SAN JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN
(1474-1548)
Del gran mural pintado en los años 30 al costado del altar de Nuestra Señora de Guadalupe en la Basílica porteña del Espíritu Santo. Allí se retrata la escena del indio Juan Diego ante el obispo de México, el franciscano Juan de Zumárraga, cuando muestra su tilma con rosas fragantes y aparece grabado "no por mano humana" en el tejido la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe
Hoy la Iglesia celebra a quien llevó
impresa en su tilma la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
San
Juan Pablo II, en el año 2002 en México, canonizó a este indio de la etnia
chichimeca cuyo nombre en su lengua significa “el águila que habla”.
Había
sido bautizado por los misioneros franciscanos en 1524, y el 12 de diciembre de
1531 la Virgen de Guadalupe se le apareció en el
cerro del Tepeyac, y le encomendó decirle a monseñor Juan de Zumárraga, primer
Obispo de México, que le construya un templo en ese lugar.
Ante la incredulidad del prelado,
Santa María le pidió a Juan Diego que le llevara en su sencilla tilma unas
rosas que milagrosamente aparecieron en el cerro árido y en invierno.
Cuando San Juan Diego le presentó
las fragantes rosas al obispo, la imagen de la Virgen estaba impresa en el tejido de la tilma "no por manos humanas". Es la misma imagen que hoy, a casi 500 años de ese portento, sigue
siendo venerada por millones de peregrinos.
Guadalupe es el corazón espiritual de la
Iglesia en América y en una de las mayores devociones marianas del mundo.
San Juan Diego, con el
permiso del Obispo, pasó a vivir en una sencilla casa junto a la primera
Capilla de la “Señora del Cielo”. Limpiaba la capilla y recibia a los
peregrinos que visitaban el lugar, donde hoy se levantan las dos grandes
Basílicas del Tepeyac.
En la ceremonia de canonización, San Juan Pablo II destacó que San
Juan Diego, “al acoger el mensaje
cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad
de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en
Cristo. Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en
protagonista de la nueva identidad americana, íntimamente unida a la Virgen de
Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a
todos”.
En este tiempo de Adviento, este signo de la tilma guadalupense
con rosas frescas manifiesta claramente lo que dice el profeta:
“¡REGOCÍJESE
EL DESIERTO Y LA TIERRA RESECA,
ALÉGRESE
Y FLOREZCA LA ESTEPA…!”
(Is, 35, 1)
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