Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

26 de octubre de 2014

EL CAMINO DE LA BELLEZA

La "vía pulchritudinis"


Ante un mundo que hace alarde de lo "feo", huérfano de claridad de conceptos, es necesario volver a plantear el camino de la belleza, como vía para acercarse a la contemplación del misterio y de lo sagrado. Éste fue un trabajo silencioso y paciente que se elaboró en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI.


Quien aspire a vivir una vida dentro de la belleza 
no puede querer ni buscar nada que no sea bueno y verdadero 
(Guardini) 




Tenemos muchos ejemplos de esta "renuncia a la belleza" de la sociedad moderna, tan pragmática y técnica: las modas han impuesto las ropas gastadas y descoloridas de fábrica, la arquitectura ha impuesto el cemento armado a la vista, los colores hoscos o que "gritan" a los ojos, la propaganda ha impuesto en muchas corrientes el "caos visual". La explosión de los movimientos de protesta y contracultura del 68 y toda la manipulación mediática que surgió en torno de la divulgación de películas, fotos y noticias del así llamado "festival de Woodstock" del 1969, quiso colocar a la belleza como un mero "preconcepto". En realidad quiso anticipar una nueva antropología basada en Marcuse. El hombre tendría, de acuerdo a estas corrientes, gusto por determinadas reglas de belleza, de comportamiento, de vestimentas, por meras imposiciones sociales de los cuales habría que libertarse por medio de la "espontaneidad". Lo feo y lo bello no serían más que "convenciones"... que podían ser puestas de lado

El entonces cardenal Joseph Ratzinger, el 21 de agosto de 2002, en el congreso en Rímini del movimiento Comunión y Liberación, resaltaba que "el mensaje de la belleza se pone radicalmente en duda a través del poder de la mentira, la seducción, la violencia y el mal." 

Y advertía contra una estratagema del mundo, que quiere presentar una falsa belleza, la cual en vez de elevar, aprisiona al hombre: "Es una belleza que no despierta la nostalgia por lo Indecible, la disponibilidad al ofrecimiento, al abandono de uno mismo, sino que provoca el ansia, la voluntad de poder, de posesión y de mero placer". 

Ejemplificaba hablando de determinadas publicidades que exploran imágenes con la finalidad de "tentar irresistiblemente al hombre a fin de que se apropie de todo y busque la satisfacción inmediata en lugar de abrirse a algo distinto de sí". 

Y concluía hablando de la doble misión del arte cristiano: oponerse al culto de lo feo que "nos induce a pensar que todo, que toda belleza es un engaño y que solamente la representación de lo que es cruel, bajo y vulgar, sería verdad y auténtica iluminación del conocimiento" y al mismo tiempo contrarrestar la "belleza falaz" que envilece al hombre en lugar de elevarlo.

¿Cuál sería entonces la salida para el entonces cardenal Ratzinger? 

Es bien conocida la famosa pregunta de Dostoievski: "¿Nos salvará la Belleza?". Pero en la mayoría de los casos se olvida que Dostoievski se refiere aquí a la belleza redentora de Cristo. 

Debemos aprender a verlo. Si no lo conocemos simplemente de palabra, sino que nos traspasa el dardo de su belleza paradójica, entonces empezamos a conocerlo de verdad, y no sólo de oídas. Entonces habremos encontrado la belleza de la Verdad, de la Verdad redentora. Nada puede acercarnos más a la Belleza -que es Cristo mismo- que el mundo de belleza que la fe ha creado y la luz que resplandece en el rostro de los santos, mediante la cual se vuelve visible su propia luz (Cf. Ratzinger, 2002). 

La necesidad de una Via pulchritudinis, un camino de la belleza para mostrar la verdad al hombre de hoy fue siendo delineada durante el pontificado de Juan Pablo II y se ha hecho más incisiva e insistente con Benedicto XVI. 

Tras el encuentro del 27 y 28 de marzo de 2006, el Pontificio Consejo de la Cultura emitió el documento "La Via Pulchritudinis, camino privilegiado de evangelización y de diálogo", señalando la importancia de la misma para hacer más acogedora la verdad, sobre todo entre aquellos que "experimentan grandes dificultades para acoger la enseñanza de la Iglesia, sobre todo moral". 

Se analizan los diversos aspectos pastorales que deben prevalecer en la Iglesia ante el diálogo apostólico con los fieles, los no-creyentes y los indiferentes. Las conclusiones son de mucha esperanza. 

Se constata que la vía de la belleza puede ser el camino de encuentro con Cristo, que es la Belleza de la santidad encarnada y modelo propuesto por Dios para salvación de los hombres, con un apelo vehemente a los "Agustines" de nuestro tiempo, para que subiendo por la belleza sensible lleguen hasta la propia Belleza increada. 

El teólogo suizo Von Balthasar sostiene la tesis de que la belleza ha sido marginada de la teología, y más tarde de la religión con la modernidad, sobre todo por el influjo de las ciencias exactas y del deseo del pensamiento empírico de absolutizar todo lo visible bajo el concepto de experimento mensurable en busca de una verdad encajada en un pensamiento pragmático y exacto. 

La reducción del pensamiento humano a lo natural y mensurable es vaciarlo de sus contenidos metafísicos. 

Por eso el hombre contemporáneo no sabe lo que es la belleza, porque trasciende de su pensamiento. Dice Von Balthasar que el hombre positivista-ateo, puesto ante el fenómeno de Cristo, tiene que aprender de nuevo a ver lo que revela esta teofanía: que Dios no viene en primer lugar como maestro o redentor sino para mostrar y difundir lo glorioso de su eterno amor trino y uno en ese desinterés que el amor verdadero tiene en común con la belleza verdadera. 

El acceso conduce a través de la belleza trascendental, en la que el ser mismo aparece en su carácter abismático como algo sublime y majestuoso, sumergido en el misterio del amor del derramarse desinteresado y aureolado por el brillo gracioso de lo que es regalado de forma gratuita. Como último trascendental, lo bello cobija y sella los otros al prestar a lo bueno su fuerza de atracción y a lo verdadero su carácter concluyente. Como sin una experiencia concreta no es posible una metafísica del ser, lo bello remite al misterio de la forma y del brillo.

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