CULTIVAR EL
SILENCIO
COMO
TACITURNITAS
Breve reflexión
acerca de la norma de la Regla de San Benito referida a la “taciturnitas”, esto es,
renunciar al propio turno de palabra para escuchar al Otro, cultivando el
silencio
San Benito pide cultivar el silencio, aprender el silencio,
“studere silentium”, según la bella expresión que utiliza en el capítulo 42 de
la Regla, y lo pide, fundamentalmente, por dos fines:
1. La escucha meditativa de la Palabra de Dios
2.
y
la caridad hacia los otros.
El capítulo 6 de la Regla pide cultivar el silencio como
taciturnitas para no pecar, porque “La muerte y la vida en poder de la lengua
están - in manibus linguae“ - dice Benito citando el libro de los Proverbios (RB
6,5; Prov 18,21).
Así pues, el silencio como taciturnidad es la renuncia a este
poder, un desarmarse ante los demás de manera que las palabras entre nosotros
no sean siempre duelos en los que el más débil debe morir.
San Benito nos invita también a desarmarnos de las palabras
que creemos buenas:
“Por lo tanto, dada la
importancia que tiene la taciturnidad, raras veces recibirán los discípulos
perfectos licencia para hablar, incluso cuando se trate de conversaciones
honestas, santas y de edificación, para que guarden un silencio lleno de
gravedad” (RB 6,3).
El problema es que raramente somos dueños de la calidad de nuestra palabra y de su efecto en los demás. Tenemos necesidad de una conversión del corazón que corte el poder de nuestra palabra, su capacidad posesiva y ofensiva, y se convierta cada vez más en transmisión de la Palabra de Dios que crea cada cosa como “cosa buena” (cfr. Gn 1), es decir, bendiciéndola.
Para que esto suceda; san Benito propone esencialmente dos cosas: callar y escuchar:
“Además, hablar y
enseñar incumbe al maestro; pero al discípulo le corresponde callar y escuchar”
(6,6).
Por lo tanto, el silencio que escucha es para san Benito el
principio de la caridad.
Callando y escuchando aprendemos a concebir la palabra no ya
como un arma de poder en manos de nuestra lengua, sino como un don no nuestro
que solo podemos transmitir, y el bien que hace esta palabra radica en la
Palabra que recibimos; radica, finalmente, en la palabra misma, en cuanto
Palabra de Dios que escuchamos en silencio.
Para san Benito, sin escucha no hay silencio.
El silencio benedictino y monástico en general no es nunca
“autista”, no es nunca un cerrarse en sí mismo, sino un acto de relación,
exactamente, una “taciturnitas”; es decir, un renunciar al propio turno de
palabra para escuchar al otro.
El silencio nace precisamente de la humildad de reconocer que
la palabra del otro es más importante que la mía. Pero a esto solo llegamos si
se cultiva la escucha de Dios, la escucha del Verbo de Dios, también a través
de las mediaciones humanas.
Nuestro silencio está en la Palabra de Dios, consiste en
concentrarse en la única Palabra que vale la pena escuchar y que contiene todas
las palabras, toda la verdad, toda la realidad: la palabra del Verbo de Dios,
Cristo mismo.
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