En una conferencia
pronunciada en el año 2000 acerca de la “Eclesiología
de la Lumen Gentium”,
el entonces
cardenal Ratzinger señaló
que su "tesis
de fondo" al respecto era esta:
"el Vaticano II quiso
claramente insertar y subordinar el discurso sobre la Iglesia al discurso sobre
Dios; quiso proponer una eclesiología en sentido propiamente teo-lógico".
Y continua diciendo el cardenal: "la acogida del
Concilio hasta ahora ha omitido esta característica determinante, privilegiando
algunas afirmaciones eclesiológicas; se ha fijado en algunas palabras
aisladas, llamativas, y así no ha captado todas las grandes perspectivas de los
padres conciliares".
“Algo análogo se puede decir a propósito
del primer texto que aprobó el Vaticano II: la Constitución Sacrosanctum
Concilium sobre la sagrada Liturgia.
Al inicio, el hecho de que fuera la primera se
debió a motivos prácticos.
Pero, retrospectivamente, se debe decir que,
en la arquitectura del Concilio, tiene un sentido preciso: lo primero es la
adoración. Y, por tanto, Dios.
Este inicio corresponde a las palabras de la Regla
benedictina: "Operi Dei nihil praeponatur".
II. La constitución sobre la Iglesia -Lumen Gentium-,
que fue el segundo texto conciliar, debería considerarse vinculada
interiormente a la anterior.
La Iglesia se deja guiar por la oración, por la
misión de glorificar a Dios.
La eclesiología, por su naturaleza, guarda
relación con la Liturgia.
III. Y, por tanto, también es lógico que la tercera
constitución -Dei Verbum- hable de la Palabra de Dios, que convoca a la
Iglesia y la renueva en todo tiempo.
IV. La cuarta constitución –Gaudium et spes-
muestra cómo se realiza la glorificación de Dios en la vida activa, cómo se
lleva al mundo la luz recibida de Dios, pues sólo así se convierte plenamente
en glorificación de Dios.
Ciertamente, en la historia del posconcilio la
Constitución sobre la Liturgia no fue comprendida a partir de este fundamental
primado de la adoración, sino más bien como un libro de recetas sobre lo que
podemos hacer con la Liturgia.
Mientras tanto, los creadores de la Liturgia,
ocupados como están de modo cada vez más apremiante en reflexionar sobre cómo
pueden hacer que la Liturgia sea cada vez más atractiva, comunicativa, de forma
que la gente participe cada vez más activamente, no han tenido en cuenta que,
en realidad, la Liturgia se "hace" para Dios y no para nosotros
mismos.
Sin embargo, cuanto más la hacemos para nosotros
mismos, tanto menos atractiva resulta, porque todos perciben claramente que se
ha perdido lo esencial".
Si volviéramos a tomar conciencia de que la Liturgia no se hace para nosotros, sino para Dios, ¡cuánto más fervor, alegría y fe encontraríamos en nuestras celebraciones!
Tomado del Blog “La escala de Jacob”
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