Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

21 de septiembre de 2019

CUANDO ARRECIA EL DESDÉN HACIA LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA REAL DE JESUCRISTO


SAN TARCISIO
EL MÁRTIR DE LA EUCARISTIA

Una Catequesis de Benedicto XVI
 que nos muestra la importancia de la Eucaristía en la vida del cristiano
a través del ejemplo de un adolescente de los primeros siglos del cristianismo.
Y cuyo testimonio alienta a una mística apostólica recia,
en tiempos de cierto desdén hacia la presencia real de Cristo
en el admirable sacramento del altar.



¿Quién era san Tarsicio? No tenemos muchas noticias de él. Estamos en los primeros siglos de la historia de la Iglesia; más exactamente en el siglo III. Se narra que era un joven que frecuentaba las catacumbas de san Calixto, aquí en Roma, y era muy fiel a sus compromisos cristianos. Amaba mucho la Eucaristía, y por varios elementos deducimos que probablemente era un acólito, es decir, un monaguillo.

Eran años en los que el emperador Valeriano perseguía duramente a los cristianos, que se veían forzados a reunirse a escondidas en casas privadas o, a veces, también en las catacumbas, para escuchar la Palabra de Dios, orar y celebrar la santa Misa. También la costumbre de llevar la Eucaristía a los presos y a los enfermos resultaba cada vez más peligrosa.

Un día, cuando el sacerdote preguntó, como solía hacer, quién estaba dispuesto a llevar la Eucaristía a los demás hermanos y hermanas que la esperaban, se levantó el joven Tarsicio y dijo: «Envíame a mí». Ese muchacho parecía demasiado joven para un servicio tan arduo. «Mi juventud —dijo Tarsicio— será la mejor protección para la Eucaristía».

El sacerdote, convencido, le confió aquel Pan precioso, diciéndole: «Tarsicio, recuerda que a tus débiles cuidados se en co mienda un tesoro celestial. Evita los caminos frecuentados y no olvides que las cosas santas no deben ser arrojadas a los perros ni las perlas a los cerdos. ¿Guardarás con fidelidad y seguridad los Sagrados Misterios?». «Moriré —respondió decidido Tarsicio— antes que cederlos».

A lo largo del camino se encontró con algunos amigos, que acercándose a él le pidieron que se uniera a ellos. Al responder que no podía, ellos —que eran paganos— comenzaron a sospechar e insistieron, dándose cuenta de que apretaba algo contra su pecho y parecía defenderlo. Intentaron arrancárselo, pero no lo lograron; la lucha se hizo cada vez más furiosa, sobre todo cuando supieron que Tarsicio era cristiano; le dieron puntapiés, le arrojaron piedras, pero él no cedió.

Ya moribundo, fue llevado al sacerdote por un oficial pretoriano llamado Cuadrado, que también se había convertido en cristiano a escondidas. Llegó ya sin vida, pero seguía apretando contra su pecho un pequeño lienzo con la Eucaristía.

Fue sepultado inmediatamente en las catacumbas de san Calixto. El Papa san Dámaso hizo una inscripción para la tumba de san Tarsicio, según la cual el joven murió en el año 257.

El Martirologio Romano fija la fecha el 15 de agosto y en el mismo Martirologio se recoge una hermosa tradición oral, según la cual no se encontró el Santísimo Sacramento en el cuerpo de san Tarsicio, ni en las manos ni entre sus vestidos.

Se explicó que la partícula consagrada, defendida con la vida por el pequeño mártir, se había convertido en carne de su carne, formando así con su mismo cuerpo una única hostia inmaculada ofrecida a Dios.

El testimonio de san Tarsicio y esta hermosa tradición nos enseñan el profundo amor y la gran veneración que debemos tener hacia la Eucaristía: es un bien precioso, un tesoro cuyo valor no se puede medir; es el Pan de la vida, es Jesús mismo que se convierte en alimento, apoyo y fuerza para nuestro peregrinar de cada día, y en camino abierto hacia la vida eterna; es el mayor don que Jesús nos ha dejado.

También vosotros comunicad a vuestros coetáneos el don de esta amistad, con alegría, con entusiasmo, sin miedo, para que puedan sentir que vosotros conocéis este Misterio, que es verdad y que lo amáis.

Queridos amigos, vosotros prestáis a Jesús vuestras manos, vuestros pensamientos, vuestro tiempo. Él no dejará de recompensaros, dándoos la verdadera alegría y haciendo que sintáis dónde está la felicidad más plena. San Tarsicio nos ha mostrado que el amor nos puede llevar incluso hasta la entrega de la vida por un bien auténtico, por el verdadero bien, por el Señor.

Probablemente a nosotros no se nos pedirá el martirio, pero Jesús nos pide la fidelidad en las cosas pequeñas, el recogimiento interior, la participación interior, nuestra fe y el esfuerzo de mantener presente este tesoro en la vida de cada día.

Nos pide la fidelidad en las tareas diarias, el testimonio de su amor, frecuentado la Iglesia por convicción interior y por la alegría de su presencia. Así podemos dar a conocer también a nuestros amigos que Jesús vive.

Que el ejemplo de san Tarsicio y de san Juan María Vianney nos impulse cada día a amar a Jesús y a cumplir su voluntad, como hizo la Virgen María, fiel a su Hijo hasta el final. Gracias, una vez más, a todos. Que Dios os bendiga en estos días. Os deseo un feliz regreso a vuestros países.

Benedicto XVI,
Vaticano 4 de agosto de 2010







No hay comentarios:

Publicar un comentario