EL CRISTO PANTOCRATOR
DEL ÁBSIDE DE LA CATEDRAL DE CEFALÚ
MAJESTAD DEL SEÑOR
BELLEZA Y BONDAD DEL MAESTRO
Una lectura iconográfica del maravilloso Cristo que preside este blog nos
puede acercar a lo que expresa. Se trata de la magnífica composición en mosaico bizantino que preside el ábside de la
Catedral de Cefalú, consagrada en Sicilia, Italia, en Pentecostés del año 1131.
La inscripción del
Nombre de Jesús, el Salvador, (arriba) se encuentra en la parte superior
de la pintura, a izquierda y derecha respectivamente con las iniciales griegas IC, Iesous, (izquierda), XC, Cristós (derecha).
Rodeando la figura de
Cristo se lee la siguiente inscripción:
Factus homo factor,
hominis factique Redemptor.
Iudico corporeus corpora corda
Deus.
(Yo) el creador (me) he hecho
hombre.
Yo Redentor del hombre y del
hombre que hice.
Juzgo en cuanto corpóreo los
cuerpos, en cuando Dios los corazones
Su rostro tiene como modelo arquetípico las facciones del rostro de la sábana santa de Turín.
Dice S. Juan Pablo II a los artistas: “La belleza es
en un cierto sentido la expresión visible del bien, así como el bien es la condición metafísica de la
belleza”, “Kalokagathía” (καλοκαγαθία) , del
griego, kalos kai agathos (καλός καi αγαθός), que
significa literalmente bello y bueno, o bello y virtuoso. El icono del
“Salvador” es un rostro viril que nos
muestra la belleza y la bondad incomparables de Cristo”.
San Juan Damasceno nos transmite
los rasgos fundamentales, que los grandes iconógrafos del pasado -hombres
de profunda contemplación-, delinearon primero en su corazón y en su
mente antes de pintarlo: “con las cejas unidas en un
arco, con ojos hermosos, la nariz alargada, los cabellos ondulados, el cuerpo
flexible, el aspecto juvenil, la barba negra, la carne de color trigueño, como
era la de su Madre, los dedos largos”.
En su rostro contemplamos la Majestad del Señor Todopoderoso,
(Pantocrator), y
la Belleza y Bondad de Cristo Maestro.
El oro intenso del fondo es
símbolo de Dios. A diferencia de los demás colores, que necesitan de luz para
ser vistos, el oro, en cambio, que es un mineral con luz propia, es el símbolo
de la Luz divina. Este símbolo se muestra de manera especial en el “nimbo”, ya
que en él se manifiesta la divina Presencia de Aquel que es la “irradiación luminosa de su
gloria e impronta de su substancia”, como dice San Pablo (cfr. Heb
1,3).
La cruz que se dibujan detrás del rostro, indican el título mesiánico
y divino de Jesús y su misión redentora.
Su majestuosa cabellera contornea poderosamente su cabeza, sede de la Sabiduría
divina, y a la vez “corona sus sienes y hace resaltar su semblante..
“Él
abrirá el libro y sus siete sellos” (Ap 5,5) como lo muestra su mano izquierda sosteniendo
el libro, “tabernáculo de la Palabra que contiene sus
enseñanzas y sus misterios, la revelación del Padre que Él ha venido a
traernos, el plan divino de la salvación del mundo por el realizada y de la que
sólo Él conoce los secretos”.
Los ojos de Jesús: Sus ojos grandes, verdaderas ventanas del alma por donde
se puede vislumbrar el fuego del Espíritu que nos invita al mundo espiritual de
los misterios divinos, a la unión con el Verbo de Dios. Los ojos, se dice, son
los “espejos del alma”, por donde podemos conocer un poco más la fisonomía
espiritual de Cristo, son como el límite por donde se funde y se traspasa de lo
transitorio a lo Eterno, de lo visible a lo Invisible. Más que el ojo humano, debemos
descubrir en Jesús una Mirada, la mirada del mismo Dios que se ha
revestido de una carne humana para salvarnos; como la mirada al “joven rico”
del Evangelio. Su mirada es el sinónimo del “amor primero”, porque me amó antes
que yo me convirtiera a Él, me miró, (podríamos agregar) antes que yo lo
mirara, “me amó y se entregó por mi” (Ga
2,20).
El Salvador que estamos
contemplando, es un Cristo en plenitud, vigoroso, que ni siquiera tiene el color de la carne terrenal, sino la tez pálida de Aquel
que ya ha vencido la muerte, lleno de luz, transfigurado. Todo el rostro de
Cristo es luminoso, irradia luz desde adentro, (ningún icono tiene un foco de
luz externa). Él es el único que puede decir: “Yo soy la Luz del mundo” (Jn,1,5). “Al
encarnarse, el Hijo de Dios se manifestó como luz, (dice San Juan Pablo
II). No sólo luz externa, en la historia del mundo, sino también dentro del
hombre, en su historia personal. Se hizo uno de nosotros, dando sentido y nuevo
valor a nuestra existencia terrena. (…) “respetando plenamente la libertad
humana, Cristo se convirtió en “lux mundi, la luz del mundo“[12]. “el que me siga no caminará en
la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). “Luz que brilla en las
tinieblas” (cf. Jn
1,5). “Todos los misterios se resumen y se reflejan en el rostro de
Cristo, belleza esplendorosa de Dios y belleza humana sin igual”
El color de la vestimenta –oro y azul-, simboliza la doble naturaleza divina y
humana en la unidad de la Persona divina. Como
bien dice bellamente el P. Alfredo Sáenz: “El
iconógrafo es un teólogo con el pincel en la mano, disponiendo
de colores para proponer la doctrina”[14].
El azul oscuro del manto del Pantocrátor (himátion), -siguiendo a Sendler-, representa la
divinidad (“el misterio de la vida divina”). Sendler, siguiendo al Aeropagita,
dice del azul:
“Dionisio lo llamaba “el misterio
de los seres”, “carácter misterioso”. “Es el color de la trascendencia en
relación a todo lo que es terrestre y sensible: en efecto, entre todos los
colores la irradiación del azul es la menos sensible y la más espiritual”
“produce una impresión de profundidad y de calma. Es el color más humilde, se
usa también para la Virgen), (…). “En Egipto era el emblema de la
inmortalidad”; (…). El Antiguo Testamento conocía una sola tinta de azul: el azul jacinto”,…“que
recordaba con su color el cielo, la casa de Dios”. (…). En la iconografía,
encontramos el azul oscuro sobretodo en el manto del Pantocrátor (himátion), como también en los vestidos de la Virgen (kitón) y de los apóstoles”. A pesar de la ausencia de
fuentes para el simbolismo de este color, se puede afirmar que en este ambiente
cultural significa el misterio de la vida divina”.
Al decir en el Padrenuestro ¡QUE
VENGA TU REINO! estamos expresando nuestra fe y nuestra esperanza en Aquel que es el
Camino, la Verdad y la Vida, y el anhelo ferviente de un Reino de la Verdad y
la Vida, Reino de la santidad y la gracia, Reino de justicia, de amor y de paz,
donde Dios sea todo en todos.
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