LA BASÍLICA DEL SAGRADO CORAZON
EN MONTMARTRE
Testimonio elocuente del
amor del pueblo francés a la Sagrada Eucaristía.
El texto grabado en la piedra
de la bóveda del ábside lo expresa bien:
“Christo ejusque Sacratísimo Cordi Gallia poenitens et devota”
(Al Sagrado Corazón de Jesús, la Francia penitente y oferente)
(Al Sagrado Corazón de Jesús, la Francia penitente y oferente)
130 años de Adoración Eucarística permanente
Historia de la basílica del Sagrado Corazón de
Montmartre, consagrada a la contemplación del amor de Cristo presente en el
Santísimo Sacramento.
En lo alto de la colina de Montmartre, a pocos kilómetros de la
catedral de Notre-Dame de París y del Palacio del Louvre, sobresalen la
blanquísima cúpula y la esbelta torre de piedra de la monumental basílica
construida en honor del Sagrado Corazón de Jesús.
Imponente y estratégicamente situado, el impresionante templo se
presenta a los transeúntes como uno de los más destacados marcos de la “Ciudad
de la Luz”. Pero, de los millones de peregrinos y turistas que lo visitan
anualmente, ¿cuántos conocen su historia y la riqueza de su simbolismo?
Menos aún son los que —como hizo San Juan Pablo II en junio de 1980—
entran en él para dedicar unos minutos a la oración ante el Santísimo
Sacramento, expuesto día y noche desde hace 130 años.
¿Qué acontecimientos dieron origen a esa grandiosa basílica?
De “Monte de Marte” a “Monte de los Mártires”
Para responder correctamente a esa pregunta, remontémonos a la época
galo-romana, cuando la colina en la que se eleva era conocida por el nombre de Mons
Martis (Monte de Marte), al existir allí un templo dedicado al dios de la
guerra.
En ella ocurrió un importante episodio de la historia del
cristianismo. Narra San Gregorio de Tours que alrededor del año 250 el Papa había enviado a
siete misioneros para evangelizar la Galia, entre ellos San Dionisio (San Denis, en francés). Éste
se estableció en las márgenes del Sena, en la entonces llamada ciudad de
Lutecia, y consiguió formar una comunidad cristiana, de la cual fue el primer obispo.
Sin embargo, corrían tiempos de odio y de persecución a los
cristianos.
Dionisio fue denunciado a las autoridades romanas y, junto con dos
compañeros, el presbítero Rústico y el diácono Eleuterio, lo decapitaron en el
Monte de Marte, en el año 270 . Desde entonces consta que la colina pasó a
denominarse Mons Martyrum (Monte de los Mártires), dando así origen al
nombre francés Montmartre.
Lugar de peregrinación
Por su localización privilegiada — con una hermosa vista panorámica de
la urbe de París y del río Sena—, la reina Adelaida de Saboya, esposa del rey
Luis VI, decidió edificar allí, en el año de 1133, una iglesia en honor del Príncipe de los Apóstoles
y un monasterio para monjas benedictinas.
Tras la muerte del monarca, la propia reina se retiró a ese convento,
que se convertiría más tarde en una de las más importantes abadías de esa Orden
en Francia.
A lo largo de los siglos, numerosos santos, como San Bernardo, Santa
Juana de Arco y San Vicente de Paúl, fueron a esa colina en peregrinación.
Por las laderas del Montmartre también subieron siete hombres que
robustecidos por los Ejercicios Espirituales y atraídos por la bendición del
lugar desearon emitir sus votos religiosos en la cripta donde se suponía que
había ocurrido el martirio de San Dionisio, y de la que hoy no queda
prácticamente nada. Eran San
Ignacio de Loyola y seis discípulos suyos. Allí se constituyó el primer núcleo
de la Compañía de Jesús, en la fiesta de la Asunción de 1534.
Otro gran hito de la historia del Monte de los Mártires ocurrió en
1611, cuando fueron halladas en la cripta de la capilla del monasterio de las
benedictinas inscripciones que indicaban el sitio exacto del martirio del santo
obispo Dionisio.
La propia reina María de Médicis quiso conmemorar este descubrimiento
llevando a toda la Corte en peregrinación hasta aquel lugar.
Víctima de la Revolución Francesa
La Revolución Francesa interrumpió la multisecular historia de la
abadía benedictina de Montmartre: en 1792, el edificio fue destruido y las religiosas se dispersaron.
Varias fueron víctimas de la guillotina, entre ellas la última abadesa, la
Madre María Luisa de Montmorency-Laval.
La inestabilidad política por la que pasó Francia después de la
Revolución de 1789 se prolongó casi cien años. Y la situación se mostraba
especialmente grave a finales de 1870, tras la fuerte derrota sufrida por ese
país en la Guerra Franco- Prusiana. En marzo del año siguiente estalló la
Comuna de París, que diseminó el terror y la violencia durante más de dos
meses.
El “Voto Nacional” para la construcción de la Basílica
La gracia de Dios, no obstante, tocó a fondo los corazones de los
franceses en este escenario de tragedias e incertidumbre. Recordando las
revelaciones que el Señor le había hecho dos siglos antes a Santa Margarita
María Alacoque, en varias ciudades los fieles hicieron promesas al Corazón de
Jesús, suplicando al divino Redentor la restauración de la patria y la
liberación del Papa Pío IX, prisionero en el Vaticano.
Un destacado laico católico parisino, Alexandre Félix Legentil,
impulsado por el sacerdote jesuita Henry Ramière, redacta el esbozo de un “Voto Nacional al Sagrado
Corazón de Jesús para obtener la liberación del Soberano Pontífice y la
salvación de Francia”. Fue impreso y distribuido al público, y en poco
tiempo las hojas se llenaron de miles de firmas.
Concretamente, los signatarios prometían colaborar para erigir un
santuario en París dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Por sugerencia del
arzobispo Mons. Hippolyte Guibert, fue escogida la cumbre de la colina de
Montmartre para dicha construcción.
Tras meses de consultas, propuestas y providencias di versas, la
Asamblea Nacional francesa aprobó el 24 de julio de 1873, por una expresiva
mayoría —382 votos a favor, 138 en contra y 160 abstenciones—, el proyecto que
estipulaba en su artículo primero: “Se declara de utilidad pública la
construcción de una iglesia sobre la colina de Montmartre, conforme a la
petición presentada por el Arzobispo de París, en su carta de 5 de marzo de
1873, dirigida al ministro de Justicia. Esta iglesia, que será construida
exclusivamente con fondos recaudados por suscripción, será dedicada al
ejercicio público del culto católico”.
Entusiasta adhesión del pueblo fiel
A pesar de la tremenda crisis financiera en la que se encontraba la
Francia de la posguerra —además de otras dificultades, las tropas prusianas
vencedoras sólo salieron del territorio francés tras el pago de una
considerable indemnización—, el proyecto de construcción de la nueva basílica
contó desde el principio con la entusiástica y generosa participación del
pueblo fiel: desde modestos obreros hasta distinguidos miembros del clero y del
gobierno adhirieron a la iniciativa. En total fueron recaudados más de 46
millones de francos.
Entre los casi 10
millones de donantes, destacan el propio Papa Pío IX, que hizo una
ofrenda personal de 20.000 francos, y una joven de Lisieux llamada Teresa
Martin, que envió su brazalete para que fuera fundido y usado en la confección
del gran ostensorio del Santísimo Sacramento.
Pocos años después, ella pasaría a la Historia con el nombre de Santa
Teresa del Niño Jesús.
La piedra fundamental del nuevo templo votivo fue puesta el 16 de
junio de 1875; un año más tarde, se celebró la primera Misa en una capilla
provisional.
Las obras avanzaron con la velocidad posible de un proyecto de tal
envergadura en las difíciles circunstancias de la época. La monumental iglesia
fue terminada en 1914.
En el techo del ábside se puede contemplar el mayor mosaico del país,
que representa al Sagrado Corazón de Jesús glorificado por la Iglesia y por
Francia, llamado Cristo Pantocrator. En su base se lee esta divisa en
latín: Christo ejusque Sacratísimo Cordi Gallia poenitens et devota (A
Cristo y a su Sacratísimo Corazón, la Francia penitente y devota).
Adoración Eucarística ininterrumpida
En 1885 comenzó la Adoración Perpetua al Santísimo Sacramento en la
basílica, aún en construcción. Desde entonces, gracias al fervor de los
adoradores anónimos, no se interrumpió ni siquiera en los momentos de grandes
tragedias, como el día en que las tropas alemanas invadieron París en 1940, y
la noche en que el edificio tembló y los vitrales salieron disparados bajo el
impacto de las bombas que la aviación aliada lanzó en 1944.
Se podría escribir mucho más sobre los maravillosos efectos y los
resultados concretos de esa ininterrumpida adoración a la Sagrada Eucaristía,
mantenida a lo largo de 130 años a costa de sacrificios, no sólo pequeños, sino
a veces heroicos.
Ostensorio de la Basílica de Montmartre
Bien lo sintetizó San Juan Pablo II al afirmar que, gracias a eso, la
Basílica se convirtió en “uno de esos centros de donde el amor y la
gracia del Señor irradian misteriosa pero realmente sobre vuestra ciudad, sobre
vuestro país y sobre todo el mundo redimido”.
Texto
del Voto Nacional al
Sagrado Corazón de Jesús
Para obtener la
liberación del Soberano Pontífice y la salvación de Francia
“Ante las desgracias que afligen
a Francia, y las desgracias quizá mayores que todavía la amenazan; ante los
sacrílegos atentados cometidos en Roma contra los derechos de la Iglesia y de
la Santa Sede, y contra la persona sagrada del Vicario de Jesucristo; nos
humillamos ante Dios, y unimos a nuestro amor a la Iglesia y a nuestra patria,
reconocemos que somos culpables y castigados justamente.
Y para hacer una reparación
pública de nuestros pecados y obtener de la infinita misericordia del Sagrado
Corazón de Nuestro Señor Jesucristo el perdón de nuestras faltas, así como los
socorros extraordinarios sin los que no se podrá liberar al Sumo Pontífice de
su cautiverio y hacer cesar las desgracias de Francia, nos comprometemos a contribuir
para la construcción en París de un santuario dedicado al Sagrado Corazón de
Jesús”.
(Texto del Voto Nacional grabado en el
mármol de la basílica de Montmartre).
Puerta principal de la Basílica del Sagrado Corazón de Montmartre, París.
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