SOBRE LA DEMOLICIÓN DE LA FE
Ante una entrevista al Superior General de la Compañía de Jesús, R.P. Arturo Sosa s.j., donde pone en duda las Palabras de la Sagrada Escritura, una breve reflexión del Padre Santiago Martín.
Origen del
Bultmannianismo
El final del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX es considerada en
filosofía la época de los llamados «padres
de la sospecha». Filósofos de gran peso que pusieron en entredicho algunos
de los principios en los que se basaba la sociedad anterior y que marcaron
realmente su época. Gente como Hegel, Marx, Feuerbach, Nietzsche, Freud,
quienes generaron dudas, sospechas e incertidumbre, y también, en el conjunto
de las iglesias, más que todo en las iglesias protestantes, sobre todo en
Alemania, se dejaron influir por este sentimiento de sospecha sobre aquellas
cosas que habían sido las certezas y seguridades precedentes.
Sobre todo, se dedicaron a investigar la autenticidad de los evangelios
y llegaron a investigar si realmente Jesucristo existió, y si el que existió es
aquel que reflejan los Evangelios.
Distinción entre el
«Jesús histórico» y el «Cristo de la fe»
Se empezó a hablar entonces de la diferencia entre el llamado «Jesús
histórico» y el «Cristo de la fe». Una diferencia que cada vez se fue acentuando
más, y llegaron a la conclusión de que los Evangelios eran «mitificaciones» de
un personaje originario del cual prácticamente no podíamos saber nada.
A finales del siglo XIX Strauss (David Friedrich Strauss) concluyó que
el «colmo» de la mitificación era el Evangelio de San Juan, y que este no tenía
que ser tenido en cuenta en absoluto.
Posteriormente se «cargaron» el Evangelio de San Mateo y el de San
Lucas, y después el único que quedaba que era el Evangelio de San Marcos lo
desprestigiaron también.
Rudolf Bultmann
En este contexto, aparece una de las grandes figuras «desmitificadoras»,
Rudolf Bultmann, que no es tan antiguo en el tiempo. Bultmann muere en el año
1976, no estamos hablando de un personaje que se remota a la noche de los
tiempos, sino que es relativamente reciente.
Es Bultmann quien concluye que «no hay nada que hacer». Es decir, que
tenemos que «olvidarnos» del Jesús histórico, y que tenemos que acercarnos a
los Evangelios como un relato «mítico» elaborado posteriormente, y sobre todo
elaborado a raíz de la «invención» del cristianismo, que va a «hacer San
Pablo». Según esta óptica ese «Cristo de la fe» no tiene nada que ver con la
realidad. Que el «Cristo de la fe» es alguien que «nos han contado» pero que no
existió realmente. Es decir, que el que existió, no es aquel que cuentan
los Evangelios, que son libros simplemente «míticos» e «inventados» sobre todo
por San Pablo.
Demolición durante
el post-concilio
Con esta actitud de fondo, nos hemos enfrentado no sólo al Concilio Vaticano
II [que reafirma la historicidad de los Evangelios en su Constitución Dogmática Dei Verbum], sino al
post-concilio, que es en el cual todavía estamos viviendo.
Naturalmente esta «demolición» de las raíces de nuestra fe y de la
Palabra de Dios, esta demolición del cristianismo, no se ha hecho sin
consecuencias. Las consecuencias han sido muy graves.
Religión del
supermercado
Es lo que alguno denominó la «religión del supermercado». Tu vas con tu
carrito de supermercado, y ves las estanterías más o menos repletas de
productos, y vas eligiendo lo que a ti te conviene, en función de tus gustos, o
en función de simplemente de que aquella marca te resulte más económica o esa
otra marca, según tu opinión, te da mejor resultado.
Llegas con tu carrito a la caja, pero si en el camino a la caja te
encuentras con alguien que te dice: «¿Cómo ha comprado usted ese detergente?,
Ese no es bueno, mejor compre este otro», pues no hay ningún problema. Dejas
ese producto, lo sacas de tu carrito, y vas y eliges otro o no eliges ninguno.
Es la religión del supermercado, en la que estábamos y por desgracia
todavía estamos. Y esta religión del supermercado no es una religión solo para
ti. Es decir, tu coges tu carrito y vas poniendo tus productos, quitas y pones
tu antojo, ya sea quizá por la influencia que hacen en ti en el último momento
o a lo largo de tu compra. Pero lo mismo está haciendo otro.
Ejemplos varios
Pongamos un ejemplo. A ti te parece muy importante y esencial insistir
en que el Señor dijo «lo que hagas al más pequeño a mí me lo hicieron», el
compromiso social, la ayuda a los pobres, y a ti te parece eso muy importante,
muy bien. Pero a ti no te parece importante en cambio, que el Señor haya dicho
«lo que Dios unió que no lo separe el hombre», que «el que se divorcia de su
mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera», eso no te parece
importante, entonces lo segundo, que no te parece importante, lo pones en duda,
y dices: «¿Lo dijo Cristo?», primera cuestión, «no había grabadoras».
En el caso de que dijera algo parecido, «¿en qué contexto?, «¿quién lo
escuchó?, ¿cómo lo entendió y cómo lo contó?, ¿cómo lo escribió el que años
después lo escribió?» No merece la pena hacer un problema por eso.
Luego otro, con los mismos derechos que tu, con su carrito de
supermercado, ha elegido otro producto y ha dicho «a mí eso sí me parece muy
importante, pero no me parece importante que el Señor dijera «Tu eres Pedro y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia», o que el Señor dijera «Tomad y comed
que esto es mi cuerpo», o que Cristo resucitara, o que Cristo en la cruz nos
dijera que es importante pedir ayuda para perdonar como Él estaba perdonando
cuando exclamó «Padre, perdónales que no saben lo que hacen».
Es decir, la religión del supermercado es muy cómoda, pues es una
religión a tu manera y a tu gusto, para que no te moleste, pero eso que tú
haces lo puede hacer exactamente igual cualquier otro, y naturalmente
eligiendo productos que a ti no te gustan nada pero que aquel alega que tiene
el mismo derecho a hacerlo.
De esto se dieron cuenta, gracias a Dios, muchos, entre ellos, el
profesor Joseph Ratzinger, después arzobispo Ratzinger, luego Cardenal
Ratzinger, y después Papa Benedicto XVI.
Fue precisamente él quien denominó a este tipo de «religión» la
«religión del supermercado» y el escribe unos de los mejores libros que se han
escrito que son la trilogía sobre Jesús de Nazaret, y que yo recomiendo a todos
que al menos lean el prólogo, o la introducción del primero de los libros,
porque sitúa perfectamente el problema.
Es decir, nos dice cómo está la Iglesia en ese momento y las
consecuencias terribles que tiene para todos, no solamente para los de
izquierda o para los de derecha, la llamada «desmitificación» de Jesucristo, de
decir que Jesucristo no existió, o que el que existió no tiene nada que ver con
el que nos cuentan, o que el que nos cuentan hay que ver lo que dijo, si es que
realmente nos dijo algo.
Sobre las palabras
del Superior de la Compañía de Jesús
Por qué hablo de todo esto, porque eso es adonde estamos llegando. Poner
en duda la Palabra del Señor, a propósito del divorcio, decir que hay que
«reinterpretar a Cristo» porque «en aquella época no había grabadoras» abre la
puerta sí o sí, sin ninguna duda, a poner en duda la palabra del Señor en otras
cosas. No puedes pretender que lo que a ti te conviene poner en duda, sea lo
único que se ponga en duda.
A ti te conviene poner eso en duda, por la razón que sea. Quizá porque
tienes un concepto de la misericordia que te lleva a decir que hay que dar la
comunión a todo el mundo. Pero tienes que ser consciente de que si tu pones en
duda eso, estás permitiendo, con los mismos derechos, que otro ponga en duda
otra cosa.
Para finalizar solo quisiera hacer una pregunta: ¿De verdad nadie se da
cuenta de a dónde nos conduce todo esto?, ¿De verdad nadie se da cuenta del
tipo de «demolición» de nuestra fe al cual estamos yendo?, es decir, a ese
nihilismo, a esa falta absoluta de certezas, porque destrozando una parte del
mensaje, porque nos «conviene» destrozarla, estamos empezando a destrozar el
conjunto del mensaje.
Solo quiero hacer esta pregunta porque el tiempo presente es tan serio,
que merece la pena que antes de seguir «destrozando» el cristianismo, nos paremos
a pensar en qué es lo que estamos haciendo.
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