Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

28 de octubre de 2014

LA BARCA DE LA IGLESIA

Navega mar adentro entre las borrascas de los siglos, con la serena confianza de la promesa del Señor de que no naufragará.





Narra el Evangelio que los Apóstoles se dirigieron hacia la otra orilla, hacia Cafarnaún. Ya había oscurecido y Jesús no estaba con ellos. Por el Evangelio de San Mateo sabemos que se despidió también de ellos y subió a un monte a orar1. El mar estaba agitado por el fuerte viento que soplaba2, y la barca estaba batida fuertemente por las olas, por tener el viento en contra3.
La tradición ha visto en esta barca la imagen de la Iglesia4 en medio del mundo, zarandeada a lo largo de los siglos por el oleaje de las persecuciones, de las herejías, de las infidelidades. «Aquel viento –comenta Santo Tomás– es figura de las tentaciones y de las persecuciones que padecerá la Iglesia por falta de amor. Porque, como dice San Agustín, cuando se enfría el amor aumentan las olas... Sin embargo, el viento, la tempestad, las olas y las tinieblas no conseguirán que la nave se aparte de su rumbo y quede destrozada»5. Desde los primeros momentos tuvo que afrontar contradicciones de dentro y de fuera. También en nuestros días sufre esos embates nuestra Madre la Iglesia, y con ella sus hijos. «No es algo nuevo. Desde que Jesucristo Nuestro Señor fundó la Santa Iglesia, esta Madre nuestra ha sufrido una persecución constante. Quizá en otras épocas las agresiones se organizaban abiertamente; ahora, en muchos casos, se trata de una persecución solapada. Hoy como ayer, se sigue combatiendo a la Iglesia (...).
»Cuando oímos voces de herejía (...), cuando observamos que se ataca impunemente la santidad del matrimonio, y la del sacerdocio; la concepción inmaculada de Nuestra Madre Santa María y su virginidad perpetua, con todos los demás privilegios y excelencias con que Dios la adornó; el milagro perenne de la presencia real de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, el primado de Pedro, la misma Resurrección de Nuestro Señor, ¿cómo no sentir toda el alma llena de tristeza? Pero tened confianza: la Santa Iglesia es incorruptible»6.

Nos hacen sufrir los ataques a la Iglesia, pero a la vez nos da una inmensa seguridad y una gran paz que Cristo mismo esté dentro de la barca; vive para siempre en la Iglesia, y por eso las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella7; durará hasta el fin de los tiempos. Todo lo demás, todo lo humano pasa; pero la Iglesia permanece siempre tal como Cristo la quiso. El Señor está presente, y la barca no se hundirá, aunque a veces se vea zarandeada de un lado para otro. Esta asistencia divina fundamenta nuestra inquebrantable fe: la Iglesia, frente a todas las contingencias humanas, siempre permanecerá fiel a Cristo en medio de todas las tempestades, y será el sacramento universal de salvación. Su historia es un milagro moral permanente en el que podemos fortalecer siempre nuestra esperanza.

Ya en tiempos de San Agustín los paganos afirmaban: «La Iglesia va a perecer, los cristianos ya han terminado». A lo cual respondía el Santo Doctor: «Sin embargo, yo os veo morir cada día y la Iglesia permanece siempre en pie, anunciando el poder de Dios a las sucesivas generaciones»8.

¡Qué poca fe la nuestra si se insinúa la duda, porque ha arreciado la tempestad contra Ella, contra sus instituciones o contra el Romano Pontífice y los obispos! No nos dejemos impresionar por las circunstancias adversas, porque perderíamos la serenidad, la paz y la visión sobrenatural. Cristo está siempre muy cerca de nosotros y nos pide confianza. Está junto a cada uno, y no debemos temer nada. Hemos de rezar más por su Iglesia, ser más fieles a nuestra propia vocación, hacer más apostolado entre nuestros amigos, desagraviar más.

___________________________________
1 Cfr. Mt 14, 23.
2 Cfr. Jn 6, 18.
3 Cfr. Mt 14, 24.
4 Cfr. Tertuliano, De Baptismo, 12.
5 Santo Tomás, Comentario sobre San Juan, in loc.
6 San Josemaría Escrivá, Homilía El fin sobrenatural de la Iglesia
7 Mt 16, 18.
8 Citado por G. Chevrot, Simón Pedro, p. 116


No hay comentarios:

Publicar un comentario