Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

24 de octubre de 2017

NO SE PUEDE FALSIFICAR LA HISTORIA

UN CAMBIO TOTAL DE LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA
El cardenal Gerhard Müller, que fuera Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, escribe un artículo donde expresa que es inaceptable afirmar que la reforma de Lutero fue un acontecimiento del Espíritu Santo.


         “Hoy existe una gran confusión al hablar de Lutero y es necesario decir claramente que, desde el punto de vista de la dogmática y de la doctrina de la Iglesia, no se trató de una reforma, sino una revolución, es decir, un cambio total de los fundamentos de la fe católica.
        No es realista argumentar que su intención era luchar contra algunos abusos en relación con las indulgencias o los pecados de la Iglesia del Renacimiento. Los abusos y las malas acciones siempre han existido en la Iglesia, no solo en el Renacimiento, y hoy siguen existiendo. La Iglesia es santa por la gracia de Dios y los sacramentos, pero todos los hombres de la Iglesia somos pecadores y todos necesitamos el perdón, el arrepentimiento y la penitencia.
          Esta distinción es muy importante. En el libro escrito por Lutero en 1520, De captivitate babylonica Ecclesiae (La cautividad babilónica de la Iglesia), queda absolutamente claro que Lutero había dejado atrás todos los principios de la fe católica, la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio del Papa, de los Concilios y de los obispos. En este sentido, malinterpretaba el concepto de desarrollo homogéneo de la doctrina cristiana, que ya se había explicado en la Edad Media, y llegó a negar el sacramento como un signo eficaz de la gracia que contiene y sustituyó esta eficacia objetiva de los sacramentos por una fe subjetiva. 
         Lutero abolió cinco sacramentos y también negó la Eucaristía: el carácter sacrificial del sacramento de la Eucaristía y la conversión real de la sustancia del pan y el vino en la sustancia del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.
       Asimismo, definió el sacramento del Orden como una invención del Papa —a quien denominaba el Anticristo— en lugar de como una parte de la Iglesia de Jesucristo. En cambio, nosotros defendemos que la jerarquía sacramental, en comunión con el sucesor de Pedro, es un elemento esencial de la Iglesia Católica y no solo un elemento de una organización humana.
            Por esta razón, no podemos aceptar que la reforma de Lutero se defina como una reforma de la Iglesia en el sentido católico. Es católica una reforma que consiste en una renovación de la fe vivida en la gracia, la renovación de las costumbres y la ética, la renovación espiritual y moral de los cristianos; no una nueva fundación, una nueva Iglesia.
         Por lo tanto, es inaceptable que se afirme que la reforma de Lutero “fue un acontecimiento del Espíritu Santo". Es lo contrario, se produjo contra el Espíritu Santo. Porque el Espíritu Santo ayuda a la Iglesia a preservar su continuidad a través del Magisterio de la Iglesia, sobre todo en el servicio del ministerio petrino: solo sobre Pedro estableció Jesús su Iglesia (Mt 16,18), que es “la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad “(1 Tim 3,15). El Espíritu Santo no se contradice a sí mismo.
      Se oyen muchas voces que hablan con demasiado entusiasmo sobre Lutero, sin conocer bien su teología, su polémica y los efectos desastrosos de este movimiento que causó la destrucción de la unidad de millones de cristianos con la Iglesia Católica. Podemos evaluar positivamente su buena voluntad, la lúcida explicación de los misterios de la fe común, pero no sus declaraciones en contra de la fe católica, especialmente con respecto a los sacramentos y la estructura jerárquica apostólica de la Iglesia.
        No es correcto afirmar que Lutero inicialmente tenía buenas intenciones, queriendo decir que fue la rígida actitud de la Iglesia la que lo empujó por el camino equivocado. No es cierto: Lutero luchaba contra la venta de indulgencias, pero el objetivo no era la indulgencia como tal, sino como un elemento del sacramento de la penitencia.
    Tampoco es cierto que la Iglesia rechazara el diálogo: Lutero tuvo primero un debate con Juan Eck y, a continuación, el Papa envió como legado al cardenal Cayetano para hablar con él. Se puede discutir sobre las formas de actuar, pero cuando se trata de la sustancia de la doctrina, hay que afirmar que la autoridad de la Iglesia no cometió ningún error. De lo contrario tendríamos que aceptar que la Iglesia ha enseñado errores en la fe durante mil años, cuando sabemos —y esto es un elemento esencial de la doctrina— que la Iglesia no puede errar en la transmisión de la salvación en los sacramentos.
         No se deben confundir los errores personales, los pecados de las personas que forman parte de la Iglesia con los errores en la doctrina y los sacramentos. Quien confunde estas dos cosas en realidad cree que la Iglesia no es más que una organización creada por hombres y niega el principio de que fue el mismo Jesús quien fundó su Iglesia y la protege para que transmita la fe y la gracia en los sacramentos a través del Espíritu Santo. La Iglesia  de Cristo no es una organización meramente humana: es el Cuerpo de Cristo, donde reside la infalibilidad de los Concilios y del Papa, en formas precisamente delimitadas. Todos los Concilios hablan de la infalibilidad del magisterio, al proponer la fe católica. En la confusión de hoy, muchos han terminado por dar la vuelta a la realidad: creen que el Papa es infalible cuando habla en privado, pero en cambio, en temas en los que todos los Papas de la historia han enseñado la fe católica, dicen que es falible.
      Por supuesto, han pasado 500 años y ya no es el momento de la controversia, sino de la búsqueda de la reconciliación: pero no a costa de la verdad. No se debe crear confusión.
    Si bien debemos ser capaces de descubrir la acción del Espíritu Santo en los cristianos no católicos de buena voluntad que no hayan cometido personalmente este pecado de separarse de la Iglesia, no podemos cambiar la historia y lo que pasó 500 hace años.
      Una cosa es el deseo de mantener buenas relaciones con los cristianos no católicos hoy en día, con el fin de caminar hacia la plena comunión con la jerarquía católica y la aceptación de la tradición apostólica, según la doctrina católica; otra cosa diferente es comprender mal o falsificar lo que sucedió hace 500 años y las consecuencias desastrosas que tuvo. Unas consecuencias contrarias a la voluntad de Dios: “Que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”(Jn 17, 21)".
+ Cardenal Gerhard L. Müller


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