Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

10 de abril de 2016

LA RELIGIÓN EN ERICH FROMM

BREVE VALORACIÓN DOCTRINAL DE LA RELIGIÓN EN LA OBRA DE ERIC FROMM

SINCRETISMO RELIGIOSO DONDE LA RELIGIÓN ES UN SENTIMIENTO HUMANITARIO SIN VERDADES SOBRENATURALES



Se ha dicho con razón que la mayor mentira es una verdad a medias. Este es el motivo por el que la obra del psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista de origen judío alemán Erich Fromm (1900-1980), a pesar de los muchos aciertos y valores positivos, ha ejercido un notable influjo negativo en un vasto público. 

En efecto, la obra de Fromm, que afirma verdades importantes —como el concepto de una naturaleza humana abierta al amor—, que propone algunas máximas morales de gran transcendencia, y que se muestra defensora de numerosos valores positivos, tiene el gran defecto de rechazar como verdadero el más pequeño atisbo de transcendencia.

La posición de Fromm respecto a la religión es clara: la idea de Dios, común a las principales religiones, es necesaria para la educación del hombre, para ayudarle a superar los egoísmos, los particularismos. La Biblia, incluido el Nuevo Testamento, desarrolla aún más la función humanizadora de las religiones, abriendo el corazón humano a la fraternidad universal, al altruismo, a la universalidad. Sin embargo —lo dice también claramente en otros libros, como en El arte de amar— una vez que la Humanidad alcance la madurez, la religión desaparecerá, pues, al poseer los valores a que aspiraba, el hombre se dará cuenta de que aquel Dios a quien hasta entonces había estado adorando era el hombre mismo.

En la evolución del hombre religioso al hombre maduro, Fromm ve un proceso semejante al que se da en el paso de la niñez a la adolescencia: el niño tiene necesidad de los padres para vivir, aprender y crecer hacia la plena autonomía; pero una vez alcanzada ésta, los padres deben mantenerse al margen pues ya no hacen falta. La comparación es sugestiva pero muy endeble, pues, si bien la ayuda material de los padres puede dejar de ser necesaria, no es posible negar su existencia, ni el vínculo que une a ellos, ni los lazos afectivos permanentes que son propios de la naturaleza humana; el mandato de "honrar padre y madre" no es, en definitiva, sólo para los menores de edad. Si esto sucede en el caso de los padres terrenos, en el caso de la paternidad divina con mayor razón: no es posible alcanzar la autonomía, porque nuestra dependencia respecto a Dios es completa y nuestra madurez o perfección humana se alcanza en la medida en que le amamos.

Cuando se afirma que Fromm acepta una Biblia sin Dios, en realidad se entiende una adhesión genérica a algunos valores de fondo, y no a lo que constituye el fundamento de los Libros sagrados: la actuación de Dios en la historia de los hombres y la revelación de su vida íntima. Esto mismo le lleva a no ver diferencias entre la Biblia y el contenido de las demás religiones. Ciertamente establece una jerarquía desde el punto de vista de la sabiduría alcanzada, situando al cristianismo en primer lugar, no porque distinga en él algo sobrenatural, sino porque ve en él más universalidad y más fraternidad que en las restantes religiones. Dentro del cristianismo, a su vez, da la preeminencia al catolicismo, porque a través de la función desempeñada por la Virgen María se educa al hombre en valores como la ternura y el amor, ajenos al protestantismo.

La obra de Fromm contribuye así a aumentar la gran confusión actual, que lleva a juzgar positivamente la dimensión religiosa del hombre si bien de modo parcial, como un rincón de la intimidad humana lleno de misterio. Los distintos tipos de religiones, sectas y cultos aparecen como otras tantas manifestaciones posibles y, en cuanto posibles, no necesarias de esa dimensión. Se llega así a un sincretismo religioso, en el que la religión se reduce a un simple sentimiento humanitario. La elección de una religión o de otra no tiene nada que ver con la verdad, sino sólo con la simpatía hacia ciertos valores, cuando no es el simple apuntarse a una especie de club o sociedad de amigos. 

Fromm, que en su libro ¿Tener o ser? denuncia muchas idolatrías, muchos egoísmos sutiles, propios del tener, del poseer, del poder que garantiza el ser apreciado verdadera o aparentemente por los demás, no se da cuenta de que su crítica a la religión parte de una idolatría más perniciosa: la de sustituir a Dios por un hombre que, sin Dios, se rebaja a la animalidad o a la soberbia más cegadora.

El hombre, sin Dios, sigue necesitando fe, esperanza y amor para dar sentido a su existencia. Claro está que estas tres virtudes ya no tendrán a Dios ni como objeto ni como fin, sino sólo al hombre. 

Pero, por más hermoso que sea el ideal humano en el que descansen estas tres virtudes, no se alcanzará nunca la meta, porque ésta no es más que un espejismo. Fromm elige para sí y para la sociedad futura el ideal del amor productivo. Pero para hacerlo realidad, no basta la elección, sino que hay que mantenerla, especialmente cuando hay dificultades o cuando parece imposible de ser llevado a la práctica. Este mantener la elección es propio de la virtud de la esperanza, que en este caso nace de una fe humana, fe en la verdad y bondad de ese ideal. 

Pero la fe en un ideal humano, por muy grande que sea, no puede transmitirse con la misma fuerza con que nació en el alma del primero que la tuvo; con el tiempo se desgasta, se desvirtúa y se convierte sólo en un ideal más, que convoca sólo a unos pocos. Fromm ha podido infundir esperanzas en algunos cenáculos de intelectuales inconformistas y en personas deseosas de recuperar valores perdidos; pero la consistencia real de su sistema no supera a la de otras muchas utopías.


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