SIN VERDAD LA CARIDAD CAE EN UN MERO SENTIMENTALISMO
En la Encíclica CARITAS IN VERITATE el Papa Benedicto XVI expresa
que sin la verdad la caridad es un
envoltorio vacío que se rellena artificialmente
y es presa fácil de las
emociones y las opiniones contingentes de las personas,
una palabra de la que
se abusa y se distorsiona.
La
caridad da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el
prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las
amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como
las relaciones sociales, económicas y políticas. Para la Iglesia —aleccionada
por el Evangelio—, la caridad es todo porque, como enseña San Juan (cf. 1 Jn
4,8.16) y como he recordado en mi primera Carta encíclica «Dios es caridad» (Deus
caritas est): todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere
forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que
Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.
Soy
consciente de las desviaciones y la pérdida de sentido que ha sufrido y sufre
la caridad, con el consiguiente riesgo de ser mal entendida, o excluida de la
ética vivida y, en cualquier caso, de impedir su correcta valoración. En el
ámbito social, jurídico, cultural, político y económico, es decir, en los
contextos más expuestos a dicho peligro, se afirma fácilmente su irrelevancia
para interpretar y orientar las responsabilidades morales. De aquí la necesidad
de unir no sólo la caridad con la verdad, en el sentido señalado por San Pablo
de la «veritas in caritate» (Ef 4,15), sino también en el
sentido, inverso y complementario, de «caritas in veritate». Se ha de
buscar, encontrar y expresar la verdad en la «economía» de la caridad,
pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de
la verdad.
De
este modo, no sólo prestaremos un servicio a la caridad, iluminada por la
verdad, sino que contribuiremos a dar fuerza a la verdad, mostrando su
capacidad de autentificar y persuadir en la concreción de la vida social. Y
esto no es algo de poca importancia hoy, en un contexto social y cultural, que
con frecuencia relativiza la verdad, bien desentendiéndose de ella, bien rechazándola.
Por
esta estrecha relación con la verdad, se puede reconocer a la caridad como
expresión auténtica de humanidad y como elemento de importancia fundamental en
las relaciones humanas, también las de carácter público. Sólo en la verdad
resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz
que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es simultáneamente la de la razón
y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y
sobrenatural de la caridad, percibiendo su significado de entrega, acogida y
comunión.
Sin verdad, la caridad cae en mero
sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se
rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin
verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los
sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por
significar lo contrario. La verdad libera a la caridad de la estrechez de una
emotividad que la priva de contenidos relacionales y sociales, así como de un
fideísmo que mutila su horizonte humano y universal. En la verdad, la caridad
refleja la dimensión personal y al mismo tiempo pública de la fe en el Dios
bíblico, que es a la vez «Agapé» y «Lógos»: Caridad y Verdad,
Amor y Palabra.
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