DIEZ ERRORES QUE PUEDEN PROVOCAR UN MAL
ENTENDIDO DIÁLOGO ECUMÉNICO
Una concepción equivocada del ecumenismo
concluye en declarar inútil la evangelización
Un inteligente análisis de un laico español
en el blog ESPADA DE DOBLE FILO
El
ecumenismo es una
de esas buenas ideas cristianas que, como diría Chesterton, en ocasiones se
vuelven locas y arrollan todo lo que encuentran a
su paso. Conviene comenzar diciendo que, en sí, se trata de algo bueno, santo y
necesario. A fin de cuentas, no es algo nuevo, ni una simple moda actual. La
Iglesia siempre ha querido la unidad de todos los cristianos, siguiendo el
ejemplo de Cristo, que oró por esa unidad durante la Última Cena: Padre, que todos sean uno, como Tú y
Yo somos uno (Jn 17,21).
Desde el origen de la Iglesia, los cismas y herejías siempre se han
considerado como una herida para la unidad, que debe cerrarse
por medio de la oración, que hace que los esfuerzos humanos fructifiquen. Una
muestra de esos intentos por lograr la unidad con los no católicos es la
celebración del Concilio de Ferrara-Florencia del siglo XV, en el que se
consiguió (siquiera brevemente) la unidad con ortodoxos y monofisitas (tras
otro intento aún más breve en el II Concilio de Lion en el siglo XIII).
Asimismo, es evidente que los católicos
están obligados a amar a todos los hombres, también a los que no pertenecen a
la Iglesia. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la
caridad nos llama “a tratar con amor,
prudencia y paciencia a los hombres que viven en el error o en la ignorancia de
la fe” (Dignitatis Humanae, 14).
El Concilio
Vaticano II dio
un fuerte impulso al ecumenismo, en un contexto mundial en el que los avances
de los medios de comunicación y los cambios demográficos y migratorios
incrementaban el contacto cotidiano con personas de otras confesiones
cristianas y también de otras religiones. No obstante, como hemos visto, eso no
implica que el ecumenismo fuera una creación o una novedad del último Concilio.
En cualquier caso, durante el último medio siglo, el ecumenismo ha dado algunos frutos notables,
como una declaración sobre la justificación con luteranos (aunque rechazada por
muchos de ellos), una declaración cristológica común con los monofisitas
armenios o la creación de los ordinariatos anglicanos.
Por desgracia, sin embargo, el
ecumenismo en muchas ocasiones se contamina de relativismo, indiferentismo, pelagianismo,
voluntarismo, sincretismo, otra larga serie de ismos y, a veces, la simple
falta de fe.
Cuando
esto sucede, las consecuencias son terribles: confusión de los fieles,
desconfianza ante la Verdad, adulteración de la fe, pérdida del verdadero sentido
de lo que es la Iglesia (especialmente la fe en que la Iglesia es una y única)
y abandono de la evangelización. De forma muy resumida, vamos a ver diez
peligros que pueden pervertir el sentido del ecumenismo y, que, por desgracia,
parecen ser bastante frecuentes hoy en día.
Diez
peligros en los que puede caer (y a menudo cae) un mal entendido ecumenismo en
la actualidad
1) Buscar
una unidad que no esté basada en la Verdad
Tristemente, muchos aficionados al
ecumenismo (y también
supuestos “expertos”) tienden a reducir el Ecumenismo a llevarse bien, a una
supuesta “unidad en el amor” que no incluye la “unidad en la verdad”. Según
este enfoque, el amor une y la verdad separa, por lo que el ecumenismo debe
centrarse en el primero y no en lo segundo.
Como es lógico, este enfoque no sólo es erróneo, sino
directamente blasfemo. La Verdad es Jesucristo, de modo que decir que la verdad
nos separa es decir que Cristo nos separa, algo que en realidad es propio del
Diablo (en griego, dia-bolos significa precisamente el que crea división).
2) Plantear
una especie de “religión de consenso”
La obsesión por la unidad a cualquier precio hace que a menudo se eviten los “temas difíciles” y se
considere que lo único “importante” es lo que compartimos con otras confesiones, mientras que lo
que nos separa es puramente accidental o simples costumbres particulares que
son solamente cuestión de gustos.
Este enfoque disparatado olvida que la fe católica es un cuerpo
y no pueden separarse unas partes de otras sin destruir por completo esa fe.
Cuando se rechaza (o se oculta en la práctica) parte de la fe católica en aras
de una supuesta unidad con otros cristianos, lo que se está haciendo es
rechazar por completo la fe y sustituirla por una religión puramente humana,
que no puede salvar.
3)
Confundir ecumenismo y diálogo interreligioso
El ecumenismo
se da entre cristianos, que ya somos hermanos por el bautismo
y, por lo tanto, tenemos una unidad sacramental básica que puede (y debe) dar
fruto en la unidad plena en la fe y en la caridad. Con los miembros de otras
religiones no existe esta unidad sacramental y, por lo tanto, lo que conviene
es dialogar, basándonos en lo que nos une, que es la razón y su búsqueda de la
Verdad (aprovechando así que, como dice el Vaticano segundo, esas religiones, “no pocas veces reflejan […] un destello de
aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (Nostra Aetate, 2).
Sin embargo, parece que hay una tendencia a ampliar el término ecumenismo a
la relación con el judaísmo, el islamismo, incluso el budismo ateo, etc., que,
evidentemente, quedan fuera del concepto, ya que, como decíamos, se limita a
los cristianos separados. Las palabras tienen una cierta elasticidad, pero
si se estiran demasiado, se rompen, y resultan in-significantes: ya no
significan nada. Lo único que se logra con esto es devaluar la fe
católica, porque se ponen en pie de igualdad el cristianismo (que es un don de
Dios a los hombres) con las religiones no cristianas (que son meros intentos
del hombre de encontrar a Dios), olvidando que la diferencia entre el primero y
las segundas es infinita.
4) Buscar
la unidad de las “iglesias” en lugar de la unidad de los cristianos
La búsqueda de la “unidad de las iglesias” es la forma
protestante de entender el ecumenismo, ya que los protestantes (y,
aparentemente, algunos supuestos católicos)
creen en una “Iglesia invisible”, de la que más o menos forman parte todas las
iglesias (protestantes), que para ellos son simplemente “denominaciones” y que
idealmente deberían llevarse bien aunque en la práctica no lo hagan.
Los católicos, sin embargo, sabemos que no existe una unidad de
las iglesias, porque sólo
hay una Iglesia, que es la Iglesia Católica, como decimos en el Credo: Creo en la Iglesia, que es una, santa,
católica y apostólica. Esa unidad es objeto de fe y, por lo tanto,
es algo que ya existe, garantizado por Dios como un don y que nadie puede
destruir, porque las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18).
Como dice el Catecismo, “pertenece a la
esencia misma de la Iglesia ser una” (CEC 813) y esa unidad se simboliza en
la túnica inconsútil (sin costuras) de Cristo.
Lo que sí hay que buscar es la unidad de los cristianos (cf.
Unitatis Redintegratio 1), porque, como sabemos, muchos cristianos no están en
plena comunión con la Iglesia (a pesar de que pertenecen a ella por el
bautismo), sino que se adhieren a otras confesiones. Es decir, lo que está roto
o al menos dañado es la unidad en la fe y la caridad de esos cristianos no
católicos con la Iglesia una, católica y apostólica. Esa separación (que puede
ser por herejía, apostasía o cisma) es una auténtica herida en el Cuerpo de
Cristo y el amor de Cristo y de esos hermanos separados nos urge a buscar su
curación, pero recordando siempre la verdad sobre la Iglesia una, santa,
católica y apostólica: Cristo tiene una sola Esposa y un solo Cuerpo, la
Iglesia.
5)
Confundir el diálogo con hablar del tiempo
El diálogo, que es un elemento básico del ecumenismo (cf.
Unitatis Redintegratio, 4; 9; 11) es una búsqueda de la verdad a través del uso
de la razón (dia-logos).
Sin
embargo, a veces parece que el diálogo
ecuménico se convierte en un fin en sí mismo, en lugar de un medio para
encontrar la verdad. Se celebran entonces reuniones
inacabables, autorreferenciales y narcisistas, como diría el Papa, en las que
no se dialoga propiamente, sino que lo que se hace es hablar de todo menos de
la verdad. Es el equivalente eclesial de hablar del tiempo en un ascensor, es
decir, limitarse a vaguedades y lugares comunes que no comprometen a nada ni a
nadie.
6) Perder y
hacer perder el tiempo
Un peligro grande, a mi juicio, consiste en dar una importancia
desorbitada al ecumenismo, dedicándole tiempo y recursos que estarían mejor
dedicados a otras cosas.
Hay multitud de diócesis españolas, por ejemplo, para las que el
ecumenismo debería limitarse prácticamente a las jornadas de oración por la
unidad de los cristianos, porque las (pequeñísimas) otras confesiones
cristianas son algo completamente ajeno a la vida de la inmensa mayoría de sus
fieles. En cambio, tienen delegados de ecumenismo, reuniones con otras
confesiones (generalmente, dedicadas a convertir a católicos y sacarlos de la
Iglesia), encuentros, celebraciones (a menudo, con “clérigos” no católicos de
los grupos más extraños y extravagantes, ya que no tienen otros a mano) y tesis
doctorales. Estas cosas podrían tener algún sentido en épocas en las que
sobraran el tiempo y los recursos, pero en una época de falta de vocaciones y
en la que la evangelización es una urgencia de vida o muerte, perder el tiempo
en ellas es ridículo y, probablemente, pecaminoso.
7)
Pretender llegar a la meta sin siquiera haber comenzado la carrera
A veces se “queman etapas”, intentando llegar a la unidad o
incluso pretendiendo haber llegado ya a esa unidad sin haber puesto los cimientos
necesarios. Muchos bienintencionados pero torpes ecumenistas
proponen, por ejemplo, que católicos y protestantes celebren juntos la
Eucaristía, sin entender que no puede haber comunión eucarística si no hay
comunión en la fe. Así lo ha entendido siempre la Iglesia, en Oriente y en
Occidente: la Eucaristía es a la vez signo y causa de la unidad de la Iglesia.
Otra modalidad de este error consiste en un supuesto “ecumenismo
desde abajo” que propone una política de hechos consumados: pequeñas
comunidades de católicos y no católicos que, por propia iniciativa, celebran
juntos los sacramentos como si ya hubiera unidad de hecho entre ellos. Parece
evidente que lo único que se puede conseguir con estas cosas es fomentar el
indiferentismo religioso para el que todo da igual y, de paso, cometer
sacrilegios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 2120).
8)
Confundir a los fieles
Las posibilidades de confundir a los fieles con un ecumenismo
mal entendido o imprudente son legión, ya que cualquier
acción pública de la Iglesia o de clérigos católicos tiene siempre una
dimensión de catequesis. En ese sentido, es una terrible
imprudencia dar la impresión de que se aprueban errores en un esfuerzo por
llevarse bien con los cristianos de otras confesiones. Esto es especialmente
importante en todo lo que se refiere a celebraciones litúrgicas, porque, no lo
olvidemos, lex orandi, lex credendi.
Por ejemplo, cuando los fieles ven a su párroco o a su obispo en
una “celebración”, junto a una “obispa” gay protestante, ambos revestidos con
ornamentos litúrgicos y presidiendo cada uno una parte de la celebración, casi
inevitablemente llegan a la conclusión de que todo da igual y de que el
protestantismo y el catolicismo, en el fondo, son lo mismo. Lo mismo sucede
cuando se ceden iglesias
católicas para ceremonias protestantes. A mi juicio, estas
celebraciones deberían reducirse al mínimo y, en general, no hacerse con
“ministros” que en realidad no han recibido el sacramento del orden (o, peor
aún, no pueden recibirlo). Una cosa es tener una reunión no litúrgica en la que
al principio o al final se rece un padrenuestro, por ejemplo, y otra muy
diferente devaluar el culto a Dios con personas que no son realmente ministros
ordenados pero pretenden serlo.
9) Lenguaje
buenista
Otra posibilidad de error (que también está presente en otros
campos, como el de la teología moral) es el uso de un lenguaje excesivamente
buenista, que sólo se fija en lo bueno y “positivo”, como si todo fuera de color de rosa y
la separación se limitase a un simple malentendido, sin
reconocer la realidad del error y el pecado. Es obvio que la cortesía y el
respeto son buenos, pero esa cortesía y ese respeto nunca pueden ejercerse a
costa de la verdad, porque decir la verdad (que hace libres a los hombres) es
la mayor muestra de respeto y cortesía. Yo
he venido al mundo para dar testimonio de la Verdad, dijo Cristo (Jn
18,37).
Hemos visto múltiples ejemplos de este problema con ocasión del
próximo aniversario de la Reforma protestante. Multitud de “expertos”
ecumenistas cantan las bondades de esa Reforma y del propio Lutero, olvidando
las terribles herejías introducidas por ella (que siguen siéndolo) y el enorme
pecado que supuso (al margen de las posibles buenas intenciones subjetivas de
los participantes, que son cuestiones que le competen sólo a Dios). Como dijo
el cardenal Koch, “no podemos celebrar un pecado”.
10)
Suplantar a la evangelización
Es quizá el mayor
peligro de un ecumenismo mal entendido. En muchos casos (por no
decir muchísimos), un ecumenismo desviado termina por arrebatar su lugar a la
evangelización, sustituyendo la importancia de que los hombres conozcan la
verdad y formen parte de la única Iglesia de Cristo por “procesos” de
acercamiento entre las diversas confesiones cristianas. Se llega incluso a
desaconsejar o dificultar las conversiones individuales al catolicismo, algo
que es un terrible pecado contra la fe.
Como consecuencia del error número 4, olvidan estos “ecumenistas”
que la misma declaración Dignitatis Humanae comienza diciendo “que Dios
manifestó al género humano el camino por el que, sirviéndole, pueden los
hombres salvarse y ser felices en Cristo. Creemos que esta única y verdadera
religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el Señor Jesús
confió la misión de difundirla a todos los hombres” (DH 1). Difícilmente podría
ser más claro: “única y verdadera religión” y “todos los hombres”.
La evangelización es un mandato fundamental de Cristo a la
Iglesia. Cualquier planteamiento que pretenda sustituirla por otra cosa es,
ipso facto, un engaño y una tentación, que destruye a los hombres, privándoles
de la vida eterna. Dios nos libre de esta tentación.
Conviene señalar, por último, que estos diez peligros están
interrelacionados y, de hecho, todos
ellos surgen del primero (la
falta de cimiento en la Verdad) y van
a desembocar en el décimo (el
abandono de la evangelización), igual que de una raíz podrida sale un árbol
enfermo que da frutos malos. Por ello, si se quieren solucionar hay que ir a
esa raíz y sanarla.
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