Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

22 de abril de 2018

PER CRUCEM AD LUCEM


CARTA A LOS AMIGOS DE LA CRUZ


Magnífica reflexión acerca de la mística de la cruz, 
agua salutífera que lleva al puerto de la salvación



(Lc. 9, 23)

         Si sufrís como conviene, la cruz se os hará un yugo muy suave (Mt 11,30), que Jesucristo llevará con vosotros. Vendrá a ser las dos alas del alma que se eleva al cielo; el mástil de la nave que os llevará al puerto de la salvación feliz y fácilmente.

         Llevad, pues, vuestra cruz con paciencia, y por esta cruz bien llevada, os veréis iluminados en vuestras tinieblas espirituales, pues quien no ha sido probado por la tentación, nada sabe (Sir 34,9).
        
         Llevad vuestra cruz con alegría, y os veréis abrasados en el amor divino, pues «sin cruces ni dolor, no se vive en el amor» [Imitación de Cristo III,5,7].

         Solamente se recogen rosas entre las espinas. Y sólo la cruz enciende el amor de Dios, como la leña el fuego. Recordad aquella hermosa sentencia de la Imitación: «cuanta violencia os hiciereis sufriendo con paciencia, tanto creceréis» en el amor divino [I,25,3].

         No esperéis nada grande de esas personas delicadas y perezosas, que rehúyen la cruz cuando ésta se les acerca, y que jamás por su cuenta se buscan alguna con discreción: son tierra inculta que no dará sino abrojos, porque no ha sido arada, desmenuzada y removida por el labrador experto; son agua estancada, que no sirve ni para lavar ni para beber.

         Llevad vuestra cruz alegremente: encontraréis en ella una fuerza victoriosa a la que ningún enemigo vuestro podrá resistir (+Lc 21,15), y gozaréis de una dulzura encantadora, con la que nada puede compararse.

         Sí, Hermanos míos, sabed que el verdadero paraíso terrestre está en sufrir algo por Jesucristo (+Hch 5,41).

         Preguntad, si no, a todos los santos: os dirán que nunca gozaron en su espíritu de tan grandes delicias como en medio de los mayores tormentos. «¡Vengan sobre mí todos los tormentos del demonio!», decía San Ignacio mártir [Romanos 5]. «O morir o padecer», decía Santa Teresa [Vida 40,20]. «No morir, sino sufrir», decía Santa Magdalena de Pazzi. Y San Juan de la Cruz: «padecer por Vos y que yo sea menospreciado» [decl. de su hno. Francisco]. Y tantos otros hablaron este mismo lenguaje, como leemos en sus vidas.

         Creed a Dios, queridos Hermanos míos: cuando se sufre por Dios alegremente, dice el Espíritu Santo, la cruz es causa de toda clase de alegrías para toda clase de personas (+Sant 1,2).

         La alegría de la cruz es mayor que la de un pobre a quien colman de todo género de riquezas; mayor que la de un aldeano que se ve elevado al trono; mayor que la de un comerciante que gana millones; mayor que la de un general que consigue grandes victorias; mayor que la de unos cautivos que se ven libres de sus cadenas. Imaginad, en fin, todas las mayores alegrías que puedan darse en esta tierra: pues bien, todas están contenidas y sobrepasadas por la alegría de una persona crucificada, que sabe sufrir bien. (…)

         En efecto, ¿no es la cruz la que dio a Jesucristo «un nombre sobre todo nombre, a fin de que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los infiernos» (Flp 2,9)

         La gloria de la persona que sufre bien es tan grande, que el cielo, los ángeles y los hombres, y el mismo Dios del cielo lo contemplan con gozo, como el espectáculo más glorioso. Y si los santos tuvieran algún deseo, sería el de volver a la tierra para llevar alguna cruz.


San Luis María Grignion de Montfort, 
"Carta a los Amigos de la Cruz, 34".


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