Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

18 de febrero de 2018

DOS TESTIMONIOS ARTÍSTICOS DE LA IMPRONTA DE LA FE


DOS TALLAS DE CRISTO CRUCIFICADO, 
A AMBOS LADOS DEL OCÉANO

La noticia publicada por el diario ABC de Sevilla sobre la restauración del Cristo de la Agonía de Juan de Mesa (c.1621), y la cercanía histórica del Santo Cristo de Buenos Aires (c.1671)

La cumbre de los crucificados de Juan de Mesa vuelve al siglo XVII

Se devuelve el esplendor perdido al Cristo de la Agonía de Vergara,
el que llaman «el Gran Poder crucificado»

Por JAVIER MACÍAS, 
8 de febrero de 2018 ABC Sevilla 


                Hace algo menos de 400 años, (en el año 1621) sobre un carro tirado por bueyes emprendía un viaje sin retorno un crucificado vivo. Había salido del taller andaluz de Juan de Mesa, apenas dos años después de que lo hicieran el Gran Poder, el Amor, la Buena Muerte o la Conversión.

                En la madurez artística del escultor cordobés, ya alejado plenamente de la suavidad de las formas que aprendió de su maestro Martínez Montañés, a Mesa le vino la inspiración divina para plasmar en un tronco de madera de arce, mayor del habitual, toda la destreza estilística perfeccionada a los casi 40 años de edad. El barroco más puro en su apogeo. Hoy ese Cristo, obra cumbre de Mesa, ha vuelto al origen.

                Cruzaba aquella España del primer tercio del XVII un crucificado encargado por el contador real Juan Pérez de Irazábal para la parroquia vasca donde había sido bautizado. Desde Sevilla a Guipúzcoa, más concretamente a la localidad de Vergara. Allí, entre las colinas verdes de la comarca del Alto Deva, en una capilla de la parroquia de San Pedro de Ariznoa, quedaba entronizado el Cristo de la Agonía.

                En aquel lugar, durante casi 400 años, ha sufrido el avatar del tiempo, el olvido e incluso el fuego. Sin embargo, en los albores del cuarto centenario de las grandes imágenes hispalenses de Juan de Mesa, el Cristo que partió en ese carro de bueyes volvió a Sevilla para, qué paradoja, regresar a su origen y recuperar el esplendor perdido.

                Fray Juan Dobado, el prior del convento del Santo Ángel, «tuvo la chaladura» -como afirma Koldo Azpeteguia, el delegado de Patrimonio de la Diócesis de San Sebastián- de que en el 400 aniversario del Cristo de los Desamparados de Martínez Montañés vinieran a Sevilla el Cristo de la Agonía de su discípulo Juan de Mesa y el crucificado del Seminario Mayor de Granada, de su maestro Pablo de Rojas.

                Para ello, era necesario que el crucificado pasara por un lavado de cara antes de ser expuesto en el templo carmelita de la calle Rioja. Así fue, se le hizo una limpieza superficial en el IAPH antes de regresar de nuevo a las instalaciones de la Cartuja para emprender una segunda fase mucho más laboriosa.

Estado de conservación





Cristo de la Agonía de Vergara antes de la restauración en el magnífico retablo de la iglesia vasca de San Pedro en Vergara, Guipúzcua.

               
                Una de las alteraciones más llamativas que presentaba la imagen eran unas ampollas en la policromía, además del oscurecimiento provocado por quemaduras, sobre todo en la zona superior de la pierna derecha, el pectoral derecho y ese mismo lado del rostro. Esas ampollas llegaron a quebrarse, dejando como huellas circulares y perdiendo el estrato de policromía.

                Además, los técnicos del IAPH, dirigidos por la restauradora Maite Real y la historiadora Eva Villanueva, descubrieron que la policromía se encontraba recubierta de una capa de color oscuro que ocultaba notablemente la encarnadura original de la talla. Así, hallaron una intervención que sufrió el Cristo a finales del XIX a cargo de escultores de la Real Academia de San Fernando de Madrid. Es decir, no era cierto lo que se pensaba acerca de que el Cristo nunca sufrió alteración por mano del hombre, ya que sí le fueron aplicadas al menos dos capas de barnices y repintes, sobre todo tras el incendio que sufrió en San Pedro.


La corona de espinas del Cristo de la Agonía de Vergara / J. MACÍAS

                El IAPH ha limpiado en profundidad la imagen, recuperando la tonalidad original de la policromía, así como se han solucionado el resto de patologías que tenía la talla, tanto en su cuerpo como en la propia cruz, que es la original que esculpiera Juan de Mesa.

La corona de espinas

                Sin embargo, tras un estudio en profundidad, el equipo multidisciplinar que ha restaurado la imagen decidió no reintegrar las zonas perdidas de la corona de espinas que, como la del Gran Poder, tiene forma de serpiente anidada a la frente del Señor como símbolo del pecado. Maite Real ha explicado que como en algunos lugares «no era reproducible, ya que no conocíamos el trazado que tenía originalmente, y se decidió no reintegrarla».

                El director del IAPH, Román Fernández Baca, ha explicado en la presentación celebrada en la capilla de Afuera del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo que el coste total de la restauración ha ascendido a 26.000 euros.



   

Cristo crucificado de Juan de Mesa restaurado y expuesto en la Capilla de Afuera, Sevilla, antes de su devolución a San Sebastián.



EL SANTO CRISTO DE BUENOS AIRES


                A raíz de esta nota publicada en España sobre la restauración del magnífico Cristo de la Agonía, del talentoso ebanista sevillano Juan de Mesa (c.1621),  viene a la memoria otra talla del Crucificado, muy antigua, que se encuentra en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires y que expresa la fe de nuestros antepasados.







                Se trata del Santo Cristo de Buenos Aires, talla en algarrobo, encomendada al artista portugués Manuel de Couto en el año 1671. Esta escultura, de tamaño natural, representa al Crucificado antes de su muerte con los ojos abiertos y es la más antigua de la ciudad.

                Está realizada en algarrobo blanco y  fue obsequiada a la Catedral por el Gobernador del Rio de la Plata (1663-1674) don José Martínez de Salazar, hombre honesto y piadoso, que mucho hizo por el bien de la gran aldea. El tercer obispo de Buenos Aires, monseñor fray Cristóbal de Mancha y Velasco hizo construir la capilla “donde colocó el devotísimo crucifijo, cuyo aspecto inclina y mueve el corazón al dolor de haberle ofendido…”


               
                Se encuentra en el altar lateral del transepto izquierdo de la Catedral y ha sido venerado por generaciones. Ante él los integrantes de la Primera Junta de Gobierno de las Provincias del Río de la Plata, en 1810, juraron lealtad.

                La actual calle “Balcarce” de la urbe porteña se llamaba en los tiempos coloniales “del Santo Cristo” por la veneración popular y el arraigo que tenía esta imagen en la gran aldea porteña. Fue en 1769 durante una tormenta intensa seguida durante días de vendavales y creciente del río  que se decidió sacar la imagen del Santo Cristo de la Catedral para pasearla por la ciudad y pedir ayuda divina. A medida que la imagen recorría la ciudad la tempestad cedía, por lo que la población, agradecida, festejó el "milagro" y decidió darle a la calle del Fuerte el nombre de Santo Cristo”.

                Estas expresiones artísticas son testimonios elocuentes de una fe apostólica que caló hondo en nuestra sociedad.


   



Foto de la actual Catedral y un dibujo de la antigua Catedral de Buenos Aires en 1721 (ya hacía 100 años que se hallaba allí esta talla)


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