EL SILENCIO SAGRADO ES DONDE
PODEMOS ENCONTRAR A DIOS
Y ESE SILENCIO SAGRADO ES UN
MEDIO PRIVILEGIADO PARA PARTICIPAR EN LA LITURGIA
Una excelente conferencia del 10 de mayo de 2017, el cardenal africano
Robert Sarah, prefecto de la Congregación del Culto Divino, ofrecida en
Córdoba, España, en la fiesta de San Juan de Avila
Algunos de los párrafos de su libro “LA FUERZA DEL SILENCIO. CONTRA LA
DICTADURA DEL RUIDO” de abajo, invitan a
escuchar la totalidad de esta sapientísima alocución (al final el enlace para oírlo)
“El ruido cansa y tenemos la sensación que el
silencio se ha vuelto un oasis inalcanzable. ¿Cuántos se ven obligados a
trabajar entre un fárrago de cosas que les angustia y los deshumaniza? Las
ciudades se han convertido en infierno ruidoso en los que ni siquiera a la
noche se le ahorran las agresiones sonoras.
Sin ruido, el hombre posmoderno cae en una inquietud sorda y lacerante. Está acostumbrado a un ruido de fondo constante que le aturde y proporciona consuelo.
Sin ruido, el hombre está destemplado, febril, perdido. El ruido, como una droga de la que se hubiera hecho dependiente, le da seguridad. Con su apariencia festiva, es un torbellino que impide mirarse a la cara. La agitación se convierte en un tranquilizante, un sedante, una bomba de morfina, una forma de sueño, de onirismo inconsistente. Ese ruido, sin embargo, es una medicina peligrosa e ilusoria, una mentira diabólica que impide al hombre enfrentarse a su vacío interior. El despertar solo puede ser brutal… La humanidad tiene que adoptar algunas medidas de resistencia”.
...........
“Creo que somos víctimas de la superficialidad, del
egoísmo y del espíritu mundano difundido por la sociedad mediática. Nos
perdemos en luchas de influencia, en conflictos personales, en un activismo
narcisista y vano. Henchidos de orgullo y pretensión, somos prisioneros de la
voluntad de poder. La única realidad que merece nuestra atención es Dios. Y
Dios es silencioso. Espera nuestro silencio para revelarse.
Recuperar el sentido del silencio es, por lo tanto,
una prioridad, una necesidad, una urgencia.
El silencio es más importante que cualquier otra
obra humana porque es expresión de Dios. La verdadera revolución viene del
silencio, nos conduce hacia Dios y hacia los otros para ponernos humildemente a
su servicio”.
...........
“Dios es silencio y este silencio divino habita el
hombre. Viviendo con este Dios silencioso, y en Él, también nosotros nos
volvemos silenciosos. Nada nos hará descubrir mejor a Dios que este silencio
grabado en el corazón de nuestro ser.
No temo afirmar que ser hijos de Dios es ser hijos
del silencio.
La conquista del silencio es un combate y una
ascesis. Sí, se necesita valor para librarse de todo lo que grava sobre nuestra
vida, una vida que nada ama tanto como las apariencias, lo fácil, la
superficialidad de las cosas. Transportado hacia fuera por su necesidad de
contarlo todo, es inevitable que el charlatán esté lejos de Dios, porque es
incapaz de cualquier actividad espiritual profunda. Por el contrario, el hombre
silencioso es un hombre libre. Las cadenas del mundo no tienen influencia sobre
él.
Ninguna dictadura puede nada contra el hombre
silencioso. A un hombre no se le puede robar su silencio".
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"El silencio nos enseña una gran regla de vida
espiritual: la familiaridad no favorece la intimidad. Al contrario, la justa
distancia es una condición de la comunión. Es mediante la adoración como la
humanidad camina hacia el amor. El silencio sagrado abre al silencio místico,
lleno de amorosa intimidad. Bajo el yugo de la razón secular nos hemos olvidado
de que lo sagrado y el culto son las únicas puertas de entrada a la vida
espiritual. No dudo, por lo tanto, en afirmar que el silencio sagrado es una
ley fundamental de toda celebración litúrgica".
"Los Padres conciliares deseaban manifestar lo
que era una verdadera participación litúrgica: la entrada en el misterio
divino. Con el pretexto de hacer más fácil el acceso a Dios, algunos han
querido que todo en la liturgia sea inmediatamente inteligible, racional,
horizontal y humano. Pero al actuar así corremos el riesgo de reducir el
misterio sagrado a buenos sentimientos. Con el pretexto de la pedagogía,
algunos sacerdotes se permiten comentarios sosos y planos. Estos pastores, ¿temen
que el silencio ante el Señor confunda a los fieles? ¿Creen que el Espíritu
Santo es incapaz de abrir los corazones a los Misterios divinos derramando la
luz de la gracia espiritual?
San Juan Pablo II nos advierte: el hombre participa
de la divina presencia "sobre todo cuando se deja educar a un silencio de
adoración, porque en el ápice del conocimiento y de la experiencia de Dios está
su trascendencia absoluta".
...........
"A veces las celebraciones son ruidosas y
agotadoras. La Liturgia
está enferma. El síntoma más evidente de esta enfermedad es la omnipresencia
del micrófono. ¡Se ha convertido en algo tan indispensable que nos
preguntamos cómo se podía celebrar antes de su invención!
El ruido exterior, y nuestro propio ruido interior,
hace que seamos ajenos a nosotros mismos. En el ruido el hombre no puede hacer
otra cosa que decaer en la banalidad: somos superficiales en lo que decimos,
pronunciamos discursos vacíos, hablamos sin parar… hasta que encontramos algo
que decir, una especie de "batiburrillo" irresponsable hecho de
chistes y de palabras mortales. Somos superficiales también en lo que hacemos:
vivimos en una banalidad, supuestamente lógica y moral, en la que no
encontramos nada de anormal.
A menudo salimos de nuestras liturgias ruidosas y superficiales
sin haber encontrado a Dios y la paz interior que Él nos quiere ofrecer".
......
"El silencio plantea el problema de la esencia
de la Liturgia. Ahora bien, ésta es mística. Mientras sigamos acercándonos a la
liturgia con un corazón ruidoso, será superficial y humana. El silencio
litúrgico es una disposición radical y esencial; es una conversión del corazón.
Ahora bien, convertirse, etimológicamente, es volverse, volverse hacia Dios. No
hay silencio verdadero en la liturgia si no nos volvemos, de todo corazón,
hacia el Señor. Es necesaria nuestra conversión, volvernos hacia el Señor, para
mirarle, contemplar su rostro y caer a sus pies para adorarlo. Tenemos un
ejemplo: María Magdalena pudo reconocer a Jesús la mañana de Pascua porque ella
se volvió hacia Él: "Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han
puesto". "Haec cum dixisset, conversa est retrorsum et videt Jesus
stantem [Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie]" (Jn 20, 13-14).
¿Cómo entrar en esta disposición interior sino
volviéndonos físicamente, todos juntos, sacerdote y fieles, hacia el Señor que
viene, hacia el Oriente simbolizado por el ábside presidido por la Cruz?"
….
"La orientación exterior nos lleva a la orientación interior, por aquélla simbolizada. En los tiempos apostólicos los cristianos ya conocían esta manera de rezar. La cuestión no es celebrar de espaldas o de cara al pueblo, sino hacia el Oriente, ad Dominum, hacia el Señor.
Esta manera favorece el silencio. De hecho, el
celebrante está menos tentado de monopolizar la palabra. De cara al Señor está
menos tentado de ser un profesor que imparte una lección durante la Misa,
reduciendo el altar a una tribuna en la que el eje ya no sería la cruz, ¡sino
el micrófono! El sacerdote debe recordar que él no es más que un instrumento en
las manos de Cristo, que debe callar para dejar espacio a la Palabra, que
nuestras palabras humanas son irrisorias ante el único Verbo eterno.
Estoy convencido de que los sacerdotes no emplean
el mismo tono de voz cuando celebran hacia el Oriente".
….
Doy gracias a Dios por haberme concedido la gracia
excepcional de mi estancia en la Gran Cartuja. No puedo dejar de expresar la
gratitud de mi corazón y mi inmenso agradecimiento a don Dysmas de Lassus por
su calurosa acogida. Me gustaría también pedir perdón por todas las molestias
que mi estancia haya podido causar.
La Gran Cartuja es la casa de Dios. Ella nos eleva hacia Dios y nos deposita ante Él. Todo nos es ofrecido para encontrar a Dios: la belleza de la naturaleza, la austeridad del lugar, el silencio, la soledad y la liturgia. Aunque estoy acostumbrado a rezar por la noche, el oficio nocturno de la Gran Cartuja me ha impresionado profundamente: la oscuridad era pura, el silencio estaba habitado por una Presencia, la de Dios. La noche nos escondía todo, nos aislaba los unos de los otros, pero también unía nuestras voces y nuestra alabanza, orientaba nuestros corazones, nuestras miradas y nuestro pensamiento para que no miráramos más que a Dios. La noche es materna, deliciosa y purificadora. La oscuridad es como una fuente de la que surgimos lavados, pacificados y más íntimamente unidos a Cristo y a los otros. Pasar una buena parte de la noche rezando regenera, nos hace renacer. Aquí, Dios se convierte en nuestra Vida, nuestra Fortaleza, nuestra Felicidad, nuestro Todo. Siento una gran admiración por San Bruno que, como Elías, guió muchas almas a esta Montaña de Dios para escuchar y ver "la voz de un suave silencio" y para dejarse interpelar por esta voz que nos dice: "¿Qué haces aquí, Elías?" (1R 19, 11-13)”.
Cardenal Sarah. La fuerza del silencio. Contra la
dictadura del ruido .(fragmentos)
La
alocución completa del Cardenal Sarah se puede escuchar en este enlace:
https://youtu.be/atGdWKvLwcU
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