“HACED ESTO
EN MEMORIA MÍA”
(Lc. 22,19)
¿Alguna vez hubo otro mandato que se
obedeciera así, de tal manera?
Siglo tras siglo, expandiéndose
lentamente a lo largo y a lo ancho del mundo, en todos los continentes, país
tras país, incluyendo todas las razas de la tierra, en todas partes se ha repetido
esta acción en las circunstancias humanas más diversas, en toda clase de
situaciones desde la más pequeña infancia hasta en los casos de la más
prolongada vejez; e incluso después de eso se ha repetido esta acción: desde
las más encumbradas circunstancias de magnificencia terrenal, hasta en los
refugios de los fugitivos escondidos en la cuevas de las montañas.
A los hombres no se les ha ocurrido
nada mejor que repetir esta acción:
ü en el caso de la
coronación de los reyes y en el caso de los criminales condenados a morir en el
cadalso;
ü para celebrar el
triunfo de un ejército o por una pareja de novios casándose en una pequeña
iglesia rural;
ü en ocasión de la
proclamación de un dogma o para agradecer una buena cosecha de trigo;
ü suplicando sabiduría
para el Parlamento de una gran nación o en el caso de una anciana asustada ante
la muerte;
ü para un alumno de
colegio a punto de dar examen o para Cristóbal Colón antes de iniciar su viaje
que culminaría con el descubrimiento de América;
ü por razón de la
hambruna en regiones enteras o por el alma de un difunto muy querido;
ü como acción de
gracias porque mi padre no falleció de neumonía;
ü para que Dios ilumine
al cacique últimamente tentado de volver a sus fetiches paganos porque las
batatas han fallado;
ü porque el Turco está
a las puertas de Viena;
ü para que se
arrepienta Margarita;
ü para que se arregle
una huelga;
ü para que aquella
mujer hasta ahora estéril quede embarazada;
ü por el capitán fulano
de tal, herido y ahora prisionero de guerra;
ü mientras los leones
rugían en un anfiteatro cercano;
ü en las playas de
Dunquerque;
ü mientras se filtra el
rumor de las guadañas cortando los pastos del mes de junio a través de los
vitrales de la parroquia;
ü temblorosamente, de
parte de un viejo monje en el quincuagésimo aniversario de sus votos;
ü furtivamente, por un
obispo exiliado que había estado picando leña durante todo el día en el campo
de prisioneros cerca de Murmansk;
ü majestuosamente, para
la Canonización de Santa Juana de Arco…
Se podría llenar innumerables páginas
asentando las razones por las que los hombres consagrados por el ministerio del
orden sacerdotal han hecho esto una y otra vez, y así y todo no se alcanza a
mencionar ni el uno por ciento de todos los casos.
Y lo mejor de todo es que , semana tras
semana, mes tras mes, durante cien mil sucesivos domingos, fielmente,
infaliblemente, en todas las parroquias de la cristiandad, los pastores han
hecho esto solamente por la santificación de la plebs sancta Dei, del
pueblo santo de Dios.
Dom Gregory Dix (1901-1952)
Monje benedictino anglicano
The Shape of Liturgy
¡MYSTERIUM FIDEI!
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