EL PANTEÍSMO Y EL
GNOSTICISMO
Un análisis de
las corrientes pseudoreligiosas que se propalan en Occidente en la actualidad,
escrito por el Cardenal de México Norberto Rivera Carrera, al comenzar el nuevo
milenio.
Plantea cómo, a través
de corrientes pseudoespirituales, se busca desterrar la fe cristiana de la vida
social, confundiéndola con teorías gnósticas, panteístas, ecologistas y de
meditación como el zen, el taichí y el yoga.
Por el Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de México
El Papa, Juan Pablo II en su Carta
Apostólica Tertio millennio adveniente, se refería (al inicio del año
2000) como un nuevo adviento para la humanidad, en el que la figura de
Cristo sea colocada de nuevo en el centro de las aspiraciones del hombre[1]. La Iglesia redobla su
esfuerzo para anunciar a este Cristo que “es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb
13,8). Y así ayudar a la humanidad a “cruzar el umbral del tercer milenio como
umbral de auténtica esperanza”[2].
El New Age y la falsa esperanza
Si el fin del milenio trajo consigo un acentuado anhelo de acabar con los profundos males que afligen al mundo, puede también propiciar la difusión de falsas esperanzas y promesas ilusorias. En nuestros días se ha suscitado por enésima vez el espíritu del milenarismo, es decir, la anticipación de una nueva era inminente de un cambio radical e instantáneo que pondrá fin al presente estado de las cosas.
Quizás la expresión humanamente más atractiva pero, a la vez, más ambigua y cuestionable de esta tendencia milenarista es lo que se llama comúnmente el movimiento del New Age. Al contrario de lo que las sectas de corte adventista prevén para el fin del milenio (un desenlace catastrófico cuyos sobrevivientes serán exclusivamente miembros de su propio grupo), el New Age pregona una edad de oro para toda la humanidad. El New Age es la creencia en el inicio de un mundo cualitativamente diverso y mejor que éste. Este paso evolutivo traerá consigo una iluminación de la conciencia de los hombres. Desvanecerá nuestra percepción fragmentada de la realidad y, supuestamente, veremos el universo entero como es: un todo vivo y único del cual nosotros mismos no somos más que una parte.
Todo el mensaje del New Age es reviste de un optimismo desbordante y resalta lo positivo, lo fácil y lo inmediato de la transformación que propone. No es de maravillarnos, por tanto, que precisamente en estos años, su difusión a nuestro alrededor haya sido tan amplia. Por todas partes observamos que se multiplican las librerías, las tiendas, los cursos y talleres, los retiros espirituales, las películas y los programas de televisión que promueven los contenidos y valores del New Age. Sus ideas, sus campañas de concienciación y su espiritualidad aparecen en los salones escolares de nuestros niños e inclusive en la predicación y enseñanza religiosa de instituciones católica con creciente frecuencia. Respecto a esto, el Papa Juan Pablo II advirtió claramente a un grupo de obispos hace poco:
“Las ideas del New Age a veces se abren camino en la predicación, la catequesis, los congresos y los retiros, y así llegan a influir incluso en los católicos practicantes que tal vez no son conscientes de la incompatibilidad de esas ideas con la fe de la Iglesia”[3].
La rápida difusión del New Age
No es sólo el comienzo de un nuevo siglo que estimula este interés generalizado en el New Age. Entre otros muchos podemos señalar cuatro factores que han facilitado su rápida expansión:
1) El rápido proceso de globalización en todos los campos del actuar humano
Apoyado por los asombrosos sistemas de informática y comunicación, el hombre tiene contacto inmediato con ideas y estilos de vida antes desconocidos. Los contactos y las opciones se multiplican casi al infinito. Las certezas y los valores de la propia cultura corren el riesgo de relativizarse si esta nueva apertura no va acompañada de un discernimiento bien fundado en la fe y en el rigor lógico.
2) La agresiva comercialización de todos los aspectos de la vida humana
El poder de los mass media de crear la moda y de imponer estilos de vida hace muy vulnerables al hogar y a la sociedad, tradicionalmente fundados en principios humanos y espirituales arraigados en el cristianismo. Todo se cuantifica; se valoran las cosas en función de su utilidad: cuanto más inmediato el resultado, más rentable el sistema, etc. Esta actitud ha invadido el campo del alma humana dando como fruto un supermercado de religiones y de alternativas espirituales, sin mucha preocupación por su veracidad o coherencia intrínseca[4].
3) El destierro de la fe del horizonte del saber humano
Casi tres siglos dominados por diversas formas de racionalismo filosófico, la exaltación de las ciencias empíricas y la difusión de la mentalidad positivista han logrado relegar la fe y la teología al campo del sentimiento o, en el mejor de los casos, de la opinión personal. Lo real, lo objetivo y científico sería lo que se produce en laboratorio o lo que se puede medir con gráficas y estadísticas. La religión termina siendo cuestión de preferencia subjetiva sin ningún lazo esencial con la verdad. Estando así las cosas, todas las religiones y todos los caminos espirituales resultan iguales..., es decir, igualmente irracionales e irrelevantes.
4) La insaciable sed del ser humano de una trascendencia que dé sentido a su vida
Como reacción contra todo lo anterior, a lo largo de los últimos treinta años, el mundo entero se ha sacudido por una búsqueda de experiencia espiritual sin precedente. Tanto los pueblos que sufrieron largos años el socialismo materialista como las naciones libres, cautivas de un bienestar egoísta, han visto resurgir la eterna tendencia del alma humana hacia la trascendencia. Pero por la confusión doctrinal y moral de nuestra época y el desencanto cada vez mayor ante las formas religiosas tradicionales, el fruto más inmediato del nuevo despertar religioso ha sido la proliferación de las sectas, la fuga a los cultos naturalistas y mágicos, la popularidad de la espiritualidad oriental y el refugio en la religiosidad individual y personalista.
Las creencias del New Age
Contra este fondo se alza la sombra del New Age. No es una secta, ni una religión. No es una organización única, ni sigue lineamientos unánimes y universales. No es ni ciencia ni filosofía, aunque se encubre con argumentos pseudo-científicos y discursos confusos que combinan ideas filosóficas y teológicas de cierta originalidad.
A veces se habla del New Age como un movimiento para señalar su naturaleza de red o network de muchos individuos y grupos que coinciden en una cierta visión del mundo y una aspiración común de cambiarlo. Lo que les une no es una estructura organizativa ni un código de doctrinas bien definidas, sino una misma mentalidad y una comunicación muy fluida. En este sentido podemos hablar de ciertas creencias básicas compartidas en mayor o menor medida por los integrantes del New Age. Así llegaremos a describir un fenómeno tan vasto y escurridizo que no permite una definición sintética.
El ecologismo
La ecología se ha colocado a la vanguardia de la opinión pública y como causa preferida de las altas esferas políticas, científicas y económicas. El despertar de la conciencia pública frente a los graves abusos que amenazan la vida del planeta y las campañas para lograr un clima de cooperación responsable entre naciones ricas y pobres son un bien necesario y urgente. La conservación y el respeto a nuestro biosistema son responsabilidad de todos[5].
Sin embargo, el New Age ha desarrollado su propia visión de la relación entre el hombre y el planeta, a la que a veces se refiere como la ecología profunda. Se niega la diferencia de fondo entre la existencia humana y la no-humana. Se habla de una igualdad biocéntrica por la cual una montaña, una flor o una tortuga tendrían el mismo derecho a la propia realización que un hombre. Se considera que el cosmos está animado por un espíritu único o guiado por una conciencia universal de la que el hombre es meramente otro participante más. Se fomenta el culto religioso a la naturaleza o a la madre-tierra como si fuera una realidad divina. Se llega a tachar al hombre de intruso y se le considera una maldición para el cosmos y, en el seno del movimiento radical “verde”, se presiona para lograr de los gobiernos una legislación que disminuya la población humana y límite el desarrollo tecnológico para sanar el planeta.
El panteísmo
Del ecologismo exagerado nace una especie de espiritualidad planetaria que quiere “animar” toda la realidad cósmica o dotar a la creación de una fuerza mágica. Se pierde la noción de un Dios personal, realmente distinto y superior al mundo creado, a favor de una fuerza divina impersonal que es todo y que está en todo. Este regreso al panteísmo naturalista, que resultó definitivamente superado por el evento de la revelación cristiana, encuentra un apoyo en muchos nuevos movimientos religiosos de origen oriental y en un regreso a las religiones paganas. Por eso, el New Age frecuentemente pinta un cuadro romántico y poco realista de los cultos precristianos y del misticismo oriental como si fueran éstos “más naturales” para el hombre o “más en consonancia con el espíritu cósmico”.
El gnosticismo
La tendencia a exaltar la razón humana y a atribuirle poderes extraordinarios no es nada nuevo en la historia humana. En el campo religioso se manifiesta como el gnosticismo y fue una de las primeras amenazas a la pureza de la fe cristiana. Surgido pocos años después de la muerte de Cristo por el encuentro del cristianismo con el ambiente de la filosofía helenista, el gnosticismo decía ver en la Sagrada Escritura un mensaje escondido que sólo ciertas mentes iluminadas podrían descifrar. Los gnósticos en general apelan a una sabiduría superior que sería la verdadera religión y punto de convergencia de todos los caminos espirituales y místicos.
La desviación del gnosticismo, presente en todas las grandes tradiciones religiosas, ha sobrevivido y se ha diversificado encontrando en el New Age un campo de acción privilegiado. La Sociedad Teosófica fundada por Helena Blavatsky a finales del siglo pasado y sus derivaciones u organizaciones afines (la Antroposofía, La Gran Fraternidad Universal, las Ordenes de los Rosacruces, la Iglesia Universal y Triunfante, la corriente de la Metafísica, la Actividad Religiosa “Yo soy”, la Nueva Acrópolis y muchas otras) son los precursores ideológicos del New Age y actualmente son sus dedicados promotores. Los símbolos, las ceremonias y los grados iniciáticos de la masonería y de las organizaciones paramasónicas también revelan una estrecha asociación de fondo con la gnosis.
Si el gnosticismo quiere abrir la puerta a un intelecto superior, el esoterismo y el ocultismo prometen el pasaje a un actuar sobrehumano. Estas dos corrientes, hermanas del gnosticismo, pretenden por caminos diversos potenciar la voluntad humana echando mano a supuestas fuerzas cósmicas secretas. A través de mil técnicas antiguas y nuevas se abriría contacto con los ángeles, con guías espirituales desencarnados, con supuestas “vidas anteriores” según el mito de la reencarnación, etc. No son pocas las personas y las organizaciones que ofrecen servicios de adivinación y de horóscopo, de hipnosis, de magia, de channelling (medium), de proyección astral y otras actividades igualmente absurdas, provocando un daño duradero a sus clientes que son, las más de las veces, personas vulnerables y desorientadas. En resumidas cuentas, el New Age comercializa lo irracional y lo nocivo para el alma humana y lo vende garantizando la transformación del consumidor.
La pseudociencia
Los promotores del new Age se afanan por comprobar sus ideas y sus técnicas científicamente. Abusan de las observaciones de la física subatómica para sacar aplicaciones a la vida espiritual del hombre. Así, por ejemplo, se empeñan en borrar la frontera entre materia y espíritu, entre vida biológica y conciencia humana, afirmando que todo, a fin de cuentas, no es más que energía irradiada por el mismo cosmos.
La astrología, la ufología (la investigación sobre los ovni) se considerarían “ciencias” lo mismo que la física o la química. Pero los verdaderos expertos científicos se distancian del New Age y generalmente deploran sus conclusiones infundadas.
Pocos campos se han visto tan susceptibles a la manipulación del New Age como la psicología y la biología. A partir de las investigaciones del padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939), y las teorías del “inconsciente colectivo” y de los arquetipos de su discípulo Carl Gustav Jung (1875-1961), ha habido una sucesión muy variada de corrientes en la psicología, que se relacionan en mayor o menor grado con las ideas y las terapias del New Age. En particular, la así llamada psicología transpersonal, fundada por el psicólogo italiano Roberto Assagioli (1888-1974), pretende ir más allá de la experiencia psíquica del individuo en búsqueda de una conciencia colectiva superior, que sería la puerta al descubrimiento de un “principio divino” que yace en el fondo de todo ser humano. De ahí nacen una multitud de técnicas típicas del New Age el biofeedback, la hipnosis, el rebirthing, la terapia Gestalt y la provocación de estados alterados de conciencia, inclusive con el uso de drogas alucinógenas.
Al mismo tiempo, han surgido una serie de terapias alternativas como fruto de una visión más integrada de las facetas biológicas, psicológicas y espirituales del hombre y, también, como reacción contra la mentalidad positivista que a veces caracteriza la práctica de la medicina. Frecuentes son las exageraciones y los abusos del New Age en el campo de la medicina holística, que basa sus métodos de sanación en la interrelación entre cuerpo, mente y espíritu. Así, por ejemplo, se da la cromoterapia o la sanación a través de los colores; la curación a través de las !auras” o campos energéticos que nos rodean; y el Rei-ki que promete recuperar el equilibrio de la energía personal por la aplicación de la energía universal a través de la imposición de manos a diversas partes del cuerpo.
Hay programas de potencial humano de dudoso fundamento científico, como la Dianética, el Método de Control Mental Silva, la Meditación Trascendental y otros, que producen una cantidad inverosímil de gráficos y reportes que supuestamente certifican la solidez de sus afirmaciones. Un lenguaje pseudo-científico permea sus libros y discursos para crear la impresión de ser un procedimiento ampliamente comprobado. Puede ser que algunos de sus clientes experimenten un bienestar inicial, logren una mayor tranquilidad, adquieran el hábito de una mayor concentración en su trabajo o lo que se les haya prometido. Pero muchas veces estos programas encubren una visión defectuosa del hombre, del mundo y de Dios. De forma imperceptible, llevarán al participante a afirmar o aceptar lo que el sentido común y la fe cristiana rechazan.
La incompatibilidad del New Age con el Evangelio
La característica más preocupante del New Age, fruto del conjunto de sus creencias, es el relativismo religioso, espiritual y moral. La meta final del New Age es introducir al hombre a lo que llaman sus ideólogos un nuevo paradigma, es decir, una forma totalmente diversa de verse a sí mismo y de percibir la realidad.
Según eso, el hombre, para realizarse plenamente y transformar su mundo, tendrá que darse cuenta de que él es parte de un ser cósmico, único, que está en plena evolución hacia la conciencia perfecta de sí. La conciencia humana, a pesar de su aparente individualidad, no es más que el penúltimo estado evolutivo de la revelación de la conciencia cósmica. El destino último del hombre no es una salvación liberadora de su naturaleza caída, sino el disolverse en el anónimo océano del ser como una gota de agua.
El New Age quisiera convencernos de que “las cosas, como las vemos ahora” (cultura, conocimientos, relaciones familiares, vida, muerte, amistades, sufrimientos, pecado, bondad, etc...), son mera ilusión, producto de una conciencia no-iluminada. El paso de la afirmación de que “todo es dios” a la afirmación de que “no hay ningún dios fuera de ti mismo” es pequeño y el New Age lo da con aires de auto-suficiencia.
Dentro del marco del New Age, la revelación de Dios en Jesucristo pierde su carácter singular e irrepetible. Muchos serían los “mesías” que han aparecido a lo largo de la historia, es decir, maestros especialmente iluminados que se presentan para guiar a la humanidad. Krishna, Buda, Jesús, Quetzacoatl, Mahoma, el Sun Myung Moon, Osho, Sai Baba e innumerables otros serían profetas de una misma talla con un mismo mensaje. El cristianismo resulta ser poco más que un período pasajero en la historia.
No obstante el hecho de que el New Age patrocine un sincretismo religioso confuso y no siempre bien intencionado, ciertas ideas suyas han encontrado una acogida calurosa en algunas personas e instituciones de la Iglesia católica. La así llamada teología global rastrea las huellas de la revelación divina en todas las expresiones religiosas conocidas, en búsqueda de un común denominador que pueda servir como punto de encuentro para las religiones.
En la práctica, desafortunadamente, esta teología suele olvidar que la revelación es iniciativa de Dios, no invención de los hombres, y que tiene su culmen y su expresión definitiva en la encarnación del Hijo único en la persona histórica de Jesús de Nazaret, de este modo, vacía frecuentemente al cristianismo de su contenido excepcional para “emparejarlo” con otras creencias. Cuando esta corriente aparece abierta o veladamente en la enseñanza de algunos seminarios y centros de estudio católicos, no puede menos que suscitar una honda preocupación en el corazón de los fieles y de sus pastores.
La reencarnación
Entre las ideas básicas del New Age, merece particular atención la de la reencarnación o la transmigración del alma que se encuentra en la mitología religiosa de algunos pueblos y, en especial, en la espiritualidad oriental. La idea de que el “yo” personal del ser humano viva varias existencias en forma cíclica, cambiando sólo de cuerpo, a lo largo de centenares o miles de años hasta lograr su “iluminación definitiva”, es algo totalmente irreconciliable con la fe cristiana.
La creencia de la reencarnación afirma que la identidad personal e irrepetible de cada hombre es una ilusión o, por lo menos, que esta identidad es independiente del cuerpo que tiene cada uno. Manifiesta desdén para el sentido profundo de la corporeidad humana y menosprecia el valor de la libertad y de la responsabilidad moral de cada hombre. Pero lo más preocupante es que la reencarnación es abiertamente contraria a la revelación cristiana:
“Si ése fuera el caso, Cristo habría tenido que morir muchas veces desde la creación del mundo. Pero el hecho es que ahora, en el final de los tiempos, Cristo ha aparecido una sola vez y para siempre, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio para quitar el pecado. Y así como todos han de morir una sola vez y después vendrá el juicio, así también Cristo ha sido ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos” (Hb 9, 26-28).
En la literatura popular de inspiración New Age abundan “testimonios” y relatos que supuestamente comprueban no sólo el hecho de las “encarnaciones previas”, sino también de la posibilidad de llegar al acuerdo pleno y consciente de ellas. Los nuevos movimientos religiosos de corte New Age frecuentemente reconocen en sus líderes, reencarnaciones de otras figuras históricas o míticas que han vuelto a la vida para seguir con la obra de iluminar a la humanidad. Las terapias alternativas de algunos programas de potencial humano pretenden ayudar a sus clientes a descubrir las raíces de sus problemas presentes en sus “vidas pasadas” a través de la hipnosis y otras técnicas de autosugestión. Todo esto ha sembrado la duda en la mente de no pocos cristianos.
Pero es la verdad histórica y esperanzadora de la Resurrección de Jesucristo la que revela el fin último del hombre. No podemos negar la evidencia indiscutible que una y otra vez se presenta a nuestros ojos: la muerte alcanza a todos los hombres como desenlace terminante de su existencia. La vuelta a esta vida no es posible y no se da. A esta vida sigue una transformación total y eterna de cada individuo, no una sucesión de vidas y muertes sin fin y sin sentido. Cristo venció a la muerte de una vez por todas y somos partícipes de su victoria:
“Porqué sonará la trompeta y los muertos serán resucitados para no volver a morir. Y nosotros seremos transformados... Y cuando nuestra naturaleza corruptible se haya revestido de lo incorruptible y cuando nuestro cuerpo mortal se haya revestido de inmortalidad, se cumplirá lo que dice la Escritura: 'La muerte ha sido devorada por la victoria'...” (1 Co 15,52-54).
La meditación no-cristiana
Otro fenómeno especialmente desconcertante para los fieles católicos es el inexplicable entusiasmo con el que ciertos sacerdotes, religiosas y personas dedicadas a la enseñanza de la fe han abrazado las técnicas de meditación no-cristiana. Frecuentemente importadas del oriente, formas de ascetismo históricamente muy alejadas de la espiritualidad cristiana se practican en retiros, ejercicios espirituales, talleres, celebraciones litúrgicas y cursos de catequesis para niños.
Estas prácticas han nacido indiscutiblemente como disciplinas espirituales o actos religiosos en el seno de religiones tradicionales (como en el caso del zen, el tai chi y las múltiples modalidades del yoga) o en sectas o nuevos movimientos religiosos (como en el caso de la meditación trascendental y la meditación dinámica). A veces se intenta “cristianizar” las formas, como sucedió, por ejemplo, con el centering prayer y el focusing, pero el resultado es siempre una forma híbrida que exhibe poco fundamento evangélico.
Por más que se insista en su valor exclusivo de métodos, sin contenidos contrarios al cristianismo, las técnicas en sí no dejan de representar serios inconvenientes para el cristiano:
El New Age y la falsa esperanza
Si el fin del milenio trajo consigo un acentuado anhelo de acabar con los profundos males que afligen al mundo, puede también propiciar la difusión de falsas esperanzas y promesas ilusorias. En nuestros días se ha suscitado por enésima vez el espíritu del milenarismo, es decir, la anticipación de una nueva era inminente de un cambio radical e instantáneo que pondrá fin al presente estado de las cosas.
Quizás la expresión humanamente más atractiva pero, a la vez, más ambigua y cuestionable de esta tendencia milenarista es lo que se llama comúnmente el movimiento del New Age. Al contrario de lo que las sectas de corte adventista prevén para el fin del milenio (un desenlace catastrófico cuyos sobrevivientes serán exclusivamente miembros de su propio grupo), el New Age pregona una edad de oro para toda la humanidad. El New Age es la creencia en el inicio de un mundo cualitativamente diverso y mejor que éste. Este paso evolutivo traerá consigo una iluminación de la conciencia de los hombres. Desvanecerá nuestra percepción fragmentada de la realidad y, supuestamente, veremos el universo entero como es: un todo vivo y único del cual nosotros mismos no somos más que una parte.
Todo el mensaje del New Age es reviste de un optimismo desbordante y resalta lo positivo, lo fácil y lo inmediato de la transformación que propone. No es de maravillarnos, por tanto, que precisamente en estos años, su difusión a nuestro alrededor haya sido tan amplia. Por todas partes observamos que se multiplican las librerías, las tiendas, los cursos y talleres, los retiros espirituales, las películas y los programas de televisión que promueven los contenidos y valores del New Age. Sus ideas, sus campañas de concienciación y su espiritualidad aparecen en los salones escolares de nuestros niños e inclusive en la predicación y enseñanza religiosa de instituciones católica con creciente frecuencia. Respecto a esto, el Papa Juan Pablo II advirtió claramente a un grupo de obispos hace poco:
“Las ideas del New Age a veces se abren camino en la predicación, la catequesis, los congresos y los retiros, y así llegan a influir incluso en los católicos practicantes que tal vez no son conscientes de la incompatibilidad de esas ideas con la fe de la Iglesia”[3].
La rápida difusión del New Age
No es sólo el comienzo de un nuevo siglo que estimula este interés generalizado en el New Age. Entre otros muchos podemos señalar cuatro factores que han facilitado su rápida expansión:
1) El rápido proceso de globalización en todos los campos del actuar humano
Apoyado por los asombrosos sistemas de informática y comunicación, el hombre tiene contacto inmediato con ideas y estilos de vida antes desconocidos. Los contactos y las opciones se multiplican casi al infinito. Las certezas y los valores de la propia cultura corren el riesgo de relativizarse si esta nueva apertura no va acompañada de un discernimiento bien fundado en la fe y en el rigor lógico.
2) La agresiva comercialización de todos los aspectos de la vida humana
El poder de los mass media de crear la moda y de imponer estilos de vida hace muy vulnerables al hogar y a la sociedad, tradicionalmente fundados en principios humanos y espirituales arraigados en el cristianismo. Todo se cuantifica; se valoran las cosas en función de su utilidad: cuanto más inmediato el resultado, más rentable el sistema, etc. Esta actitud ha invadido el campo del alma humana dando como fruto un supermercado de religiones y de alternativas espirituales, sin mucha preocupación por su veracidad o coherencia intrínseca[4].
3) El destierro de la fe del horizonte del saber humano
Casi tres siglos dominados por diversas formas de racionalismo filosófico, la exaltación de las ciencias empíricas y la difusión de la mentalidad positivista han logrado relegar la fe y la teología al campo del sentimiento o, en el mejor de los casos, de la opinión personal. Lo real, lo objetivo y científico sería lo que se produce en laboratorio o lo que se puede medir con gráficas y estadísticas. La religión termina siendo cuestión de preferencia subjetiva sin ningún lazo esencial con la verdad. Estando así las cosas, todas las religiones y todos los caminos espirituales resultan iguales..., es decir, igualmente irracionales e irrelevantes.
4) La insaciable sed del ser humano de una trascendencia que dé sentido a su vida
Como reacción contra todo lo anterior, a lo largo de los últimos treinta años, el mundo entero se ha sacudido por una búsqueda de experiencia espiritual sin precedente. Tanto los pueblos que sufrieron largos años el socialismo materialista como las naciones libres, cautivas de un bienestar egoísta, han visto resurgir la eterna tendencia del alma humana hacia la trascendencia. Pero por la confusión doctrinal y moral de nuestra época y el desencanto cada vez mayor ante las formas religiosas tradicionales, el fruto más inmediato del nuevo despertar religioso ha sido la proliferación de las sectas, la fuga a los cultos naturalistas y mágicos, la popularidad de la espiritualidad oriental y el refugio en la religiosidad individual y personalista.
Las creencias del New Age
Contra este fondo se alza la sombra del New Age. No es una secta, ni una religión. No es una organización única, ni sigue lineamientos unánimes y universales. No es ni ciencia ni filosofía, aunque se encubre con argumentos pseudo-científicos y discursos confusos que combinan ideas filosóficas y teológicas de cierta originalidad.
A veces se habla del New Age como un movimiento para señalar su naturaleza de red o network de muchos individuos y grupos que coinciden en una cierta visión del mundo y una aspiración común de cambiarlo. Lo que les une no es una estructura organizativa ni un código de doctrinas bien definidas, sino una misma mentalidad y una comunicación muy fluida. En este sentido podemos hablar de ciertas creencias básicas compartidas en mayor o menor medida por los integrantes del New Age. Así llegaremos a describir un fenómeno tan vasto y escurridizo que no permite una definición sintética.
El ecologismo
La ecología se ha colocado a la vanguardia de la opinión pública y como causa preferida de las altas esferas políticas, científicas y económicas. El despertar de la conciencia pública frente a los graves abusos que amenazan la vida del planeta y las campañas para lograr un clima de cooperación responsable entre naciones ricas y pobres son un bien necesario y urgente. La conservación y el respeto a nuestro biosistema son responsabilidad de todos[5].
Sin embargo, el New Age ha desarrollado su propia visión de la relación entre el hombre y el planeta, a la que a veces se refiere como la ecología profunda. Se niega la diferencia de fondo entre la existencia humana y la no-humana. Se habla de una igualdad biocéntrica por la cual una montaña, una flor o una tortuga tendrían el mismo derecho a la propia realización que un hombre. Se considera que el cosmos está animado por un espíritu único o guiado por una conciencia universal de la que el hombre es meramente otro participante más. Se fomenta el culto religioso a la naturaleza o a la madre-tierra como si fuera una realidad divina. Se llega a tachar al hombre de intruso y se le considera una maldición para el cosmos y, en el seno del movimiento radical “verde”, se presiona para lograr de los gobiernos una legislación que disminuya la población humana y límite el desarrollo tecnológico para sanar el planeta.
El panteísmo
Del ecologismo exagerado nace una especie de espiritualidad planetaria que quiere “animar” toda la realidad cósmica o dotar a la creación de una fuerza mágica. Se pierde la noción de un Dios personal, realmente distinto y superior al mundo creado, a favor de una fuerza divina impersonal que es todo y que está en todo. Este regreso al panteísmo naturalista, que resultó definitivamente superado por el evento de la revelación cristiana, encuentra un apoyo en muchos nuevos movimientos religiosos de origen oriental y en un regreso a las religiones paganas. Por eso, el New Age frecuentemente pinta un cuadro romántico y poco realista de los cultos precristianos y del misticismo oriental como si fueran éstos “más naturales” para el hombre o “más en consonancia con el espíritu cósmico”.
El gnosticismo
La tendencia a exaltar la razón humana y a atribuirle poderes extraordinarios no es nada nuevo en la historia humana. En el campo religioso se manifiesta como el gnosticismo y fue una de las primeras amenazas a la pureza de la fe cristiana. Surgido pocos años después de la muerte de Cristo por el encuentro del cristianismo con el ambiente de la filosofía helenista, el gnosticismo decía ver en la Sagrada Escritura un mensaje escondido que sólo ciertas mentes iluminadas podrían descifrar. Los gnósticos en general apelan a una sabiduría superior que sería la verdadera religión y punto de convergencia de todos los caminos espirituales y místicos.
La desviación del gnosticismo, presente en todas las grandes tradiciones religiosas, ha sobrevivido y se ha diversificado encontrando en el New Age un campo de acción privilegiado. La Sociedad Teosófica fundada por Helena Blavatsky a finales del siglo pasado y sus derivaciones u organizaciones afines (la Antroposofía, La Gran Fraternidad Universal, las Ordenes de los Rosacruces, la Iglesia Universal y Triunfante, la corriente de la Metafísica, la Actividad Religiosa “Yo soy”, la Nueva Acrópolis y muchas otras) son los precursores ideológicos del New Age y actualmente son sus dedicados promotores. Los símbolos, las ceremonias y los grados iniciáticos de la masonería y de las organizaciones paramasónicas también revelan una estrecha asociación de fondo con la gnosis.
Si el gnosticismo quiere abrir la puerta a un intelecto superior, el esoterismo y el ocultismo prometen el pasaje a un actuar sobrehumano. Estas dos corrientes, hermanas del gnosticismo, pretenden por caminos diversos potenciar la voluntad humana echando mano a supuestas fuerzas cósmicas secretas. A través de mil técnicas antiguas y nuevas se abriría contacto con los ángeles, con guías espirituales desencarnados, con supuestas “vidas anteriores” según el mito de la reencarnación, etc. No son pocas las personas y las organizaciones que ofrecen servicios de adivinación y de horóscopo, de hipnosis, de magia, de channelling (medium), de proyección astral y otras actividades igualmente absurdas, provocando un daño duradero a sus clientes que son, las más de las veces, personas vulnerables y desorientadas. En resumidas cuentas, el New Age comercializa lo irracional y lo nocivo para el alma humana y lo vende garantizando la transformación del consumidor.
La pseudociencia
Los promotores del new Age se afanan por comprobar sus ideas y sus técnicas científicamente. Abusan de las observaciones de la física subatómica para sacar aplicaciones a la vida espiritual del hombre. Así, por ejemplo, se empeñan en borrar la frontera entre materia y espíritu, entre vida biológica y conciencia humana, afirmando que todo, a fin de cuentas, no es más que energía irradiada por el mismo cosmos.
La astrología, la ufología (la investigación sobre los ovni) se considerarían “ciencias” lo mismo que la física o la química. Pero los verdaderos expertos científicos se distancian del New Age y generalmente deploran sus conclusiones infundadas.
Pocos campos se han visto tan susceptibles a la manipulación del New Age como la psicología y la biología. A partir de las investigaciones del padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939), y las teorías del “inconsciente colectivo” y de los arquetipos de su discípulo Carl Gustav Jung (1875-1961), ha habido una sucesión muy variada de corrientes en la psicología, que se relacionan en mayor o menor grado con las ideas y las terapias del New Age. En particular, la así llamada psicología transpersonal, fundada por el psicólogo italiano Roberto Assagioli (1888-1974), pretende ir más allá de la experiencia psíquica del individuo en búsqueda de una conciencia colectiva superior, que sería la puerta al descubrimiento de un “principio divino” que yace en el fondo de todo ser humano. De ahí nacen una multitud de técnicas típicas del New Age el biofeedback, la hipnosis, el rebirthing, la terapia Gestalt y la provocación de estados alterados de conciencia, inclusive con el uso de drogas alucinógenas.
Al mismo tiempo, han surgido una serie de terapias alternativas como fruto de una visión más integrada de las facetas biológicas, psicológicas y espirituales del hombre y, también, como reacción contra la mentalidad positivista que a veces caracteriza la práctica de la medicina. Frecuentes son las exageraciones y los abusos del New Age en el campo de la medicina holística, que basa sus métodos de sanación en la interrelación entre cuerpo, mente y espíritu. Así, por ejemplo, se da la cromoterapia o la sanación a través de los colores; la curación a través de las !auras” o campos energéticos que nos rodean; y el Rei-ki que promete recuperar el equilibrio de la energía personal por la aplicación de la energía universal a través de la imposición de manos a diversas partes del cuerpo.
Hay programas de potencial humano de dudoso fundamento científico, como la Dianética, el Método de Control Mental Silva, la Meditación Trascendental y otros, que producen una cantidad inverosímil de gráficos y reportes que supuestamente certifican la solidez de sus afirmaciones. Un lenguaje pseudo-científico permea sus libros y discursos para crear la impresión de ser un procedimiento ampliamente comprobado. Puede ser que algunos de sus clientes experimenten un bienestar inicial, logren una mayor tranquilidad, adquieran el hábito de una mayor concentración en su trabajo o lo que se les haya prometido. Pero muchas veces estos programas encubren una visión defectuosa del hombre, del mundo y de Dios. De forma imperceptible, llevarán al participante a afirmar o aceptar lo que el sentido común y la fe cristiana rechazan.
La incompatibilidad del New Age con el Evangelio
La característica más preocupante del New Age, fruto del conjunto de sus creencias, es el relativismo religioso, espiritual y moral. La meta final del New Age es introducir al hombre a lo que llaman sus ideólogos un nuevo paradigma, es decir, una forma totalmente diversa de verse a sí mismo y de percibir la realidad.
Según eso, el hombre, para realizarse plenamente y transformar su mundo, tendrá que darse cuenta de que él es parte de un ser cósmico, único, que está en plena evolución hacia la conciencia perfecta de sí. La conciencia humana, a pesar de su aparente individualidad, no es más que el penúltimo estado evolutivo de la revelación de la conciencia cósmica. El destino último del hombre no es una salvación liberadora de su naturaleza caída, sino el disolverse en el anónimo océano del ser como una gota de agua.
El New Age quisiera convencernos de que “las cosas, como las vemos ahora” (cultura, conocimientos, relaciones familiares, vida, muerte, amistades, sufrimientos, pecado, bondad, etc...), son mera ilusión, producto de una conciencia no-iluminada. El paso de la afirmación de que “todo es dios” a la afirmación de que “no hay ningún dios fuera de ti mismo” es pequeño y el New Age lo da con aires de auto-suficiencia.
Dentro del marco del New Age, la revelación de Dios en Jesucristo pierde su carácter singular e irrepetible. Muchos serían los “mesías” que han aparecido a lo largo de la historia, es decir, maestros especialmente iluminados que se presentan para guiar a la humanidad. Krishna, Buda, Jesús, Quetzacoatl, Mahoma, el Sun Myung Moon, Osho, Sai Baba e innumerables otros serían profetas de una misma talla con un mismo mensaje. El cristianismo resulta ser poco más que un período pasajero en la historia.
No obstante el hecho de que el New Age patrocine un sincretismo religioso confuso y no siempre bien intencionado, ciertas ideas suyas han encontrado una acogida calurosa en algunas personas e instituciones de la Iglesia católica. La así llamada teología global rastrea las huellas de la revelación divina en todas las expresiones religiosas conocidas, en búsqueda de un común denominador que pueda servir como punto de encuentro para las religiones.
En la práctica, desafortunadamente, esta teología suele olvidar que la revelación es iniciativa de Dios, no invención de los hombres, y que tiene su culmen y su expresión definitiva en la encarnación del Hijo único en la persona histórica de Jesús de Nazaret, de este modo, vacía frecuentemente al cristianismo de su contenido excepcional para “emparejarlo” con otras creencias. Cuando esta corriente aparece abierta o veladamente en la enseñanza de algunos seminarios y centros de estudio católicos, no puede menos que suscitar una honda preocupación en el corazón de los fieles y de sus pastores.
La reencarnación
Entre las ideas básicas del New Age, merece particular atención la de la reencarnación o la transmigración del alma que se encuentra en la mitología religiosa de algunos pueblos y, en especial, en la espiritualidad oriental. La idea de que el “yo” personal del ser humano viva varias existencias en forma cíclica, cambiando sólo de cuerpo, a lo largo de centenares o miles de años hasta lograr su “iluminación definitiva”, es algo totalmente irreconciliable con la fe cristiana.
La creencia de la reencarnación afirma que la identidad personal e irrepetible de cada hombre es una ilusión o, por lo menos, que esta identidad es independiente del cuerpo que tiene cada uno. Manifiesta desdén para el sentido profundo de la corporeidad humana y menosprecia el valor de la libertad y de la responsabilidad moral de cada hombre. Pero lo más preocupante es que la reencarnación es abiertamente contraria a la revelación cristiana:
“Si ése fuera el caso, Cristo habría tenido que morir muchas veces desde la creación del mundo. Pero el hecho es que ahora, en el final de los tiempos, Cristo ha aparecido una sola vez y para siempre, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio para quitar el pecado. Y así como todos han de morir una sola vez y después vendrá el juicio, así también Cristo ha sido ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos” (Hb 9, 26-28).
En la literatura popular de inspiración New Age abundan “testimonios” y relatos que supuestamente comprueban no sólo el hecho de las “encarnaciones previas”, sino también de la posibilidad de llegar al acuerdo pleno y consciente de ellas. Los nuevos movimientos religiosos de corte New Age frecuentemente reconocen en sus líderes, reencarnaciones de otras figuras históricas o míticas que han vuelto a la vida para seguir con la obra de iluminar a la humanidad. Las terapias alternativas de algunos programas de potencial humano pretenden ayudar a sus clientes a descubrir las raíces de sus problemas presentes en sus “vidas pasadas” a través de la hipnosis y otras técnicas de autosugestión. Todo esto ha sembrado la duda en la mente de no pocos cristianos.
Pero es la verdad histórica y esperanzadora de la Resurrección de Jesucristo la que revela el fin último del hombre. No podemos negar la evidencia indiscutible que una y otra vez se presenta a nuestros ojos: la muerte alcanza a todos los hombres como desenlace terminante de su existencia. La vuelta a esta vida no es posible y no se da. A esta vida sigue una transformación total y eterna de cada individuo, no una sucesión de vidas y muertes sin fin y sin sentido. Cristo venció a la muerte de una vez por todas y somos partícipes de su victoria:
“Porqué sonará la trompeta y los muertos serán resucitados para no volver a morir. Y nosotros seremos transformados... Y cuando nuestra naturaleza corruptible se haya revestido de lo incorruptible y cuando nuestro cuerpo mortal se haya revestido de inmortalidad, se cumplirá lo que dice la Escritura: 'La muerte ha sido devorada por la victoria'...” (1 Co 15,52-54).
La meditación no-cristiana
Otro fenómeno especialmente desconcertante para los fieles católicos es el inexplicable entusiasmo con el que ciertos sacerdotes, religiosas y personas dedicadas a la enseñanza de la fe han abrazado las técnicas de meditación no-cristiana. Frecuentemente importadas del oriente, formas de ascetismo históricamente muy alejadas de la espiritualidad cristiana se practican en retiros, ejercicios espirituales, talleres, celebraciones litúrgicas y cursos de catequesis para niños.
Estas prácticas han nacido indiscutiblemente como disciplinas espirituales o actos religiosos en el seno de religiones tradicionales (como en el caso del zen, el tai chi y las múltiples modalidades del yoga) o en sectas o nuevos movimientos religiosos (como en el caso de la meditación trascendental y la meditación dinámica). A veces se intenta “cristianizar” las formas, como sucedió, por ejemplo, con el centering prayer y el focusing, pero el resultado es siempre una forma híbrida que exhibe poco fundamento evangélico.
Por más que se insista en su valor exclusivo de métodos, sin contenidos contrarios al cristianismo, las técnicas en sí no dejan de representar serios inconvenientes para el cristiano:
- En su contexto propio, las
posturas y los ejercicios vienen determinados por su específico fin
religioso: son, en sí, pasos que orientan al practicante hacia un absoluto
impersonal. Aun cuando se realicen en ambiente cristiano, el sentido
intrínseco de los gestos permanece intacto.
- Las formas de meditación
no-cristiana son, en realidad, prácticas de concentración profunda y no de
oración. A través de los ejercicios de relajamiento y la repetición de una
mantra (palabra sagrada) se procura sumirse en la profundidad del
propio yo en búsqueda del absoluto anónimo. La meditación cristiana es
esencialmente diferente en cuanto apertura y relación con Alguien que nos
interpela en un diálogo personal y amoroso.
- Estas técnicas normalmente
requieren que el practicante apague su mundo sentimental, imaginativo y
racional para perderse en el silencio de la nada. A veces se pretende un
estado alterado de conciencia que priva temporalmente al sujeto del uso
pleno de su libertad. La oración cristiana, al contrario, exige la
participación de toda la persona de manera activa, consciente y
voluntaria. La oración de Jesucristo en Getsemaní (cf. Lc 22,
39-44) es un ejemplo del papel tan fundamental que tienen las emociones y
la propia problemática existencial en la oración. La meditación cristiana,
lejos de ser una fuga de la realidad, nos enseña a encontrar su sentido
pleno.
En el fondo, una oración que prescinde de la Palabra de Dios y de la vida y el ejemplo de Jesucristo, una oración que no es diálogo con el Amado y compromiso en la caridad tiene poco lugar en la vida de un cristiano. A propósito de estas observaciones y otras que se deben hacer en torno al tema de la meditación no-cristiana, es muy recomendable una lectura detenida de la carta de la Congregación para la Doctrina de la fe: Algunas orientaciones sobre la meditación cristiana (15 de octubre de 1988).
Por último, hay que resaltar el hecho de que los promotores de la espiritualidad del New Age suelen afirmar su absoluta compatibilidad con la doctrina y la fe de los católicos. Eso podría ser en algún caso por ignorancia o por superficialidad. Pero en general, probablemente, nace de un estudio de mercado: siendo el pueblo mayoritariamente católico se procura no herir la sensibilidad religiosa de los clientes potenciales. No es raro que organizaciones como la Gran Fraternidad Universal y programas como el Control Mental Silva, por nombrar algunos, se revistan de un vocabulario muy “cristiano” y presenten sus contenidos como el complemento ideal del catolicismo, y que, sin embargo, lleven a sus adeptos hacia el panteísmo y la negación de la esencia del cristianismo.
En su libro, Cruzando el umbral de la esperanza, el Papa Juan Pablo II dice:
“No debemos engañarnos pensando que ese movimiento (el New Age) pueda llevar a una renovación de la religión. Es solamente un nuevo modo de practicar la gnosis, es decir, esa postura del espíritu que, en nombre de un profundo conocimiento de Dios, acaba por tergiversar Su Palabra sustituyéndola por palabras que son solamente humanas. La gnosis no ha desaparecido nunca del ámbito del cristianismo, sino que ha convivido siempre con él, a veces bajo la forma de corrientes filosóficas, más a menudo con modalidades religiosas o pararreligiosas, con una decidida aunque a veces no declarada divergencia con lo que es esencialmente cristiano[6].
En este breve análisis del fenómeno del New Age hemos podido aludir a algunos de sus elementos más inconformes con el mensaje cristiano:
- despersonaliza al Dios de
la revelación cristiana;
- desfigura la persona de
Jesucristo, desvirtúa su misión y ridiculiza su sacrificio redentor;
- niega el evento
irrepetible de su Resurrección por la doctrina de la reencarnación;
- vacía de su contenido los
conceptos cristianos de la creación y de la salvación;
- rechaza la autoridad
magisterial de la Iglesia y su forma institucional;
- relativiza el contenido
original, único e históricamente fundado del Evangelio;
- deforma el lenguaje, dando
un nuevo sentido a términos bíblicos y cristianos;
- se apoya falsamente en los
místicos cristianos y trastorna el sentido de sus escritos;
- diluye irremediablemente
la práctica de la oración cristiana;
- descarta la
responsabilidad moral de la persona humana y niega la existencia del
pecado;
- desorienta a los niños y a
los jóvenes en su formación religiosa;
- divide y explota
económicamente a las familias cristianas.
Estos son aspectos negativos que afectan directamente a la vida, las costumbres y la fe de los fieles católicos. Desde luego, sería un error tachar como dañoso todo lo que el New Age aporta y ofrece. Su espíritu de apertura y diálogo, su insistencia en la necesidad humana de una experiencia religiosa profunda, su honda preocupación por la conservación del medio ambiente, su confianza en el poder creativo del ser humano, sus saludables recomendaciones para la dieta y la condición física, y su actitud de optimismo por encima de los graves males que afligen al mundo son sólo algunos de los puntos positivos que vienen espontáneamente a la mente.
Dicho esto. Tenemos que reconocer con total honestidad que estas luces se hallan esparcidas en medio de anchas lagunas e inquietantes ambigüedades. La fuerza con que las ideas y actividades del New Age se promueven y la atractiva mercadotecnia que las disfraza requieren del pueblo católico una respuesta clara y contundente a favor de su fe y sus convicciones vitales.
La responsabilidad de los católicos frente a las desorientaciones del New Age
Todos tenemos la obligación de informarnos y educarnos para comprender este fenómeno tan complejo y para discernir entre lo que tiene de bueno, lo que es diferente y lo que resulta incompatible con nuestra fe.
Los educadores católicos y padres de familia deben vigilar esmeradamente el contacto que tengan sus hijos con las ideas y la moda que promulga el New Age, para evitarles confusiones, dudas e insatisfacciones. En particular, habría que evitar el uso indiscriminado de los medios masivos de comunicación -televisión, radio, cine, música, y los sistemas de informática electrónica como el Internet- por los que el New Age se difunde en mayor escala.
Los fieles con capacidad para influir en la prensa y los medios de comunicación harán un servicio inestimable a su pueblo y a la Iglesia si difunden información o proponen contenidos que sirvan para orientar y dar criterios de juicio cristianos frente a la confusión que engendra el New Age. Así responderán positivamente a la invitación, muchas veces repetida por el Papa Juan Pablo II, de hacerse partícipes de vanguardia en la tarea de la nueva evangelización, “porque la evangelización de la cultura moderna depende en gran parte del influjo de los medios de comunicación”[7].
Además de estar prevenidos, los católicos debemos defender activamente nuestra fe y nuestros valores en la vida real de la sociedad. Hay formas pacíficas y legítimas de protesta que sirven para presionar los promotores de los aspectos del New Age que nos perjudican: no participar en las actividades de instituciones y empresas promotoras del New Age, no seguir programación televisiva que difunda sus ideas, no comprar los productos de sus patrocinadores, llamar la atención con cartas y artículos de prensa a las figuras públicas, educadores y políticos que se muestren públicamente a favor de las ideas o prácticas del New Age, etc.
Las parroquias e institutos educativos pueden ofrecer cursos y conferencias sobre los temas más controvertidos de esta corriente; pueden igualmente difundir literatura crítica y presentar bibliografía que esclarezca los términos del problema y dé pautas para un juicio bien fundado.
El punto de convergencia de todos los esfuerzos pastorales sigue siendo el anuncio de Cristo, Redentor del hombre: “Dios te ama, Cristo ha venido por ti”[8]. De ahí la urgente necesidad de una predicación valiente, en contacto con los problemas y las dudas reales de nuestro pueblo. Tenemos que conducir a los fieles, con nuestra palabra y con nuestro ejemplo, hacia una vida de oración más profunda, que desemboque en la experiencia vital de Jesucristo. Tenemos que mostrarles la honda verdad de la doctrina que nace de nuestra fe en El y ayudarles a apreciar las formas litúrgicas que nos unen con El en la familia que es la Iglesia.
Con toda claridad, al inaugurar la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, Juan Pablo II nos indicó:
“A ejemplos del Buen Pastor, habéis de apacentar el rebaño que os ha sido confiado y defenderlo de los lobos rapaces. Causa de división y discordia en vuestras comunidades eclesiales son -lo sabéis bien- las sectas y movimientos 'pseudo-espirituales' de que habla el Documento de Puebla (n. 628), cuya expresión y agresividad urge afrontar”[9].
La referencia del Papa a los movimientos “pseudo-espirituales” distintos de las sectas evoca inmediatamente la larga lista de iniciativas nacidas del fondo ideológico y religioso del New Age que hemos considerado aquí. La responsabilidad de actuar incisivamente frente a este problema multifacético en nuestra labor evangelizadora cae directamente sobre cada uno de nosotros.
[1] C.F. Juan Pablo
II, Tertio millennio adveniente, 10 de noviembre 1994.
[2] Juan Pablo II, Alocución al comité central del gran jubileo del año 2000, 8 de junio de 1995.
[3] Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Iowa, Kansas, Missouri y Nebraska, en visita ad limina, 28 de mayo de 1993, en L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.2, 11 de junio de 1993, pp. 11-12.
[4] Mons. Franc Rodé, del Pontificio Consejo para los no creyentes, define al New Age como “un supermercado de las religiones donde cada uno toma lo que le gusta y deja el resto”. Cf. “Ideologías religiosas y visión cristiana de Dios en Europa”, en Ecclesia, n. 6, 1992, pp. 379-387.
[5] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la XXV jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1992.
[6] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza y Janés, Barcelona, 1994, pp. 103-104.
[7] Juan Pablo II, carta encíclica, Redemptoris missio, 37, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 1990, página 64.
[8] Juan Pablo II, Christifideles laici, 34, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 1988, p. 92.
[9] Juan Pablo II, Discurso inaugural de la IV Conferencia General de Episcopado Latinoamericano: Jesucristo ayer, hoy y siempre, n. 12, en Santo Domingo 1992, Ediciones Dabar, México, 1992, p. 22.
[2] Juan Pablo II, Alocución al comité central del gran jubileo del año 2000, 8 de junio de 1995.
[3] Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Iowa, Kansas, Missouri y Nebraska, en visita ad limina, 28 de mayo de 1993, en L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.2, 11 de junio de 1993, pp. 11-12.
[4] Mons. Franc Rodé, del Pontificio Consejo para los no creyentes, define al New Age como “un supermercado de las religiones donde cada uno toma lo que le gusta y deja el resto”. Cf. “Ideologías religiosas y visión cristiana de Dios en Europa”, en Ecclesia, n. 6, 1992, pp. 379-387.
[5] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la XXV jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1992.
[6] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza y Janés, Barcelona, 1994, pp. 103-104.
[7] Juan Pablo II, carta encíclica, Redemptoris missio, 37, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 1990, página 64.
[8] Juan Pablo II, Christifideles laici, 34, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 1988, p. 92.
[9] Juan Pablo II, Discurso inaugural de la IV Conferencia General de Episcopado Latinoamericano: Jesucristo ayer, hoy y siempre, n. 12, en Santo Domingo 1992, Ediciones Dabar, México, 1992, p. 22.
- Escudo episcopal del Cardenal Rivera Carrera
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