CERCANOS A LA FIESTA DE
NUESTRA SEÑORA DE COVADONGA
Como canta el Himno asturiano a
la Santina, ella es la “Bendita Reina de nuestra montaña, que tiene por trono
la Cuna de España”
Un lúcido artículo publicado hoy por el ABC de
Madrid, que explica los grandes problemas de la España de hoy, y también de Latinoamérica.
No es “políticamente correcto”, pero presenta verdades que hoy se obnubilan. Si
se olvidan las raíces, se pierde la identidad y su resultado será la nada.
LA HISPANIDAD
Por Juan Manuel de Prada (ABC
Madrid- 1 de septiembre de 2018)
En su más reciente
libro, “La Hispanidad como problema” (Historia, cultura y
política), publicado por el Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, Miguel Ayuso dedica un capítulo a
analizar el caso del filósofo agnóstico Manuel García Morente (1886-1942),
discípulo de Ortega y Gasset y miembro de la Institución Libre de
Enseñanza, quien en abril de 1937, hallándose en París (huido de la barbarie
del Madrid republicano, aunque era hombre leal a la República), se convirtió a
la fe católica mientras escuchaba por la radio el oratorio La infancia
de Cristo, de Berlioz. Fue (como el propio García Morente
explicó) un «hecho extraordinario», una arrolladora irrupción de la gracia que
transformaría por completo su vida.
Ayuso nos señala que, siendo esta fulminante
conversión religiosa de García Morente un hecho fuera de la común, todavía
resulta más significativo comprobar cómo, al recuperar la fe, un hombre que se
había formado en un ambiente liberal y europeísta se convierte de inmediato en
un denodado defensor de la Hispanidad.
A la luz nueva de la fe, García
Morente descubre que en la postura europeísta y liberal se esconde, bajo
disfraces y perifollos diversos, una intención profundamente antiespañola. Y las obras
que a partir de este momento y hasta su prematura muerte escriba se dedicarán a
resaltar la inspiración religiosa que conforma España, así como a rechazar el
ideal europeizador.
Así podrá escribir García Morente en
“Ideas para una filosofía de la historia de España”: «En la nación española
y en su historia la religión católica no constituye un accidente, sino el
elemento esencial de su historia misma. Intentemos representarnos la historia
de España sin incluir como elemento esencial el catolicismo. No podemos. (…)
Algunos pretenden negarlo. Pero será porque desean personalmente la
descristianización de España a sabiendas de que lo de esta descristianización
resultase ya no sería propiamente España, sino otra cosa, otro ser, otra
nación; o, más propiamente aún, nada».
La Hispanidad, como encarnación de esta visión
histórica de España, sería, a juicio de Ayuso, una subsistencia de la
Cristiandad, que había quedado herida de muerte por la Reforma protestante. Si
Europa se convierte desde entonces en el paisaje de la ruptura, España se
mantuvo durante siglos como una comunidad de fe, con una concepción
arraigadamente comunitaria de la política, cada vez más recluida
geográficamente, a medida que sus enemigos la hostigaban.
Como afirma Miguel Ayuso, «europeizarse ha
significado para los españoles, hasta fecha bien reciente, incluso hasta hoy,
rendirse, reconocer el curso equivocado de su Historia y, consiguientemente,
descristianizarse». Así se explicaría que España, mientras fue España (no
sólo la España peninsular, sino también y muy especialmente las Españas de
allende el océano, a las que Ayuso dedica un luminoso y provocador capítulo en
su libro), se resistiese con uñas y dientes a la imposición de regímenes
constitucionales de base contractualista.
Porque, frente a lo que quiere cierto catolicismo
pompier, la Hispanidad no es un mero concepto cultural y espiritual. Como Ayuso
nos enseña en este perspicaz ensayo, es también un concepto político -vivo hoy
como una semilla de mostaza en el corazón de los patriotas, dispuesto a
convertirse mañana en árbol frondoso- que se confronta con la mentalidad racionalista
y europeizante que creó los Estados modernos y también, por supuesto, con un
nuevo orden que pretende subsumirlos en engendros como la Unión Europea.
Engendros frente a los cuales los patriotas
españoles debemos seguir vindicando siempre la unión de las «ínclitas
razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda».
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