No entristezcan al Espíritu Santo de Dios,
que los ha marcado a ustedes con un sello para el día de la redención.
(Ef. 4,30)
Así exhortaba san Pablo a los cristianos de Éfeso.
Entristecer al
Espíritu Santo ha sido también la gran pena de los santos. Y así lo manifiesta
esta conmovedora y hasta desgarradora súplica que el beato John H. Newman
dirigía al Paráclito.
El Amor que el Espíritu Santo derrama con abundancia sobre nosotros,
pobres pecadores, necesariamente toma la forma de una contrición humilde y
profunda, agradecida y sublime.
“Te adoro, Señor
Todopoderoso, Paráclito,
porque en tu infinita
compasión
me has hecho entrar a
esta Iglesia,
la obra de tu poder
sobrenatural.
No pretendí de Ti tan
maravilloso favor, que está por encima de cualquier otro en el mundo entero.
Había muchos hombres mejores que yo por naturaleza, dotados con talentos
naturales más agradables, y menos manchados con el pecado.
Sin embargo, en tu
inescrutable amor por mí, me has elegido y traído a tu rebaño.
Tú tienes una razón
para cada cosa que haces. Sé que debe haber habido una razón sapientísima, como
decimos en lenguaje humano, para haberme elegido a mí y no a otro, pero sé que
esa razón fue algo externo a mí mismo.
No hice nada por
ella, sino todo contra ella. Hice todo para frustrar tu propósito. Y por eso debo
todo a tu gracia. Debería haber vivido y muerto en la oscuridad y el pecado;
debería haber llegado a ser cada vez peor cuanto más vivía; debería haber
tenido que odiar más y abjurar de ti, fuente de mi bienaventuranza; debería
haberme hecho cada año más apto para el infierno, y al final habría llegado
allí, si no fuera por tu incomprensible amor por mí. Dios mío, ese amor
arrollador me cautivó.
¿Ha habido alguna
juventud tan impía como algunos años de la mía? ¿No te desafié, de hecho, a que
hicieras lo peor?
Ah, cómo luché para
verme libre de Ti.
Pero Tú eres más
fuerte que yo y has prevalecido. No tengo una palabra que decir, sino
doblegarme con temor reverencial ante las profundidades de tu amor»
(John Henry
Newman,
Meditaciones y
Devociones, Ágape, 2007, p.299).
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