Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

17 de noviembre de 2014

CERCANOS A CRISTO REY: SEPTENARIO (I) LA VERDAD

En estos días cercanos 
a la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, 
en que la Iglesia 
a través de la sabia pedagogía de su liturgia 
nos invita a poner la mirada de la fe 
en la consumación de los tiempos, 
vamos a meditar en siete palabras.



En el Prefacio de la Plegaria Eucarística correspondiente a este Fiesta litúrgica, se expresa:

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre Santo,
Dios todopoderoso y eterno:

Porque has ungido con el óleo de la alegría
a tu Hijo único, nuestro Señor Jesucristo,
como Sacerdote eterno y Rey del universo.
Él, víctima inmaculada y pacífica,
se ofreció en el altar de la Cruz,
realizando el misterio de la redención humana.

Así sometió a su poder a la creación entera,
para entregarte, Padre santo,
el reino eterno y universal,
reino de la VERDAD  y la VIDA,
reino de la SANTIDAD y la GRACIA,
reino de la JUSTICIA, el AMOR y la PAZ.


El primer adjetivo de este Reino es el de la V E R D A D.


Leemos en el Evangelio de San Juan:

En aquel tiempo dijo Jesús: “Mi realeza no procede de este mundo; si fuera rey como los de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá. "Pilato le preguntó: Entonces ¿tú eres rey?" Jesús contestó: "Tú lo has dicho: Yo soy Rey. Para esto nací, para esto vine al mundo, para dar testimonio de la Verdad". (Jn 18, 36-37) 


Así explica Benedicto XVI este texto en su libro “JESÚS DE NAZARET”



         Esta «confesión» de Jesús pone a Pi­lato ante una situación extraña: el acu­sado reivindica realeza y reino (basi­leia). Pero hace hincapié en la total di­versidad de esta realeza, y esto con una observación concreta que para el juez romano debería ser decisiva: nadie combate por este reinado. Si el poder, y precisamente el poder militar, es ca­racterístico de la realeza y del reinado, nada de esto se encuentra en Jesús. Por eso tampoco hay una amenaza para el ordenamiento romano. Este reino no es violento. No dispone de una legión.

        Con estas palabras Jesús ha creado un concepto absolutamente nuevo de realeza y de reino, y lo expone ante Pi­lato, representante del poder clásico en la tierra.
        Junto con la clara delimitación de la idea de reino (nadie lucha, impotencia terrenal), Jesús ha introducido un con­cepto positivo para hacer comprensible la esencia y el carácter particular del poder de este reinado: la verdad.

        Pero la verdad, ¿es acaso una catego­ría política? O bien, ¿acaso el «reino» de Jesús nada tiene que ver con la polí­tica? Entonces, ¿a qué orden pertenece? Si Jesús basa su concepto de reinado y de reino en la verdad como categoría fundamental, resulta muy comprensible que el pragmático Pilato preguntara: «¿Qué es la verdad?» (18,38).

        Es la cuestión que se plantea tam­bién en la doctrina moderna del Esta­do: ¿Puede asumir la política la verdad como categoría para su estructura? ¿O debe dejar la verdad, como dimensión inaccesible, a la subjetividad y tratar más bien de lograr establecer la paz y la justicia con los instrumentos disponi­bles en el ámbito del poder? Y la polí­tica, en vista de la imposibilidad de po­der contar con un consenso sobre la verdad y apoyándose en esto, ¿no se convierte acaso en instrumento de cier­tas tradiciones que, en realidad, son só­lo formas de conservación del poder?

        Pero, por otro lado, ¿qué ocurre si la verdad no cuenta nada? ¿Qué justicia será entonces posible? ¿No debe haber quizás criterios comunes que garanticen verdaderamente la justicia para todos, criterios fuera del alcance de las opiniones cambiantes y de las concentraciones de poder? ¿No es cierto que las gran­des dictaduras han vivido a causa de la mentira ideológica y que sólo la verdad ha podido llevar a la liberación?

        ¿Qué es la verdad? La pregunta del pragmático, hecha superficialmente con cierto escepticismo, es una cuestión muy seria, en la cual se juega efectiva­mente el destino de la humanidad. En­tonces, ¿qué es la verdad? ¿La pode­mos reconocer? ¿Puede entrar a formar parte como criterio en nuestro pensar y querer, tanto en la vida del individuo como en la de la comunidad?

        Dios es «ipsa summa et prima veritas, la primera y suma verdad» (S. Theol. I, q. 16, a. 5 c). Con esta fórmula estamos cerca de lo que Jesús quiere decir cuan­do habla de la verdad, para cuyo testi­monio ha venido al mundo. Verdad y opinión errónea, verdad y mentira, es­tán continuamente mezcladas en el mundo de manera casi inseparable. La verdad, en toda su grandeza y pureza, no aparece. El mundo es «verdadero» en la medida en que refleja a Dios, el sentido de la creación, la Razón eterna de la cual ha surgido. Y se hace tanto más verdadero cuanto más se acerca a Dios. El hombre se hace verdadero, se convierte en sí mismo, si llega a ser conforme a Dios. Entonces alcanza su verdadera naturaleza. Dios es la reali­dad que da el ser y el sentido.

        «Dar testimonio de la verdad» signi­fica dar valor a Dios y su voluntad frente a los intereses del mundo y sus poderes. Dios es la medida del ser. En este sentido, la verdad es el verdadero «Rey» que da a todas las cosas su luz y su grandeza. Podemos decir también que dar testimonio de la verdad signifi­ca hacer legible la creación y accesible su verdad a partir de Dios, de la Razón creadora, para que dicha verdad pueda ser la medida y el criterio de orienta­ción en el mundo del hombre; y que se haga presente también a los grandes y poderosos el poder de la verdad, el de­recho común, el derecho de la verdad.

        Digámoslo tranquilamente: la irre­dención del mundo consiste precisa­mente en la ilegibilidad de la Creación, en la irreconocibilidad de la Verdad; una situación que lleva necesariamente al dominio del pragmatismo y, de este modo, hace que el poder de los fuertes se convierta en el dios de este mundo.

        ¿Qué es la verdad? Pilato no ha sido el único que ha dejado al margen esta cuestión como insoluble y, para sus propósitos, impracticable. También hoy se la considera molesta, tanto en la contienda política como en la discusión sobre la formación del derecho. Pero sin la verdad el hombre pierde en defi­nitiva el sentido de su vida para dejar el campo libre a los más fuertes. «Re­dención», en el pleno sentido de la pa­labra, sólo puede consistir en que la verdad sea reconocible. Y llega a ser re­conocible si Dios es reconocible. Él se da a conocer en Jesucristo. En Cristo, ha entrado en el mundo y, con ello, ha plantado el criterio de la verdad en me­dio de la historia. La realeza anunciada por Jesús en las parábolas y, finalmen­te, de manera completamente abierta ante el juez terreno, es precisamente el reinado de la verdad. Lo que importa es el establecimiento de este reinado como verdadera liberación del hombre.




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