“Mientras tanto, llegó el esposo:
las que estaban preparadas
entraron con él en la sala nupcial
Después llegaron las otras jóvenes y dijeron:
Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora”.
(Mt. 25, 10 13)
De la reflexión del Monasterio del Cristo
Orante
“Mientras tanto, llegó el Esposo”.
No podría ser ni más tremenda
ni más fascinante la expresión y lo expresado. Incluso ese aire casual que le
agrega el Señor, que lo dice con un tono neutro como si avisara que “entonces
salió el sol o que empezó a llover…” incluso ese modo tan opaco de decir las
cosas más sublimes, conmociona, descoloca, derriba.
Mientras tanto, llegó el Esposo.
No dice “después”, sino “mientras
tanto”.
¿Qué tanto hay en ese mientras tanto? Evidentemente poco, muy poco. Su regreso está próximo y cada noviembre la Iglesia se esmera en refrescarnos esta inminencia… que para Navidad ya es una noticia vieja y olvidada mientras nos disponemos a programar minuciosamente el año siguiente, en sus cuatro estaciones.
Mientras tanto, llegó el Esposo.
Por mientras, dicen en el
campo. ¿Mientras qué? Mientras planificamos las vacaciones, mientras vemos
madurar las uvas en el viñedo y creemos inexorable la llegada de abril y su
vendimia. A lo más nos permitimos preguntarnos: ¿habrá mucha uva para abril?
Pero jamás se nos cae de la boca un: ¿habrá abril?
Mientras tanto, llegó el Esposo.
Pocos tópicos han sido tan
descuidados como el del Retorno de Cristo. No tanto por reformado —al modo de
otros anaqueles de la Doctrina— sino sencillamente descuidado, ninguneado, como
se abandona una casa o un terreno dejando que los yuyos lo cubran.
Nos atañe —casi con urgencia—
reacondicionar las abandonadas ruinas de lo que en otros siglos de nuestra Fe
fuera el nudo más lumbroso e imantante de cuanto cree y moviliza la vida de un
creyente: Cristo vuelve.
Un grito lo precede.
No una solicitada del diario, ni una bula papal ni un tratado
teológico.
No, no: un grito.
¿Quién grita?
El vigía nocturno, desde su mangrullo.
Es curiosa la situación, pues el custodio de la ciudadela suele
cuidar el fortín y avisa de la llegada del enemigo. Y aquí es al revés: la casa
está tomada, sometida, y el vigía, a voz en cuello, avisa que llega la
liberación, que avanza desde el horizonte el rescatista, el Libertador. Es un
grito de alerta y júbilo, de aviso y exultación.
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