EL VENERADO ÁRBOL DE LA CRUZ
San Juan Damasceno, postrer Padre de la Iglesia,
en su famosa obra De fide ortodoxa, escrita en el siglo VIII,
nos ha dejado un interesante panegírico de la Cruz de Cristo,
digno de ser leído y meditado.
«Ciertamente toda obra de Cristo es
importantísima, divina y maravillosa. Pero entre todas, la más admirable es su
preciosa Cruz. Por ninguna otra obra sino por la Cruz de nuestro Señor
Jesucristo la muerte fue aprisionada, el pecado del primer padre fue perdonado,
el infierno saqueado, la resurrección fue donada, y nos fue dado el poder de
desdeñar las cosas presentes incluso la misma muerte.
Además, por la Cruz se dirige convenientemente el regreso a la antigua felicidad, las puertas del paraíso son abiertas, nuestra naturaleza se sienta a la derecha de Dios y nos hacemos hijos y herederos de Dios…
La Cruz
se nos ha dado como signo sobre la frente, del mismo modo como la circuncisión
le fue dada a Israel, pues por esta señal los fieles somos separados y
distinguidos de los infieles. Ésta es escudo, arma y trofeo contra el diablo.
Es sello para que no nos toque el destructor, como dice la Escritura (Cf. Ex 12,
23; Ez 9, 4; Hb 11, 28).
La Cruz es la resurrección de los que yacen muertos, sostén de los que se hallan de pie, bastón de los débiles, cayado de los que son pastoreados, guía de los que se convierten, perfección de los que progresan, salvación del alma y del cuerpo, tutela contra todos los males, protector de todos los bienes, destrucción del pecado, planta de la resurrección y árbol de la vida eterna.
Pues bien, este mismo venerado árbol, que es verdaderamente santo, en el que Cristo se ofreció a sí mismo como víctima, debe ser venerado pues fue santificado por el contacto con el santo Cuerpo y Sangre».
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