Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

3 de marzo de 2018

EL ARREPENTIMIENTO Y LA CONVERSIÓN



ENTRE EL ABISMO DE NUESTRO PECADO Y EL ABISMO DE LA MISERICORDIA DE DIOS


Reflexión del antiguo abad cisterciense André Louf referido a la conversión y la vida de la gracia.




“Cuando los autores espirituales hablan de la vida de la gracia en el hombre, emplean fácilmente expresiones como ‘avanzar’, ‘progresar’, ‘subir más arriba’. Aparecen así como tributarios de los esquemas filosóficos o humanistas relativos a la perfección, que son los de su cultura.”

“Vale la pena notar como este esquema de perfección está en contradicción con lo que propone el Evangelio. Jesús expresó esta contradicción de manera lacónica pero penetrante en una pequeña frase que repite varias veces en contextos diferentes: “El que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado” (Mt 23,12; Lc 14,11; 18-14). Estos dos modelos del esfuerzo espiritual, Jesús los plasmó en la persona del fariseo y del publicano. El fariseo representa el camino de una perfección humana y secularizada; el publicano el camino específicamente cristiano del arrepentimiento y la conversión que el hombre no puede descubrir por sí mismo, sino al cual Dios lo lleva suavemente como fruto de una elección gratuita y de la maravilla de la gracia”.

“La breve oración del publicano, conocida en una cierta tradición, bajo el nombre de ‘oración de Jesús’ lo expresa perfectamente: ‘Señor Jesús, ten piedad de mí, pecador’.”

“Es también el grito de la Iglesia, esposa de Jesús, compendio y resumen de toda oración. Pues al fin y al cabo sólo hay este grito, y más allá el amor, el abrazo entre el Padre y el hijo pródigo, entre Jesús y el publicano, la unión largo tiempo esperada, entre el abismo de nuestro pecado y el abismo de la misericordia de Dios”.

"En el mismo instante en el que el pecador es perdonado, acogido ´por Dios y restaurado en gracia, el pecado, -¡oh maravilla de las maravillas!- se convierte en el lugar en que Dios entra en contacto con el hombre. Hay que ir todavía más lejos y decir que no hay otro lugar donde encontrar de verdad a Dios y donde reconocerlo, sino en la conversión.
Antes Dios no era más que una palabra, un concepto analógico, un presentimiento o vago deseo, el Dios de los filósofos y de los poetas, pero no el Dios que se revela en un amor sin límites”.

“Dios no es un déspota caprichoso, pero tampoco un abuelito inofensivo. Es sencillamente Otro, y no puede ser encerrado en nuestras categorías y nuestras imágenes. Misterio y contradicción que superan nuestra comprensión superficial. Misterio que no se puede captar y que solo muy progresivamente lo puede hacer aquel a quién le es dado volver a encontrar a Dios en la conversión y en el amor.

La conversión es un volverse totalmente, es una conmoción del corazón. Despliega en lo más profundo un proceso espiritual, gracias al cual el corazón se libera de toda dureza y rigidez; abandona el egoísmo y la ambición. Se libera de sí y se abandona a Dios. Acepta ser al mismo tiempo objeto de su cólera y de su amor.

Cuando un corazón se entrega así a Dios, la cólera de Dios se transforma en el mismo instante en un brasero de amor y de ternura. Dios se convierte entonces con toda verdad en un “fuego devorador” (Dt 4,24) Quien permanece así en la conversión, adquiere el verdadero conocimiento de Dios.

Porque conoce en primer lugar su pecado. Se ve confrontado con la cólera de Dios, pero al mismo tiempo descubre la grandeza y el peso del amor de Dios. No dejará nunca de conocer su pecado para anunciar la misericordia de Dios. Este reconocimiento no es solo confesión, sino también acción de gracias, eucaristía. Sus lágrimas no son lágrimas de pena, sino de amor sin límites. Su arrepentimiento es su alegría y su única alegría es su arrepentimiento. Ha creído en el Amor, se ha entregado al Amor.”

André Louf.
“A merced de su gracia”


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