EL VALOR DE LA VIRGINIDAD
DE MARÍA,
LA MADRE DE DIOS
Carta Pastoral de Adviento del año 1987
del Arzobispo de Tucumán, Argentina, monseñor Horacio Bózzoli,
en el marco del Año Mariano Universal.
Ante autores
“católicos” que ponen en duda la verdad de fe definida que se refiere a la
virginidad perpetua de la Santísima Madre de Dios, es necesario ubicar esta
verdad en el conjunto de las verdades cristianas.
Con
ocasión de la justa libertad que el Concilio Vaticano II reconoció a la
investigación teológica, algunos autores “católicos” -en una abusiva
interpretación- adoptan una posición que minimiza y, entre otras cosas, pone en
duda que la concepción virginal de Jesús pertenezca a la fe. (1)
Otros
afirman que la concepción virginal es un modo simbólico de describir la
intervención divina en la historia humana, o una mera presentación literaria de
la preexistencia divina del Verbo.
Ante
estas teorías peregrinas y estas dudas, ha de recordarse que la virginidad de María es una verdad de fe que debe entenderse
en sentido propio.
Esta
fe es la que se expresa en los dos relatos evangélicos de Mateo y de Lucas, en
los que, ciertamente, la concepción virginal se entiende en sentido físico. Y
es un hecho conocido que esta fe fue profesada por la Iglesia desde la más
remota antigüedad y fue proclamada en varias declaraciones del Magisterio, de
Concilios y de Pontífices.
No
es el objeto de este aporte al Año Mariano hacer otro trabajo sobre los
orígenes de esta fe (2), sino ubicar esta verdad en el conjunto de
las verdades cristianas y determinar más claramente su alcance.
LA
VIRGINIDAD DE MARIA Y LA IDENTIDAD DE JESÚS:
“Natus ex María Virgine”
¿Es una verdad importante la
virginidad de María? Entre los que lo ponen en duda o la rechazan, algunos piensan
que es una afirmación marginal, y que su negación no implica ningún daño a la
fe cristiana; por tanto, no valdría la pena defenderla y podría ser sacrificada
en atención al diálogo con los protestantes.
Lo
que la hace importante es el hecho que esta verdad está vinculada con la
identidad del Salvador: Jesús es el que nación de la Virgen María. El origen
virginal del Salvador es inseparable de su ser y manifiesta su filiación
divina, ya que el hecho de no tener Jesús un padre humano revela que tiene por
padre al Padre celestial.
Es
verdad que la concepción virginal de Jesús no es necesaria a su Encarnación. El
Hijo de Dios podría haberse hecho hombre mediante el modo ordinario de la
concepción en el matrimonio; no había sido imposible que el Salvador viniera al
mundo como hijo de José y de María. Pero de esta mera posibilidad no se puede
concluir que su concepción virginal sólo tuvo un valor accesorio. Porque si no
fue necesaria, fue sumamente conveniente: la concepción virginal de Jesús fue
particularmente apta para expresar y revelar su filiación divina. Esta
conveniencia hizo que éste fuese el único modo concreto elegido en el plan
divino para realizar el misterio de la Encarnación. El Padre quiso presentar a
su Hijo al mundo con una generación única en su tipo, que pone de relieve el
carácter singular de su identidad filial.
Lo
que importa no es tanto los otros modos abstractamente posibles de la
Encarnación, sino la manera histórica, concreta y única como se realizó la
Encarnación.
Ahora
bien, en esta Encarnación concreta, la maternidad virginal de María revista una
función importante, ya que determina el camino de la inserción del Hijo de Dios
en el género humano.
Gracias
a esta maternidad el Verbo se hizo carne y comenzó a habitar entre los hombres.
Es la Verdad que se desprende del Prólogo de San Juan (Jn. 1, 13-14) según la
versión del 1,13 en singular: “… la cual
no nació de la sangre, ni de deseo de la carne, ni de deseo de hombre, sino que
nació de Dios Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros”, donde
hay una alusión a la generación eterna de la Palabra, pero también al
nacimiento virginal de Jesús. Por la maternidad virginal el Hijo se hizo
solidario con la condición humana, con una vinculación que le permite salvar a
toda la humanidad.
La
unión que se da entre la concepción virginal y la filiación divina de Cristo se
confirma porque poner en duda una de estas verdades de fe significa a menudo
dudar de la otra. El autor que en el Catecismo Holandés rechazaba afirmar la
virginidad física de María, y defendía su posición hablando de “un problema
abierto”, tampoco aceptaba que Cristo fuera la persona divina preexistente de
la Palabra (3).
Algunos
protestantes niegan el valor histórico a los dos relatos bíblicos de la
concepción virginal, pero lo hacen en una perspectiva en la que se considera a
Cristo sólo como un hombre.
Por
lo contrario, el teólogo protestante K. Barth –que enérgicamente sostiene la
divinidad de Cristo- pone de relieve la fórmula del símbolo “natus ex Maria Virgine”, que él admite
“absolutamente y sin equívocos”. Barth afirma que esta fórmula indica la
soberanía de la acción divina mediante una negación nítida y concreta: “nacido
de María Virgen” significa haber nacido como ningún otro, haber sido dado a luz
de un modo biológicamente imposible, como puede serlo la resurrección de un
muerto, es decir, haber sido llamado a la vida no después de una concepción,
fruto de la intervención masculina, sino únicamente por la gravidez de una
mujer (4).
Si
la concepción virginal pertenece a la identidad de Cristo, lo es –nótese bien-
en virtud del sentimiento mismo del misterio de la Encarnación. Cuando el Hijo
de Dios vino al mundo no asumió una naturaleza humana para simplemente
yuxtaponerla con su naturaleza divina. Algunas objeciones contra la dualidad de
la naturaleza en Cristo, profesada en el Concilio de Calcedonia, en realidad
están dirigidas contra la representación de dos naturalezas yuxtapuestas y contra
un Jesús así conformado. Ahora bien, en Jesús el plano divino no se sobrepone
al humano: se encarna en él para expresarse y revelarse. La generación virginal
es el modo como el Padre quiere
expresar, en carne humana, su paternidad en relación a Jesús.
Por
tanto, la concepción virginal está ante todo orientada hacia Cristo, más que a
María. En primer término, no se trata de defender un “privilegio mariano”, sino
de reconocer el verdadero origen de Cristo. No reconocer a María su virginidad
significa rechazar en Cristo un aspecto importante de su identidad.
LA
IRRUPCIÓN DE LO SOBRENATURAL
Barth,
en su perspectiva protestante, sostiene erradamente que la concepción virginal
“deshace el camino a toda pretensión de una teología natural” (conocimiento de
Dios por la sola luz de la razón). Con todo, escribe rectamente que la
expresión “de la Virgen” (“ex Virgine”) indica
que la “inserción humana del revelador de Dios, que es Dios mismo, es un
milagro, es decir, un acontecimiento que se produce en la contingencia de los
fenómenos, sin encontrar en ellos su
razón de ser, y que, por el hecho de ser un signo puesto inmediatamente por
Dios, exige ser comprendido en cuanto tal (Dogmatique, I, II, I, 74). Demuestra
también que “ la naturaleza humana no tiene en sí misma la capacidad de llegar
a ser la carne de Jesús, lugar de la revelación divina” (5).
Si
la concepción virginal es cuestionada desde hace menos de dos decenios (hacia
1960) por algunos autores “católicos”, es porque implica una ruptura con las
leyes de la naturaleza; ahora bien, esta ruptura parece poco conforme a toda
una corriente de pensamiento actual. El movimiento secularista tiende a exaltar
la naturaleza y a reducir lo sobrenatural. Y, en algunos seguidores de la
“muerte de Dios”, se llegó hasta absorber a Dios en la humanidad de Cristo, de
modo que el hombre fuera la realidad suprema. Esta corriente se pregunta: ¿en qué medida tiene sentido conservar
todavía la distinción entre lo natural y lo sobrenatural?
La respuesta viene de la misma
Encarnación. Esta no significa absorción de lo divino en lo humano. La
concepción virginal muestra claramente el designio divino que introdujo en la
naturaleza una singular potencia de transformación, que no puede reducirse a
fuerzas naturales. Sostener como principio que Dios no puede intervenir en
nuestro mundo si no conforme con las leyes de la Creación, y que no puede
influir en los seres creados ejercitando Él mismo una acción, que en el normal
desenvolvimiento de las cosas provendría de uno de esos seres, significaría
excluir la concepción virginal en la que Dios sustituye el papel del padre en
la Encarnación.
La
concepción virginal testimonia que
el Hijo de Dios quiso penetrar en el género humano. Con todo, al mismo tiempo
atestigua que el Hijo de Dios quiso ser plenamente hombre, ya que la maternidad
virginal es una verdadera maternidad humana. En efecto, la virginidad de María
nada suprime de su maternidad, más aún, la vincula todavía más íntimamente con
su Hijo.
La
ruptura con las leyes ordinarias de la generación constituye un signo del nuevo
nacimiento que Cristo ofrece a todo ser humano: un nacimiento según el
Espíritu, de ahí que el nacimiento virginal no es simplemente un privilegio que
concierne a Jesús y a María, sino que, además, es un signo puesto por el
Espíritu para edificar el nuevo Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo, la
Iglesia.
Así
aparece la finalidad de la Encarnación, que no fue dar simplemente a la
naturaleza humana su desarrollo completo, sino principalmente elevarla a un
plano superior en el que se desarrolla la vida divina. Es verdad, que la
concepción virginal de Jesús es un signo en relación al nacimiento espiritual
que se concede a los cristianos. Este es obra del Espíritu, aquélla permanece
como una generación en el orden físico, y como tal no trae consigo todavía la
realidad de la generación espiritual, que se obrará mediante la gracia
cristiana, especialmente por el Bautismo.
Sin
embargo, para que se pueda obtener esta realidad fue necesario que el mismo
Jesús pase por un nuevo nacimiento, el de su resurrección y de su triunfo
celestial. Es Cristo glorioso quien hará renacer al hombre y le comunicará, en
el Espíritu, la vida divina. Con todo, sigue siendo verdad que el nacimiento
virginal de Jesús es un signo de ese otro nacimiento glorioso. Es un anuncio,
no verbal, sino un primer hecho de generación que prefigura la resurrección de
Cristo y el nacimiento de los cristianos a la vida de la gracia.
De
ahí que se dé un vínculo entre la concepción virginal y la resurrección
corpórea de Cristo: los dos acontecimientos están unidos por ser el comienzo y
el cumplimiento en la carne de la generación del Hijo de Dios.
EL
PAPEL DE LA MUJER
La concepción virginal manifiesta la
importancia de la mujer. Ella significa que sólo una mujer aseguró la
pertenencia del Hijo de Dios al género humano. A diferencia de los demás niños
que se insertan en la humanidad por medio de sus padres, Jesús está unido al
género humano sólo por medio de María. En su caso, la mujer asume un papel
exclusivo
Y
esto sucedió no sólo en el orden fisiológico. María fue la única llamada a dar
su consentimiento antes de la concepción del niño. Según el relato de San
Mateo, José fue invitado a habitar con María sólo después de la concepción. La
reflexión teológica ve en el “sí” de María, pronunciado en el momento de la
Anunciación, un acto de colaboración con la obra divina de la salvación, acto
que incluyó en el cumplimiento de los planes de Dios. Dado que ese “sí” fue
pronunciado en nombre de toda la humanidad, resulta que es una mujer quien, en
ese acontecimiento de capital importancia, representa al conjunto de los
varones y de las mujeres en un diálogo decisivo de Dios con la humanidad.
Con
este valor representativo que Dios da a una mujer, se abre el camino de la
elevación femenina y se anuncia la importancia del papel que el Señor quiere
confiar a la mujer en la Iglesia.
Ahora
bien, esta llamada exclusiva al libre consentimiento de María para la
realización del misterio de la Encarnación, sólo se comprende en la perspectiva
del designio de una generación virginal. Si Jesús hubiera sido concebido como
los demás seres humanos, el consentimiento se habría pedido al padre y a la
madre, ya que ambos habrían debido participar en la concepción del niño.
Lo
inédito de la concepción virginal implica otra novedad: una mujer juega un
papel eminente en la colaboración de la obra de la salvación y posee un valor
de representación universal de la humanidad. Ya hablamos de rupturas de leyes
fisiológicas: debemos considerar ahora las rupturas de reglas sicológicas de la
mentalidad hebrea, ya que esta mentalidad no apreciaba la virginidad y relegaba
a la mujer a un rango inferior.
La
valorización de la mujer se explica no sólo por la intención general de
posibilitar la elevación del destino de la creatura racional al orden
sobrenatural, sino además por la misma estructura del misterio de la
Encarnación. El Hijo de Dios se hizo hombre eligiendo el sexo masculino. Esta
elección podría parecer un privilegio conferido a un sexo que hubiera en cierto
modo alejado al otro de la obra de la salvación. Sin embargo, el plan divino
quiso la cooperación de ambos sexos y a una mujer se le asignó un papel de
primer orden: el de representar a la humanidad ante Dios en la libre aceptación
de la venida del Salvador.
Por
tanto, fue una mujer la más íntimamente asociada a la Encarnación redentora. Ya
San Ireneo aludía a esta intención divina cuando vio en María a la nueva Eva,
la que llegó a ser para la primera Eva y para todo el género humano “la causa
de salvación” (6). Se puede ver en esto la prioridad acordada a la
mujer que, en algún modo, equilibra la preferencia otorgada al varón en Cristo.
De esta manera, la pareja primitiva se reencuentra en la obra de la salvación.
Sin
la maternidad virginal no se daría la unión de la nueva Eva con el nuevo Adán.
Sin ella tampoco se podría reservar a una mujer el titulo único y excepcional
de “Madre de Dios”, ya que habría que
añadirle el correspondiente a la parte viril.
Quizá
alguno de los que negaron últimamente la concepción virginal de Jesús
intentaban restablecer el equilibrio de los sexos que les parecía vulnerado por
la virginidad de María. Sin embargo fue, en realidad, para asegurar este
equilibrio en la obra de la salvación porque Jesús fue concebido virginalmente.
El Padre quiso dar a la mujer un puesto especial, confiándole con la generación
de su Hijo un influjo decisivo e integral a nivel humano, restableciendo asì un
equilibrio que frecuentemente se rompía, dada la condición de inferioridad
reservada a la mujer en la sociedad de entonces. Con la unión de la madre
virginal y de su Hijo, se realizó la màs perfecta asociación que jamás se haya
dado entre mujer y varón.
NOCIÓN
POSITIVA DE LA VIRGINIDAD
A la falsa reacción de algunos contra
el nacimiento virginal de Cristo, no son extrañas concepciones negativas de la
viriginidad.
Si
bien es verdad que la generación carnal es la condición para la trasmisión del
pecado original, de ahí no se sigue que la concepción virginal fuese el único
camino que podía preservar al niño del pecado. En efecto, creemos que la
Santísima Virgen nación de una concepción normal y por privilegio divino fue
preservada de ese pecado. Otros piensan erróneamente que la virginidad de María
fue defendida por querer considerarla como el único camino para reconocer una
santidad total y ausencia de culpa: subyace aquí la idea de que las relaciones
conyugales empañan el alma.
Se
debe responder: justificar la virginidad para sustraerse del pecado no es
discernir su verdadero significado, porque la pureza y la santidad pueden
verificarse también en el matrimonio cristiano.
La
virginidad de María aparece bajo un triple aspecto positivo:
1) Ella se presenta en el Nuevo Testamento como
la apertura a la acción del Espíritu Santo. Su realidad más profunda es la del
matrimonio con Dios. Si María no conoce varón significa que está destinada a
unirse indivisamente con Dios por los más íntimos vínculos de la fe, la
esperanza y la caridad. Por tanto, la esencia de la vida virginal no es la
renuncia al matrimonio sino la conclusión de una unión a un más alto nivel.
2)
Por lo demás, la virginidad de María se ha
de considerar en el contexto de la maternidad divina. La virginidad de María no
es la privación de la fecundidad sino, por el contrario, implica la fecundidad
concedida por Dios. Puesto que en el plan divino la virginidad de María está
orientada a su maternidad, no puede una ser reconocida a costa de la otra.
3)
Finalmente, en el caso de María se ve de un
modo singular la solidaridad de la virginidad con el matrimonio. Se trata, es
verdad, de un caso excepcional, pedido por las condiciones convenientes al
nacimiento y crecimiento de Jesús. Con todo, es un signo de que no existe
oposición entre la virginidad y el matrimonio.
Es
particularmente importante señalar que la virginidad no hizo a María incapaz de
mantener y desarrollar su genuino y casto afecto hacia José. En ella la
virginidad no empobreció su corazón, ni esterilizó sus sentimientos, lo que
prueba que la más íntima adhesión a Dios no paraliza al genuino amor a las
criaturas.
La presencia de María en Caná y su
intervención para que continúe la fiesta de bodas confirma la actitud positiva
de la virginidad en relación al matrimonio. Esa presencia es el signo de que la
virginidad está destinada a sostener el matrimonio y a obtenerle el socorro
divino de un mejor amor.
EL PROPÓSITO DE VIRGINIDAD
Algunos
invocan la mentalidad hebrea para sostener que no fue verosímil en María el
propósito de virginidad: en el Antiguo
Testamento la virginidad jamás fue presentada como ideal; se consideraba al
matrimonio como el camino querido por el Creador para la multiplicación del
pueblo.
Sin embargo, no se puede pretender que
la mentalidad hebrea fuese enteramente inaccesible al ideal de la virginidad,
puesto que comenzó a introducirse al menos parcialmente en la comunidad
monástica de los esenios. Fue un caso excepcional y el matrimonio continuaba
estimándose como un deber personal y comunitario. La declaración de Jesús sobre
los “eunucos” voluntarios (cfr. Mt. 19,12) hace quizás suponer un reproche
dirigido contra Él y sus discípulos por vivir fuera del matrimonio.
Teniendo en cuenta esta mentalidad, el
propósito de virginidad de María es sorprendente, pues manifiesta la ruptura
entre la Antigua y la Nueva Alianza, entre el designio divino de la salvación y
la mentalidad hebrea. Esta ruptura se verifica en la actitud de María. Con su
resolución de “no conocer varón” afirmó con más autonomía su personalidad
femenina y superó el plano en el que –según la narración de la caída en el
Génesis (3,16)- la mujer estaba encadenada por su apetencia a su marido y
sometida a éste.
Esta afirmación de la personalidad de
María está bien ilustrada por el relato de la Anunciación: María no se contenta
con escuchar el mensaje divino y acogerlo. Antes de dar su libre consentimiento
pregunta: ¿Cómo será esto? Y expresa su intención de permanecer virgen; es su
manera personal de considerar su porvenir, lo que a primera vista parece
difícilmente conciliable con el mensaje en el que se la anuncia la maternidad.
Tal afirmación de la personalidad femenina en una resolución de virginidad
frente a una propuesta de maternidad ofrecida por Dios es tan nueva que
difícilmente hubiera podido ser imaginada en la mentalidad hebrea: tal diálogo
sólo pudo ser consignado porque fue impueto por los hechos, por ser un
testimonio histórico.
Su propósito de virginidad muestra cómo,
según el plan divino, el compromiso personal de María debía preceder a la
realización de la concepción virginal de Jesús. Dios no sólo quiso la
virginidad física. Si así hubiera sido, la virginidad habría sido sólo un medio
para la Encarnación y, una vez más, la mujer hubiera sido reducida al papel de
un mero instrumento. Aún para un misterio tan alto como el de la Encarnación,
Dios prefirió algo más para la mujer. Lejos de comportarse como un instrumento
ciego, María dialoga con el mensajero de Dios formulando una objeción. Es
verdad que su propósito de virginidad fue inspirado por Dios, pero esta moción
divina fue aceptada libremente . Un verdadero deseo personal se formó en la joven mujer de Nazaret con la
fuerza que vislumbra el relato evangélico.
Para precisar el alcance de este
propósito ayuda tener presente la expresión empleada por Jesús para justificar
la renuncia a la vida matrimonial “por el Reino de los cielos” (cfr. Mt.
19,12). El Reino de Dios impulsa a sus seguidores por el camino de la
virginidad, en primer lugar, en vista a una más grande unión con Dios, dado que
se trata de un reino radicalmente interior y además para un mayor servicio a
fin de lograr la expansión de la Iglesia.
Y este Reino ya había atraído a quien
precedió a Jesús por el camino de la virginidad y el mensaje divino de la
Anunciación, al poner a María frente a la perspectiva del reino mesiánico,
respondió a su intención de resolución virginal.
El propósito de virginidad de María fue
un hecho nuevo en la religión judía, también fue el punto de partida de la vida
virginal que se desarrolla en la Iglesia. En la actualidad conserva su valor
eclesial la afirmación del propósito virginal. La reciente experiencia muestra
que la negación o duda de la virginidad de María hace peligrar la estima por el
celibato sacerdotal o por la vida consagrada y amenaza con disminuir su poder
de atracción.
LA “SIEMPRE” VIRGEN
Desde el
siglo IV la Iglesia llama a María la “siempre virgen. Esta virginidad perpetua
no está explícitamente afirmada en la Sagrada Escritura, por no concernir tan
directamente a la persona de Cristo, como la concepción virginal. Hay, sin
embargo, insinuaciones en los textos evangélicos. En la Anunciación, María
expresa su voluntad de permanecer virgen y esta voluntad es ratificada en la
explicación del Ángel sobre la intervención extraordinaria del Espíritu Santo
en la concepción del Niño. Obviamente se debe interpretar que esta resolución
fue tomada por María de manera definitiva y que la aprobación celestial la ha
confirmado: no sólo María no tuvo ningún motivo para cambiar su disposición en
este aspecto, sino que su maternidad en relación al Mesías la estimuló a
perseverar en este camino.
Por lo demás, a los doce años de edad,
Jesús aparece como Hijo único: en la escena evangélica en la que es hallado en
el Templo, todo se desarrolla como si su familia no la constituye más que José,
María y Él (cf. Lc. 2, 41-52).
Asimismo, en el Calvario, las palabras
“Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn. 19,26) se entienden mejor si María no tiene
otros hijos. Si Jesús da a su Madre otro hijo, es porque Él era su Hijo único y
su muerte crearía en María un vacío maternal.
Este episodio final nos hace comprender
mejor la razón de la virginidad perpetua de María. La virginidad no puede
tomarse en consideración independientemente de la maternidad. Ahora bien, la
maternidad virginal fue el signo y el anuncio de un nacimiento según el
Espíritu. Su virginidad perpetua, por tanto, no podía prolongarse en una maternidad
ordinaria como hubiera sido si María hubiera renunciado a la virginidad: el
único cumplimiento conforme a la maternidad virginal fue la maternidad
espiritual en relación con los cristianos.
La proclamación de María como madre del
discípulo predilecto, precisamente, indica el comienzo de esta maternidad
espiritual. María permanece siempre virgen, no como reacción contra la obra de
la carne en el matrimonio, sino en virtud de una maternidad que, situada en un
plano superior de unión con Dios, debía desarrollarse en maternidad espiritual.
Encontramos aquí las dos cualidades
esenciales de la virginidad cristiana:
a)
La elevación a una mayor intimidad de
relación con Dios, de la que María no quiso alejarse,
b)
La expansión del amor y la fecundidad por la
universalidad del Reino.
Notemos también que la información dada
por los Evangelios sobre los “hermanos de Jesús” esclarece la posición materna
y única de María. En efecto, frecuentemente la palabra “hermano” fue usada
contra la virginidad perpetua, al ser interpretada en sentido restringido,
mientras que en arameo tiene un sentido mucho más amplio y puede referirse a
diversos grados de parentesco.
Adviértase que ninguno de estos
“hermanos” es llamado “hijo de María”, a diferencia de Jesús (Mc.6,3) y dos de
ellos son presentados como hijos de otra María (Mt. 27, 56). Debe notarse que
la descripción de la actitud de estos “hermanos” durante la vida pública los
pone en contraste con la de María. Mientras que desde el comienzo de la vida
pública, María testimonia su fe en Jesús pidiendo el milagro de Caná y de este
modo colabora en la revelación de la identidad del Salvador, los “hermanos
quieren apartar a Jesús de su misión de predicar, que les parece una locura y
tratan de hacerlo volver a Nazaret; la presencia de María está indicada junto a
la de los “hermanos”, pero esta compañía no suprime las profundas diferencias
de actitudes hacia Jesús (Mc. 3, 21-31). Más tarde estos “hermanos” consideran
a Jesús como un ambicioso y se negarán a creer en É. (Jn. 7, 3-5), Aparece,
pues, el diferente comportamiento entre María y los “hermanos” o parientes. La
de éstos eran relaciones familiares con reacciones simplemente naturales, la
maternidad virginal de María la eleva, por el contrario, a un nivel superior,
donde la fe domina toda la vida y el único desarrollo posible es el de un
camino hacia la maternidad de orden espiritual.
CONCLUSIÓN
De lo
anteriormente dicho se sigue que la virginidad de María no aparece en primer
lugar como una verdad de orden ascético. Sin bien bajo este aspecto se la
considera legítimamente, como consecuencia de ser María modelo de consagración
virginal en la Iglesia. Esta virginidad en la revelación es principalmente
concebida como un elemento de la obra de la salvación, una colaboración al
misterio de la Encarnación.
Desde este punto de vista pertenece a la
misma identidad de Cristo, el Hijo de la Virgen, y pone en relieve su filiación
divina. Bajo esta luz, la virginidad de María concierne más al Salvador que a
su misma Madre. Por lo demás, desde el punto de vista del compromiso personal
que implica la virginidad de María, conviene excluir de ella toda reacción
contra el matrimonio y su uso ordenado. Su compromiso deriva menos de la
ascesis que de la mística, por ser suscitado por el Reino de Dios por una
adhesión más intima al Señor y desde un horizonte más vasto de amor y servicio.
NOTAS:
1)
Cfr.
J.A. Fitzmyer, Virginal Conception in New Testament, Theological Studies, 1973;
R.E. Brown: The problema of the Virginal Conception of Jesus. Theological
Studies, 1972
2)
Al
respecto puesde consultarse J.Galot: La conception virginale du Christ, en
Gregorianum, 1968.
3)
Cfr.
P Schoononberg. Eine Antwort, Ephemerides Marialogicae, 1971
4)
Dogmatique,
Geneve, 1954, 172
5)
Ibid.
175
6)
Adv.
Haer, III, 22.
No hay comentarios:
Publicar un comentario