Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

7 de febrero de 2017

INCENSUM: CUANDO PARECE QUE SE EXTINGUE EL ARDOR

(del latín “incensum”,
participio de “incendere”, 'encender')

Una breve reflexión testimonial de un sacerdote al encender el incienso para la adoración al Santísimo Sacramento



       

        “Que mi oración suba hasta ti como el incienso
Salmo 140,2

        “Y vino otro Ángel que se ubicó junto al altar con un incensario de oro y recibió una gran cantidad de perfumes, para ofrecerlos junto con la oración de todos los santos, sobre el altar de oro que está delante del trono. Y el humo de los perfumes, junto con las oraciones de los santos, subió desde la mano del Ángel hasta la presencia de Dios”.

Apocalipsis, 8, 3-4


         Anoche mientras preparaba el incensario para concluir la Hora Santa –una de las cosas más sugestivas que se percibe en el templo a oscuras con sólo los cirios, y con el humo del incienso acariciando el sacrosanto Cuerpo- me impresionó una delicada analogía.

         Había yo encendido el carbón y lo había arrojado dentro del turíbulo; pero, entretenido desenredando las cadenas, el pequeño cuboide negro parecía estar ya, de nuevo, apagado.

         La sacristía estaba a oscuras para no romper el clima litúrgico de semipenumbra del templo, por lo que no se podía casi ver.

         Pero de todos modos comencé a balancear el turíbulo con la esperanza de que en su interior aún hubiera fuego.

         Y así fue: luego de tres o cuatro oscilaciones suaves, una chispa rojiza asomó en el interior del incensario... y a medida que aumentaba la velocidad del movimiento, el carboncito negro se tornó ígneo por completo, totalmente dispuesto ya para cumplir su noble misión de ser símbolo de nuestra creatural adoración.

         Y caí en la cuenta de cuántas veces Dios Padre, viendo casi extinguido el ardor, me ha sacudido, una y otra vez, hacia un lado y hacia el otro, con una única intención: que renazca el calor y la luz.

         Por eso, cuando el Padre te sacuda, no te asustes, ni te dejes dominar por el vértigo: Él tiene firmemente en su mano el extremo que te sustenta.

         Solo tenés que dejarte balancear, y aprovechar tan preciada ocasión para que la fe y el amor vuelvan a fulgir.


P. Leandro Bonim



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