Acerca de la esperanza… precisamente en tiempos
difíciles
Una reflexión para encender la certeza de la alegría de los peregrinos en esta pandemia del coronavirus.
Acerca de la esperanza que no es simplemente esperar: que
todo salga bien, que superemos esta situación adversa, que la amenaza se
diluya, que algo pase… No. La esperanza no es simplemente esperar, con un
sentimiento de resignación o de impotencia. La esperanza tampoco es intentar
evadir la realidad, escapándose de los problemas. La esperanza vive de una
certeza, de algo que no cambia, que permanece siempre, un manantial vivificador
del que todos podemos beber para fortalecernos, para recobrar la paz, y así
poder seguir viviéndola con ganas, aún en situaciones adversas, no arrastrándola,
no con resignación, no enojados, no “porque
no nos queda otra”, sino sin miedos, libres, viviendo intensamente el
presente y proyectándonos al futuro.
Los antiguos hablaban del ser
humano como “homo viator”, como ser (mujer-varón) ambulante, itinerante.
Los poetas suelen llamarlo “caminante” o “peregrino”; otros “buscador”, algunos
filósofos y teólogos, “misterio”. Todos conceptos – y muchos más similares –
que intentan no definir sino más bien describir esto que somos los humanos, en
toda su complejidad y fascinación, superando la (insustituible) definición que
de nosotros da la Biología. Todos conceptos que quieren nombrar a la Humanidad
en sus singulares manifestaciones – cada hombre, cada mujer, de todos los
tiempos, de todas las culturas – como alguien en movimiento, como alguien
dinámico. Alguien siempre “in fieri”,
decía un gran pensador medieval (Tomás de Aquino). Siempre en proceso de crecer,
de avanzar, de perfeccionarse. Nadie está ya acabado mientras viva.
Pero todo este dinamismo que
intenta describir al ser humano desde ópticas diversas, puede resultar muy
escurridizo, caótico, puede conducir a pantanos lingüísticos (aunque sean
estéticamente bellos). Se mueve, camina, peregrina… ¿Desde dónde y hacia dónde?
¿O es simplemente un nómada, un paria, un apátrida, un vagabundo, sin origen,
sin meta, sin saber por dónde va?
El judeo-cristianismo ofrece
una respuesta que, así lo cree, le ha sido revelada por DIOS: Venimos de DIOS y vamos hacia DIOS.
Y es precisamente en esta
afirmación donde encontramos el fundamento de nuestra esperanza, que queremos
vivir y anunciar a todos “los que caminan a nuestro lado”. Enseña a este
propósito Pablo de Tarso, en una de sus célebres Cartas custodiadas en la
Biblia: Es “la esperanza que no defrauda,
porque el amor de DIOS ha sido derramado en nuestros corazones” (a los
romanos, 5,2-5). Porque “DIOS es Amor” y de Él venimos y hacia Él vamos. Y
porque, además, “en Él somos, nos movemos
y existimos”. Aquí está el fundamento de nuestra esperanza, que puede dar
sentido a cada hoy que vivamos.
Linda esa leyenda que narra
que cuando los antiguos griegos comenzaron a filosofar y se preguntaron qué
cosa fuese el ser humano, inventaron, para definirlo, la palabra “ánthropos” y
así designar al animal que camina erguido, y que por su capacidad espiritual
puede mirar hacia arriba, buscando en las alturas, más allá de las estrellas, más
arriba de sus pares, las respuestas últimas y definitivas, la Verdad, y no
simplemente las opiniones que sus iguales pudiesen dar, a sus preguntas más
existenciales y sufridas: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué
sentido tiene la vida? ¿Por qué la muerte?
DIOS. No son pocos los que, en tiempos de sufrimiento, de
enfermedad, de duelo, de oscuridad suelen decir, con cierta timidez: “Me da cosa recurrir ahora a DIOS, siempre
lo he postergado… ahora, en esta situación, como en última instancia, necesito
acercarme a Él”. Nadie debería autoreprocharse eso. Eso no está nada mal. Eso
es muy bueno, al menos en la necesidad, en el dolor, en la soledad, en la
adversidad, en la contrariedad… saber a quién dirigirse, saber dónde buscar, a
quién llamar. Y no es lo mismo sufrir en
soledad – aunque a veces uno esté rodeado de gente – que sufrir con DIOS,
saberse íntimamente comprendido, acogido, consolado, fortalecido, amado por
DIOS. ¡Es ahí cuando se enciende de nuevo la esperanza y renace la paz!
Sí, escribió Benedicto XVI:
“Únicamente donde se ve a DIOS, comienza realmente la vida… No somos el
producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto
de un pensamiento de DIOS. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado,
cada uno es necesario... Nada más bello que conocerlo y comunicar a los otros
la amistad con Él” (en: “DIOS es amor”). Un DIOS que se nos ha mostrado “a modo
humano”, en el Rostro amable, compasivo, bueno y fuerte de Jesús de Nazaret:
todo lo genuinamente humano en Él y toda la plenitud de DIOS en Él!
Para la Revelación
judeo-cristiana, entonces, no sólo venimos de DIOS y hacia Él caminamos.
También vivimos en Él! Vivimos amados, aceptados, protegidos, ayudados… por Él.
Si se lo permitimos. El ser humano puede decir “no” a DIOS. Y Él respeta
nuestra libertad. Él no es de los “dioses” que se imponen irrespetuosamente con
poder. Él se ofrece con amor.
Tal vez, en estos tiempos
difíciles, donde se nos pide necesario “aislamiento”, podamos reflexionar acerca de este dato tan
concreto y esencial de la vida humana: DIOS.
Y desde allí buscar respuestas a las eternas preguntas: ¿De dónde vengo? ¿Hacia
dónde voy? ¿Qué “hacer” mientras tanto? ¿Qué sentido tiene mi vida? Y descubrir
– o redescubrir - el Amor incondicional de DIOS para con nosotros, para con
cada uno, personalmente, en la situación en que cada uno se encuentre. Más allá
del mero fenómeno religioso, de las múltiples manifestaciones religiosas, más
allá de los rituales, más allá… porque nada ni nadie puede abarcar a DIOS… Más
allá… Sobre todo y sobre todos está
DIOS. Un DIOS vivo que es Amor! Y quien, además de haberse mostrado como Hombre
en Jesús de Nazaret, enseña hermosamente Agustín de Hipona: está más
íntimamente en mí – en cada ser humano – que mi propia intimidad.
En Él, y a partir de Él,
podemos encontrar el sentido último a nuestra vida de caminantes. (Cfr, “El hombre en busca de sentido”, de
Viktor Frankl) No estamos solos. En Él tiene consistencia – sentido - nuestro
hoy y en Él tenemos futuro: Futuro absoluto, eterno. Y así, encender una esperanza
nueva en nuestro corazón para seguir caminando, con la humildad y la alegría de
los peregrinos… también en este tiempo de pandemia.
Eduardo dal Santo, Sacerdote católico
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