Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

13 de octubre de 2017

TACITURNITAS

 CULTIVAR EL SILENCIO
COMO TACITURNITAS

Breve reflexión acerca de la norma de la Regla de San Benito referida a la “taciturnitas”, esto es, renunciar al propio turno de palabra para escuchar al Otro, cultivando el silencio



San Benito pide cultivar el silencio, aprender el silencio, “studere silentium”, según la bella expresión que utiliza en el capítulo 42 de la Regla, y lo pide, fundamentalmente, por dos fines:

1.    La escucha meditativa de la Palabra de Dios
2.    y la caridad hacia los otros. 

El capítulo 6 de la Regla pide cultivar el silencio como taciturnitas para no pecar, porque “La muerte y la vida en poder de la lengua están - in manibus linguae“ - dice Benito citando el libro de los Proverbios (RB 6,5; Prov 18,21).

Así pues, el silencio como taciturnidad es la renuncia a este poder, un desarmarse ante los demás de manera que las palabras entre nosotros no sean siempre duelos en los que el más débil debe morir.

San Benito nos invita también a desarmarnos de las palabras que creemos buenas:

“Por lo tanto, dada la importancia que tiene la taciturnidad, raras veces recibirán los discípulos perfectos licencia para hablar, incluso cuando se trate de conversaciones honestas, santas y de edificación, para que guarden un silencio lleno de gravedad” (RB 6,3).

El problema es que raramente somos dueños de la calidad de nuestra palabra y de su efecto en los demás. Tenemos necesidad de una conversión del corazón que corte el poder de nuestra palabra, su capacidad posesiva y ofensiva, y se convierta cada vez más en transmisión de la Palabra de Dios que crea cada cosa como “cosa buena” (cfr. Gn 1), es decir, bendiciéndola.

Para que esto suceda; san Benito propone esencialmente dos cosas: callar y escuchar:

“Además, hablar y enseñar incumbe al maestro; pero al discípulo le corresponde callar y escuchar” (6,6). 

Por lo tanto, el silencio que escucha es para san Benito el principio de la caridad.

Callando y escuchando aprendemos a concebir la palabra no ya como un arma de poder en manos de nuestra lengua, sino como un don no nuestro que solo podemos transmitir, y el bien que hace esta palabra radica en la Palabra que recibimos; radica, finalmente, en la palabra misma, en cuanto Palabra de Dios que escuchamos en silencio.

Para san Benito, sin escucha no hay silencio.

El silencio benedictino y monástico en general no es nunca “autista”, no es nunca un cerrarse en sí mismo, sino un acto de relación, exactamente, una “taciturnitas”; es decir, un renunciar al propio turno de palabra para escuchar al otro.

El silencio nace precisamente de la humildad de reconocer que la palabra del otro es más importante que la mía. Pero a esto solo llegamos si se cultiva la escucha de Dios, la escucha del Verbo de Dios, también a través de las mediaciones humanas.

Nuestro silencio está en la Palabra de Dios, consiste en concentrarse en la única Palabra que vale la pena escuchar y que contiene todas las palabras, toda la verdad, toda la realidad: la palabra del Verbo de Dios, Cristo mismo.

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