LAS CIRCUNSTANCIAS NO PUEDEN MODIFICAR LA CALIDAD MORAL DE UN ACTO HUMANO
Del
Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1750 a 1756)
La
moralidad de los actos humanos depende:
— del fin que se busca o la intención;
— de las circunstancias de la acción.
El
objeto, la intención y las circunstancias forman las “fuentes” o elementos
constitutivos de la moralidad de los actos humanos.
1. El objeto elegido es un bien hacia el
cual tiende deliberadamente la voluntad. Es la materia de un acto humano. El
objeto elegido especifica moralmente el acto del querer, según que la razón lo
reconozca y lo juzgue conforme o no conforme al bien verdadero. Las reglas
objetivas de la moralidad enuncian el orden racional del bien y del mal,
atestiguado por la conciencia.
2.
Frente al objeto, la intención
se sitúa del lado del sujeto que actúa. La intención, por estar ligada a la
fuente voluntaria de la acción y por determinarla en razón del fin, es un
elemento esencial en la calificación moral de la acción. El fin es el término
primero de la intención y designa el objetivo buscado en la acción. La
intención es un movimiento de la voluntad hacia un fin; mira al término del
obrar. Apunta al bien esperado de la acción emprendida. No se limita a la
dirección de cada una de nuestras acciones tomadas aisladamente, sino que puede
también ordenar varias acciones hacia un mismo objetivo; puede orientar toda la
vida hacia el fin último.
Por ejemplo, un servicio que se hace a alguien tiene
por fin ayudar al prójimo, pero puede estar inspirado al mismo tiempo por el
amor de Dios como fin último de todas nuestras acciones. Una misma acción
puede, pues, estar inspirada por varias intenciones como hacer un servicio para
obtener un favor o para satisfacer la vanidad.
Una
intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno ni justo un
comportamiento en sí mismo desordenado (como la mentira y la maledicencia). El
fin no justifica los medios. Así, no se puede justificar la condena de un
inocente como un medio legítimo para salvar al pueblo. Por el contrario, una
intención mala sobreañadida (como la vanagloria) convierte en malo un acto que,
de suyo, puede ser bueno (como la limosna) (cf Mt 6, 2-4).
3. Las circunstancias, comprendidas en
ellas las consecuencias, son los elementos secundarios de un acto moral. Contribuyen a agravar o a
disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo, la
cantidad de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar la
responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las circunstancias no pueden
de suyo modificar la calidad moral de los actos; no pueden hacer ni
buena ni justa una acción que de suyo es mala.
Los actos buenos y
los actos malos
El
acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de
las circunstancias. Una finalidad mala corrompe la acción, aunque su objeto sea
de suyo bueno (como orar y ayunar para ser visto por los hombres).
El
objeto de la elección puede por sí solo viciar el conjunto de todo el
acto. Hay comportamientos concretos —como la fornicación— que siempre es un
error elegirlos, porque su elección comporta un desorden de la voluntad, es
decir, un mal moral.
Es, por tanto, erróneo juzgar de la
moralidad de los actos humanos considerando sólo la intención que los inspira o
las circunstancias (ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar,
etc.) que son su marco. Hay actos que, por sí y en sí mismos,
independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre
gravemente ilícitos por razón de su objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio,
el homicidio y el adulterio. No está permitido hacer el mal para obtener un
bien.
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