UNA LUCHA NO FÁCIL:
EMPEÑARSE EN AHONDAR EN EL INTERIOR Y
PLANEAR SOBRE LAS CUMBRES
Los Ejercicios Espirituales siguen siendo una tarea indispensable
para re-ordenar la vida interior del hombre.
La Encíclica MENS NOSTRA del Papa
Pío XI (20 de diciembre de 1929) tiene una actualidad impresionante y explica con claridad meridiana la necesidad de los Santos Retiros.
Frente a la ligereza, irreflexión, disipación continua y vehemente, insaciable codicia de riquezas y placeres, debilidad y extinción en las almas del deseo de bienes más elevados, enredo, y servidumbre en las cosas temporales que impide a las almas levantarse a las Verdades eternas.
Aquí un resumen de la misma.
A QUIÉN
VA DIRIGIDA LA ENCÍCLICA “MENS NOSTRA”
Esta Encíclica, escrita por el Papa Pio XI, se dirige a todo el mundo —Urbi et Orbi— pero
de un modo especial a los Obispos, guías y formadores del Pueblo de Dios y de
sus conciencias. Está dirigida a quienes son capaces de profundizar y ascender
en orden al espíritu y de proyectar o promover esa ascensión espiritual en
todos los niveles.
Pero está dirigida con carácter
especial al hombre de la sociedad moderna, cuya modernidad consiste en la
búsqueda del mayor goce con el menor número de renuncias; para el hombre
moderno superficial y vacuo, que asume como filosofía de la vida la
superficialidad de su propia existencia.
La característica de este hombre moderno es la huida de Dios y
luego de sí mismo. Muy pronto apagará la luz de la conciencia, dominado por el
temor cobarde a una conciencia que llama y grita.
Este hombre moderno no es el
que plasmó Dios. Este hombre moderno es hijo de la insensatez, dominado por
constantes contradicciones, y cuya razón de ser parece estar encubierta en la
palabra “nada".
Por desgracia el hombre de la mentira, de la vacuidad de la
existencia es el hombre universal. Su raza no se extingue.
El Documento del Papa es un llamado a este hombre universal a
quien quiere despertar de su sopor enervante y hacerlo volver a la seriedad de
la vida, a la responsabilidad de la existencia; para quien vivir sea cumplir un
destino, asumir una misión, responder con grandeza al don de la vida.
La voz del Papa quiere restaurar en el fondo de cada corazón la
jerarquía de valores que han de ser vividos como una opción absoluta.
CÓMO
REHACER AL HOMBRE
La riqueza y la grandeza del ser humano parten de su vida
racional. La gracia lo inserta en Dios y en sus Misterios; hace del hombre
partícipe de Dios.
Esta vida racional entra en juego mediante las potencias del
alma: inteligencia y voluntad. Facultades o potencias que crecen con su
actividad y hábitos propios, y se perfeccionan en la medida en que se dan y
entregan a la Verdad y al Bien. Verdad y Bien que constituyen el absoluto de
Dios.
Según el lenguaje bíblico el hombre que asienta su vida sobre
arena, construye en vano. Construye sobre la mentira y sobre el mal. De este
modo degrada sus potencias y se hace un hombre infrahumano, que vive en la
pesada y lúbrica atmósfera de un submundo. Los hábitos malos esclerosan la conciencia,
invierten a todo el hombre. Es difícil restaurar al hombre por cuanto al huir
éste de sí mismo torna imposible su cambio interior.
Pero todo este proceso no acaba ni muere con el individuo. El
área de la mentira y del mal se extiende y afirma, cristalizada en una
civilización del confort, del placer, del hedonismo degradante, del pecado sin
escrúpulo, de la moral permisiva hasta llegar a esta terrible transmutación de
llamar mal al bien y bien al mal, a la mentira verdad y a la verdad mentira.
EL
DIAGNÓSTICO
Para este hombre moderno Pío XI tiene un diagnóstico terminante
y claro; diagnóstico vertido en palabras objetivas y concretas, diagnóstico
ordenado a liberar al hombre de su fatal enervamiento. Y el
diagnóstico es el siguiente: el
mundo, el hombre, está enfermo, muy enfermo de gravísima enfermedad. El
Papa desciende a la raíz de las cosas y a su razón de ser. Enfatiza con vigor y
rigor el mal contemporáneo.
Estas son sus palabras: “La gravísima enfermedad de la edad moderna, y fuente
principal de los males que todos lamentamos, es esa ligereza e irreflexión que
lleva extraviados a los hombres. De aquí la disipación continua y vehemente en
las cosas exteriores; de aquí la insaciable codicia de riquezas y de placeres
que poco a poco debilita y extingue en las almas el deseo de bienes más
elevados, y de tal manera las enreda en las cosas temporales y transitorias,
que no las deja levantarse a la consideración de las verdades eternas, ni de
las leyes divinas, ni; aun del mismo Dios, único principio y fin de todo el
universo creado".
Este solo párrafo de la Encíclica la contiene toda. Cada palabra
ocupa su justo lugar, lleva intacto su particular contenido y despeja toda
duda.
El inmediato sucesor de Pío XI, Su Santidad Pío XII, ha
expresado esto mismo en síntesis genial: “Todo se ha perfeccionado menos el hombre". Por
otro camino llega a la misma enfermedad del hombre.
El párrafo de Pío XI señala, a través de varios substantivos, la
autogénesis del mal y esa terrible degradación progresiva que lleva a la
autodestrucción.
He aquí un elenco:
Ligereza, irreflexión,
disipación continua y vehemente, insaciable codicia de riquezas y placeres,
debilidad y extinción en las almas del deseo de bienes más elevados, enredo, y
servidumbre en las cosas temporales que impide a las almas levantarse a las
Verdades eternas.
Esta gravísima enfermedad del espíritu es hija del pecado y de
la subversión de valores. Su enfermedad llega a la incapacidad de resistir; los
tóxicos son tan fuertes como la misma enfermedad.
Cuando las facultades racionales del hombre no son puestas en
acción, es decir, cuando el ser humano no habla, ni piensa, ni ama, ni escruta
la invisible realidad de las cosas, ese modo de actuar del hombre es infraracional.
Las potencias del alma se oxidan, el universo sigue rodando como rueda que
rueda en el vacío, sin introducir ni aportar nada, a excepción de su estéril
movimiento.
Pensar
en sí mismo es fácil. Pensarse a sí mismo es difícil y duro. Para pensarse a sí
mismo el hombre debe descender y llegar a los senos más profundos del alma y
arrancarse a sí mismo su propio secreto: “Soy esto que soy".
La inmanencia rige el orden de la vida. Cuanto más elevada es
una vida, más es inmanente. Dios vive ad intra de un modo
eminente y absoluto. Se conoce y se ama desde su interior y hacia su interior. De
manera semejante, invita al hombre —su creatura— a entrar en las sendas
interiores del espíritu, para que se conozca, sepa quién es, descubra para qué
vive, hacia dónde proyecta su personalidad, hasta que finalmente se sienta
copartícipe con Dios de una misma vida.
LA RUTA
HACIA DIOS
El ejercicio de las potencias
tiene su cima y su cumbre en Dios, Verdad sobre toda verdad y Bien sobre todo
bien. Cada uno de nosotros tiene que dar una respuesta a la
invitación divina de subir más alto. O, si se quiere, cada
uno de nosotros debe renacer —nacer de nuevo—, pero renacer llevando en sí
mismo la imagen viva de Dios.
Para este renacer no son suficientes las fuerzas humanas. Se
necesita el poder infinito de la gracia que por su propia naturaleza tiende a
la perfección del hombre.
La
expresión más acabada de este proceso es la SANTIDAD. Santo
y perfecto se identifican. Alcanzar la santidad es la meta, el fin al que debe
tender toda vida cristiana, cuyo ordenamiento debe responder esencialmente el
fin último del hombre.
Todos
los grandes procesos interiores necesitan una clara noción del fin y una
voluntad férrea para lograrlo. Pero, además, los procesos
que cambian el corazón de raíz, los que conducen a su vez al Corazón de Dios,
son hijos y brotes de la oración. Esta es la
llave maestra que abre el Corazón de Dios y el del hombre y establece entre
ambos una inagotable corriente de vida divina, de sangre transformadora y
nutriente.
En el orden de las “gracias fuertes” —aquellas gracias que
renuevan o hacen renacer al hombre— la gracia de la oración es quizás la
primera después del bautismo. La oración nos introduce en el fecundo
silencio de Dios, pero nos introduce también en un abismo de luz, a cuyo
resplandor es fácil discernir los grandes valores o las efímeras apariencias
que defraudan cualquier ansia de ascensión espiritual.
Séanos lícito repetir una vez más cuánto peso llevan las
palabras bíblicas: mentira y verdad, mal y bien. Para el hijo de la mentira,
mentir, corromper, le es esencial o al menos necesario. El hijo de la verdad
tiene el poder sagrado de participar de Dios, porque Dios es Verdad y es Amor.
El hijo de la verdad vive la verdadera escala de valores.
Piensa, juzga, ama, es hombre en la medida en que esa escala se convierta en el
principio y fin de toda su existencia. Desde esa escala de valores aprende a
pensar, a ordenar el interior, a discernir el valor de las cosas, a jugarse
entero por los grandes bienes.
LA
RESPUESTA DEL BIEN Y DE LA VERDAD
A la gravísima enfermedad y fuente de todos los males, opone Pío
XI la irrupción de bienes que bajan al corazón del hombre, cuando el hombre
“busca de veras a Dios". Es la antítesis del mal que había señalado. He
aquí sus palabras:
“Al obligar al hombre al trabajo interior del espíritu, a la
reflexión, a la meditación, al examen de sí mismo, es maravilloso el desarrollo
que da a las facultades humanas; de tal manera que en esta insigne palestra del
espíritu la razón aprende a pensar con madurez y ponderar
equilibradamente las cosas, la voluntad se fortalece en gran
medida, las pasiones se sujetan al dominio de
la razón, la actividad, unida a la reflexión, se ajusta a
normas fijas y sensatas, y toda el alma resurge a su nobleza y
excelsitud nativas“.
Párrafo tan denso debe ser meditado hasta arrancarle su más
profundo contenido, el misterio de las cosas en orden a sí mismo y en orden a
Dios.
LOS
EJERCICIOS ESPIRITUALES
Aprender a pensar, a guardar silencio interior, buscar la
soledad de espíritu y anclar en ella, amar con ese amor que es más fuerte que
la muerte, es obra de hombres que han tomado en serio el por qué de la
existencia.
El hombre que ha restituido en sí mismo la imagen viva de Dios se
ha desposado con la Verdad y con el Bien. En él ha nacido el santo. Siente
la necesidad de penetrar en todos los abismos y planear sobre todas las
cumbres.
Ahora
se siente libre, feliz poseedor de sí mismo, ansioso de realizar proezas por su
Dios. El fin último de su vida, la razón de su existencia se ha logrado. Está
bebiendo la copa de la paz.
La historia de las almas santas, empleando éste u otro lenguaje,
nos hace vislumbrar el vacío, la necedad, la superficialidad, la vacuidad de un
alma que vive de afuera para afuera. Los santos, por su parte, son clara y
terminante reacción a la superficialidad humana. Obran desde adentro para
adentro.
El Señor nos ha dicho que vino al mundo para traer la guerra y
no la paz, la violencia y no la inercia. Nos ha querido decir con esto que la
vida espiritual, la que Él trajo al mundo, exige lucha. Al esfuerzo por
reordenar el interior se lo llama Ejercicios Espirituales.
Ejercicios Espirituales por cuanto se
empeñan en la doble dimensión del alma: hacia la profundidad de los abismos y
hacia la altura de las cumbres, obra de la oración
y del silencio, pero también obra de una lucha
a sangre y fuego contra las concupiscencias. Destacamos el
poder absoluto de la oración; esa nobleza espiritual que importa el trato y la
convivencia con Dios.
Todos estos héroes disciplinaron sus vidas con la oración,
azotes, ayunos, trabajos apostólicos, cumplimiento del deber de estado. Y se
convirtieron en transfusores de santidad. De los Santos brotaron santos.
Floreció el desierto.
A esta
no fácil lucha, a este constante vigilar las operaciones y los movimientos del
alma llamamos Ejercicios Espirituales.
Estas
dos riquísimas palabras son capaces de elevar a toda una generación, a todo un
mundo. Pueden producir una revolución espiritual.
De hecho la han producido. Y por esas ironías de la gracia, el
instrumento para esta revolución espiritual es un pequeño libro: el libro de
los Ejercicios según la mente de San Ignacio de Loyola o Ejercicios Ignacianos.
Vienen superando desde hace siglos las pruebas de fuego: pero
doctrina y método quedaron intactos.
Su
autor es Dios. Su instrumento San Ignacio de Loyola. Todo el libro está
impregnado de noble grandeza espiritual.
Lo que fue y sigue siendo para la doctrina de la Iglesia la Suma
Teológica de Santo Tomás de Aquino, en orden a la ascética cristiana lo son los
Ejercicios de San Ignacio de Loyola.
De entrada ubican al hombre frente a una ley metafísica: el
Principio y Fundamento. O sea, el fin del hombre. Acaban con la contemplación
para alcanzar amor, punto final y término del vivir humano.
Como el mundo moderno no se entiende a sí mismo ni comprende al
hombre, menos entiende el supremo principio ordenador que son los Ejercicios.
En medio de tanta confusión no faltan quienes aseguran que ya pasó el siglo de
San Ignacio y que el libro de los Ejercicios Espirituales es una pieza de
museo.
Sin embargo nos
salvará la Suma Teológica y nos salvará el libro de los Ejercicios.
Monseñor + Adolfo TORTOLO
Arzobispo de Paraná
Para
leer completa y en castellano esta Encíclica ver el siguiente enlace oficial:
https://w2.vatican.va/content/pius-xi/es/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_19291220_mens-nostra.html#_ftnref5
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