CARTA A LOS AMIGOS DE LA CRUZ
Magnífica reflexión acerca de la mística de la cruz,
agua
salutífera que lleva al puerto de la salvación
(Lc. 9, 23)
Si
sufrís como conviene, la cruz se os hará un yugo muy suave (Mt 11,30), que
Jesucristo llevará con vosotros. Vendrá a ser las dos alas del alma que se
eleva al cielo; el mástil de la nave que os llevará al puerto de la salvación
feliz y fácilmente.
Llevad, pues, vuestra cruz con
paciencia, y por esta cruz bien llevada, os veréis iluminados en vuestras
tinieblas espirituales, pues quien no ha sido probado por la tentación, nada
sabe (Sir 34,9).
Llevad vuestra cruz con alegría, y os
veréis abrasados en el amor divino, pues «sin cruces ni dolor, no se vive en el
amor» [Imitación de Cristo III,5,7].
Solamente se recogen rosas entre las
espinas. Y sólo la cruz enciende el amor de Dios, como la leña el fuego.
Recordad aquella hermosa sentencia de la Imitación: «cuanta violencia os hiciereis sufriendo con paciencia, tanto
creceréis» en el amor divino [I,25,3].
No
esperéis nada grande de esas personas delicadas y perezosas, que rehúyen la
cruz cuando ésta se les acerca, y que jamás por su cuenta se buscan alguna con
discreción: son tierra inculta que no dará sino abrojos, porque no ha sido
arada, desmenuzada y removida por el labrador experto; son agua estancada, que
no sirve ni para lavar ni para beber.
Llevad vuestra cruz alegremente:
encontraréis en ella una fuerza victoriosa a la que ningún enemigo vuestro
podrá resistir (+Lc 21,15), y gozaréis de una dulzura encantadora, con la que
nada puede compararse.
Sí,
Hermanos míos, sabed que el verdadero paraíso terrestre está en sufrir algo por
Jesucristo (+Hch 5,41).
Preguntad,
si no, a todos los santos: os dirán que nunca gozaron en su espíritu de tan
grandes delicias como en medio de los mayores tormentos. «¡Vengan sobre mí todos los tormentos del demonio!», decía San
Ignacio mártir [Romanos 5]. «O morir o
padecer», decía Santa Teresa [Vida 40,20]. «No morir, sino sufrir», decía Santa Magdalena de Pazzi. Y San Juan
de la Cruz: «padecer por Vos y que yo
sea menospreciado» [decl. de su hno. Francisco]. Y tantos otros hablaron
este mismo lenguaje, como leemos en sus vidas.
Creed a Dios, queridos Hermanos míos:
cuando se sufre por Dios alegremente, dice el Espíritu Santo, la cruz es causa
de toda clase de alegrías para toda clase de personas (+Sant 1,2).
La
alegría de la cruz es mayor que la de un pobre a quien colman de todo género de
riquezas; mayor que la de un aldeano que se ve elevado al trono; mayor que la
de un comerciante que gana millones; mayor que la de un general que consigue
grandes victorias; mayor que la de unos cautivos que se ven libres de sus
cadenas. Imaginad, en fin, todas las mayores alegrías que puedan darse en esta
tierra: pues bien, todas están contenidas y sobrepasadas por la alegría de una
persona crucificada, que sabe sufrir bien. (…)
En efecto, ¿no es la cruz la que dio a
Jesucristo «un nombre sobre todo nombre,
a fin de que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra
y en los infiernos» (Flp 2,9)
La
gloria de la persona que sufre bien es tan grande, que el cielo, los ángeles y
los hombres, y el mismo Dios del cielo lo contemplan con gozo, como el
espectáculo más glorioso. Y si los santos tuvieran algún deseo, sería el de
volver a la tierra para llevar alguna cruz.
San Luis María Grignion de Montfort,
"Carta a los Amigos de la
Cruz, 34".
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