LA IGLESIA VIVE DE LA EUCARISTÍA
Unos párrafos
de la Carta
Encíclica del Jueves Santo 2003
de San Juan
Pablo II, papa,
que expresa el
núcleo del misterio eucarístico:
Sacrificio, Presencia y Banquete.
La Iglesia vive
de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de
fe, sino que encierra -en síntesis- el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en
múltiples formas, la promesa del Señor: «
He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28,
20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el
Cuerpo y en la Sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad
única.
Desde que, en Pentecostés, la Iglesia,
Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria
celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada
esperanza.
Con razón ha proclamado el Concilio
Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es « fuente y cima de toda la vida
cristiana ». « La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida,
que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo ». Por tanto la
mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el
Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso
amor.
Todo
compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la
Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria y se ha de
ordenar a él como a su culmen. En la Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su
Sacrificio redentor, tenemos su Resurrección, tenemos el don del Espíritu
Santo, tenemos la adoración, la obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos
la Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia?
El Misterio eucarístico –sacrificio, presencia, banquete –no
consiente reducciones ni instrumentalizaciones; debe ser vivido en su
integridad, sea durante la celebración, sea en el íntimo coloquio con Jesús
apenas recibido en la comunión, sea durante la adoración eucarística fuera de
la Misa. Entonces es cuando se construye firmemente la Iglesia y se expresa
realmente lo que es: una, santa, católica y apostólica; pueblo, templo y
familia de Dios; cuerpo y esposa de Cristo, animada por el Espíritu Santo;
sacramento universal de salvación y comunión jerárquicamente estructurada.
En el humilde signo del pan y el vino,
transformados en su Cuerpo y en su Sangre, Cristo
camina con nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte
en testigos de esperanza para todos. Si ante este Misterio la razón experimenta
sus propios límites, el corazón, iluminado por la gracia del Espíritu Santo,
intuye bien cómo ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un amor sin
límites.
Hagamos nuestros los sentimientos de
santo Tomás de Aquino, teólogo eximio y, al mismo tiempo, cantor apasionado de
Cristo eucarístico, y dejemos que nuestro
ánimo se abra también en esperanza a la contemplación de la meta, a la cual
aspira el corazón, sediento como está de alegría y de paz:
« Bone pastor, panis vere,
Iesu, nostri miserere... ».
Iesu, nostri miserere... ».
“Buen pastor,
pan verdadero,
oh Jesús, nuestra misericordia:
nútrenos y defiéndenos,
llévanos a los bienes eternos
en la tierra de los vivos.
oh Jesús, nuestra misericordia:
nútrenos y defiéndenos,
llévanos a los bienes eternos
en la tierra de los vivos.
Tú que todo lo
sabes y puedes,
que nos alimentas en la tierra,
conduce a tus hermanos
a la mesa del Cielo
a la alegría de tus santos”.
que nos alimentas en la tierra,
conduce a tus hermanos
a la mesa del Cielo
a la alegría de tus santos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario