INVOCAR A NUESTRA SEÑORA
DE LOS BUENOS AIRES
Nuestra ciudad tiene un nombre que evoca el ruego que imploraban
hacia lo Alto los navegantes con sus embarcaciones a vela para llegar
a buen puerto.
Y en estos tiempos de “malos aires” es bueno recordar este
nombre bendito de nuestra urbe, e invocar a su santa Patrona.
Los
incomparables versos que escribió el talentoso escritor argentino Francisco
Luis Bernárdez (1900-1978) son una ocasión propicia para ello
Imagen de Nuestra Señora de Buenos Aires que se venera en la Catedral metropolitana porteña
Oración
a
Nuestra Señora de los Buenos Aires
Virgen que das el puerto de tus brazos,
Virgen que das el puerto de tus ojos,
tanto a la embarcación hecha pedazos
como a la voluntad hecha despojos;
que con tu nombre calmas las pasiones
y los desordenados movimientos
los movimientos de los corazones
y las pasiones de los elementos;
que con el nombre con que das la calma
diste comienzo a la ciudad querida,
puesto que dar el nombre es dar el alma,
puesto que dar el alma es dar la vida;
Virgen que favoreces nuestras cosas
con tus imploraciones insistentes,
porque tus manos misericordiosas
cuando se juntan son omnipotentes;
Virgen que con tus manos aseguras,
Virgen que con tus ojos iluminas
los derroteros y las singladuras
de las generaciones argentinas;
Nuestra Señora de los Buenos Aires
antes de que aparezca el Anticristo,
pídele a Dios que funde a Buenos Aires
por vez tercera, pero en Jesucristo;
para que cuando caigan las estrellas,
y la luna se apague con el viento,
y de la luz del sol no queden huellas
ni en la memoria ni en el firmamento;
para que cuando en forma decisiva
la Palabra de Dios nos interrogue;
para que cuando el río de agua viva
nos apague la sed o nos ahogue;
para que cuando suene la trompeta
sobre la confusión de las campanas,
y el demonio se quite la careta,
y aparezca el Ladrón en las ventanas;
para que cuando vuelvan del olvido
todos los que disfruten de sosiego,
y este renacimiento prometido
sea para la luz o para el fuego;
para que cuando el río de la Plata
pueda llamarse río de la Sangre,
y convertido en una catarata
el cielo moribundo se desangre;
para que cuando cese la discordia,
para que cuando cese la codicia,
para que cuando la Misericordia
dé paso finalmente a la Justicia;
para que cuando el tiempo se resuelva
en un hoy sin ayer y sin mañana,
y el espacio de ahora se disuelva
en una dimensión ultramundana;
para que cuando todo esté marchito,
las mujeres, los niños y los hombres
que nacieron aquí tengan escrito
en las frentes el nombre de los nombres;
y para que la bienaventurada
ciudad de Buenos Aires sobreviva,
convertida en la parte más poblada
de la Jerusalén definitiva.
Francisco Luis Bernárdez
El escudo de la ciudad de Buenos Aires. La paloma en su vértice hace alusión a los “buenos aires” (el Espíritu Santo) y los barcos, con el ancla, a la condición de puerto.
Una antigua escultura de
Nuestra Señora de Buenos Aires que se encontraba en el antiguo Fuerte de la
Ciudad (donde hoy está la Casa Rosada)
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