Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

31 de octubre de 2014

EN LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS


EN LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS

      Hoy 1° de noviembre, en la solemnidad de Todos los Santos, 
renovamos nuestra fe diciendo: 

"Creo en la comunión de los santos, el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne y la vida eterna"

De la Audiencia General del Papa Benedicto XVI el 13 de abril de 2011




                     En todas las épocas de la historia de la Iglesia, en todas las latitudes de la geografía del mundo, hay santos de todas las edades y de todos los estados de vida; son rostros concretos de todo pueblo, lengua y nación. Y son muy distintos entre sí. En realidad, debo decir que también según mi fe personal muchos santos son verdaderas estrellas en el firmamento de la historia. 

                  Y quiero añadir que para mí no sólo algunos grandes santos, a los que amo y conozco bien, son «señales de tráfico», sino también los santos sencillos, es decir, las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizadas. Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero en su bondad de todos los días veo la verdad de la fe. Esta bondad, que han madurado en la fe de la Iglesia, es para mí la apología más segura del cristianismo y el signo que indica dónde está la verdad.

                    En la comunión de los santos, canonizados y no canonizados, que la Iglesia vive gracias a Cristo en todos sus miembros, nosotros gozamos de su presencia y de su compañía, y cultivamos la firme esperanza de poder imitar su camino y compartir un día la misma vida bienaventurada, la vida eterna.

EN "HALLOWEEN"


     I VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD LITÚRGICA DE TODOS LOS SANTOS


Esta noche, en tanto algunos "celebran" Halloween, la Iglesia canta las maravillas que obraron tantos mujeres y hombres fieles a Dios, en todos los tiempos. 


Es la víspera de la Fiesta de todos los santos, y le pedimos a ellos su intercesión: patriarcas, profetas, vírgenes, apóstoles, mártires, contemplativos, obispos, religiosos, doctores, confesores, fundadores....


Patriarcas que fuisteis la semilla

del árbol de la fe en siglos remotos,

al vencedor divino de la muerte

rogadle por nosotros.

Profetas que rasgasteis inspirados
del porvenir el velo misterioso,
al que sacó la luz de las tinieblas
rogadle por nosotros.

Almas cándidas, santos Inocentes
que aumentáis de los ángeles el coro,
al que llamó a los niños a su lado
rogadle por nosotros.

Apóstoles que echasteis en el mundo
de la Iglesia el cimiento poderoso,
al que es de la verdad depositario
rogadle por nosotros.

Mártires que ganasteis vuestra palma
en la arena del circo, en sangre rojo,
al que es fuente de vida y hermosura
rogadle por nosotros.

Monjes que de la vida en el combate
pedisteis paz al claustro silencioso,
al que es iris de calma en las tormentas
rogadle por nosotros.

Doctores cuyas plumas nos legaron
de virtud y saber rico tesoro,
al que es raudal de ciencia inextinguible
rogadle por nosotros.

Soldados del ejército de Cristo,
santas y santos todos,
rogadle que perdone nuestras culpas
a aquel que vive y reina entre vosotros. Amén.

Beatae Mariae Virginis 

et omnes Sancti et Sanctae Dei,

Orate pro nobis 


(Foto: "Retablo mayor de todos los santos" de la abadía benedictina de San Cugat, cerca de Barcelona, obra del artista catalán Pere Serré, año 1375)

30 de octubre de 2014

EL BIG BANG Y LA FE CATÓLICA


En su discurso ante el descubrimiento de un busto de Benedicto XVI en la Casina Pío IV en los jardines del Vaticano, sede de la Academia Pontificia de Ciencias, el Papa Francisco se refirió a la teoría del Big Bang, indicando que "no contradice a Dios sino que lo exige"






Muchos medios pusieron esta noticia como un "rompimiento" con lo expresado por sus antecesores en la Cátedra de Pedro sobre este tema.

Y esto no es cierto.

Ya Pío XII, en el año 1951 se reunía con monseñor Georges Lamaitre, sacerdote belga, astrofísico, que fue quien desarrolló esta teoría del Big Bang.


Y tanto el Papa Pacelli, como sus sucesores, expresaron lo mismo que hoy dice el Santo Padre Francisco.

En el siguiente artículo se expresa lo dicho arriba:

La teoría del Big Bang, la Gran Explosión que habría originado nuestro mundo, pertenece a la cultura general de nuestra época. Originalmente fue formulada por el belga Georges Lemaître, físico y sacerdote católico, quien en 1960 fue nombrado Presidente de la Academia Pontificia de Ciencias.  Con ocasión del centenario de su nacimiento se ha editado un libro que ilustra la vida y obra de Lemaître1.

Todo el mundo sabe algo de Galileo, Newton o Einstein, por citar tres nombres especialmente ilustres de la física. Pero pocos han oído hablar de Georges Lemaître, el padre de las teorías actuales sobre el origen del universo.

Una trayectoria singular: el Padre Georges Lamaitre.


Lemaître nació en Charleroi (Bélgica) el 17 de julio de 1894, y murió el 20 de junio de 1966. No fue un sacerdote que se dedicó a la ciencia ni un científico que se hizo sacerdote: fue, desde el principio, las dos cosas. Desde muy joven descubrió su doble vocación, y lo comentó con su familia. Su padre le aconsejó estudiar primero Ingeniería, y así lo hizo, aunque su trayectoria se complicó porque se pasó a la física y además porque, en mitad de sus estudios, estalló la primera guerra mundial.

En 1911 fue admitido en la Escuela de Ingenieros. En verano de 1914 pensaba pasar sus vacaciones yendo al Tirol en bicicleta con un amigo, pero tuvo que cambiar las vacaciones por la guerra en la que se vio envuelto su país hasta 1918. Después volvió a la Universidad de Lovaina y cambió su orientación: se dedicó a las matemáticas y a la física. Como seguía con su idea de ser sacerdote, tras obtener el doctorado en física y matemáticas ingresó en el Seminario de Malinas y fue ordenado sacerdote por el Cardenal Mercier, el 22 de septiembre de 1923. Ese mismo año le fueron concedidas dos becas de investigación, una del gobierno belga y otra de una Fundación norteamericana, y fue admitido en la Universidad de Cambridge (Inglaterra) como investigador de astronomía.

El observatorio astronómico de Cambridge estaba entonces dirigido por Sir Arthur Eddington, uno de los astrofísicos más importantes del siglo XX. Eran unos años muy importantes para la física. Einstein había formulado la relatividad especial en 1905, y en 1915 la relatividad general, que por vez primera permitía estudiar científicamente el universo en su conjunto. Lemaître siguió las enseñanzas de Eddington y también las de Rutherford, padre de la física nuclear. En junio de 1924 volvió a Bruselas, pero ese mismo año volvió a viajar por motivos científicos, esta vez a Canadá y Estados Unidos. En América, además de encontrar a Eddington, tuvo la oportunidad de conocer directamente a algunos físicos que, en aquellos momentos, estaban realizando trabajos pioneros en las observaciones astronómicas, y pasó el curso 1924-1925 trabajando en Harvard con uno de ellos, Harlow Shapley.

Desde octubre de 1925, Lemaître fue profesor de la Universidad de Lovaina. Abierto y simpático, tenía grandes dotes para la investigación y era un profesor nada convencional. Ejerció una gran influencia en muchos alumnos y promovió la investigación en la Universidad. Además, en 1930 se hizo famoso en la comunidad científica mundial y sus viajes, especialmente a los Estados Unidos, fueron ya una constante durante muchos años.

Lemaître se hizo famoso por dos trabajos que están muy relacionados y se refieren al universo en su conjunto: la expansión del universo, y su origen a partir de un «átomo primitivo».

La expansión del universo

Las ecuaciones de la relatividad general, formuladas por Einstein en 1915, permitían estudiar el universo en su conjunto. El mismo Einstein lo hizo, pero se encontró con un universo que no le gustaba: era un universo que cambiaba con el tiempo, y Einstein, por motivos no científicos, prefería un universo inalterable en su conjunto. Para conseguirlo, realizó una maniobra que, al menos en la ciencia, suele ser mala: introdujo en sus ecuaciones un término cuya única función era mantener al universo estable, de acuerdo con sus preferencias personales. Se trataba de una magnitud a la que denominó «constante cosmológica». Años más tarde, dijo que había sido el peor error de su vida.
Otros físicos también habían desarrollado los estudios del universo tomando como base la relatividad general. Fueron especialmente importantes los trabajos del holandés Willem de Sitter en 1917, y del ruso George Friedman en 1922 y 1924. Friedman formuló la hipótesis de un universo en expansión, pero sus trabajos tuvieron escasa repercusión en aquellos momentos.

Lemaître trabajó en esa línea hasta que consiguió una explicación teórica del universo en expansión, y la publicó en un artículo de 1927. Pero, aunque ese artículo era correcto y estaba de acuerdo con los datos obtenidos por los astrofísicos de vanguardia en aquellos años, no tuvo por el momento ningún impacto especial, a pesar de que Lemaître fue a hablar de ese tema, personalmente, con Einstein en 1927 y con de Sitter en 1928: ninguno de los dos le hizo caso.

Para que a uno le hagan caso, suele ser importante tener un buen intercesor. El gran intercesor de Lemaître fue Eddington, quien le conocía por haberle tenido como discípulo en Cambridge el curso 1923-1924. El 10 de enero de 1930 tuvo lugar en Londres una reunión de la Real Sociedad Astronómica. Leyendo el informe que se publicó sobre esa reunión, Lemaître advirtió que tanto de Sitter como Eddington estaban insatisfechos con el universo estático de Einstein y buscaban otra solución. ¡Una solución que él ya había publicado en 1927! Escribió a Eddington recordándole ese trabajo de 1927. A Eddington, como a Einstein y por motivos semejantes, tampoco le hacía gracia un universo en expansión; pero esta vez se rindió ante los argumentos y se dispuso a reparar el desaguisado. El 10 de mayo de 1930 dió una conferencia ante la Sociedad Real sobre ese problema, y en ella informó sobre el trabajo de Lemaître: se refirió a la «contribución decididamente original avanzada por la brillante solución de Lemaître», diciendo que «da una respuesta asombrosamente completa a los diversos problemas que plantean las cosmogonías de Einstein y de de Sitter». El 19 de mayo, de Sitter reconoció también el valor del trabajo de Lemaître que fue publicado, traducido al inglés, por la Real Sociedad Astronómica. Lemaître se hizo famoso.

La fama de Lemaître se consolidó en 1932. Muchos astrónomos y periodistas estaban presentes en Cambridge (Estados Unidos), en la conferencia que Eddington pronunció el día 7 de septiembre en olor de multitud, y en esa conferencia Eddington se refirió a la hipótesis de Lemaître como una idea fundamental para comprender el universo (Lemaître estaba presente en la conferencia). El día 9, en el Observatorio de Harvard, se pidió a Eddington y Lemaître que explicasen su teoría.

El átomo primitivo

Si el universo está en expansión, resulta lógico pensar que, en el pasado, ocupaba un espacio cada vez más pequeño, hasta que, en algún momento original, todo el universo se encontraría concentrado en una especie de «átomo primitivo». Esto es lo que casi todos los científicos afirman hoy día, pero nadie había elaborado científicamente esa idea antes de que Lemaître lo hiciera, en un artículo publicado en la prestigiosa revista inglesa «Nature» el 9 de mayo de 1931.

El artículo era corto, y se titulaba «El comienzo del mundo desde el punto de vista de la teoría cuántica». Lemaître publicó otros artículos sobre el mismo tema en los años sucesivos, y llegó a publicar un libro titulado «La hipótesis del átomo primitivo».

En la actualidad estamos acostumbrados a estos temas, pero la situación era muy diferente en 1931. De hecho, la idea de Lemaître tropezó no sólo con críticas, sino con una abierta hostilidad por parte de científicos que reaccionaron a veces de modo violento. Especialmente, Einstein encontraba esa hipótesis demasiado audaz e incluso tendenciosa.
Llegamos así a una situación que se podría calificar como «síndrome Galileo». Este síndrome tiene diferentes manifestaciones, según los casos, pero responde a un mismo estado de ánimo: el temor de que la religión pueda interferir con la autonomía de las ciencias. Sin duda, una interferencia de ese tipo es indeseable; pero el síndrome Galileo se produce cuando no existe realmente una interferencia y, sin embargo, se piensa que existe.

En nuestro caso, se dio el síndrome Galileo: varios científicos (entre ellos Einstein) veían con desconfianza la propuesta de Lemaître, que era una hipótesis científica seria, porque, según su opinión, podría favorecer a las ideas religiosas acerca de la creación. Pero antes de analizar más de cerca las manifestaciones del «síndrome Galileo» en este caso, vale la pena registrar cómo se desarrollaron las relaciones entre Lemaître y Einstein.
Einstein y Lemaître

El artículo de Lemaître de 1927, sobre la expansión del universo, no encontró mucho eco. Desde luego, Lemaître no era un hombre que se quedase con los brazos cruzados. Convencido de la importancia de su trabajo, fue a explicárselo al mismísimo Einstein.

El primer encuentro fue, más bien, un encontronazo. Del 24 al 29 de octubre de 1927 tuvo lugar, en Bruselas, el famoso quinto congreso Solvay, donde los grandes genios de la física discutieron la nueva física cuántica. Lemaître buscó hablar con Einstein sobre su artículo, y lo consiguió. Pero Einstein le dijo: «He leído su artículo. Sus cálculos son correctos, pero su física es abominable». Lemaître, convencido de que Einstein se equivocaba esta vez, buscó prolongar la conversación, y también lo consiguió. El profesor Piccard, que acompañaba a Einstein para mostrarle su laboratorio en la Universidad, invitó a Lemaître a subir al taxi con ellos. Una vez en el coche, Lemaître aludió a la velocidad de las nebulosas, tema que en aquellos momentos era objeto de importantes resultados que Lemaître conocía muy bien y que se encuentra muy relacionado con la expansión del universo. Pero la situación se volvió bastante embarazosa, porque Einstein no parecía estar al corriente de esos resultados. Piccard decidió huir hacia adelante: para salvar la situación, ¡comenzó a hablar con Einstein en alemán, idioma que Lemaître no entendía!

Las relaciones de Lemaître con Einstein mejoraron más tarde. La primera aproximación vino a través de los reyes de Bélgica, que se interesaron por los trabajos de Lemaître y le invitaron a la corte. Einstein pasaba cada año por Bélgica para visitar a Lorentz y a de Sitter, y en 1929 encontró una invitación de la reina Elisabeth, alemana como Einstein, en la que le pedía que fuera a verla llevando su violón (tocar el violón era una afición común a la reina y a Einstein): esa invitación fue seguida por muchas otras, de modo que Einstein llegó a ser amigo de los reyes. En una conversación, el rey preguntó a Einstein sobre la famosa teoría acerca de la expansión del universo, e inevitablemente se habló de Lemaître; notando que Einstein se sentía incómodo, la reina le invitó a improvisar, con ella, un dúo de violón. Ya llovía sobre mojado.

Otra aproximación se produjo en 1930, en una ceremonia en Cambridge, donde Einstein encontró a Eddington. De nuevo salió en la conversación la teoría del sacerdote belga, y Eddington la defendió con entusiasmo.

Einstein tuvo varios años para reflexionar antes de encontrarse de nuevo personalmente con Lemaître, en los Estados Unidos. Lemaître había sido invitado por el famoso físico Robert Millikan, director del Instituto de Tecnología de California. Entre sus conferencias y seminarios, el 11 de enero de 1933 dirigió un seminario sobre los rayos cósmicos, y Einstein se encontraba entre los asistentes. Esta vez, Einstein se mostró muy afable y felicitó a Lemaître por la calidad de su exposición. Después, ambos se fueron a discutir sus puntos de vista. Einstein ya admitió entonces que el universo está en expansión; sin embargo, no le convencía la teoría del átomo primitivo, que le recordaba demasiado la creación. Einstein dudó de la buena fe de Lemaître en ese tema, y Lemaître, por el momento, no insistió.

En mayo de 1933, Einstein dirigió algunos seminarios en la Universidad Libre de Bruselas. Al enterarse de que Hitler había sido nombrado Canciller de la República Alemana, fue a la Embajada alemana en Bruselas para renunciar a la nacionalidad alemana y dimitir de sus puestos en la Academia de Ciencias y en la Universidad de Berlín. Einstein permaneció varios meses en Bélgica, preparando su porvenir de exiliado. En esas circunstancias, Lemaître fue a verle y le organizó varios seminarios. En uno de ellos, Einstein anunció que la conferencia siguiente la daría Lemaître, añadiendo que tenía cosas interesantes que contarles. El pobre Lemaître, cogido esta vez por sorpresa, pasó un fin de semana preparando su conferencia, y la dió el 17 de mayo. Einstein le interrumpió varias veces en la conferencia manifestando su entusiasmo, y afirmó entonces que Lemaître era la persona que mejor había comprendido sus teorías de la relatividad.

De enero a junio de 1935, Lemaître estuvo en los Estados Unidos como profesor invitado por el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. En Princeton encontró por última vez a Einstein.

Ciencia y religión

Volvamos al síndrome Galileo. A Einstein le costó aceptar la expansión del universo, aunque finalmente tuvo que rendirse ante ella, porque sus ideas religiosas se situaban en una línea que de algún modo podría calificarse, con los debidos matices, como panteísta. Por tanto, al otorgar de algún modo un carácter divino al universo, le costaba admitir que el universo en su conjunto va cambiando con el tiempo. Los mismos motivos le llevaron a rechazar la teoría del átomo primitivo. Un universo que tiene una historia y que comienza en un estado muy singular le recordaba demasiado la idea de creación.

Einstein no era el único científico que sufría los efectos del síndrome Galileo. El simple hecho de ver a un sacerdote católico metiéndose en cuestiones científicas parecía sugerir una intromisión de los eclesiásticos en un terreno ajeno. Y si ese sacerdote proponía, además, que el universo tenía un origen histórico, la presunta intromisión parecía confirmarse: se trataría de un sacerdote que quería meter en la ciencia la creación divina. Pero los trabajos científicos de Lemaître eran serios, y finalmente todos los científicos, Einstein incluido, lo reconocieron y le otorgaron todo tipo de honores.

Lamaître jamás intentó explotar la ciencia en beneficio de la religión. Estaba convencido de que ciencia y religión son dos caminos diferentes y complementarios que convergen en la verdad. Al cabo de los años, declaraba en una entrevista concedida al New York Times: «Yo me interesaba por la verdad desde el punto de vista de la salvación y desde el punto de vista de la certeza científica. Me parecía que los dos caminos conducen a la verdad, y decidí seguir ambos. Nada en mi vida profesional, ni en lo que he encontrado en la ciencia y en la religión, me ha inducido jamás a cambiar de opinión».

Un hecho resulta especialmente significativo en este contexto. El 22 de noviembre de 1951, el Papa Pío XII pronunció una famosa alocución ante la Academia Pontificia de Ciencias. Algún pasaje parece sugerir que la ciencia, y en particular los nuevos conocimientos sobre el origen del universo, prueban la existencia de la creación divina. Lemaître, que en 1960 fue nombrado Presidente de la Academia Pontificia de Ciencias, pensó que era conveniente clarificar la situación para evitar equívocos, y habló con el jesuita Daniel O'Connell, director del Observatorio Vaticano, y con los Monseñores dell'Acqua y Tisserand, acerca del próximo discurso del Papa sobre cuestiones científicas.

El 7 de septiembre de 1952, Pío XII dirigió un discurso a la asamblea general de la Unión astronómica internacional y, aludiendo a los conocimientos científicos mencionados en el discurso precedente, evitó extraer las consecuencias que podían prestarse a equívocos.

Lemaître dejó clara constancia de sus ideas sobre las relaciones entre ciencia y fe. Uno de sus textos resulta especialmente esclarecedor: «El científico cristiano debe dominar y aplicar con sagacidad la técnica especial adecuada a su problema. Tiene los mismos medios que su colega no creyente. También tiene la misma libertad de espíritu, al menos si la idea que se hace de las verdades religiosas está a la altura de su formación científica. Sabe que todo ha sido hecho por Dios, pero sabe también que Dios no sustituye a sus creaturas. La actividad divina omnipresente se encuentra por doquier esencialmente oculta. Nunca se podrá reducir el Ser supremo a una hipótesis científica. La revelación divina no nos ha enseñado lo que éramos capaces de descubrir por nosotros mismos, al menos cuando esas verdades naturales no son indispensables para comprender la verdad sobrenatural. Por tanto, el científico cristiano va hacia adelante libremente, con la seguridad de que su investigación no puede entrar en conflicto con su fe. Incluso quizá tiene una cierta ventaja sobre su colega no creyente; en efecto, ambos se esfuerzan por descifrar la múltiple complejidad de la naturaleza en la que se encuentran sobrepuestas y confundidas las diversas etapas de la larga evolución del mundo, pero el creyente tiene la ventaja de saber que el enigma tiene solución, que la escritura subyacente es al fin y al cabo la obra de un Ser inteligente, y que por tanto el problema que plantea la naturaleza puede ser resuelto y su dificultad está sin duda proporcionada a la capacidad presente y futura de la humanidad. Probablemente esto no le proporcionará nuevos recursos para su investigación, pero contribuirá a fomentar en él ese sano optimismo sin el cual no se puede mantener durante largo tiempo un esfuerzo sostenido. En cierto sentido, el científico prescinde de su fe en su trabajo, no porque esa fe pudiera entorpecer su investigación, sino porque no se relaciona directamente con su actividad científica».

Estas palabras, pronunciadas el 10 de septiembre de 1936 en un Congreso celebrado en Malinas, sintetizan nítidamente la compatibilidad entre la ciencia y la fe, en un mutuo respeto que evita indebidas interferencias, y a la vez muestran el estímulo que la fe proporciona al científico cristiano para avanzar en su arduo trabajo.

(1) Valérie de Rath, Georges Lemaître, le Père du big bang. Éditions Labor, Bruselas 1994. 159 páginas.

29 de octubre de 2014

EL GRECO EN BUENOS AIRES


Al conmemorarse el IV centenario del fallecimiento de El Greco, el Museo Nacional de Bellas Artes de la ciudad de Buenos Aires presenta una exposición de obras de este artista toledano, llamada:

 "EL GRECO Y LA PINTURA DE LO IMPOSIBLE. 400 años después".




Hay tres obras principales:


1) "Las lágrimas de san Pedro", del museo de Toledo, con un rostro excepcional del apóstol arrepentido, pleno de luz en medio de las sombras, y con las llaves en su brazo. Es una pintura que fue prestada para esta exposición por el museo español y que ha sido completamente restaurada.




2) "Jesús en el huerto de los Olivos", sumamente tenebroso, y en primer plano los apóstoles dormidos, propiedad del Museo Nacional de Arte Decorativo (MNAD)



3) "Cristo con la Cruz a cuestas", donde se vislumbra la resurrección, del propio MNBA.




Vale la pena visitarla. Con entrada gratuita, de martes a domingos de 12:30 a 20:30, hasta el 15 de enero de 2015, en Avda. del Libertador 1473.

28 de octubre de 2014

LA BARCA DE LA IGLESIA

Navega mar adentro entre las borrascas de los siglos, con la serena confianza de la promesa del Señor de que no naufragará.





Narra el Evangelio que los Apóstoles se dirigieron hacia la otra orilla, hacia Cafarnaún. Ya había oscurecido y Jesús no estaba con ellos. Por el Evangelio de San Mateo sabemos que se despidió también de ellos y subió a un monte a orar1. El mar estaba agitado por el fuerte viento que soplaba2, y la barca estaba batida fuertemente por las olas, por tener el viento en contra3.
La tradición ha visto en esta barca la imagen de la Iglesia4 en medio del mundo, zarandeada a lo largo de los siglos por el oleaje de las persecuciones, de las herejías, de las infidelidades. «Aquel viento –comenta Santo Tomás– es figura de las tentaciones y de las persecuciones que padecerá la Iglesia por falta de amor. Porque, como dice San Agustín, cuando se enfría el amor aumentan las olas... Sin embargo, el viento, la tempestad, las olas y las tinieblas no conseguirán que la nave se aparte de su rumbo y quede destrozada»5. Desde los primeros momentos tuvo que afrontar contradicciones de dentro y de fuera. También en nuestros días sufre esos embates nuestra Madre la Iglesia, y con ella sus hijos. «No es algo nuevo. Desde que Jesucristo Nuestro Señor fundó la Santa Iglesia, esta Madre nuestra ha sufrido una persecución constante. Quizá en otras épocas las agresiones se organizaban abiertamente; ahora, en muchos casos, se trata de una persecución solapada. Hoy como ayer, se sigue combatiendo a la Iglesia (...).
»Cuando oímos voces de herejía (...), cuando observamos que se ataca impunemente la santidad del matrimonio, y la del sacerdocio; la concepción inmaculada de Nuestra Madre Santa María y su virginidad perpetua, con todos los demás privilegios y excelencias con que Dios la adornó; el milagro perenne de la presencia real de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, el primado de Pedro, la misma Resurrección de Nuestro Señor, ¿cómo no sentir toda el alma llena de tristeza? Pero tened confianza: la Santa Iglesia es incorruptible»6.

Nos hacen sufrir los ataques a la Iglesia, pero a la vez nos da una inmensa seguridad y una gran paz que Cristo mismo esté dentro de la barca; vive para siempre en la Iglesia, y por eso las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella7; durará hasta el fin de los tiempos. Todo lo demás, todo lo humano pasa; pero la Iglesia permanece siempre tal como Cristo la quiso. El Señor está presente, y la barca no se hundirá, aunque a veces se vea zarandeada de un lado para otro. Esta asistencia divina fundamenta nuestra inquebrantable fe: la Iglesia, frente a todas las contingencias humanas, siempre permanecerá fiel a Cristo en medio de todas las tempestades, y será el sacramento universal de salvación. Su historia es un milagro moral permanente en el que podemos fortalecer siempre nuestra esperanza.

Ya en tiempos de San Agustín los paganos afirmaban: «La Iglesia va a perecer, los cristianos ya han terminado». A lo cual respondía el Santo Doctor: «Sin embargo, yo os veo morir cada día y la Iglesia permanece siempre en pie, anunciando el poder de Dios a las sucesivas generaciones»8.

¡Qué poca fe la nuestra si se insinúa la duda, porque ha arreciado la tempestad contra Ella, contra sus instituciones o contra el Romano Pontífice y los obispos! No nos dejemos impresionar por las circunstancias adversas, porque perderíamos la serenidad, la paz y la visión sobrenatural. Cristo está siempre muy cerca de nosotros y nos pide confianza. Está junto a cada uno, y no debemos temer nada. Hemos de rezar más por su Iglesia, ser más fieles a nuestra propia vocación, hacer más apostolado entre nuestros amigos, desagraviar más.

___________________________________
1 Cfr. Mt 14, 23.
2 Cfr. Jn 6, 18.
3 Cfr. Mt 14, 24.
4 Cfr. Tertuliano, De Baptismo, 12.
5 Santo Tomás, Comentario sobre San Juan, in loc.
6 San Josemaría Escrivá, Homilía El fin sobrenatural de la Iglesia
7 Mt 16, 18.
8 Citado por G. Chevrot, Simón Pedro, p. 116


27 de octubre de 2014

"OLVIDOS" DEL SÍNODO EXTRAORDINARIO DE LA FAMILIA 2014

Silencios significativos en los textos difundidos


Conforme a lo que se ha publicado oficialmente desde la secretaria del Sínodo, es muy notorio que algunos temas centrales en la doctrina de la Iglesia hayan sido soslayados. Se trató de una reunión de Obispos católicos con el Papa, no de sociólogos o expertos en desavenencias matrimoniales o sexuales. Y la misión principal de los sucesores de los Apóstoles es custodiar y dar a conocer el "depósito de la fe", con integridad y claridad.


Si bien el debate se refería a la situación actual de la familia y los desafíos pastorales, llama la atención, visto desde la fe, que no hubiera alguna expresión acerca de:
  • La salvación eterna (soteriologia)
  • El pecado
  • La virtud de la castidad
  • El anuncio de buscar el Reino de Dios (todo lo demás se dará por añadidura...)
  • La invitación a la conversión
  • El riquísimo Magisterio de san Juan Pablo II sobre la familia, especialmente su Exhortación Apostólica FAMILIARIS CONSORTIO, que no ha sido abolida.

Tampoco se ha visto un hincapié principal en considerar las formas para consolidar los valores de la familia cristiana y la exaltación de su necesario crecimiento, que redundará en grandes bienes para la Iglesia y la familia humana toda.


En cambio, se abunda en consideraciones sobre situaciones limites, modos nuevos de familia, esbozada aceptación de la ideología de género y permisión hacia esquemas de una moral de "gradualidad".


Sabemos que hay todo un año de análisis para llegar al Sínodo ordinario del 2015. Y es importante recordar aquí que, como dijera el beato Pablo VI, "la Iglesia existe para evangelizar, y la evangelización no puede silenciar la dimensión soteriologica". También el Papa Francisco ha expresado en muchas ocasiones durante su pontificado que la Iglesia no es una ONG.


Con la oración por el Sínodo del Papa Francisco, decimos:

         Que sepamos despertar en las conciencias de los hombres el carácter sagrado e inviolable de la familia, tal como fue querida por Dios. Jesús, María y José, escuchen y atiendan nuestra súplica.


26 de octubre de 2014

EL CAMINO DE LA BELLEZA

La "vía pulchritudinis"


Ante un mundo que hace alarde de lo "feo", huérfano de claridad de conceptos, es necesario volver a plantear el camino de la belleza, como vía para acercarse a la contemplación del misterio y de lo sagrado. Éste fue un trabajo silencioso y paciente que se elaboró en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI.


Quien aspire a vivir una vida dentro de la belleza 
no puede querer ni buscar nada que no sea bueno y verdadero 
(Guardini) 




Tenemos muchos ejemplos de esta "renuncia a la belleza" de la sociedad moderna, tan pragmática y técnica: las modas han impuesto las ropas gastadas y descoloridas de fábrica, la arquitectura ha impuesto el cemento armado a la vista, los colores hoscos o que "gritan" a los ojos, la propaganda ha impuesto en muchas corrientes el "caos visual". La explosión de los movimientos de protesta y contracultura del 68 y toda la manipulación mediática que surgió en torno de la divulgación de películas, fotos y noticias del así llamado "festival de Woodstock" del 1969, quiso colocar a la belleza como un mero "preconcepto". En realidad quiso anticipar una nueva antropología basada en Marcuse. El hombre tendría, de acuerdo a estas corrientes, gusto por determinadas reglas de belleza, de comportamiento, de vestimentas, por meras imposiciones sociales de los cuales habría que libertarse por medio de la "espontaneidad". Lo feo y lo bello no serían más que "convenciones"... que podían ser puestas de lado

El entonces cardenal Joseph Ratzinger, el 21 de agosto de 2002, en el congreso en Rímini del movimiento Comunión y Liberación, resaltaba que "el mensaje de la belleza se pone radicalmente en duda a través del poder de la mentira, la seducción, la violencia y el mal." 

Y advertía contra una estratagema del mundo, que quiere presentar una falsa belleza, la cual en vez de elevar, aprisiona al hombre: "Es una belleza que no despierta la nostalgia por lo Indecible, la disponibilidad al ofrecimiento, al abandono de uno mismo, sino que provoca el ansia, la voluntad de poder, de posesión y de mero placer". 

Ejemplificaba hablando de determinadas publicidades que exploran imágenes con la finalidad de "tentar irresistiblemente al hombre a fin de que se apropie de todo y busque la satisfacción inmediata en lugar de abrirse a algo distinto de sí". 

Y concluía hablando de la doble misión del arte cristiano: oponerse al culto de lo feo que "nos induce a pensar que todo, que toda belleza es un engaño y que solamente la representación de lo que es cruel, bajo y vulgar, sería verdad y auténtica iluminación del conocimiento" y al mismo tiempo contrarrestar la "belleza falaz" que envilece al hombre en lugar de elevarlo.

¿Cuál sería entonces la salida para el entonces cardenal Ratzinger? 

Es bien conocida la famosa pregunta de Dostoievski: "¿Nos salvará la Belleza?". Pero en la mayoría de los casos se olvida que Dostoievski se refiere aquí a la belleza redentora de Cristo. 

Debemos aprender a verlo. Si no lo conocemos simplemente de palabra, sino que nos traspasa el dardo de su belleza paradójica, entonces empezamos a conocerlo de verdad, y no sólo de oídas. Entonces habremos encontrado la belleza de la Verdad, de la Verdad redentora. Nada puede acercarnos más a la Belleza -que es Cristo mismo- que el mundo de belleza que la fe ha creado y la luz que resplandece en el rostro de los santos, mediante la cual se vuelve visible su propia luz (Cf. Ratzinger, 2002). 

La necesidad de una Via pulchritudinis, un camino de la belleza para mostrar la verdad al hombre de hoy fue siendo delineada durante el pontificado de Juan Pablo II y se ha hecho más incisiva e insistente con Benedicto XVI. 

Tras el encuentro del 27 y 28 de marzo de 2006, el Pontificio Consejo de la Cultura emitió el documento "La Via Pulchritudinis, camino privilegiado de evangelización y de diálogo", señalando la importancia de la misma para hacer más acogedora la verdad, sobre todo entre aquellos que "experimentan grandes dificultades para acoger la enseñanza de la Iglesia, sobre todo moral". 

Se analizan los diversos aspectos pastorales que deben prevalecer en la Iglesia ante el diálogo apostólico con los fieles, los no-creyentes y los indiferentes. Las conclusiones son de mucha esperanza. 

Se constata que la vía de la belleza puede ser el camino de encuentro con Cristo, que es la Belleza de la santidad encarnada y modelo propuesto por Dios para salvación de los hombres, con un apelo vehemente a los "Agustines" de nuestro tiempo, para que subiendo por la belleza sensible lleguen hasta la propia Belleza increada. 

El teólogo suizo Von Balthasar sostiene la tesis de que la belleza ha sido marginada de la teología, y más tarde de la religión con la modernidad, sobre todo por el influjo de las ciencias exactas y del deseo del pensamiento empírico de absolutizar todo lo visible bajo el concepto de experimento mensurable en busca de una verdad encajada en un pensamiento pragmático y exacto. 

La reducción del pensamiento humano a lo natural y mensurable es vaciarlo de sus contenidos metafísicos. 

Por eso el hombre contemporáneo no sabe lo que es la belleza, porque trasciende de su pensamiento. Dice Von Balthasar que el hombre positivista-ateo, puesto ante el fenómeno de Cristo, tiene que aprender de nuevo a ver lo que revela esta teofanía: que Dios no viene en primer lugar como maestro o redentor sino para mostrar y difundir lo glorioso de su eterno amor trino y uno en ese desinterés que el amor verdadero tiene en común con la belleza verdadera. 

El acceso conduce a través de la belleza trascendental, en la que el ser mismo aparece en su carácter abismático como algo sublime y majestuoso, sumergido en el misterio del amor del derramarse desinteresado y aureolado por el brillo gracioso de lo que es regalado de forma gratuita. Como último trascendental, lo bello cobija y sella los otros al prestar a lo bueno su fuerza de atracción y a lo verdadero su carácter concluyente. Como sin una experiencia concreta no es posible una metafísica del ser, lo bello remite al misterio de la forma y del brillo.