¿Es la ecología una nueva
religión?
¿Por qué Dios no creó un mundo tan perfecto
que en él no pudiera
existir ningún mal?
En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor
(cf santo Tomás de Aquino,S. Th., 1, q.
25, a. 6).
Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas,
Dios quiso libremente
crear un mundo "en estado de vía" hacia su perfección
última.
Este devenir trae consigo en el designio de Dios,
junto con la aparición de
ciertos seres, la desaparición de otros;
junto con lo más perfecto
lo menos perfecto;
junto con las
construcciones de la naturaleza también las destrucciones.
Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico,
mientras la creación no haya alcanzado su perfección
(cf Santo Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, 3, 71)
Cita N° 49 de la Encíclica LAUDATO SI´ del Papa Francisco
Catecismo de la Iglesia católica, 310
La
Iglesia ante los retos de la Ecología
La Iglesia Católica no ha sido indiferente a los
análisis que dieron origen a la ecología, pues, aunque ellos
provienen del mundo de la ciencia especializada, nos afectan a todos los seres
humanos, y en realidad a toda la vida como la conocemos sobre esta Tierra.
Relativamente pronto un buen número de autores creyentes han encontrado
conexiones profundas entre las inquietudes ecológicas y los contenidos de
nuestra fe. Ello ha sucedido en tres líneas principalmente.
En primer lugar, la Creación es obra de Dios,
Ningún creyente puede quedarse impasible ante la destrucción de lo que Dios ha
hecho. En cada flor, en cada galaxia, en cada animal hay un mensaje de
sabiduría, de poder y de amor, que viene de Dios. Perder una especie, o peor
aún, colaborar en su extinción, es como cerrar los ojos a las maravillas del
Señor. Es algo equivalente a la ingratitud y la sordera. Por el contrario, como
lo testificó sobre todo San Francisco de Asís, la contemplación respetuosa y
amorosa de la Naturaleza es un camino real de encuentro con el Señor.
En segundo lugar, el libro del Génesis nos habla
de cómo Dios encarga la creación al cuidado del Hombre.
El ser humano, cada uno
en particular y todos como familia de Dios, tenemos no el encargo de saquear a
la naturaleza, como quien desocupa una cantera, sino de cuidarla, como quien
cultiva un jardín. Tal es la visión bíblica. No es difícil ver las
implicaciones que esto tiene en relación con algunos conceptos modernos como
"desarrollo sostenible" o planificación urbana.
En tercer lugar, detrás de los desastres
ecológicos hay siempre seres humanos afectados, y siempre los más afectados son
los más pobres.
La búsqueda de un mundo más apto para la vida coincide en buena
parte con la búsqueda de una sociedad más abierta a la justicia. De hecho, cada
"pecado" ecológico puede ser descrito en términos de una injusticia
cometida contra la casa de todos. El que tiene la mentalidad de saquear a la
naturaleza no parece que cambie de mentalidad cuando trata con seres humanos:
en ambos casos priman el egoísmo, la miopía, el utilitarismo a corto plazo.
Por estas y parecidas razones es evidente que
quienes creemos en Cristo como Señor de todo lo creado tenemos buenas razones
para comprender el lenguaje de la ecología y para apoyar, a nuestra propia
forma, la causa de los ecologistas. Sobre esto, sin embargo, hay que añadir
algunas precisiones.
Ambigüedades
del Movimiento Ecológico
La ecología es una cosa y el uso que algunos
quieren hacer de ella es otra cosa. Mientras que las perspectivas básicas de la
ecología y sus propuestas fundamentales son no sólo razonables sino
perfectamente compatibles con nuestra fe, uno no debe pensar que eso justifica
o "canoniza" todo lo que venga bajo el rótulo de lo ecologista, o
también lo "orgánico," lo "natural" o lo "verde."
Recordemos que con alguna frecuencia las mismas personas que se horrorizan de
que mueran focas no se espantan de que se aborten niños. Pasa lamentablemente
que muchos quieren oponer los derechos de la madre, bajo el título de
"derechos reproductivos de la mujer," contra los derechos del niño
no-nacido; y en el contexto de tal oposición consideran que ser de izquierda,
políticamente hablando, ser ecologista y ser feminista a ultranza, va todo
junto. En realidad ese es un coctel mal diseñado, que sólo superficialmente
aparenta unidad.
Dicho de otro modo: hay ecologistas y ecologistas,
y uno no debe suponer que todo aquel que habla con ternura o con emoción sobre
la naturaleza es en realidad un aliado del bien común real de la humanidad y de
la creación misma. Como cristianos debemos recordar siempre que san Pablo
vinculó el bien de la creación a la manifestación de los hijos de Dios (Romanos
8,19-21). Hay algo muy profundo ahí: si amamos la naturaleza, no la
idolatramos, pues ningún bien es superior al bien humano, y ningún bien humano
es permanente y profundo si no tiene raíz en el bien de la redención.
Otra cosa a tener en cuenta en el diálogo con los
ecologistas es qué clase de medidas se quieren implantar. No faltan los que
quieren ligar todos los males a la sobrepoblación humana y por eso son muchos
ya los que opinan que los "primeros auxilios" para el planeta Tierra
incluyen controles drásticos de las tasas de reproducción. Un paso más, y
estaremos hablando de esterilizaciones masivas, que de hecho han sucedido ya.
Finalmente, no podemos cerrar los ojos ante un
hecho: muchos tratan a las teorías y propuestas ecológicas como si se tratara
de una religión, muy al estilo de la llamada Nueva Era (New Age). La razón es
que, como la ecología busca conexiones entre seres vivos, hay gente que habla
del planeta como de un solo ser vivo, y no están pensando en una metáfora.
Luego dan otro paso: así como la vida "material" está tan
interconectada, entonces, según ellos, toda vida debe estarlo,
y eso implica la vida "espiritual." Por supuesto, como su concepto de
espíritu es bastante confuso, ahí cabe por ejemplo decir cosas como que
"en el fondo yo soy Dios, y tú eres Dios y todo es Dios." Semejante
panteísmo es insostenible racionalmente y sobre todo es contrario e
incompatible con nuestra fe.
Federico Nietzsche,
uno de los pensadores más anticristianos de la Historia, dio como consigna a
sus seguidores: "Permaneced fieles a la tierra." Con este lema
Nietzsche quería que su gente no anhelara ni esperara un "cielo,"
sino que buscara todas sus preguntas y respuestas en el reino de lo visible y lo
"natural." La suya fue una guerra contra lo "sobrenatural"
porque lo único que debía estar "libre" era el
"super-hombre." No deja de existir el riesgo de que muchos
ecologistas se conviertan en fieles devotos del principio nietzscheano, pues se
puede llegar a un punto en que el cosmos y su armonía se vuelven tan
importantes que en sus altares resulta que hay que matar a todos... desde fetos
humanos hasta Dios mismo.
Conclusión
No
podemos llamarnos a engaño en dos cosas:
1)
Necesitamos activar más y mejor nuestra conciencia ecológica.
2)
Necesitamos no dejarnos confundir por la retórica ambigua que lamentablemente
usan muchos ecologistas.
Frente
a la naturaleza, a la que hemos herido con nuestras irresponsabilidades,
necesitamos amor pero también sabiduría.
De
lo que se trata finalmente es de la realización del plan de Dios, que tiene su
culminación en Cristo, pues "todo fue creado por Él y para Él."
(Colosenses 1,1)
(cfr. Fray Nelson Medina)
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