Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

7 de abril de 2018

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA


II Domingo de Pascua
(en la Octava)


DOMINGO “IN ALBIS” Y DE LA DIVINA MISERICORDIA


  En los primeros tiempos del cristianismo, al domingo siguiente a la Pascua de Resurrección se lo llamaba “IN ALBIS” ya que este día los adultos que habían sido bautizados en la Vigilia Pascual participaban por primera vez de la Eucaristía.

  Ambos sacramentos (Bautismo y Eucaristía tienen en común el “albus” –blanco en latín- sinónimo de madrugada y de aurora)

   San Juan Pablo II, en el año 2000, instituyó también a este día como el DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA, devoción a la que era muy afecto desde niño.

  Ambas realidades se conjugan en este día, donde se enfatiza el Bautismo que nos purificó y la santísima Sangre que nos redimió.

   En el ícono de Jesús Misericordioso, hecho pintar por Santa Faustina en 1931 en el Convento de Plock, en Polonia, del corazón del Señor brotan dos rayos: uno blanco, símbolo del agua bautismal y otro rojo, significando la Redención. Es la imagen de un Cristo resucitado, que muestra sus manos y sus pies con las marcas de los clavos.

   Justamente, la Epistola que se lee hoy expresa: “Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y el Espíritu da testimonio porque el Espíritu es la verdad. (1Jn.5,6)

    Y el Evangelio de este día proclama la duda de Tomás, donde Jesús resucitado le dice al apóstol: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.” (Jn. 20, 28)


     Ambos textos sagrados se refieren al momento que, en el Gólgota, del sagrado costado de Jesucristo brotó sangre y agua. 



El himno que se canta hoy en el Oficio divino 
expresa muy bien estas dos santas realidades pascuales:

HIMNO
Oh perpetuo Pastor que purificas
a tu grey con las aguas bautismales,
en las que encuentran limpieza nuestras mentes
y sepulcro final nuestras maldades.

Oh Tú que, al ver manchada nuestra especie
por obra del demonio y de sus fraudes,
asumiste la carne de los hombres
y su forma perdida reformaste.

Oh Tú que, en una Cruz clavado un día,
llegaste por amor a extremos tales,
que pagaste la deuda de los hombres
con el precio divino de tu Sangre.

Oh Jesucristo, libra de la muerte
a cuantos hoy reviven y renacen,
para que seas el perenne gozo
pascual de nuestras almas inmortales.

Gloria al Padre celeste y gloria al Hijo,
que de la muerte resurgió triunfante,
y gloria con entrambos al divino Paráclito,
por siglos incesantes. Amén.




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