Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

18 de febrero de 2017

EL PINCEL DE DIOS

FRA ANGÉLICO, 

presbítero dominico, pintor de la templanza y la serena belleza


Contrariamente a la temática de los colegas de su tiempo,
 que estaban afanosamente ocupados en idolatrar al hombre, 
entreteniéndose en la faceta humana, en llegar a la perfección del «natural», 
a través de la anatomía física del cuerpo 
y la presentación del «desnudo» como ideal de belleza del Renacimiento, 
el Angélico enfoca sus conquistas estéticas desde el ángulo del hombre, 
desde su interioridad, buscando en él el reflejo divino, 
empeñándose en escudriñar sus sentimientos espirituales


Beato Angélico O.P. más conocido como Fra Angélico O.P. o Fray Juan de Fiésole O.P  (Florencia, 24 de junio de 1390  – Roma 18 de febrero de 1455), fue un pintor cuatrocentista italiano que supo combinar la vida de fraile dominico con la de pintor consumado. 

Fue llamado "Angélico" por su temática religiosa, la serenidad de sus obras y porque era un hombre de extraordinaria devoción. Fue beatificado por Juan Pablo II en 1982.

Fra Ángelico era poseedor de un "raro y perfecto talento, y nunca levantó el pincel sin decir una oración, ni pintó el Crucifijo sin que las lágrimas resbalaran por sus mejillas".

En toda su obra se admira la armonía, la belleza y la serenidad propia de quien se expresa con espíritu de fe. 

Un genio de la pintura universal y sobre todo, en palabras del dominico Clérissac, un monje cuyo arte «consistía en infundir, en imágenes, la vida interior que dominaba y embelesaba su alma».

La Carta Apostólica QUI RES CHRISTI GERIT del Papa Juan Pablo II de 1982, expresaba que «quien hace cosas de Cristo, debe estar siempre con Cristo: éste era el lema que fray Juan de Fiésole repetía con frecuencia”.


Sobresalían entre sus virtudes, la templanza y la admiración por lo sobrenatural, lo que se proyecta en los celestiales personajes por él pintados. Sería sensato imaginar a nuestro bienaventurado monje meditando horas prolongadas y hasta días dentro del monasterio -estando en la capilla o caminando en el jardín, o hasta recogido en su celda austera- los misterios de Nuestra Fe y las escenas que retrataría, explorando no solo los detalles minuciosos que se notan en sus pinturas, pero, sobre todo el imponderable metafísico y más alto del episodio.

"Mirar al Beato Angélico es mirar un modelo de vida -decía Juan Pablo II- donde el arte se revela como camino que puede llevar a la perfección cristiana: él fue religioso ejemplar y gran artista". Por tanto, un hombre muy virtuoso que siempre buscó - a través del arte pictórico - picos, ideales, pulcritudes, inclusive en las menores cosas.

Rey de la pintura, él es también maestro de lo maravilloso, atribuyendo esplendor insuperable a los mínimos detalles de sus cuadros, al punto de dejar al espectador encantado y presto a la contemplación de sus pinturas, que a su vez lo llevan a la contemplación de las sublimidades celestiales.

Lleno de dones sobrenaturales, las habilidades naturales no le eran ajenas. Nos explican los estudiosos que él mismo fabricaba las tintas que usaba. Triturando piedras semipreciosas y mezclándolas con otras substancias, obtenía los mejores colores de su extraordinaria paleta. Entretanto, consciente de ser este mundo un valle de lágrimas, lleno de pormenores poco interesantes, banales, o hasta estéticamente desagradables, el Beato Angélico supo crear un modo de atenuarlos y tornarlos pintorescos. De donde sus personajes, en cierto modo, transcienden a las debilidades de nuestra naturaleza decaída y se nos figuran casi sin marca de pecado original.


                        El Papa Pío XII y Fra Angélico

Refiriéndose a Fra Angélico expresa el Papa Pio XII: “Contrariamente a la temática de sus colegas que estaban afanosamente ocupados en idolatrar al hombre, entreteniéndose en la faceta humana, en llegar a la perfección del «natural», a través de la anatomía física del cuerpo y la presentación del «desnudo» como ideal de belleza del Renacimiento, el Angélico enfoca sus conquistas estéticas desde el ángulo del hombre, desde su interioridad, buscando en él el reflejo divino, empeñándose en escudriñar sus sentimientos espirituales, dando así vida a un tipo de «hombre-modelo», que acaso rara vez se encuentra en las condiciones de la vida terrena, pero que debe proponerse a la imitación del pueblo cristiano”

 

Y leemos, en un artículo publicado en la página de la Orden Dominicana, titulado:

Predicando con la imagen de la belleza

En su personal tratamiento de los temas y protagonistas descuella en Fra Angelico su profunda religiosidad. La pertenencia a la Orden Dominicana, iniciada y continuada en conventos de rigurosa observancia, motivaron seguramente su iconografía.

Los juicios críticos sobre su obra apuntan en esta línea. Su Santidad Pío XII, en la apertura de la Exposición del Angélico, se expresó en estos términos: «Su profunda religiosidad, su ascesis, alimentada con virtudes sólidas, con plegaria y contemplaciones, ha producido en él un influjo determinado en orden a dar a la expresión artística ese poder de lenguaje con que llega directamente a los espíritus y, como se ha dicho muchas veces, el poder de transformar en oración su arte».

Su aportación pictórica, a pesar de las connotaciones con otros maestros, se define por su personalidad religiosa, por su lirismo teológico transcendente, y por la carga espiritual que inyecta a sus protagonistas. Su lenguaje plástico contiene un proceso de maduración asequible al pueblo cristiano, pues todo lo narra con sencillez y trasparencia evangélicas. Su producción artística, en los diversos períodos de su vida, está marcada por esta dimensión didáctico-religiosa.

Sus composiciones sacras (cristológicas, mariológicas, angélicas, santorales y dominicanas) destacan por una rigurosa técnica artística, no exenta de anomalías típicas de los primitivos italianos, y por el toque de gracia de la luz y luminosidad de sus figuras. Son escenas que presentan una concepción unitaria, presidida por mesurado equilibrio en que los santos que la interpretan no se exhiben sino que asisten calladamente, sin pronunciar palabra que altere la serenidad del misterio del que todos son partícipes (Coronación de la Virgen, en San Marcos, celda n. 9; Crucifixión, en la Sala Capitular). A veces los santos comentan en silencio, o se miran con serena piedad para no turbar el orden y ritmo de la escena (Coronación del Louvre, Sagrada Conversación, Retablo de la SS. Trinidad, Descendimiento de la Cruz, Retablo de Bosco al Fratt). Sus personajes no se agitan exteriormente; están quietamente dominados por su calina interna; a lo sumo gesticulan con mesura sus manos ante la tragedia que presencian. En los rostros de todos los personajes se trasluce la paz interior de sus almas; y en la compostura externa se les aprecia tranquilidad anímica, fruto espiritual de la posesión de la «gratia Christi» en unos y de la «gloria Dei» en otros.

Dentro de este lirismo poético-religioso no caben emociones dramáticas, expresiones amargas, estados emocionales perturbados, estridencias psicológicas, exaltaciones desorbitadas, excitaciones pasionales: lo que predomina es la bonanza espiritual originada por una intensa vida interior.


                                                               

CUATRO PINTURAS DE ESTE SANTO PINTOR:




La anunciación del Ángel a María Virgen (1425) Museo del Prado, Madrid


La Virgen de la Humildad (1433) Museo Thyssen-Bornemiza, Madrid


La Virgen de la granada (1426) Museo del Prado, Madrid



Cristo resucitado con los santos y los mártires (1423) National Gallery, Londres.

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