El quinto precepto de la Iglesia manda que la ayudemos en sus necesidades y en sus obras.
Si bien en la Iglesia hoy no se pide el
“diezmo”, (esto es el 10% de los ingresos de cada persona que la integra), se
necesita insistir en la necesaria colaboración económica que todos debemos
aprontar para que la Iglesia pueda cumplir su misión evangelizadora.
No hay que olvidar que es deber de
los fieles atender, según las posibilidades de cada uno, con su ayuda económica
al culto y al decoroso sustento de los ministros de Dios.
Sin duda que la ayuda de Dios siempre hará posible la vida de la Iglesia. Pero no podemos caer en una actitud "providencialista" en lo que se refiere al sostenimiento de la Iglesia.
Todos los bienes los hemos recibido
de Dios. El contribuir con ellos para ayudar a la Iglesia en sus necesidades,
es una manera de agradecer a Dios lo que nos ha dado, y rogarle que nos siga
bendiciendo.
Los sacerdotes han consagrado su
vida a trabajar exclusivamente por el bien espiritual de los hombres, por lo
tanto, de ellos deben recibir lo necesario para satisfacer sus necesidades
humanas, y poder seguir estudiando y estar siempre bien preparados para el
desempeño de su ministerio.
Dice el Código de Derecho Canónico:
“Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades,
de modo que disponga de lo necesario para el culto divino, las obras
apostólicas y de caridad, y el conveniente sustento de los ministros”. (canon 222)
Los católicos deben también
contribuir al sostenimiento del Seminario de la Diócesis, donde se están
formando los futuros sacerdotes que han de atender a las almas.
Todos hemos de sentir la Iglesia
como propia. Es un deber de justicia ayudar a la Iglesia en todo lo relativo al
apostolado, porque de la Iglesia recibimos el mayor bien que se puede recibir
en este mundo: los medios de la salvación eterna.
La Iglesia necesita recursos que
hacen posible que pueda llevar adelante su función evangelizadora. Estos
recursos provienen, en su mayor parte, de la misma comunidad eclesial, si bien es justo que se reciban
otras ayudas de los organismos encargados de tutelar el bien común, en virtud de la contribución que la Iglesia realiza en acciones sociales que benefician
a toda la comunidad.
Contribuir
al sostenimiento de la Iglesia es una obligación moral de todos y cada uno de
cuantos la componen. El cuidado de los pobres, la
atención a los enfermos y ancianos, la catequesis, el culto, la acción
misionera de la Iglesia necesitan unos recursos materiales. Y con presupuestos
muy reducidos se hacen obras admirables por su valor religioso y social.
Sería una actitud de "espectador" la falta de colaboración. No pueden ser que sean unos pocos los que trabajen y
aporten, y todos los que se beneficien.
La ayuda material a la Iglesia no
es un simple gesto de largueza, sino una obligación: la de compartir los bienes
que se tienen para que sirvan de ayuda para todos.
Nuestra colaboración a la Iglesia
no debe limitarse a lo económico; debemos también prestar nuestra colaboración
personal, en la medida que nos sea posible, en las obras de apostolado y en las
tareas que lleva adelante la Iglesia en tantos campos de la vida social.
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