EL BEATO PABLO VI Y LAS DEFECCIONES SACERDOTALES
Seis meses antes de su muerte, el Papa Pablo VI
manifestaba al clero de Roma el profundo dolor que causaba en su alma la ola
creciente de las defecciones sacerdotales. Junto con alentar a los sacerdotes a
ser fieles al llamado de Cristo, el Papa deploraba el afán desmedido de muchos
clérigos por asimilarse a un hombre de mundo, desacralizando así su persona y
su ministerio. Un texto digno de meditación y de perenne actualidad, si de
verdad se busca un repunte significativo en el número de las vocaciones sacerdotales.
“…Nos abstenemos ahora de considerar las formas y
las proporciones del fenómeno de las defecciones sacerdotales que estos
últimos años ha afligido a la Iglesia y que está presente cada día en nuestra
pena y en nuestra oración.
Las estadísticas nos abruman; la casuística nos
desconcierta; las motivaciones, sí, nos imponen respeto y nos mueven a
compasión, pero nos causan un dolor inmenso; la suerte de los débiles que
han encontrado fuerza para desertar de su compromiso nos confunde y nos hace
invocar la misericordia de Dios.
Que sean justamente los predilectos de la Casa de
Dios quienes impugnen su estabilidad y violen sus costumbres tiene para
nosotros algo de inverosímil, qué nos pone en los labios las angustiadas
palabras del Salmo: Si inimicus meus maledixisset mihi, sustinuissem
utique… “Si me hubiese injuriado un enemigo, lo habría soportado; si
se hubiese alzado contra mí un adversario, me habría escondido de él.
¡Pero eres tú, mi compañero, mi amigo y confidente! ¡Nos unía una dulce
amistad, caminábamos jubilosos hacia la casa de Dios!" (Sal 54,
13-15).
Una táctica calculada se ha apoderado de la
sicología de algunos hermanos en el sacerdocio —queremos creer que pocos—
para desconsagrar su figura tradicional; un proceso de desacralización se
ha apoderado de la institución sacerdotal para demoler su consistencia y cubrir
sus ruinas, una manía de aseglaramiento ha arrancado las ínfulas exteriores del
hábito sagrado y ha extirpado del corazón de algunos la sagrada reverencia
debida a su propia persona, para sustituirla con una exhibida vanidad de lo
profano y a veces incluso con la audacia de lo ilícito y de lo intemperante”.
(DISCURSO DEL BEATO PABLO VI A LOS
SACERDOTES DE ROMA. Capilla Sixtina, viernes 10 de febrero de 1978).