Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

9 de diciembre de 2019

FLOREZCA LA ESTEPA...


SAN JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN
(1474-1548)


Del gran mural pintado en los años 30 al costado del altar de Nuestra Señora de Guadalupe en la Basílica porteña del Espíritu Santo. Allí se retrata la escena del indio Juan Diego ante el obispo de México, el franciscano Juan de Zumárraga, cuando muestra su tilma con rosas fragantes y aparece grabado "no por mano humana" en el tejido la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe


Hoy la Iglesia celebra a quien llevó impresa en su tilma la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
San Juan Pablo II, en el año 2002 en México, canonizó a este indio de la etnia chichimeca cuyo nombre en su lengua significa “el águila que habla”.  
Había sido bautizado por los misioneros franciscanos en 1524, y el 12 de diciembre de 1531 la Virgen de Guadalupe se le apareció en el cerro del Tepeyac, y le encomendó decirle a monseñor Juan de Zumárraga, primer Obispo de México, que le construya un templo en ese lugar.
Ante la incredulidad del prelado, Santa María le pidió a Juan Diego que le llevara en su sencilla tilma unas rosas que milagrosamente aparecieron en el cerro árido y en invierno.
Cuando San Juan Diego le presentó las fragantes rosas al obispo, la imagen de la Virgen estaba impresa en el tejido de la tilma "no por manos humanas". Es la misma imagen que hoy, a casi 500 años de ese portento, sigue siendo venerada por millones de peregrinos.
Guadalupe es el corazón espiritual de la Iglesia en América y en una de las mayores devociones marianas del mundo.
San Juan Diego, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una sencilla casa junto a la primera Capilla de la “Señora del Cielo”. Limpiaba la capilla y recibia a los peregrinos que visitaban el lugar, donde hoy se levantan las dos grandes Basílicas del Tepeyac.
En la ceremonia de canonización, San Juan Pablo II destacó que San Juan Diego, “al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo. Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en protagonista de la nueva identidad americana, íntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a todos”.
En este tiempo de Adviento, este signo de la tilma guadalupense con rosas frescas manifiesta claramente lo que dice el profeta:

“¡REGOCÍJESE EL DESIERTO Y LA TIERRA RESECA,
ALÉGRESE Y FLOREZCA LA ESTEPA…!”
(Is, 35, 1)




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