LA BUENA LECTURA
FRAY LUIS
DE GRANADA (1504-1588)
insigne predicador
y escritor dominico
Un pequeño acápite de su libro "Guía de Pecadores"
Un libro excelente para leer en este Año de la Misericordia.
El libro
“Guía de pecadores”, de Fray Luis de Granada fue vivamente recomendado por el Concilio de Trento. Su lectura puede ser de enorme beneficio para quien lo medite en este Año de
la Misericordia.
Lo recomendamos vivamente en su totalidad.
Aquí
sólo una monición sobre la importancia de la buena lectura para crecer en el conocimiento y el amor a Dios.
“La palabra de Dios todas las cosas
obra y puede, como el mismo Dios, pues es instrumento suyo. Y así la palabra de
Dios resucita muertos, reengendra a los vivos, cura a los enfermos, conserva a
los sanos, alumbra a los ciegos, harta a los hambrientos, esfuerza a los flacos
y anima a los desconfiados. Con ella se consuela a los tristes, y se alegra al
atribulado, y se mueve a penitencia al duro, y se derrite más al que está
blando.
Pues si tan grandes y
maravillosos efectos obra en las almas esta luz. ¿Qué cosa más para llorar que
ver tan desterrada esta luz del mundo? , ¿qué ver tantas y tan palpables
tinieblas?, ¿tanta ignorancia en los hijos? , ¿tanto descuido en los padres, y
tanta rudeza y ceguedad en la mayor parte de los cristianos?
¿Qué cosa hay en el
mundo más digna de ser sabida que la Ley de Dios, y qué cosa más olvidada? ¿Qué
cosa más preciosa, y qué más despreciada? ¿Quién entiende la grandeza de la
obligación que tenemos al amor y servicio de nuestro Criador? ¿Quién comprende
la fealdad y malicia de un pecado, para aborrecerlo sobre todo lo que se puede
aborrecer? ¿Quién asiste a la Misa y a los divinos oficios con la reverencia
que merecen? ¿Quién santifica las fiestas con la devoción y recogimiento que
debe?
Vivimos como hombres
encantados, ciegos entre tantas lumbres, insensibles entre tantos misterios,
ingratos entre tantos beneficios, endurecidos y sordos entre tantos azotes y
clamores, fríos y congelados entre tantos ardores y resplandores de Dios. Si
sabemos alguna cosa de los mandamientos y doctrina cristiana, sabémoslo como
picazas, sin gusto, sin sentimiento ni consideración alguna de ellos. De manera
que más se puede decir que sabemos los nombres de las cosas, y los títulos de
los misterios, que los mismos misterios.
Entre los remedios que
para desterrar esta ignorancia hay, uno de ellos, y no poco principal, es la
lectura de los libros de católica y sana doctrina, que no se entremeten en
tratar cosas sutiles, sino doctrinas saludables y provechosas. Y por esta causa
los Santos Padres nos encomiendan mucho el ejercicio de esta lectura.
San Jerónimo, escribiendo a una virgen nobilísima, Demetria, la primera cosa que le encomienda es la lectura de la buena doctrina, aconsejándole que sembrase en la buena tierra de su corazón la semilla de la palabra de Dios, para que el fruto de la vida fuese conforme a ella.
San Bernardo,
escribiendo a una hermana suya, le aconseja este mismo estudio, declarándole
muy por menudo los frutos y efectos de la buena lectura. Y, lo que más es, el
Apóstol San Pablo aconseja a su discípulo Timoteo, que estaba lleno de Espíritu
Santo, que entretanto que él venía, se ocupase en la lectura de las Santas
Escrituras. Moisés, después de propuesta y declarada la Ley de Dios, dice así :
“Estas palabras que yo ahora te propongo en tu corazón, enseñarlas has a tus
hijos, y pensarás en ellas estando en tu casa, y andando camino, y cuando te
acostares y levantares, y atarlas has como una señal en tu mano, y escribirlas
has en los umbrales y en las puertas de tu casa”.
No sé con qué otras
palabras se pudieran más encarecer la consideración y estudio de la ley y
mandamientos de Dios, que con éstas. Y como si todo esto fuera poco, vuelve
luego en el capítulo II del mismo libro, (Deut.), a repetir otra vez la misma
encomienda con las mismas palabras, que es cosa que pocas veces se hace en la
Escritura. Tan grande era el cuidado que este hombre quería que tuviésemos de
pensar siempre en la Ley de Dios.
Pues, ¿quién no ve
cuánto ayudará para esta consideración tan continua que este profeta nos pide,
la lectura de los libros de buena doctrina, que siempre tratan de la hermosura
y excelencia de la Ley de Dios, y la obligación que tenemos de cumplirla?
Porque sin la doctrina de la lectura, ¿en qué se podrá fundar y sustentar la
meditación, siendo tan hermanas estas dos cosas entre sí, pues la una presenta
el manjar, y la otra lo mastica y digiere, y traspasa a los senos del alma?
Pudiera probar esta
verdad con ejemplos de muchas personas que yo he sabido haber mudado la vida
movidos por la lectura de buenos libros; y de otras que he leído, de las cuales
crecieron tanto en santidad y pureza de vida, que vinieron a ser fundadores de
Órdenes Religiosas, en que otros también se salvasen como ellos.
Entendió esto muy
bien Enrique VIII, el cual pretendió traer a su error a ciertos Padres de la
Cartuja, y viendo que con muchas vejaciones que para esto les hacía no los
podía inducir a su error, al cabo mandó que les quitasen todos los libros de
buena y católica doctrina, pareciéndole que quitadas estas armas espirituales
con que se defendían, fácilmente los podría rendir. En lo cual se ve la fuerza
que estas armas tienen para defendernos de los engaños de los herejes, pues las
quería quitar quien pretendía engañar.
Pues si tal es la
virtud de estas armas, ¿por qué no trabajaremos de armar con ellas al pueblo
cristiano? Vemos que uno de los grandes artificios que han tenido los herejes
para pervertir a los hombres, ha sido derramar por todas partes libros de sus
blasfemias. Pues si tanta parte es la mentira, ¿cuánto más lo será la verdad
bien explicada y declarada con sana doctrina para aprovechar, pues tiene mucho
mayor fuerza que la falsedad?
Y si los herejes son
tan cuidadosos y diligentes para destruir las almas por este medio, ¿por qué no
seremos nosotros más diligentes en usar de estos y de otros semejantes medios
para salvarlas?”
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