ACERCA DE LOS POSTULADOS DEL COMUNISMO
“Un sistema lleno de errores y sofismas, contrario a la razón y a la
revelación divina”
De la Encíclica DIVINI REDEMPTORIS
del Papa Pio XI
Falso
ideal
8. El comunismo de hoy, de un modo más acentuado que otros
movimientos similares del pasado, encierra en sí mismo una idea de aparente
redención. Un seudo ideal de justicia, de igualdad y de fraternidad en el
trabajo satura toda su doctrina y toda su actividad con un cierto misticismo
falso, que a las masas halagadas por falaces promesas comunica un ímpetu y tu
entusiasmo contagiosos, especialmente en un tiempo como el nuestro, en el que
por la defectuosa distribución de los bienes de este mundo se ha producido una
miseria general hasta ahora desconocida.
Más aún: se hace alarde de este seudo
ideal, como si hubiera sido el iniciador de un progreso económico, progreso
que, si en algunas regiones es real, se explica por otras causas muy distintas,
como son la intensificación de la productividad industrial en países que hasta
ahora carecían de ella; el cultivo de ingentes riquezas naturales, sin
consideración alguna a los valores humanos, y el uso de métodos inhumanos para
realizar grandes trabajos con un salario indigno del hombre.
Materialismo
evolucionista de Marx
9. La doctrina que el comunismo oculta bajo apariencias a veces
tan seductoras se funda hoy sustancialmente sobre los principios, ya
proclamados anteriormente por Marx, del materialismo dialéctico y del
materialismo histórico, cuya única genuina interpretación pretenden poseer los
teóricos del bolchevismo.
Esta doctrina enseña que sólo existe una realidad, la
materia, con sus fuerzas ciegas, la cual, por evolución, llega a ser planta,
animal, hombre. La sociedad humana, por su parte, no es más que una apariencia
y una forma de la materia, que evoluciona del modo dicho y que por ineluctable
necesidad tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final:
una sociedad sin ciases.
En esta doctrina, como es evidente, no queda lugar
ninguno para la idea de Dios, no existe diferencia entre el espíritu y la
materia ni entre el cuerpo y el alma: no existe una vida del alma posterior a
la muerte, ni hay, por consiguiente, esperanza alguna en una vida futura.
Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los comunistas afirman
que el conflicto que impulsa al mundo hacia su síntesis final puede ser
acelerado por el hombre.
Por esto procuran exacerbar las diferencias existentes
entre las diversas clases sociales y se esfuerzan para que la lucha de clases,
con sus odios y destrucciones, adquiera el aspecto de una cruzada para el
progreso de la humanidad. Por consiguiente, todas las fuerzas que resistan a
esas conscientes violencias sistemáticas deben ser, sin distinción alguna,
aniquiladas como enemigas del género humano.
A qué
quedan reducidos el hombre y la familia
10. El comunismo, además, despoja al hombre de su libertad,
principio normativo de su conducta moral, y suprime en la persona humana toda
dignidad y todo freno moral eficaz contra el asalto de los estímulos ciegos. Al
ser la persona humana, en el comunismo, una simple ruedecilla del engranaje
total, niegan al individuo, para atribuirlos a la colectividad, todos los
derechos naturales propios de la personalidad humana.
En las relaciones
sociales de los hombres afirman el principio de la absoluta igualdad,
rechazando toda autoridad jerárquica establecida por Dios, incluso la de los
padres; porque, según ellos, todo lo que los hombres llaman autoridad y
subordinación deriva exclusivamente de la colectividad como de su primera y
única fuente.
Los individuos no tienen derecho alguno de propiedad sobre los
bienes naturales y sobre los medios de producción, porque. siendo éstos fuente
de otros bienes, su posesión conduciría al predominio de un hombre sobre otro.
Por esto precisamente, por ser la fuente principal de toda esclavitud
económica, debe ser destruida radicalmente, según los comunistas, toda especie de
propiedad privada.
11. Al negar a la vida humana todo carácter sagrado y espiritual,
esta doctrina convierte naturalmente el matrimonio y la familia en una
institución meramente civil y convencional, nacida de un determinado sistema
económico; niega la existencia de un vínculo matrimonial de naturaleza
jurídico-moral que esté por encima de la voluntad de los individuos y de la
colectividad, y, consiguientemente, niega también su perpetua indisolubilidad.
En particular, para el comunismo no existe vínculo alguno que ligue a la mujer
con su familia y con su casa. Al proclamar el principio de la total
emancipación de la mujer, la separa de la vida doméstica y del cuidado de los
hijos para arrastrarla a la vida pública y a la producción colectiva en las mismas
condiciones que el hombre, poniendo en manos de la colectividad el cuidado del
hogar y de la prole.
Niegan, finalmente, a los padres el derecho a la educación
de los hijos, porque este derecho es considerado como un derecho exclusivo de
la comunidad, y sólo en su nombre y por mandato suyo lo pueden ejercer los
padres.
Lo que
sería la sociedad
¿Qué sería, pues, la sociedad humana basada sobre estos
fundamentos materialistas? Sería, es cierto, una colectividad, pero sin otra
jerarquía unitiva que la derivada del sistema económico. Tendría como única
misión la producción de bienes por medio del trabajo colectivo, y como fin el
disfrute de los bienes de la tierra en un paraíso en el que cada cual
«contribuiría según sus fuerzas y recibiría según sus necesidades».
12. Hay que advertir, además, que el comunismo reconoce a la
colectividad el derecho o más bien un ilimitado poder arbitrario para obligar a
los individuos al trabajo colectivo, sin atender a su bienestar particular, aun
contra su voluntad e incluso con la violencia.
En esta sociedad comunista,
tanto la moral como el orden jurídico serían una simple emanación exclusiva del
sistema económico contemporáneo, es decir, de origen terreno, mudable y caduco.
En una palabra: se pretende introducir una nueva época y una nueva
civilización, fruto exclusivo de una evolución ciega: «una humanidad sin Dios».
13. Cuando todos hayan adquirido, finalmente, las cualidades
personales requeridas para llevar a cabo esta clase de humanidad en aquella
situación utópica de una sociedad sin diferencia alguna de clases, el Estado
político, que ahora se concibe exclusivamente como instrumento de dominación
capitalista sobre el proletariado, perderá necesariamente su razón de ser y se
«disolverá»; sin embargo, mientras no se logre esta bienaventurada situación,
el Estado y el poder estatal son para el comunismo el medio más eficaz y más
universal para conseguir su fin.
14. ¡He aquí, venerables hermanos, el pretendido evangelio nuevo que el comunismo bolchevique y ateo
anuncia a la humanidad como mensaje de salud y redención!
Un sistema lleno de errores y sofismas, contrario a la razón y a la
revelación divina; un sistema subversivo del orden social, porque destruye las
bases fundamentales de éste; un sistema desconocedor del verdadera origen, de
la verdadera naturaleza y del verdadero fin del Estado; un sistema, finalmente,
que niega los derechos, la dignidad y la libertad de la persona humana.
San José, modelo y patrono
86. Finalmente, para acelerar la paz
de Cristo en el reino de Cristo, por todos tan deseada, ponemos la
actividad de la Iglesia católica contra el comunismo ateo bajo la égida del
poderoso Patrono de la Iglesia, San José.
87. San José perteneció a la clase obrera y experimentó
personalmente el peso de la pobreza en sí mismo y en la Sagrada Familia, de la
que era padre solícito y abnegado; a San José fue confiado el Infante divino
cuando Herodes envió a sus sicarios para matarlo.
Cumpliendo con toda fidelidad
los deberes diarios de su profesión, ha dejado un ejemplo de vida a todos los
que tienen que ganarse el pan con el trabajo de sus manos, y, después de
merecer el calificativo de justo (2 Pe. 3,13; cf. Is. 65,17; Ap.2,1), ha quedado como
ejemplo viviente de la justicia cristiana, que debe regular la vida social de
los hombres.
88. Nos, levantando la mirada, vigorizada por la virtud de la fe,
creemos ya ver los nuevos
cielos y la nueva tierra de
que habla nuestro primer antecesor, San Pedro.
Y mientras las promesas de los
falsos profetas de un paraíso terrestre se disipan entre crímenes sangrientos y
dolorosos, resuena desde el ciclo con alegría profunda la gran profecía
apocalíptica del Redentor del mundo: He
aquí que hago nuevas todas las cosas (Ap 21,5).
Escudo pontificio de Pio XI
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