BIENAVENTURADOS LOS
LIMPIOS DE CORAZÓN
UNA PROPUESTA DE “SALUD SOCIAL”
Antiguamente se hablaba mucho sobre los pecados contra el sexto
mandamiento. Hoy este tema está casi silenciado. El llamado “Mayo francés del
68” ha traído una desintegración de la genuina antropología humana: Todo vale, se dice, y su consecuencia
ha sido una desintegración moral devastadora.
Carta Pastoral del Arzobispo de Pamplona,
monseñor Francisco Pérez Gonzalez
Uno de los
pecados que más daño emocional, espiritual y síquico hace al ser humano es la
práctica de la fornicación, la lascivia y el adulterio. Se ha puesto de moda el
ejercicio de la sexualidad como si de un juego placentero se tratara y las
consecuencias son muy nocivas.
Los medios
de comunicación lo presentan, muchas veces, como un modo de divertirse y como
una forma de realizarse la persona. La Sagrada Escritura, -que de sentido común
y humanidad nos puede enseñar mucho- dice: “El que cava una fosa se cae en
ella, y al que derriba la tapia le muerde una serpiente” (Eclesiastés, 10, 8).
Todo lo que podamos evitar revertirá en bien, pero todo lo que permitamos de
forma pendenciera revertirá en mal. La realidad es testaruda y ante tal
situación no podemos volver la cabeza como si nada pasara.
La
ingenuidad, al pensar que todo es válido, es signo de necedad y si no
utilizamos la sabiduría se camina por un precipicio mortal. Es muy difícil
hacer comprender y entender que el pecado sigue existiendo puesto que se piensa
que ha sido superado y es un residuo del pasado.
Con mucha
superficialidad se niega lo evidente y se aplaude aquello que está
desintegrando ciertas formas de vida que lesionan profundamente la genuina
antropología de la persona.
La Sagrada
Escritura muestra la verdad sin errores, los caminos de ciencia sin engaños y
la experiencia de la sabiduría sin ambages. Y tanto es así que por mucho que se
la quiera contradecir se vuelve contra uno mismo si no la obedecemos.
“Vivamos decentemente, como a la luz del día, no en orgías y borracheras, ni en inmoralidad sexual y libertinaje, ni en disensiones y envidias. Más bien, revistámonos del Señor Jesucristo, y no nos preocupemos por satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa” (Rom 13, 13-14).
En la sociedad actual la lascivia o lujuria se ha convertido en un gran negocio económico; desde las carteleras a los anuncios y en televisión, se usa el sexo desmedido como un cebo para atraer la atención del público.
En el sermón del monte, Jesucristo habló con palabras muy severas sobre el adulterio y la lujuria, desafiándonos a hacer todo lo posible para evitar ser víctimas de los deseos pecaminosos y desenfrenados que lo único que producen es degeneración moral y distorsión psíquica.
“Vivamos decentemente, como a la luz del día, no en orgías y borracheras, ni en inmoralidad sexual y libertinaje, ni en disensiones y envidias. Más bien, revistámonos del Señor Jesucristo, y no nos preocupemos por satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa” (Rom 13, 13-14).
En la sociedad actual la lascivia o lujuria se ha convertido en un gran negocio económico; desde las carteleras a los anuncios y en televisión, se usa el sexo desmedido como un cebo para atraer la atención del público.
En el sermón del monte, Jesucristo habló con palabras muy severas sobre el adulterio y la lujuria, desafiándonos a hacer todo lo posible para evitar ser víctimas de los deseos pecaminosos y desenfrenados que lo único que producen es degeneración moral y distorsión psíquica.
Jesucristo
también advierte: “Moisés también dijo: No sean infieles en su matrimonio. Pero
ahora yo les aseguro que si un hombre mira a otra mujer con el deseo de tener
relaciones sexuales con ella, ya fue infiel en su corazón” (Mt 5, 27-28). ¿Está
diciendo Jesucristo en este pasaje bíblico que no hay diferencia entre el
adulterio mental y el acto físico? No. Lo que está diciendo es que ambos son
pecados. Y la razón es muy sencilla: Los actos se fraguan y se regulan en la
mente.
Un teólogo
alemán decía: ”No puedo evitar que los pájaros vuelen sobre mí cabeza, pero sí
puedo evitar que hagan nido en mi pelo”. La sexualidad ha sido creada por Dios
para armonizar y ejercer su fin último que es la procreación. De ahí que el
matrimonio (la unión de un hombre y una mujer) es la belleza más preclara de la
creación y es la expresión más hermosa donde se constituye una familia.
La
sexualidad tiene sus raíces en el plan creador de Dios, pero la lujuria tiene
sus raíces en la depravación humana. El mismo San Pablo advertía: “Pues la
naturaleza pecaminosa es enemiga de Dios siempre. Nunca obedeció las leyes de
Dios y jamás lo hará. Por eso, los que todavía viven bajo el dominio de la
naturaleza pecaminosa nunca pueden agradar a Dios” (Rom 8, 7-8).
Todo lo que
Dios ha creado es bueno pero es malo la perversión de cómo se usa. Trastocar la
naturaleza es muy peligroso y muy arriesgado; siempre acaba mal. ¿No habrá
llegado el momento de proponer como salud social las bienaventuranzas?
“Bienaventurados los limpios de corazón, pues ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).
Este ha sido el versículo más útil para aquellos que han luchado y luchan
contra la lujuria y la tentación de la inmoralidad sexual.
+ Mons. Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Obispo
de Tudela
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