REINO DE LA JUSTICIA
En estos días cercanos a la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo,
en que la Iglesia a través de la sabia pedagogía de su liturgia
nos invita a poner la mirada de la fe en la consumación de los tiempos,
vamos a meditar en siete palabras.
El Catecismo de la Iglesia católica
define con precisión
el último artículo de la Profesión de
Fe (Credo)
referida a Cristo como Juez universal:
“Y de nuevo vendrá con gloria,
para juzgar a vivos y muertos
y su Reino no tendrá fin”
“Et íterum ventúrus est cum glória
inducáre vivos et mortuos:
cuius Regni non erit finis”.
RESUMEN:
680 Cristo, el Señor, reina ya por la Iglesia, pero todavía no
le están sometidas todas las cosas de este mundo. El triunfo del Reino de
Cristo no tendrá lugar sin un último asalto de las fuerzas del mal.
681 El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la
gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como
el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia.
682 Cristo glorioso, al venir al final de los tiempos a juzgar a
vivos y muertos, revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá
a cada hombre según sus obras y según su aceptación o su rechazo de la gracia.
DESARROLLO:
El
glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
673 Desde la Ascensión, el advenimiento
de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros
no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su
autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este acontecimiento escatológico
se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Ts 5,
2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén
"retenidos" en las manos de Dios (cf. 2 Ts 2, 3-12).
674 La venida del Mesías glorioso, en un
momento determinado de la historia (cf. Rm 11, 31), se vincula al
reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt
23, 39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en
"la incredulidad" (Rm 11, 20) respecto a Jesús. San Pedro dice
a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean
borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al
Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo
hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus
profetas" (Hch 3, 19-21). Y san Pablo le hace eco: "si su reprobación ha sido la
reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre
los muertos?" (Rm 11, 5).
La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en
la salvación mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm
11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).
La
última prueba de la Iglesia
675 Antes del advenimiento de Cristo, la
Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos
creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña
a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20)
desvelará el "misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura
religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas
mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema
es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se
glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en
la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn
2, 18.22).
676 Esta impostura del Anticristo aparece
esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza
mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo
histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la
Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de
milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo
secularizado, "intrínsecamente perverso" (cf. Pío XI, carta enc. Divini
Redemptoris, condenando "los errores presentados bajo un falso
sentido místico" "de esta especie de falseada redención de los más
humildes"; GS
20-21).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria
del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su
muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por
tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en
forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último
desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el
cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión
del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la
última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
678 Siguiendo a los profetas (cf. Dn
7, 10; Jl 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3,
7-12), Jesús anunció en su
predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la
conducta de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el secreto de los corazones
(cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5).
Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia
ofrecida por Dios (cf Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La actitud con respecto
al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino (cf.
Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último día: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí
me lo hicisteis" (Mt
25, 40).
679 Cristo es Señor de la vida eterna. El
pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los
hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. "Adquirió" este
derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado "todo juicio al
Hijo" (Jn 5, 22; cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch
10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar
sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf. Jn
5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se
juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus
obras (cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al
rechazar el Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10,
26-31).
inducáre vivos et mortuos:
cuius Regni non erit finis”.
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