Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

11 de noviembre de 2014

CERCANOS A CRISTO REY



EL CRISTO PANTOCRATOR 

DEL ÁBSIDE DE LA CATEDRAL DE CEFALÚ

MAJESTAD DEL SEÑOR 

BELLEZA Y BONDAD DEL MAESTRO




Una lectura iconográfica del maravilloso Cristo que preside este blog nos puede acercar a lo que expresa. Se trata de la magnífica composición  en mosaico bizantino que preside el ábside de la Catedral de Cefalú, consagrada en Sicilia, Italia, en Pentecostés del año 1131.


La inscripción del Nombre de Jesús, el Salvador,  (arriba) se encuentra en la parte superior de la pintura, a izquierda y derecha respectivamente con las iniciales griegas IC, Iesous, (izquierda), XC, Cristós (derecha). 

Rodeando la figura de Cristo se lee la siguiente inscripción:

Factus homo factor,
hominis factique Redemptor.
Iudico corporeus corpora corda Deus.

(Yo) el creador (me) he hecho hombre.
Yo Redentor del hombre y del hombre que hice.
Juzgo en cuanto corpóreo los cuerpos, en cuando Dios los corazones

Su rostro tiene como modelo arquetípico las facciones del rostro de la sábana santa de Turín. Dice S. Juan Pablo II a los artistas: “La belleza es en un cierto sentido la expresión visible del bien, así como el bien es  la condición metafísica de la belleza”, “Kalokagathía” (καλοκαγαθία) , del griego, kalos kai agathos (καλός καi αγαθός), que significa literalmente bello y bueno, o bello y virtuoso. El icono del “Salvador”  es un rostro viril que nos muestra la belleza y la bondad incomparables de Cristo”.

San Juan Damasceno nos transmite los rasgos fundamentales, que los grandes  iconógrafos del pasado -hombres de profunda contemplación-, delinearon  primero en su corazón y en su mente antes de pintarlo: “con las cejas unidas en un arco, con ojos hermosos, la nariz alargada, los cabellos ondulados, el cuerpo flexible, el aspecto juvenil, la barba negra, la carne de color trigueño, como era la de su Madre, los dedos largos”.

En su rostro contemplamos la Majestad del Señor Todopoderoso, (Pantocrator), y  la Belleza y Bondad de Cristo Maestro.

El oro intenso del fondo es símbolo de Dios. A diferencia de los demás colores, que necesitan de luz para ser vistos, el oro, en cambio, que es un mineral con luz propia, es el símbolo de la Luz divina. Este símbolo se muestra de manera especial en el “nimbo”, ya que en él se manifiesta la divina Presencia de Aquel que es la “irradiación luminosa de su gloria e impronta de su substancia”, como dice San Pablo (cfr. Heb 1,3).

La cruz que se dibujan detrás del rostro, indican el título mesiánico y divino de Jesús y su misión redentora.

Su majestuosa cabellera contornea poderosamente su cabeza, sede de la Sabiduría divina, y a la vez  “corona sus sienes y hace resaltar su semblante..

 “Él abrirá el libro y sus siete sellos” (Ap 5,5) como lo muestra su mano izquierda sosteniendo el libro, “tabernáculo de la Palabra que contiene sus enseñanzas y sus misterios, la revelación del Padre que Él ha venido a traernos, el plan divino de la salvación del mundo por el realizada y de la que sólo Él conoce los secretos”.

Los ojos de Jesús: Sus ojos grandes, verdaderas ventanas del alma por donde se puede vislumbrar el fuego del Espíritu que nos invita al mundo espiritual de los misterios divinos, a la unión con el Verbo de Dios. Los ojos, se dice, son los “espejos del alma”, por donde podemos conocer un poco más la fisonomía espiritual de Cristo, son como el límite por donde se funde y se traspasa de lo transitorio a lo Eterno, de lo visible a lo Invisible. Más que el ojo humano, debemos descubrir en Jesús una Mirada, la mirada del mismo Dios que se ha revestido de una carne humana para salvarnos; como la mirada al “joven rico” del Evangelio. Su mirada es el sinónimo del “amor primero”, porque me amó antes que yo me convirtiera a Él, me miró, (podríamos agregar) antes que yo lo mirara, “me amó y se entregó por mi” (Ga 2,20).

El Salvador que estamos contemplando, es un Cristo en plenitud, vigoroso, que ni siquiera tiene el color de la carne terrenal, sino la tez pálida de Aquel que ya ha vencido la muerte, lleno de luz, transfigurado. Todo el rostro de Cristo es luminoso, irradia luz desde adentro, (ningún icono tiene un foco de luz externa). Él es el único que puede decir: “Yo soy la Luz del mundo” (Jn,1,5). “Al  encarnarse, el Hijo de Dios se manifestó como luz, (dice San Juan Pablo II). No sólo luz externa, en la historia del mundo, sino también dentro del hombre, en su historia personal. Se hizo uno de nosotros, dando sentido y nuevo valor a nuestra existencia terrena. (…) “respetando plenamente la libertad humana, Cristo se convirtió en “lux mundi, la luz del mundo[12]. “el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). “Luz que brilla en las tinieblas” (cf. Jn 1,5). “Todos los misterios se resumen y se reflejan en el rostro de Cristo, belleza esplendorosa de Dios y belleza humana sin igual”

El color de la vestimenta –oro y azul-, simboliza la doble naturaleza divina y humana en la unidad de la Persona divina.  Como bien dice bellamente el P. Alfredo Sáenz:  “El iconógrafo es un teólogo con el pincel en la mano, disponiendo de colores para proponer la doctrina”[14].

El azul oscuro del manto del Pantocrátor (himátion), -siguiendo a  Sendler-, representa la divinidad (“el misterio de la vida divina”). Sendler, siguiendo al Aeropagita, dice del azul:

“Dionisio lo llamaba “el misterio de los seres”, “carácter misterioso”. “Es el color de la trascendencia en relación a todo lo que es terrestre y sensible: en efecto, entre todos los colores la irradiación del azul es la menos sensible y la más espiritual” “produce una impresión de profundidad y de calma. Es el color más humilde, se usa también para la Virgen), (…). “En Egipto era el emblema de la inmortalidad”; (…). El Antiguo Testamento conocía una sola tinta de azul: el azul jacinto”,…“que recordaba con su color el cielo, la casa de Dios”. (…). En la iconografía, encontramos el azul oscuro sobretodo en el manto del Pantocrátor (himátion), como también en los vestidos de la Virgen (kitón) y de los apóstoles”. A pesar de la ausencia de fuentes para el simbolismo de este color, se puede afirmar que en este ambiente cultural significa el misterio de la vida divina”. 


Al decir en el Padrenuestro ¡QUE VENGA TU REINO! estamos expresando nuestra fe y nuestra esperanza en Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida, y el anhelo ferviente de un Reino de la Verdad y la Vida, Reino de la santidad y la gracia, Reino de justicia, de amor y de paz, donde Dios sea todo en todos.

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