“QUE SE ALCEN LOS PORTONES
QUE SE LEVANTEN LOS DINTELES
QUE SE ABRAN LAS ANTIGUAS COMPUERTAS:
VA A
ENTRAR EL REY DE LA GLORIA”
(Cfr. Ps XXIII)
“Beda
el Venerable, monje inglés muerto en el 735, cuenta, en sus crónicas de su
viaje a Tierra Santa, que la noche de la Ascensión, el monte de los Olivos
parecía estar encendido en fuego, de la cantidad de cristianos con antorchas
que a medianoche subían para esperar la aurora rezando, todos orientados hacia
el Saliente, festejando así esta entrañable fiesta.
Patriarca
y clero; monjes y oblatos; hombres, mujeres y niños. Cientos, miles: todos en
unívoca dirección de cara al Cielo, donde las
nubes habían sido rasgadas por la Carne del Logos al penetrar las entrañas
mismas de Dios, instalando a la Humanidad en los interiores de la Vida
intratrinitaria. Y que prometió que del mismo lugar lo veríamos regresar.
La
Cabeza –como ocurre en los partos– había salido del estrecho útero del mundo
creatural para respirar el Aire increado. Y nosotros, su Cuerpo, los pies de
esta Cabeza (diría Crisóstomo), habíamos iniciado el vuelo esponsal, sobre las
plateadas alas del Águila de oro puro.
En
este imponente Suceso –histórico y metahistórico a la vez– miríadas de ángeles
avisan a las demás Potestades que alcen los portones, que levanten los
dinteles, que se alcen las antiguas compuertas; pues va a hacer su entrada
triunfal el Rey de la Gloria. ¿Y quién es ese Rey de la Gloria? –atreve algún
Querubín. Jesucristo, el Señor –avisa con tono grave san Miguel. El Señor de
los ejércitos, el héroe valeroso, vencedor del Enemigo.
Así se
inaugura la Liturgia celestial, la única Realidad, cuyas sombras y figuras
configuran nuestras liturgias terrenas.
Y
anota san Ambrosio: “los mismos ángeles
se maravillaron de este Misterio. Cristo Hombre, al que vieron poco antes
retenido en estrecha tumba, ascendía hasta lo más alto del Cielo. El Hijo
regresaba vencedor, cargado de una presa desconocida, de un curioso botín
conquistado a la Muerte. No, ¡no es un mero hombre el que entra, sino el Mundo
entero en la Persona del Redentor de todos!”
Sí: el
mundo entero, anidado en el Costado inmenso de su Esposo y Señor, sube como
incienso a Lo Abierto de la Inmensidad divina; a la majestuosa intemperie de un
Dios desmesurado”.
"¡Sursum corda! ¡Llévanos tras de Ti!"
"¡Sursum corda! ¡Llévanos tras de Ti!"
El athonita
La oración colecta de la solemnidad de la
Ascensión del Señor lo expresa con precisión y unción:
Concédenos,
Dios todopoderoso,
darte gracias con santa alegría,
porque en la ascensión de Cristo, tu Hijo,
nuestra humanidad es elevada junto a Ti,
ya que Él, como cabeza de la Iglesia,
nos ha precedido en la gloria
que nosotros, su cuerpo, esperamos alcanzar.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
darte gracias con santa alegría,
porque en la ascensión de Cristo, tu Hijo,
nuestra humanidad es elevada junto a Ti,
ya que Él, como cabeza de la Iglesia,
nos ha precedido en la gloria
que nosotros, su cuerpo, esperamos alcanzar.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
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