CON EL ALMA EN UN POZO
Reflexión espiritual para el tiempo pascual
del
Monasterio del Cristo Orante
(Tupungato, Mendoza)
Cuando
Dios mete a un alma en el pozo --porque es el Señor quien lo hace, más allá de
la instrumentalidad de terceros o de resortes propios-- la
"tentación" (del metido en el pozo o del que desde afuera quiere
ayudar) es tratar de sacarlo de allí. Y es tentación NO porque estoicamente
haya que "permanecer en el pozo"... no, no. ¡Hay que salir del pozo!
Pero pozo no es laberinto. De los laberintos se sale por arriba: de estos pozos
se sale por el fondo...
Quien
desde arriba tira cuerdas, extiende brazos, procura palancas, sólo logra
desbarrancar más y más la boca del pozo que se cierra y sepulta al empozado. No
es por ahí. Y flaco favor te haría moviendo suelo sobre tu cabeza. La consigna
es inversa: seguí cavando. Seguí avanzando de espesura en espesura; de negrura
en negrura, de soledad en soledad, de silencio a más silencio (sí, sí: de ese
"poblado de aullidos", ese mismo; no el de Oseas). No temas sentirte
un gusano, no un hombre. Custodiá tu gusaneidad; y que ese rastrero gusano
experto en polvos y lodos se coma la tierra, se hinque y horade más y más el
fondo del pozo. Sólo así habrá mariposa (perdoná la rosada metáfora...)
¿Te
acordás de la "cripta luminosa"? El fondo más fondo del pozo se
desfonda en luz, en aire fresco, en anchurosa terraza... No pretendas salir; ya
no por inviable; ya no por no hallar el modo. Que pase a ser una deliberada
elección: no quiero salir por arriba; no me interesa volver al nivel del mar:
quiero las altas cumbres; quiero pies de ciervo para los lugares altos; quiero
alas de paloma para volar y posarme y anidar en las grietas de los altos
peñascos.
Y
de un modo desaforado, obstinado (lo cual no te es difícil, convengamos),
empacate en ese deseo. Y arremeté hacia las honduras más negras. Hacia ese
creciente y negro peligro donde brota lo que salva.
¿Qué
querés empezar de cero? Nada de cero. Vas por menos-cuatro, y hay que llegar al
menos-siete. Que es cuando el frío empieza a quemar.
Tampoco
importa ya qué es más grave y qué menos. Esto es trabajo de minería: pico y
pala en mano, para abajo y más abajo. Quitando de a paladas lo que sea, sin
importar qué sea. La bestia feroz debe cavar. "Tierra trágame" no:
tragá vos tierra; masticá polvo. Que la bestia interior atempere su ferocidad
cavando más y más hondura de silencio y soledad. Y que se mueran todos los
psicólogos insistidores en que hay que "sacar afuera" las cosas: nada
de afuera. Esta bestia ni debe ser liberada ni debe ser matada: es la
protagonista de una novela contra-kafkiana; en que un buen día la cucaracha
amanecerá y se verá transformada en cervatillo... el gusano en mariposa.
Crisálida viene de Cristo aunque los etimólogos no lo reconozcan. Que la bestia
-muda- cave hondura.
Y
que crezca nomás el ninguneo, la indiferencia, el oprobio, la anulación y hasta
la mismísima maldad: esa "bota de carcelero" --mucho más que la soga
del rescatista-- te empuja hacia el desfonde del pozo. Creéle a este monje que
algo sabe.
La
cumbre del Gólgota es el punto más bajo del orbe, aunque la vista engañe.
Me
decís que el Señor parece haberse alejado... Y sí, de algún modo es sí. Pues
con Él estabas cuando caíste en el pozo. Y de algún modo allí quedó, arqueado
con los brazos en jarro en el afuera del heidegeriano "cuadrante" que
sostiene la boca del pozo.
Pero
dejame ser aguafiestas y contar el final del cuento, la eucatastrófica escena
final de este breve drama en tres actos: cuando tu horadar, ya con el último
hálito de fuerzas y de aire, ya a punto de dejarte morir en esa fangosa y
nauseosa hondura rasques ripio suelto y los terrones se te pulvericen entre los
vencidos dedos de uñas negras... caerás de bruces a los pies de tu Señor, de
cuyos labios sonrientes escucharás, con Voz ralentada: "y si te llegas al
infierno, allí me encuentras", como recitando la profesión de la fe
(descendió a los infiernos y al tercer día…). Y te recogerá entero, al son de
un "¡salgamos de aquí!" con timbre a Sábado Santo... y remontarán
vuelo, hijo. Vuelo nupcial. Vuelo fabuloso...
Todo
esto va a ocurrir tan-tan inexorablemente así, que cuando ocurra, este relato
te resultará un pálido y deslucido simulacro.
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