LA DESOLACIÓN Y LA CONSOLACIÓN ESPIRITUAL
De los
Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola
Para sentir
y conoc er de alguna manera las diversas mociones que se animan en el alma, a
fin de aceptar las buenas y rechazar las malas.
Tercera. De la consolación espiritual. Llamo consolación
espiritual cuando en el alma se causa alguna moción interior, con la que el
alma viene a inflamarse en amor de su Creador y Señor, y, por consiguiente,
cuando a ninguna cosa creada sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino
en el Creador de todas ellas. Igualmente, cuando [uno] derrama lágrimas que lo
mueven a amar a su Señor, sea por el dolor de sus pecados, o de la Pasión de
Cristo Nuestro Señor, o de otras cosas directamente ordenadas a su servicio y
alabanza. Finalmente, llamo consolación a todo aumento de esperanza, fe y
caridad y a toda alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a
la propia salvación del alma, aquietándola y pacificándola en su Creador y
Señor.
Cuarta. De la desolación espiritual. Llamo desolación
a todo lo contrario de la tercera regla: como oscuridad del alma, turbación en
ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y
tentaciones, que la mueven a desconfianza [y la dejan] sin esperanza, sin amor,
hallándose [el alma] toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador
y Señor. Porque así como la consolación es contraria a la desolación, de la
misma manera los pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los
pensamientos que salen de la desolación.
Quinta. En tiempo de desolación no se ha de hacer
ningún cambio, sino que se ha de estar firme y constante en los propósitos y
determinaciones que se tenían el día anterior a tal desolación, o en la
determinación que se tenía en la consolación anterior. Porque así como en la
consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación [nos
guía y aconseja más] el malo, y con sus consejos no podemos tomar camino para
acertar.
Sexta. Dado
que en la desolación no debemos cambiar los primeros propósitos, [sin embargo]
es muy provechoso que nosotros mismos nos movamos intensamente contra la misma
desolación, por ejemplo, insistiendo más en la oración, en la meditación, en
examinarnos mucho y en extendernos en algún modo conveniente de hacer
penitencia.
Séptima. El que
está en desolación considere cómo el Señor, para probarlo, lo ha abandonado a
sus potencias naturales para que resista a las varias agitaciones y tentaciones
del enemigo… pues puede [resistir] con el auxilio divino, que siempre le queda
aunque no lo sienta claramente, porque el Señor le ha sustraído su mucho
fervor, su crecido amor y su gracia intensa, dejándole, sin embargo, con la
gracia suficiente para la salvación eterna.
Octava. El que está
en desolación, trabaje por perseverar en la paciencia, que es [virtud] contraria a las vejaciones que le
vienen, y piense que si pone las [debidas] diligencias contra tal desolación,
como se ha dicho en la sexta regla, pronto será consolado.
Novena. Tres
son las causas principales por las que nos hallamos desolados.
·
La primera, por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros
ejercicios espirituales, y así, por nuestras faltas, se aleja de nosotros la
consolación espiritual.
·
La segunda, porque [Dios] quiere probarnos lo que somos, y hasta
dónde llegamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones
y gracias abundantes.
·
La tercera, porque [Dios quiere] darnos un verdadero
conocimiento y sentimiento íntimo de que no depende de nosotros adquirir o
retener una gran devoción, un amor intenso, lágrimas o alguna otra consolación
espiritual, sino que todo es don y gracia de Dios Nuestro Señor, y [también]
porque [quiere] que en casa ajena no pongamos nido elevando nuestro espíritu a
alguna soberbia o vanagloria, atribuyéndonos a nosotros la devoción o los otros
efectos de la consolación espiritual.
Décima. El que
está en consolación piense cómo obrará en la desolación que vendrá después, y
tome nuevas fuerzas para entonces.
Undécima. El que
está consolado, procure humillarse y abajarse cuanto pueda, pensando de cuán
poca cosa es [capaz] en tiempo de desolación sin tal gracia o consolación. Por
el contrario, el que está en desolación piense que es capaz de mucho con la
gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos, tomando fuerzas en su
Creador y Señor.
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