

EL MOLINERO
 “Stat Crux, dum vólvitur orbis”
(la Cruz permanece mientras el mundo gira)
Meditación-cuento del Monasterio del Cristo orante en el día de la Fiesta Litúrgica de la Exaltación de la Santa Cruz.

No, no era olor a humedad. Al menos en esa acepción de encierro, de sótano lúgubre y sombrío. No. Claro que distaba mucho de saber a prado y rosas. El aroma aludía sin conflictos a un lugar entrañable, añejo y profundo. Aunque este terna de referencias humanas sólo ofrezca un pálido reflejo a lo entrañable, añejo y profundo del lugar en que me hallaba. Percibí una ligera familiaridad con el olor de la barrica en bodega. Sí, era olor a madera… a madera antiquísima, a roble estacionado, mezclado con… no sé qué vasta gama de sensaciones.
Si empiezo por los aromas no es porque sí, sino porque era el único de mis sentidos activo, al menos en ese primer compás.
Lo corriente es, ante lo insólito, suponer la variable más cotidiana: estoy soñando. Y no sabría decir por qué, pero no, no pasó ni por un instante por mi cabeza esa posibilidad. Si algo me sentía –aunque no por los sentidos- era despierto en un grado superlativo.
Y ocurrió entonces lo que mi torpeza estropeará casi por completo al afrontar esta desmedida pretensión por verbalizar lo inefable.
Ese cúmulo de aromas intensos y vivaces fue creciendo y percibí ya con más nitidez fragancias distinguibles: olí eso tan sutil como es la flor de la viña, olí –insisto- madera, muchas maderas, olí sangre, olí sudor, olí piedra mojada, olí harina, fuego, sal, aceite, y hasta agua limpia, que tan mal hacen en creer muda en su aroma.
Y cuando ese crescendo majestuoso llegó a su cumbre, como cuando tras la obertura se levanta lentamente el telón y se alumbra progresivamente la escena del primer acto, con cierta semejanza, mis sentidos todos fueron despertando y recibiendo a la Realidad que ante mí acontecía. El negro absoluto fue cediendo y mis ojos, como quien acostumbra la vista a la penumbra, comenzaron a percibir el entorno, que nunca superó la media luz.
Si bien no fue lo primero, pronto me vi a mí mismo. Y aunque resulte curioso, me percaté de algo esencial: estaba yo ahí, era yo mismo. Moví las manos ante mí como última corroboración y sí, era yo y respondía a mí mismo. Pude moverme, y cuando crujió algo bajo mis pies me di cuenta de que llevaba un rato escuchando sonidos que suavemente habían iniciado un fraseo sereno, constante, melodioso y ritmado… pero a la vez algo salvaje e imprevisible.
Los sonidos, al igual que los aromas, se superponían en una sinfónica gama de procedencias: primaba el seco crujir de maderas. Digo, en volumen, no así en protagonismo, pues por detrás de la firme percusión una serena y persistente fricción de piedras de algún modo llevaba la melodía. Prosaica y preciosa a la vez. Pero había más, mucho más, en la armonía sonora; recuerdo entre los agudos: agua corriendo y engranajes de hierro silbando. Y sobre todo, ese pedal de fondo, estable, macizo, pero a la vez grácil: como si un gravoso viento soplara embravecido fuera de ese ámbito protegido. Pero no desentonaba ni arruinaba la armonía musical: su lejano sonido y sobre todo su lejana bravura ofrecía un fondo oscuro y compacto al cristalino sonar de piedra, herraje y madera.

Mientras… mi vista ganó ciudadanía. Aunque es el día de hoy que todavía dudo si es que realmente vi o si mis demás sentidos, tan despabilados como exacerbados en su capacidad perceptora me hacían ver, por interpósito sentido, lo que creía ver “visualmente”. No lo sé.
Pero las imágenes me acompañan desde entonces: en una serena penumbra me descubrí parado sobre un delgado peldaño de una crujiente escalera caracol. Había polvo en el aire; tanto, que me hizo acordar a ese aire denso que se genera en la Liturgia cuando el incienso baña las ofrendas del altar. Pero no era humo: era polvo. Y vi mucha madera: cruzada, encastrada, y sobre todo una robusta viga vertical en constante movimiento. Mejor dicho: imperturbablemente quieta en su eje, rotaba sobre sí cual potente perforadora.
Y cuando me incliné para mirar hacia abajo, lo entendí todo, o mejor dicho, entendí el escenario: ¡estaba en el interior de un molino de viento! Ni más ni menos.
Allí abajo, dos inmensas piedras recibían intacta la fuerza de la columna de madera que traducía toda la bravura del viento recogida por las aspas, en la minuciosa fricción con que la piedra superior giraba con incansable saña sobre la roca basal. Algo se trituraba entre ellas: evidentemente –pensé- se trataría de algún grano sometido a violenta molienda y que hecho harina se derramaba por los laterales de la piedra. ¡En mi vida había visto una harina tan, tan blanca! Pero ningún cernidor o lo que fuera parecía recogerla, sino que la molienda la despedía casi como un surgente de agua mana a raudales sin coto ni mesura. De modo que el piso completo del molino se veía como nevado, y entendí que esta luminosa blancura era la que alumbraba –a media luz- todo el recinto.
Me di cuenta entonces que mi mano derecha llevaba un buen rato entumecida y aferrada a la baranda de la escalera. Me aflojé. Y pude entre los dedos leer al tacto esa suavísima harina, que al frotarla con más esmero entre mis yemas –como lo hacía la molienda- más que polvo me supo a aceite. Tiempo después (aunque ‘tiempo’ expresa muy mal el modo en que allí se hilvanaban los sucesos) me percaté que esta molienda en escala entre manos, sabía más a caricia y braile que a tortuosa tritura. Y sospeché así que tampoco la inmensa muela pétrea ejercía ciega violencia.
Afuera el viento sonaba cada vez más virulento: daba gusto sentirse protegido en ese ámbito cálido y seguro. Supe después que afuera nevaba a rabiar en gélido invierno. Mientras allí dentro, seguramente por la fricción de la molienda, reinaba un calor envolvente y acogedor.
Si me fue dificultoso narrar los detalles externos que enmarcan aquella experiencia, más lo será abordar lo que sigue: mi experiencia interna. Cuál, mi sensación; cuál, mi ánimo, mi vivencia. Y es que, en insalvable conjunción, sentí gozo y dolor, sentí refugio y miedo, sentí paz y vértigo. Ganas de salir corriendo y de quedarme allí para siempre.
Y lloré. A mares.
— ¿Por qué lloras? —escuché de una voz nítida y gruesa.

¬— ¿Quién eres? —pregunté haciendo caso omiso a la pregunta recibida.

— Soy el que pregunta por tus lágrimas —respondió la Voz con impecable lógica.

—No sé por qué lloro ni sé dónde estoy ni sé cómo llegué acá ni sé qué está pasando, ni sé… —no pude seguir con mi compulsiva ráfaga de nesciencia, pues el viento se había embravecido mucho más, al punto que crujía entero el entramado de cabios, durmientes y engranajes. La muela, muda y sonora, aceleraba su faena. Y no sé por qué, pero al ver su labor pensé en toda la virulencia del mundo, como expresándose en ese empecinamiento.
Y mezclé –por imprevista asociación- la imagen de la molienda con la prensada de uva, en esa masacre del lagar… Y bueno… es libre el lector de creerme o no, o incluso de creer que aun sin intención de engaño, lo que luego vi responda justamente a esa asociación que ya había hecho yo: y es que de la solera de la molienda empezó a chorrear mosto o algo semejante. Espesos hilos púrpuras drenaban por los cuatro costados de la inmensa piedra que ya no supe si molía el grano de trigo o la uva del parral… o qué. Casi sin imagen, gravité y caí sobre un solo concepto: sacrificio.
Fue entonces que me asusté.

Y en vez de indagar por lo que extrañamente había visto, pregunté sin más:
— ¿Qué hago aquí?
La respuesta demoró, pero llegó:
—Nada. No te he traído aquí para que hagas algo. No siempre se trata de hacer. Permanece y contempla.

—Es que…

—Permanece y contempla —me interrumpió con abrupta firmeza la Voz.
Bajé la escalera y me acerqué hasta las piedras. Eran blancas e inmensas. Sólo la inferior mostraba manchas como de sangre. Irradiaba un calor tal que la creí una brasa incandescente.

Y aunque las piedras eran dos (no habría fricción posible sin esta otredad) parecían conformar un solo bloque de roca.
Su interacción me resultó, de nuevo, caricia y masacre a la vez. E imaginé el dorado e indefenso trigo, lleno de vida y sol, bajo el peso del…

— …del Amor del Padre y el pecado del Mundo —dijo con potencia la Voz, dejándome atónito, más que por la respuesta, por haber presenciado mi mudo pensamiento.


Asustado y atraído apuré la pregunta:
— ¿Cuál es Vuestro nombre y por qué no os veo?

— Muchos son mis nombres y ninguno termina de nombrarme. Tú sólo dime “Molinero”. Y no me ves, no en razón de lejanía, sino de extrema cercanía. No me ves no porque interfieran muchas cosas entre tú y Yo, sino por todo lo contrario: ocurre que estás en Mí.
Yo soy Molino y Molinero, Muela y Molienda, Aspa y Volandera.
Y te he traído a mis entrañas, a mi mundo interior, para que permanezcas y contemples.

— ¿Contemple qué?

— El Amor más grande. En erupción. En plena faena. Los engranajes del Sacrificio.
Tras decir esto, hizo silencio. Y retomó con Voz solemne y sonora:
— “Stat Crux, dum vólvitur orbis” —sentenció en impecable latín— ¿entiendes esto?

— Sí, claro —apuré yo, con suficiencia—: La Cruz está, o mejor, permanece, mientras el mundo gira y gira… Es el lema de los cartujos… se lee también en el obelisco de la Plaza san Pedro.

—No te pregunté lema de quién era ni dónde lucía ni cuánto latín sabías. Te pregunté si entiendes. Y no entiendes. No se entiende. La clave está en el centro.
Pensé en el centro del Molino. Su eje central por donde rotaba ese Leño frondoso transportando la furia del viento hasta el altar de la molienda. Pero pensé también, visto en planta, en el centro del Molino: la Muela, la Roca.
— Entiendo que hay un doble centro, según cuál…

— ¡No entiendes! —fulminó cortándome en seco—. La clave está en el centro: en el centro de la frase. En el “dum”… Te traje a contemplar el “dum”… para que presenciaras este “mientras” en plena acción.
Y agregó con tono afable, sereno y paciente:
— Muchos lo han entendido –válidamente- como un contrapunto: el mundo gira, desvaría, rodando y cambiando en hiperkinético desatino; en cambio: la Cruz, firme, estable, no se mueve. Es la fidelidad de Dios en contraposición a la volátil condición humana.

— Me recuerda la cúpula de las iglesias, donde la Cruz corona la esfera del mundo —intervine yo, ya casi como si se tratara de una charla de amigos debatiendo con crónica impericia asuntos subidos. Apoyé el codo sobre la Muela y me dispuse a dar cátedra:
— Como en aquella novela de Chesterton…

— ¡El codo! —me interrumpió con Voz de trueno, haciendo crujir el molino entero—. Nadie toca la Roca y, menos, con esa naturalidad. Sólo el sacerdote la besa. Y a Chesterton déjalo en paz. Es cierto que el Mundo no podría hacer equilibrio sobre la punta de una cruz, cual una pelota sobre el dedo de un malabarista. Pero tampoco convence aplicar la cruz encima de la esfera, cual frutilla sobre un postre. El duelo se resuelve cuando la cruz atraviesa el orbe por completo, de polo a polo.
El Molinero hizo una pausa. Por suerte, a mí se me habían acabado las ganas de interrumpirlo o de salpimentarle sus enseñanzas. Sólo atinaba a mirar. A “contemplar” como me había dicho. Pues las entrañas del Molino complementaban con notable didáctica lo que el Molinero venía diciendo. La Voz me nombró por mi nombre y agregó:
¬— Se trata de que el mundo gire no a diferencia de la Cruz, sino que gire sobre el eje de la Cruz. Desde estas entrañas del Molino podrás observarlo por ti mismo. Hay una pieza crucial en todo este entramado de engranajes que ves. Y está en el cabezal mismo del molino. En la encrucijada de las aspas se concentra todo el dispersante furor de la energía eólica. Allí opera el alma del molino: su función es transformar ese movimiento circular de las aspas en un rectísimo torno capaz de horadar sobre un solo punto el centro del orbe. Toda la dispersión centrífuga, todo el “vólvitur” del vueltear humano queda concentrado sobre un punto, sobre un solo eje que absorbe la diáspora del Hombre y lo enclava en su centro, su único centro, que es esta Muela, este Sacrificio.
La Voz viró sutilmente su timbre cuando añadió:
— La blanca piedra de molino es signo de contradicción: puesta al cuello puede hundirnos hasta el fondo del mar. Puesta en el centro de nuestras vueltas, nos salva y alimenta, transformando nuestros vientos y suspiros en Pan de Vida eterna.
— ¿Y por qué a mí, por qué yo debo presenciar esto? —animé, muy conmovido.
— Porque te he visto pelear contra vientos y lo más grave: te he pescado intentando atraparlos y encerrarlos. Y alcanza con que guardes en tu corazón estas entrañas del molino para recordar siempre que sin viento no hay molienda, y sin molienda no hay pan.
Estrella tus huracanes contra los brazos extendidos de esas aspas salvíficas, siempre dispuestas a recoger tus alocados bravíos y llevarlos al centro, a la molienda, a la Roca.

Deja que tu mundo gire. Permítele dar vueltas. Pero asegúrate del “mientras” con que la Cruz, de punta a punta, perfore y traspase -por tu más profundo centro- la totalidad de tus giros.
Tras un silencio, un bello silencio, remató con clara intención de ofrecer con ello una suerte de “finale molto maestosso”:
— Yo soy el Molinero, el que sueña con el corazón del trigo y con el aroma del pan. El que abraza los vientos nocturnos y los muele en secreto hasta la aurora de pan. Te dije que tú estabas en Mí. Y no te mentí. Pero ahora te digo, en verdad te digo: también Yo estoy en ti. Recogiendo tus vientos. Moliéndote el Pan de cada día.
Entendí que era hora de retirarme de allí. Mientras buscaba la puerta, se me vino aquel “romance del molinero” de Jaime Dávalos… y mientras recordaba su letra logré salir del Molino, que ahora pude ver en toda su majestad y esplendor desde afuera. Y pensé en el Quijote, claro. Tal vez mi amigo el Molinero algo de razón le hubiera dado: no en andarlo peleando, pero sí en que se tratara de un Gigante, que por obra de un Mago cobró la forma y función de un molino de viento.
Mientras se achicaba a mis espaldas la silueta del Molino, procurando volver a mi “vólvitur” pensé en qué día era. 14 de septiembre, me dijo la memoria: Fiesta de la Exaltación de la Cruz. Me conmoví al percatar la coincidencia y volví a mirar hacia el Molino: el sol ya se había puesto hacía rato. Sólo un tenue rosado quedaba sobre el horizonte. Y recortadas, majestuosas, las cuatro aspas abrazaban al Mundo… “como señal en el camino para viajeros libres”.
Y volví a llorar. Y me hinqué en la nieve, mientras por dentro, atesorando la Voz del Molinero y el ritmo de su faena, me vino al corazón el inicio de aquel añejo himno a la gloriosa Cruz:
“Vexilla regis prodeunt: fulget Crucis mysterium”
(Los estandartes del Rey se nos adelantan: es el misterio fulgurante de la Cruz).