Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

28 de febrero de 2017

MAESTROS DE LA SOSPECHA

SOBRE LA DEMOLICIÓN DE LA FE

Ante una entrevista al Superior General de la Compañía de Jesús, R.P. Arturo Sosa s.j., donde pone en duda las Palabras de la Sagrada Escritura, una breve reflexión del Padre Santiago Martín.




Origen del Bultmannianismo

El final del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX es considerada en filosofía la época de los llamados «padres de la sospecha». Filósofos de gran peso que pusieron en entredicho algunos de los principios en los que se basaba la sociedad anterior y que marcaron realmente su época. Gente como Hegel, Marx,  Feuerbach, Nietzsche, Freud, quienes generaron dudas, sospechas e incertidumbre, y también, en el conjunto de las iglesias, más que todo en las iglesias protestantes, sobre todo en Alemania, se dejaron influir por este sentimiento de sospecha sobre aquellas cosas que habían sido las certezas y seguridades precedentes.
Sobre todo, se dedicaron a investigar la autenticidad de los evangelios y llegaron a investigar si realmente Jesucristo existió, y si el que existió es aquel que reflejan los Evangelios.

Distinción entre el «Jesús histórico» y el «Cristo de la fe»

Se empezó a hablar entonces de la diferencia entre el llamado «Jesús histórico» y el «Cristo de la fe». Una diferencia que cada vez se fue acentuando más, y llegaron a la conclusión de que los Evangelios eran «mitificaciones» de un personaje originario del cual prácticamente no podíamos saber nada.
A finales del siglo XIX Strauss (David Friedrich Strauss) concluyó que el «colmo» de la mitificación era el Evangelio de San Juan, y que este no tenía que ser tenido en cuenta en absoluto.
Posteriormente se «cargaron» el Evangelio de San Mateo y el de San Lucas, y después el único que quedaba que era el Evangelio de San Marcos lo desprestigiaron también.

Rudolf Bultmann

En este contexto, aparece una de las grandes figuras «desmitificadoras», Rudolf Bultmann, que no es tan antiguo en el tiempo. Bultmann muere en el año 1976, no estamos hablando de un personaje que se remota a la noche de los tiempos, sino que es relativamente reciente.
Es Bultmann quien concluye que «no hay nada que hacer». Es decir, que tenemos que «olvidarnos» del Jesús histórico, y que tenemos que acercarnos a los Evangelios como un relato «mítico» elaborado posteriormente, y sobre todo elaborado a raíz de la «invención» del cristianismo, que va  a «hacer San Pablo». Según esta óptica ese «Cristo de la fe» no tiene nada que ver con la realidad. Que el «Cristo de la fe» es alguien que «nos han contado» pero que no existió realmente.  Es decir, que el que existió, no es aquel que cuentan los Evangelios, que son libros simplemente «míticos» e «inventados» sobre todo por San Pablo.

Demolición durante el post-concilio

Con esta actitud de fondo, nos hemos enfrentado no sólo al Concilio Vaticano II [que reafirma la historicidad de los Evangelios en su Constitución Dogmática Dei Verbum], sino al post-concilio, que es en el cual todavía estamos viviendo.
Naturalmente esta «demolición» de las raíces de nuestra fe y de la Palabra de Dios, esta demolición del cristianismo, no se ha hecho sin consecuencias. Las consecuencias han sido muy graves.

Religión del supermercado

Es lo que alguno denominó la «religión del supermercado». Tu vas con tu carrito de supermercado, y ves las estanterías más o menos repletas de productos, y vas eligiendo lo que a ti te conviene, en función de tus gustos, o en función de simplemente de que aquella marca te resulte más económica o esa otra marca, según tu opinión, te da mejor resultado.
Llegas con tu carrito a la caja, pero si en el camino a la caja te encuentras con alguien que te dice: «¿Cómo ha comprado usted ese detergente?, Ese no es bueno, mejor compre este otro», pues no hay ningún problema. Dejas ese producto, lo sacas de tu carrito, y vas y eliges otro o no eliges ninguno.
Es la religión del supermercado, en la que estábamos y por desgracia todavía estamos. Y esta religión del supermercado no es una religión solo para ti. Es decir, tu coges tu carrito y vas poniendo tus productos, quitas y pones tu antojo, ya sea quizá por la influencia que hacen en ti en el último momento o a lo largo de tu compra. Pero lo mismo está haciendo otro.

Ejemplos varios

Pongamos un ejemplo. A ti te parece muy importante y esencial insistir en que el Señor dijo «lo que hagas al más pequeño a mí me lo hicieron», el compromiso social, la ayuda a los pobres, y a ti te parece eso muy importante, muy bien. Pero a ti no te parece importante en cambio, que el Señor haya dicho «lo que Dios unió que no lo separe el hombre», que «el que se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera», eso no te parece importante, entonces lo segundo, que no te parece importante, lo pones en duda, y dices: «¿Lo dijo Cristo?», primera cuestión, «no había grabadoras».
En el caso de que dijera algo parecido, «¿en qué contexto?, «¿quién lo escuchó?, ¿cómo lo entendió y cómo lo contó?, ¿cómo lo escribió el que años después lo escribió?» No merece la pena hacer un problema por eso.
Luego otro, con los mismos derechos que tu, con su carrito de supermercado, ha elegido otro producto y ha dicho «a mí eso sí me parece muy importante, pero no me parece importante que el Señor dijera «Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», o que el Señor dijera «Tomad y comed que esto es mi cuerpo», o que Cristo resucitara, o que Cristo en la cruz nos dijera que es importante pedir ayuda para perdonar como Él estaba perdonando cuando exclamó «Padre, perdónales que no saben lo que hacen».
Es decir, la religión del supermercado es muy cómoda, pues es una religión a tu manera y a tu gusto, para que no te moleste, pero eso que tú haces lo puede hacer exactamente igual cualquier otro,  y naturalmente eligiendo productos que a ti no te gustan nada pero que aquel alega que tiene el mismo derecho a hacerlo.
De esto se dieron cuenta, gracias a Dios, muchos, entre ellos, el profesor Joseph Ratzinger, después arzobispo Ratzinger, luego Cardenal Ratzinger, y después Papa Benedicto XVI.
Fue precisamente él quien denominó a este tipo de «religión» la «religión del supermercado» y el escribe unos de los mejores libros que se han escrito que son la trilogía sobre Jesús de Nazaret, y que yo recomiendo a todos que al menos lean el prólogo, o la introducción del primero de los libros, porque sitúa perfectamente el problema.
Es decir, nos dice cómo está la Iglesia en ese momento y las consecuencias terribles que tiene para todos, no solamente para los de izquierda o para los de derecha, la llamada «desmitificación» de Jesucristo, de decir que Jesucristo no existió, o que el que existió no tiene nada que ver con el que nos cuentan, o que el que nos cuentan hay que ver lo que dijo, si es que realmente nos dijo algo.

Sobre las palabras del Superior de la Compañía de Jesús

Por qué hablo de todo esto, porque eso es adonde estamos llegando. Poner en duda la Palabra del Señor, a propósito del divorcio, decir que hay que «reinterpretar a Cristo» porque «en aquella época no había grabadoras» abre la puerta sí o sí, sin ninguna duda, a poner en duda la palabra del Señor en otras cosas. No puedes pretender que lo que a ti te conviene poner en duda, sea lo único que se ponga en duda.
A ti te conviene poner eso en duda, por la razón que sea. Quizá porque tienes un concepto de la misericordia que te lleva a decir que hay que dar la comunión a todo el mundo. Pero tienes que ser consciente de que si tu pones en duda eso, estás permitiendo, con los mismos derechos, que otro ponga en duda otra cosa.
Para finalizar solo quisiera hacer una pregunta: ¿De verdad nadie se da cuenta de a dónde nos conduce todo esto?, ¿De verdad nadie se da cuenta del tipo de «demolición» de nuestra fe al cual estamos yendo?, es decir, a ese nihilismo, a esa falta absoluta de certezas, porque destrozando una parte del mensaje, porque nos «conviene» destrozarla, estamos empezando a destrozar el conjunto del mensaje.
Solo quiero hacer esta pregunta porque el tiempo presente es tan serio, que merece la pena que antes de seguir «destrozando» el cristianismo, nos paremos a pensar en qué es lo que estamos haciendo.


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