En estos días cercanos
a la solemnidad de Jesucristo,
Rey del Universo,
en que la Iglesia
a través de la sabia pedagogía de su
liturgia
nos invita a poner la mirada de la fe
en la consumación de los
tiempos,
vamos a meditar en siete palabras.
En el Prefacio de la Plegaria Eucarística
correspondiente a este Fiesta litúrgica, se expresa:
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre Santo,
Dios todopoderoso y eterno:
Porque has ungido con el óleo de la alegría
a tu Hijo único, nuestro Señor Jesucristo,
como Sacerdote eterno y Rey del universo.
Él, víctima inmaculada y pacífica,
se ofreció en el altar de la Cruz,
realizando el misterio de la redención humana.
Así sometió a su poder a la creación entera,
para entregarte, Padre santo,
el reino eterno y universal,
reino de la VERDAD y la VIDA,
reino de la SANTIDAD y la GRACIA,
reino de la JUSTICIA, el AMOR y la PAZ.
es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre Santo,
Dios todopoderoso y eterno:
Porque has ungido con el óleo de la alegría
a tu Hijo único, nuestro Señor Jesucristo,
como Sacerdote eterno y Rey del universo.
Él, víctima inmaculada y pacífica,
se ofreció en el altar de la Cruz,
realizando el misterio de la redención humana.
Así sometió a su poder a la creación entera,
para entregarte, Padre santo,
el reino eterno y universal,
reino de la VERDAD y la VIDA,
reino de la SANTIDAD y la GRACIA,
reino de la JUSTICIA, el AMOR y la PAZ.
El primer adjetivo de este
Reino es el de la V E R
D A D.
Leemos en el
Evangelio de San Juan:
En aquel tiempo dijo Jesús: “Mi realeza no procede de este mundo; si
fuera rey como los de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera
en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá. "Pilato le preguntó:
Entonces ¿tú eres rey?" Jesús contestó: "Tú lo has dicho: Yo soy Rey.
Para esto nací, para esto vine al mundo, para dar testimonio de la
Verdad". (Jn 18, 36-37)
Así explica Benedicto XVI este texto en su libro “JESÚS DE NAZARET”
Esta «confesión» de Jesús pone a Pilato
ante una situación extraña: el acusado reivindica realeza y reino (basileia).
Pero hace hincapié en la total diversidad de esta realeza, y esto con una
observación concreta que para el juez romano debería ser decisiva: nadie
combate por este reinado. Si el poder, y precisamente el poder militar, es característico
de la realeza y del reinado, nada de esto se encuentra en Jesús. Por eso
tampoco hay una amenaza para el ordenamiento romano. Este reino no es violento.
No dispone de una legión.
Con estas palabras
Jesús ha creado un concepto absolutamente nuevo de realeza y de reino, y lo
expone ante Pilato, representante del poder clásico en la tierra.
Junto con la clara
delimitación de la idea de reino (nadie lucha, impotencia terrenal), Jesús ha
introducido un concepto positivo para hacer comprensible la esencia y el
carácter particular del poder de este reinado: la verdad.
Pero la verdad,
¿es acaso una categoría política? O bien, ¿acaso el «reino» de Jesús nada
tiene que ver con la política? Entonces, ¿a qué orden pertenece? Si Jesús basa
su concepto de reinado y de reino en la verdad como categoría fundamental,
resulta muy comprensible que el pragmático Pilato preguntara: «¿Qué es la
verdad?» (18,38).
Es la cuestión que
se plantea también en la doctrina moderna del Estado: ¿Puede asumir la
política la verdad como categoría para su estructura? ¿O debe dejar la verdad,
como dimensión inaccesible, a la subjetividad y tratar más bien de lograr
establecer la paz y la justicia con los instrumentos disponibles en el ámbito
del poder? Y la política, en vista de la imposibilidad de poder contar con un
consenso sobre la verdad y apoyándose en esto, ¿no se convierte acaso en
instrumento de ciertas tradiciones que, en realidad, son sólo formas de
conservación del poder?
Pero, por otro
lado, ¿qué ocurre si la verdad no cuenta nada? ¿Qué justicia será entonces
posible? ¿No debe haber quizás criterios comunes que garanticen verdaderamente
la justicia para todos, criterios fuera del alcance de las opiniones cambiantes
y de las concentraciones de poder? ¿No es cierto que las grandes dictaduras
han vivido a causa de la mentira ideológica y que sólo la verdad ha podido
llevar a la liberación?
¿Qué es la verdad? La
pregunta del pragmático, hecha superficialmente con cierto escepticismo, es una
cuestión muy seria, en la cual se juega efectivamente el destino de la
humanidad. Entonces, ¿qué es la verdad? ¿La podemos reconocer? ¿Puede entrar
a formar parte como criterio en nuestro pensar y querer, tanto en la vida del
individuo como en la de la comunidad?
Dios es «ipsa summa et prima
veritas, la primera y suma verdad» (S. Theol. I, q. 16, a. 5 c). Con
esta fórmula estamos cerca de lo que Jesús quiere decir cuando habla de la
verdad, para cuyo testimonio ha venido al mundo. Verdad y opinión errónea, verdad y mentira, están continuamente
mezcladas en el mundo de manera casi inseparable. La verdad, en toda su
grandeza y pureza, no aparece. El mundo es «verdadero» en la medida en que
refleja a Dios, el sentido de la creación, la Razón eterna de la cual ha
surgido. Y se hace tanto más verdadero cuanto más se acerca a Dios. El hombre
se hace verdadero, se convierte en sí mismo, si llega a ser conforme a Dios.
Entonces alcanza su verdadera naturaleza. Dios es la realidad que da el ser y
el sentido.
«Dar testimonio de la verdad»
significa dar valor a Dios y su voluntad frente a los intereses del mundo y
sus poderes. Dios es la medida del ser. En este sentido, la verdad es el
verdadero «Rey» que da a todas las cosas su luz y su grandeza. Podemos decir
también que dar testimonio de la verdad significa hacer legible la creación y
accesible su verdad a partir de Dios, de la Razón creadora, para que dicha
verdad pueda ser la medida y el criterio de orientación en el mundo del
hombre; y que se haga presente también a los grandes y poderosos el poder de la
verdad, el derecho común, el derecho de la verdad.
Digámoslo
tranquilamente: la irredención del mundo consiste precisamente en la
ilegibilidad de la Creación, en la irreconocibilidad de la Verdad; una
situación que lleva necesariamente al dominio del pragmatismo y, de este modo,
hace que el poder de los fuertes se convierta en el dios de este mundo.
¿Qué es la verdad?
Pilato no ha sido el único que ha dejado al margen esta cuestión como insoluble
y, para sus propósitos, impracticable. También hoy se la considera molesta,
tanto en la contienda política como en la discusión sobre la formación del
derecho. Pero sin la verdad el hombre pierde en definitiva el sentido de su
vida para dejar el campo libre a los más fuertes. «Redención», en el pleno
sentido de la palabra, sólo puede consistir en que la verdad sea reconocible.
Y llega a ser reconocible si Dios es reconocible. Él se da a conocer en
Jesucristo. En Cristo, ha entrado en el mundo y, con ello, ha plantado el
criterio de la verdad en medio de la historia. La realeza anunciada por Jesús
en las parábolas y, finalmente, de manera completamente abierta ante el juez
terreno, es precisamente el reinado de la verdad. Lo que importa es el
establecimiento de este reinado como verdadera liberación del hombre.
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