Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

23 de abril de 2016

HACIA EL DESFONDE DEL POZO

CON EL ALMA EN UN POZO
Reflexión espiritual para el tiempo pascual
 del Monasterio del Cristo Orante
(Tupungato, Mendoza)Cuando Dios mete a un alma en el pozo --porque es el Señor quien lo hace, más allá de la instrumentalidad de terceros o de resortes propios-- la "tentación" (del metido en el pozo o del que desde afuera quiere ayudar) es tratar de sacarlo de allí. Y es tentación NO porque estoicamente haya que "permanecer en el pozo"... no, no. Hay que salir del pozo! Pero pozo no es laberinto. De los laberintos se sale por arriba: de estos pozos se sale por el fondo...


Quien desde arriba tira cuerdas, extiende brazos, procura palancas, solo logra desbarrancar más y más la boca del pozo que se cierra y sepulta al empozado. No es por ahí. Y flaco favor te haría moviendo suelo sobre tu cabeza. La consigna es inversa: seguí cavando. Seguí avanzando de espesura en espesura; de negrura en negrura, de soledad en soledad, de silencio a más silencio (sí, sí: de ese "poblado de aullidos", ese mismo; no el de Oseas). No temas sentirte un gusano, no un hombre. Custodiá tu gusaneidad; y que ese rastrero gusano experto en polvos y lodos se coma la tierra, se hinque y horade más y más el fondo del pozo. Sólo así habrá mariposa (perdoná la rosada metáfora...)..
¿Te acordás de la "cripta luminosa"? El fondo más fondo del pozo se desfonda en luz, en aire fresco, en anchurosa terraza... No pretendas salir; ya no por inviable; ya no por no hallar el modo. Que pase a ser una deliberada elección: no quiero salir por arriba; no me interesa volver al nivel del mar: quiero las altas cumbres; quiero pies de cierva para los lugares altos; quiero alas de paloma para volar y posarme y anidar en las grietas de los altos peñascos.
Y de un modo desaforado, obstinado (lo cual no te es difícil, convengamos), empacate en ese deseo. Y arremeté hacia las honduras más negras. Hacia ese creciente y negro peligro donde brota lo que salva.
¿Que querés empezar de cero? Nada de cero. Vas por menos-cuatro, pichón, y hay que llegar al menos-siete. Que es cuando el frío empieza a quemar.
Tampoco importa ya qué es más grave y qué menos. Esto es trabajo de minería: pico y pala en mano, para abajo y más abajo. Quitando de a paladas lo que sea, sin importar qué sea. La bestia feroz debe cavar. "Tierra trágame" no: tragá vos tierra; masticá polvo, como cantaba Sting (sí, Sting, leíste bien). Que la bestia interior atempere su ferocidad cavando más y más hondura de silencio y soledad. Y que se mueran todos los psicólogos insistidores en que hay que "sacar afuera" las cosas: nada de afuera. Esta bestia ni debe ser liberada ni debe ser matada: es la protagonista de una novela contra-kafkiana; en que un buen día la cucaracha amanecerá y se verá transformada en cervatillo... el gusano en mariposa. Crisálida viene de Cristo aunque los etimólogos no lo reconozcan. Que la bestia --muda-- cave hondura.
Y que crezca nomás el ninguneo, la indiferencia, el oprobio, la anulación y hasta la mismísima maldad: esa "bota de carcelero" --mucho más que la soga del rescatista-- te empuja hacia el desfonde del pozo. Creéle a este monje que algo sabe.
La cumbre del Gólgota es el punto más bajo del orbe, aunque la vista engañe.
Me decís que el Señor parece haberse alejado... Y sí, de algún modo es sí. Pues con Él estabas cuando caíste en el pozo. Y de algún modo allí quedó, arqueado con los brazos en jarro en el afuera del heidegeriano "cuadrante" que sostiene la boca del pozo. Pero dejame ser aguafiestas y contar el final del cuento, la eucatastrófica escena final de este breve drama en tres actos: cuando tu horadar, ya con el último hálito de fuerzas y de aire, ya a punto de dejarte morir en esa fangosa y nauseosa hondura rasques ripio suelto y los terrones se te pulvericen entre los vencidos dedos de uñas negras... caerás de bruces a los pies de tu Señor, de cuyos labios sonrientes escucharás, con Voz ralentada: "y si te llegas al infierno, allí me encuentras", como recitando el salmo. Y te recogerá entero, al son de un "¡salgamos de aquí!" con timbre a sábado santo... y remontarán vuelo, hijo. Vuelo nupcial. Vuelo fabuloso...
Todo esto va a ocurrir tan-tan inexorablemente así, que cuando ocurra, este relato te resultará un pálido y deslucido simulacro.
Cuando Dios mete a un alma en el pozo --porque es el Señor quien lo hace, más allá de la instrumentalidad de terceros o de resortes propios-- la "tentación" (del metido en el pozo o del que desde afuera quiere ayudar) es tratar de sacarlo de allí. Y es tentación NO porque estoicamente haya que "permanecer en el pozo"... no, no. ¡Hay que salir del pozo! Pero pozo no es laberinto. De los laberintos se sale por arriba: de estos pozos se sale por el fondo...
Quien desde arriba tira cuerdas, extiende brazos, procura palancas, sólo logra desbarrancar más y más la boca del pozo que se cierra y sepulta al empozado. No es por ahí. Y flaco favor te haría moviendo suelo sobre tu cabeza. La consigna es inversa: seguí cavando. Seguí avanzando de espesura en espesura; de negrura en negrura, de soledad en soledad, de silencio a más silencio (sí, sí: de ese "poblado de aullidos", ese mismo; no el de Oseas). No temas sentirte un gusano, no un hombre. Custodiá tu gusaneidad; y que ese rastrero gusano experto en polvos y lodos se coma la tierra, se hinque y horade más y más el fondo del pozo. Sólo así habrá mariposa (perdoná la rosada metáfora...)
¿Te acordás de la "cripta luminosa"? El fondo más fondo del pozo se desfonda en luz, en aire fresco, en anchurosa terraza... No pretendas salir; ya no por inviable; ya no por no hallar el modo. Que pase a ser una deliberada elección: no quiero salir por arriba; no me interesa volver al nivel del mar: quiero las altas cumbres; quiero pies de ciervo para los lugares altos; quiero alas de paloma para volar y posarme y anidar en las grietas de los altos peñascos.
Y de un modo desaforado, obstinado (lo cual no te es difícil, convengamos), empacate en ese deseo. Y arremeté hacia las honduras más negras. Hacia ese creciente y negro peligro donde brota lo que salva.
¿Qué querés empezar de cero? Nada de cero. Vas por menos-cuatro, y hay que llegar al menos-siete. Que es cuando el frío empieza a quemar.
Tampoco importa ya qué es más grave y qué menos. Esto es trabajo de minería: pico y pala en mano, para abajo y más abajo. Quitando de a paladas lo que sea, sin importar qué sea. La bestia feroz debe cavar. "Tierra trágame" no: tragá vos tierra; masticá polvo. Que la bestia interior atempere su ferocidad cavando más y más hondura de silencio y soledad. Y que se mueran todos los psicólogos insistidores en que hay que "sacar afuera" las cosas: nada de afuera. Esta bestia ni debe ser liberada ni debe ser matada: es la protagonista de una novela contra-kafkiana; en que un buen día la cucaracha amanecerá y se verá transformada en cervatillo... el gusano en mariposa. Crisálida viene de Cristo aunque los etimólogos no lo reconozcan. Que la bestia -muda- cave hondura.
Y que crezca nomás el ninguneo, la indiferencia, el oprobio, la anulación y hasta la mismísima maldad: esa "bota de carcelero" --mucho más que la soga del rescatista-- te empuja hacia el desfonde del pozo. Creéle a este monje que algo sabe.
La cumbre del Gólgota es el punto más bajo del orbe, aunque la vista engañe.
Me decís que el Señor parece haberse alejado... Y sí, de algún modo es sí. Pues con Él estabas cuando caíste en el pozo. Y de algún modo allí quedó, arqueado con los brazos en jarro en el afuera del heidegeriano "cuadrante" que sostiene la boca del pozo.
Pero dejame ser aguafiestas y contar el final del cuento, la eucatastrófica escena final de este breve drama en tres actos: cuando tu horadar, ya con el último hálito de fuerzas y de aire, ya a punto de dejarte morir en esa fangosa y nauseosa hondura rasques ripio suelto y los terrones se te pulvericen entre los vencidos dedos de uñas negras... caerás de bruces a los pies de tu Señor, de cuyos labios sonrientes escucharás, con Voz ralentada: "y si te llegas al infierno, allí me encuentras", como recitando la profesión de la fe (descendió a los infiernos y al tercer día…). Y te recogerá entero, al son de un "¡salgamos de aquí!" con timbre a Sábado Santo... y remontarán vuelo, hijo. Vuelo nupcial. Vuelo fabuloso...
Todo esto va a ocurrir tan-tan inexorablemente así, que cuando ocurra, este relato te resultará un pálido y deslucido simulacro.


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