EN EL V CENTENARIO DE SU NACIMIENTO
Hoy se inicia el Año Jubilar Teresiano
Esta Doctora de la Iglesia es un faro de luz para estos tiempos, con su riquísima literatura mística, sencilla y profunda, porque -como decía- "Dios anda entre los pucheros". Con su idioma castizo diáfano y de gran riqueza, Teresa nos eleva de las realidades oscuras del materialismo.
El periodista español De Prada escribe hoy en el diario madrileño ABC:
Lo primero que nos conmueve en Santa Teresa es su humanidad franca, frugal, desasida de todo lo que no es Dios; y en ese desasimiento no hallamos, en contra de lo que a simple vista pudiera parecer, negación de su humanidad, sino por el contrario una humanidad invicta, irresistiblemente atractiva, a la vez ingenua y vigorosa, un tesoro de verdadera alegría que se derrama sobre el mundo, saludando y celebrando las cosas más sencillas, en las que también está Dios, en las que sobre todo está Dios.
El místico, cuando trata de describir sus experiencias más inefables, recurre al simbolismo, rompiendo los moldes que impone la lógica racional; el simbolismo de Santa Teresa nace, en cambio, de la observación cotidiana. El paisaje -aquellas llanuras ásperas y enjutas de Castilla– se convierten en alegoría de su aventura espiritual: los huertos rozagantes de verduras, refrescados por un pozo absorto, se convierten en refugios para la oración; las fuentes que surgen en el camino evocan la única agua que calma la sed; una liebre que brinca entre las matas o un gamo que busca un hontanar son vislumbres del alma en estado de gracia; un jabalí que hociquea furioso la tierra ilustra la desazón del pecado; los castillos amurallados y las torres vigía inspiran un vertical sentido de trascendencia.
Y todo este rico simbolismo está expuesto con una simplicidad y llaneza en verdad milagrosas, con un estilo que Santa Teresa calificaba humildemente de «grosero y desconcertado» y que, en realidad, es la expresión más depurada, graciosa y elegante de nuestra bendita lengua; un estilo que pone a Dios ante los ojos del alma.
Sólo quien vivió a la vez entre ángeles y entre pucheros puede escribir con ese estilo que habla sin afectación ni ampulosidad de las cosas más elevadas; y que de las cosas más insignificantes habla con gozo, porque quien ama a Dios sobre todas las cosas ama también todas las cosas, sabiendo que en ellas está Dios presente.
Y así, Santa Teresa se nos muestra como una criatura llena de una cautivadora y bulliciosa alegría interior, llena de un entusiasmo vibrante, incluso cuando nos narra sus penalidades y penitencias; porque en todo lo que hacía y decía, en todo lo que pensaba y escribía hay un amor que le revienta las costuras del corazón, que traspasa cada célula de su cuerpo, que incendia con un ardor nuevo las rutinas más triviales. Santa Teresa está henchida y restallante de Dios, como las sábanas que se cuelgan del tendedero están henchidas y restallantes del aire de la mañana; y acercarse a ella es como anegarse en Dios mismo, en un Dios humanado y matinal, amoroso y trémulo como un cachorro.
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