Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

30 de julio de 2017

EL TESORO ESCONDIDO

“El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo, 
un hombre, lo oculta y gozoso del hallazgo, va vende cuanto tiene y compra aquel campo”
(Mt 13, 44).



 BREVE PREDICACIÓN ACERCA DE LA IMPORTANCIA DE UN SANTO DESEO:    “¡BUSCAD LAS COSAS DEL CIELO!”


Amados hermanos en Cristo Jesús:

        
San Gregorio Magno, yendo a lo más profundo de estas palabras del Señor, nos enseña un sentido alegórico que él - como testigo privilegiado de la Tradición - nos trasmite desde la misma fuente divina:

“El tesoro escondido en el campo es el “deseo del Cielo”,  el campo es la doctrina de las cosas de Dios” (1).

         En este valle de lágrimas, el hombre se encuentra atrapado por las cosas queriendo levantar vuelo a una felicidad que no puede encontrar. Y he aquí que Jesús nos revela este secreto, del que San Pablo se hace eco una y otra vez:

“Buscad las cosas del Cielo no las de la tierra”.

       Esta es el principio de la admirable sabiduría de los santos, poner nuestro tesoro y todo nuestro c  orazón en el Cielo, en ese encuentro definitivo con la Santísima Trinidad, con la Bienaventurada Virgen María, con los ángeles y santos, en la felicidad incomparable e inacabable del Cielo.

         Ya a los Patriarcas del Antiguo Testamento en los albores de la revelación, Dios les había enseñado a amar la Patria Celestial (2) y a caminar sobre la tierra como “peregrinos y forasteros” (3) para tender a ella.
        
        Jesús ha querido instruirnos sobre esta enseñanza de capital importancia de muchas maneras, con palabras explicitas y con parábola. “En su predicación todo va inmediatamente ordenado a la vida eterna” (4) dice un gran maestro de la vida espiritual.

         El Señor, que nos ha conquistado la Jerusalén Celestial (5), nos invita a alegrarnos y a vivir con regocijo (6) porque, por su gracia, ya desde esta tierra somos sus ciudadanos (7).

         Por eso nos exhorta a corresponder a su gracia y a esforzarnos (8) por alcanzar la bienaventuranza:

“Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.” (Mt 6, 33)

         Los apóstoles y toda la Tradición de la Iglesia trasmitiendo la enseñanza de Jesús e inspirados por el Espíritu Santo no se cansan de explicarnos y exhortarnos a acoger esta pedagogía divina. San Pablo tiene innumerables citas en este sentido; he aquí una magistral:

“Buscad las cosas de arriba donde esta Cristo sentado a la diestra de Dios Padre, aspirad a las cosas de arriba no a las de la tierra.” (Col 3, 1-2)

         Los Padres de la Iglesia enseñan tenazmente a practicar esta actitud vigilante y así poder tender, con todas nuestras acciones y toda nuestra vida, a la Bienaventuranza, al encuentro definitivo con Dios.

         Para enamorarnos de la bienaventuranza iremos al caudaloso torrente de gracia de la Tradición. Permítanme leerles dos textos de San Agustín, como una muestra pequeña de los innumerables pasajes en que los Padres de la Iglesia nos enseñan cómo la más genuina Tradición ha tenido siempre como fundamento esta búsqueda fervorosa de encontrarse ya definitivamente con el Señor.

“Aquello que nos dice el Apóstol: “Orad sin Cesar” (9), ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar? Deseemos siempre la vida dichosa y eterna, que nos dará nuestro Dios y Señor, y así estaremos siempre orando. Pero, con objeto de mantener vivo este deseo, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que, de algún modo, nos distraen de Él y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal, no fuese caso que, si nuestro deseo empezó a entibiarse, llegara a quedar totalmente frío y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabara por extinguirse del todo” (10).

“Toda la vida del cristiano es un santo deseo. ¿Qué haces, pues, en esta vida, si aún no has conseguido el premio? “Solo una cosa busco: olvidando lo que me queda atrás y lanzándome hacia lo que veo por delante, voy corriendo hacia la meta para conseguir el premio de la asamblea celestial.” Tal es nuestra vida: ejercitarnos en el santo deseo. Ahora bien, este santo deseo esta en proporción directa de nuestro desasimiento de los deseos que suscita el amor del mundo” (11).

         La razón última del deseo del Cielo es el encuentro con el amor de los amores, Cristo. La virtud Teologal de la Caridad es esencialmente este deseo del Cielo, ya que ella busca el encuentro pleno y definitivo con el Señor. Los santos han vivido de un ardiente amor a la bienaventuranza, ya que ir al Cielo es ir a donde está el Señor y la bienaventuranza es ver al Amado, encontrarse con Él. Los santos han buscado no poner el corazón en otra cosa que no sea Jesús y el encuentro definitivo con Él.

  “Si hay algún bien que el cristiano debe desear ardientemente, ese bien es Dios mismo contemplado cara a cara y amado sobre todas las cosas, descartada la posibilidad de pecar” (12).

         El deseo de la visión beatifica debe ir creciendo en el cristiano hasta que exista cierta “proporción entre la intensidad del deseo y el valor del objeto deseado, y en este caso el valor es infinito” (13).

         Este ardiente deseo del Cielo se sigue a la contemplación infusa de los misterios de la fe que acontece en el camino de todos a la santidad. La Caridad perfecta, que nos hace entrar inmediatamente en el Cielo sin pasar por el purgatorio terminado el tiempo que la providencia nos tenga reservado aquí en la tierra, es esencialmente este vivo deseo de la visión beatifica.

         El deseo del Cielo es lo primero y más importante en la vida espiritual ya que nada enciende más el amor que pensar en encontrarse con el amado. Como dicen los místicos, nada enciende más el amor del alma que ama que pensar en el encuentro próximo con el amado que está loco de amor por ella. Aquella oración insistente de los santos esperando la parusía: “¡Ven, Señor Jesús!” es expresión perfecta del amor a la Bienaventuranza. Esta oración nos da luz y fuerza inigualable para crecer en Caridad y en todas las virtudes, preparándonos así al encuentro del Señor cuando vuelva por segunda vez. ¡La única oración del cristiano podría ser: Ven, Señor Jesús!

         El materialismo en nuestros días se hace eco repitiendo de mil maneras aquella acusación que nos hacía el materialismo de Marx, de que la religión es el opio de los pueblos, porque nos hace pensar en una vida futura olvidándose de la presente. Nada más falso, cuanto más pensemos en el Cielo, más podemos hacer en la tierra como la vida de los santos lo atestigua. Santa Teresa afirmando esta verdad decía con bella poesía “Que muero porque no muero” (14) y precisamente por este amor tan grande al Cielo fue capaz de hacer tanto en la tierra. Su Caridad le hacía descubrir a Dios en todo, incluso escondido entre las ollas (15) y por ella no descuidaba los deberes mas ordinarios de la vida cotidiana. Ella describiendo la Caridad decía: “Dichoso el corazón enamorado que en solo Dios ha puesto el pensamiento por Él renuncia a todo lo creado, y en Él halla su gloria y su contento; aun de sí mismo vive descuidado, porque en su Dios está todo su intento, y así alegre pasa y muy gozoso las olas de este mar tempestuoso” (16).
        
         El tesoro escondido es de tan alto precio que nunca podremos pensar, ni exhortar, ni predicar suficientemente sobre la necesidad de “vender cuanto tenemos para comprar aquel campo”. Ante todo romper con el pecado y con la ocasión próxima de pecado. 

        Nos viene a la memoria espontáneamente las Palabras del Señor: “No se puede servir a dos señores” (17)… “Si tu ojo es ocasión de pecado, arráncatelo. si tu mano es ocasión de pecado, cortártela” (18)… “Sed santos como Yo soy santo” (19)… o aquella lista larga que hace San Pablo de los que no entraran en el Reino de los Cielos: “¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios” (20)… y también nos viene a la memoria espontáneamente aquello que enseñaba San Juan Bosco a rezar como un grito de guerra en la tentación: “Morir antes que pecar”.

         Pidamos a la Bienaventurada Virgen María la sabiduría que pidió Salomón, que nos hace juzgar todo desde el Cielo, nos hace discernir todo en función de si nos acerca o nos aleja del Cielo, de si nos lleva o no a Dios… 

          Pedimos a la Bienaventurada Virgen María que nos enseñe “la sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, que Dios predestinó, antes de los siglos para nuestra gloria, sabiduría que ninguno de los príncipes de este mundo conoció –ya que de haberla conocido nunca habrían crucificado al Señor de la Gloria–, sabiduría que, según esta escrito: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni paso por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman” (21).

Fray Guido Casillo OP

Notas:

1: San Gregorio Magno, In evangelia homiliae 11, y Catena Aurea de Santo Tomás en Mt 13, 44
2: Hb 11, 16
3: Hb 11, 13
4: Fr. Reginald Garrigou-Lagrange OP, Las tres edades de la vida interior, cap. 1.
5: Ap 21-22
6: Mt 5, 12
7: Lc 10, 20 ; Fil 3,20 ; Lc 17, 21: “El Reino de Dios está dentro de vosotros”
8: Lc 16, 16
9: Cf 1Tes 5, 17; Ef 6, 18. Es un precepto del Señor mismo, Lc 21,36
10: San Agustín, Carta 130 “a Proba”, En Lit de las hs T IV, p 368 y 373.
11: San Agustín, Sobre la 1Jn, Tratado 4: PL 35, 2008-2009, En la Lit de las hs, T III, p 218.
12: Fr Reginald Garrigou-Lagrange OP, Las tres edades de la vida interior, cap. 1.
13: Fr Reginald Garrigou-Lagrange OP, Las tres edades de la vida interior, cap. 1.
14- 16: Santa Teresa de Ávila.
17: Mt 6, 24
18: Mt 5, 29
19: Lv 20, 7
20: 1 Co 6, 9-10. Cf. También Ef 5, 5 y Ap 22, 15.
21: 1 Co 2, 7-9.


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