SAN
PEDRO DE VERONA:
PROTOMÁRTIR DE LA FAMILIA DOMINICANA
LA GRACIA DE PREDICAR
Y PREDICAR LA GRACIA
Una síntesis de la vida de este santo mártir
en la celebración del Año Jubilar Dominicano.
Vivió en tiempos turbulentos para la Iglesia. Su
familia pertenecía a la herejía cátara y llegó a ser un predicador insigne de
la fe católica.
Su muerte martirial tiene una anécdota sublime:
cuando su asesino le asesta un golpe en la cabeza, brota sangre
y él moja su
dedo en su propia sangre con la que escirbe: “Credo in unum Deum”
San Pedro de Verona y su fraile compañero, Domingo, son atacados por sus asesinos en camino a Milán. Pedro, moja su dedo en su sangre martirial y escribe CREDO IN UNUM DEUM.
Grabado del siglo XIV
Pedro nació en Verona, en 1205. Sus padres pertenecían a la secta de
los cataros, una herejía muy semejante a la de los albigenses, que negaba,
entre otras cosas, que Dios hubiese creado la materia.
Pedro asistió a una escuela católica, no obstante la indignación de un
tío suyo, cuando supo que el niño, no sólo había aprendido el Símbolo de los
Apóstoles, sino que defendía el artículo “Creador del cielo y de la tierra”.
En
la Universidad de Bolonia Pedro tuvo que hacer frente a todas las tentaciones,
pues sus compañeros eran muy licenciosos. Pronto decidió solicitar la admisión
en la Orden de Santo Domingo y, en cuanto tomó el hábito, el joven novicio se
entregó ardientemente a las prácticas de la vida religiosa, que comprendían el
estudio, la lectura, la oración, el cuidado de los enfermos y la limpieza de la
casa.
Más tarde, le encontramos dedicado a la actividad de predicar en
Lombardía. Una de sus mayores pruebas fue que se le prohibiese enseñar y se le
enviase a un remoto convento, pues había sido falsamente acusado de recibir
extraños y aun mujeres en su celda. Un día, arrodillado ante el crucifijo,
exclamó: “Señor, Tú sabes que no soy culpable. ¿Por qué permites que me
calumnien?” La respuesta del crucifijo no se hizo esperar: “¿Y qué hice yo,
Pedro, para merecer la pasión y la muerte?” Avergonzado y consolado a la vez,
el fraile recuperó el valor y, poco después, su inocencia quedó probada. A
partir de entonces, su predicación tuvo más éxito. Pedro iba de pueblo en
pueblo para sacudir a los negligentes, convertir a los pecadores y reconquistar
a los que habían abandonado la religión. A la fama de su elocuencia se añadió
pronto la reputación de sus milagros. En cuanto aparecía en público, la multitud
se apretujaba junto a él para pedirle la bendición, para presentarle a los
enfermos y para oír la Palabra de Dios.
Hacia el año 1234, el Papa Gregorio IX nombró a Pedro, inquisidor
general pura los territorios milaneses. El santo desempeñó su oficio con tal
celo y eficacia, Cremona, Ravena, Genova, Venecia y aun en la Marca de Ancona,
predicó la fe, que su jurisdicción llegó a extenderse a casi todo el norte de
Italia. En Bolonia, discutió con los herejes, desenmascaró los errores y
reconcilió con la Iglesia a quienes la habían abandonado. Sin embargo, Pedro
sabía perfectamente que sus éxitos le habían ganado también muchos enemigos y,
frecuentemente, pedía a Dios la gracia del martirio. En un sermón que predicó
el Domingo de Ramos de 1252, anunció públicamente que se estaba tramando una
conspiración contra él y que su cabeza había sido puesta a precio. “Dejadles
tranquilos —añadió—; después de muerto seré todavía más poderoso.”
Dos semanas después, cuando viajaba de Como a Milán, dos asesinos
cayeron sobre él, en un bosque de los alrededores de Barlassina. Uno de ellos,
llamado Carino, le golpeó en la cabeza y después se lanzó sobre su acompañante,
un fraile llamado Domingo. Aunque herido muy gravemente, el santo no perdió el
conocimiento y aún tuvo tiempo de encomendarse a sí mismo y a su asesino a
Dios, usando las palabras de San Esteban. Después, mojó un dedo en su propia sangre y empezó a
escribir las palabras “Credo in Deum”. En ese momento, uno de los
asesinos le remató con otro golpe en la cabeza. Era el 6 de abril de 1252. El
mártir acababa de cumplir cuarenta y seis años. El hermano Domingo sólo le
sobrevivió unos cuantos días.
El Papa Inocencio IV canonizó a San Pedro de Verona al
año siguiente de su muerte. Carino huyó a Forli, donde se arrepintió de su
crimen, abjuró de la herejía, entró en la Orden de Santo Domingo y murió tan
santamente, que el pueblo empezó a venerarle.
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