LAS ERMITAS DE CÓRDOBA, ESPAÑA
Leído en
un artículo de un periódico español que, en pocas palabras, muestra un ejemplo
de aquel temple austero y religioso que caracterizó a toda España, y la hizo
grande.
Cuesta hacerse, en los tiempos que
corren, una idea siquiera aproximada acerca de la vida de los eremitas,
aquellos que buscaban soledad y silencio, forzosa incomodidad y aislados
parajes.
En
Córdoba, España, allá arriba donde de noche puede verse una imagen iluminada
del Sagrado Corazón, se pueden visitar “Las Ermitas”, un conjunto de pequeñas
edificaciones (más de una docena) en las que vivían desde el siglo XVIII trece
frailes que, en realidad, eran ermitaños aislados del mundanal ruido.
El
paraje era conocido como el “cerro de la cárcel en el desierto de Nuestra
Señora de Belén para meditar y llevar una vida de austeridad”, en lo alto de
las sierras cordobesas.
Cada
ermita consta de dos pequeñas habitaciones, minúsculas, y un pequeño huerto en
el que cada individuo plantaba sus cosas.
Vivían
en esa ‘ermita’, hablaban poco entre ellos, se levantaban a las dos de la
mañana para celebrar maitines en la iglesia del conjunto, volvían a dormir a
las cuatro, y a las seis, de nuevo, eran llamados por la campana para asistir a
la misa.
Así
un día y otro día, durmiendo sobre un camastro de madera y recordando a diario
cualquiera de sus muchas inscripciones colgadas por doquier:
«Detén
el paso y advierte
que este
lugar te convida
a que
mueras en la vida
para
vivir en la muerte».
Ellos cocinaban a diario un potaje que
sacaban a la puerta para dar de comer a los pobres de Córdoba, que subían a
diario por la cuesta del Reventón, siendo cierto que a veces se quedaban sin
comida de la de necesitados que se aglomeraban.
Su vida era vestir toscamente de fraile y
asomarse de vez en cuando al balcón natural desde el que se ve la vega del
Guadalquivir y la ciudad de forma privilegiada.
Hoy es conservado por cuatro carmelitas
descalzos y visitado por todo cordobés que se precie.
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